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“Santo que no es visto, no es adorado”, dice el refrán, y
esto parece entenderlo muy bien la industria de Hollywood con su
producción diarreica de películas de superhéroes.
Cuando digo “diarreica” (del latín tardío “diarrhoĭcus”) no solo lo hago
para indicar la gran cantidad de filmes habidos, sino el olor de la
calidad de la mayoría de ellos.
Por supuesto que ha habido excepciones y yo mismo he calificado algunas
de ellas como buenas películas de superhéroes, no solo por sus
características narrativas, sino también por sus logros formales. Está
claro que la mayoría de dichas películas vienen en serie, pero no en
serio.
Ahora llega la segunda película con Deadpool como héroe. El primer filme
lo dirigió Tim Miller, en el 2016, y ahora esta pretendida secuela viene
firmada por David Leitch, quien alguna vez destacó por su trabajo de
“doble” en filmes de la gran industria. Se trata de “Deadpool 2” (2018).
No me interesa para nada comparar el filme con las historietas impresas
que le dan origen: son gramáticas distintas por más relación que tengan.
Entiendo bien que “sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de
dónde, capita mía, sino de la sacristán?”, pero hasta ahí.
No sé si los fanáticos de Deadpool –en inglés– o de Masacre –en español–
coincidirán en que esta segunda aventura es más comedida que la primera
y menos aburrida con su trama: logra amarrar su historia con más
cuidado, la que, después de todo, se concentra en la muy buena actuación
del niño Julian Denison, capaz de solucionar sus enojos a puro fuego.
Veamos más: hay menos apelaciones al público (menos ruptura de la cuarta
pared escénica), el melodrama que subyace es menos manipulador, se bajan
la carga erótica y las burlas al mundo de los superhéroes (incluidos los
de la competencia), las guasas son más inteligentes y menos redundantes.
Lo que sí cansa es lo escatológico y lo obviamente vulgar (aunque
suavizados en el subtitulado del filme e imagino que en su doblaje).
Esto se hace para agradar al “público masa” (diría Ortega y Gasset) o
como muestra de la banalización de la cultura o de la generalización de
la frivolidad que menciona Vargas Llosa (la música del filme cae en
esto).
Los chistes continúan por la misma línea, pero son distintos porque
mejoran. La presencia de Josh Brolin (como Cable) le da más peso a la
trama. Igual sucede con la actriz Zazie Beetz como Dominó. Ayudan a
estructurar mejor los hechos. Sobre Ryan Reynolds uno puede decir que no
es tan mal actor, pero en ciertas secuencias se le siente falso. |
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Wes Anderson se luce con su más
reciente película y su animación. |
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