He aquí una película tan absurda como un piano con solo teclas negras; sin embargo, uno termina disfrutándola por lo bien que plantea sus secuencias de acción, porque la aventura sabe dosificarse con el romance, por su humor agradable y porque encuentra nobles momentos de reposo, que uno los agradece bastante.
Ya sabrán que hablo de
la nueva versión en cine del famoso cómic del sello Marvel:
Capitán América: El primer vengador (2011), dirigida esta vez
con eficacia por el irregular Joe Johnston, quien viene de fracasar con
su reciente filme, El Hombre Lobo (2010), a la vez que es
anunciado como realizador de la próxima transcripción de Parque
Jurásico (2012).
Quiero contarles que de pequeño, con las historietas dibujadas, disfruté
mucho de las aventuras del Capitán Marvel (personaje de DC Comics,
creado en 1939), donde un tipo se convertía en superhéroe al decir la
palabra “Shazam”.
Esto le daba la sabiduría de
Salomón, la fuerza de
Hércules, la resistencia de
Atlas, el poder de
Zeus, el coraje de
Aquiles y la velocidad de
Mercurio (¡casi nada!).
A los años, aún me atrae más el Capitán Marvel (Maravilla) que el posterior Capitán América, creado por Marvel Comics, en 1941. El Capitán América nació como actitud patriótica ante la Segunda Guerra Mundial, para luego ser elemento patriotero, como ejemplo del orgullo estadounidense frente a Europa. Incluso, fue convertido en cazador de comunistas durante la Guerra Fría.
Ambos han tenido distintas presentaciones en cine. Del Capitán América (personaje), la última película que recuerdo es de 1990, por ahí. La vi en el fenecido cine Capri. La que se estrena ahora regresa al personaje ubicado durante la Segunda Guerra Mundial, encarnado de manera apática por el actor Chris Evans, enfrentado a un fascismo peor que el de Hitler.
Su enemigo vuelve a ser Cráneo Rojo (estupenda actuación de Hugo Weaving). Ellos son la doble cara de una misma experiencia de laboratorio: el bien y el mal desde igual concepto científico. El comienzo de la película nos anuncia el final: el Capitán América ha de llegar a los tiempos actuales y sumarse al grupo de Los Vengadores.
Capitán América (el filme) es el tránsito del duelo y de la bien expresada rivalidad entre el héroe y el antihéroe, con sus distintos procesos emocionales (los recoge muy bien el guion). Tal es el núcleo del filme y su eje temático. Como atinada subtrama tenemos la historia del hombre débil y bueno que se transforma en superhéroe: se entrelaza muy bien con el cuerpo de la aventura.
Más fina es la historia de amor entre el señor América y la bella y joven Peggy, agente especial del ejército, que se sustenta en la delicada y justa actuación de la actriz Hayley Atwell. Lo bueno de este filme es el mejor hilván que logra de todo el mundo narrado, en medio de un contexto visual tan absurdo como arbitrario.
A ratos, uno siente que está más bien ante un largometraje futurista o ante una batalla de La guerra de las galaxias. También sentí, en el primer tercio, como si estuviera ante un capítulo televisual y menos cómico del Súper agente 86. Es cine paródico, cierto, pero juega peligrosamente con cierto deleite ante la guerra. La guerra nunca es mostrada por su feracidad o dolor.
