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Orrillo, el amor comprometido y los gatos |
Tal vez porque no leo sus versos desde hace 30 años, esperaba esta antología personal, como reflejo de sus 20 poemarios, mucho más envuelta en una aureola militante y rompedora, social y fustigante contra el vampirismo político, similar a los poemas de su juventud. Pero no, percibo a Winston Orrillo (Lima, 1941), muy ponderado y mejor dispuesto por los años, pero sí apasionado del amor, de sus eternos ideales visionarios y de Benita, una gata que ha entrado con mucha fuerza en su vida.
También encuentro a su selección de Poesía esencial (Lima, 2013, 96 pp.), demasiado breve para el medio siglo que lleva escribiendo y publicando. Él tuvo una subida a las tablas del verso muy temprana y espectacular, cuando ganó el premio de II Concurso de Poeta Joven del Perú compartido con Ibáñez Rosazza, siguiendo la estela de Javier Heraud y César Calvo que igualmente, al limón, se habían hecho con la primera edición del notable certamen.
De La memoria del aire (1965), rescata las incertidumbres de la vida futura y ese bello poema a la amada como mensajera del alba en “A la espera del día”. De Crónicas (1967) y Orden del día (1969), la revelación que le sacude para desentrañar de dónde vienen los poemas, el redescubrimiento de lugares ignotos pero amables y el desesperado amor a primera vista – muy peruano y algo machista- de una posible amante, mientras hace encargos en un mercado para su esposa. |
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En 9 poemas (1970) hace un bello y sentido homenaje al amado Vallejo, a la callecita de la infancia y al fiero mastín que controla el “Sistema”, pero también el certero temor de que un día deje de taladrar el tambor que suena en su pecho, y el recuerdo de “Un Quijote con faldas y sin armas” que fue su tía Teresa en 14 y sonetos (1971). De A la altura del hombre (1973) ha seleccionado sus homenajes a Túpac Amaru y al poeta pastor de Orihuela, Miguel Hernández, y una breve canción, que semeja un haiku de 7 versos, a José Carlos Mariátegui. Así como Orrillo ha dedicado varios libros de ensayo al gran Amauta, se aguarda de su pluma una gran elegía- a verso limpio, como hacía Neruda- ofrendada a uno de los mayores descubridores de la esencia del pueblo peruano. |
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El nervio iconoclasta y rebelde aparece en Telegramas (1979), Sobre los ojos y Elegía (1981), y en 40 poemas de años (1982) con sus indagaciones y rotundas respuestas a los avatares incontrolables de la vida menguada por el infortunio, la mala administración del caudal humano y el abuso impenitente del poder. En “autoelegía” dice: “Veo pasar mi entierro/ y un hilo de agua/ fresca chorrea/ de los ojos/ del lento medio día”. (…) “Me acompañan (acaso)/ 2 perros vagabundos/ la aurora/ de mis hijos/ y el fuerte/ olor a tierra/ de 4 obreros/ claros”. (…) “Tal vez/ alguna fruta/ del árbol/ de mañana/ tendrá/ el sabor/ urgente/ del canto/ que hoy arranco/ y devuelvo/ a mi pueblo”. (pp. 50-51).
El erotismo de la mujer amada y el júbilo de las entregas, con la encadenante resaca del recuerdo, están presentes en 50 poemas y años (1991), Hacer el amor y otros poemas (1997), Monumento del cuerpo (2006), y Poema mujer ciclón (2013) donde ensalza la lubricidad femenina: “Esta mujer/ solfeo/ se empapa/ cuando le hablo/ y mana de/ sus fuentes/ maná/ para mis gárgolas” (p.95).
Un casi franciscano amor por los animales arranca en Nuevos poemas de amor (1978) con su |
conocida “Instrucciones para cuidar a un cachorro y sus 2 admoniciones, y continúa con dos libros más: Poemas para un gato (2004) y El libro de Benita (2011). Benita es una gata casi humana, amiga, confidente y muy bruja con el enamorado poeta. “Mi gata / es un poema/ de aquellos/ que se dicen/ solamente/ en silencio”, anota. Poesía esencial rescata, además, dos poemas inéditos y emocionados para la autora de sus días que, el vate, elogia con ternura y agradecimiento.
Orrillo como poeta, periodista, profesor universitario y animador cultural sigue, desde hace medio siglo, en las trincheras de su apasionado trabajo por vindicar la buena literatura y batalla contra quienes aupados por el poder escudan sus mediocridades en cenáculos, nefastos siempre para cuantos tienen a la palabra como el mejor artefacto cargado de futuro.
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Carlos Villanes Cairo
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