La alegría pícara de esta película tiene la habilidad de llenarse de sentimientos como la melancolía y de cierta amargura poética. La comedia se rasga con el drama y también a la inversa, mientras el filme es capaz de una darnos una media hora final preñada de ansiedad, digna del buen suspenso.

Lo mejor es que esas características emocionales de la película se manifiestan con un relato muy bien trabado y trabajado (nada le es ajeno) y con sabia estructuración de los sucesos: es un relato de acertada coherencia interna, cuya historia gira sobre la llegada del Papa, exactamente de Juan Pablo II, a un pueblo fronterizo en Uruguay, cuyos habitantes viven pobremente, arriesgándose con una economía casera sustentada por el contrabando.

La presencia del Papa mueve las energías pueblerinas, como oportunidad para alivianar pobrezas, pero si Dios no ayuda a los pobres, menos el Papa. ¿Quién, entonces? No vamos a contar aquí lo que sucede, pero es lo que le da cuerpo punzante al filme, de donde no se escapa la irónica mirada a los medios de comunicación.

Las actuaciones son excelentes, sobre todo la de Virginia Méndez, quien encarna a la mujer de pueblo, rigurosa compañera del esposo en las buenas y en las malas. La gran actuación de esta actriz y el diseño de su personaje son la base de la ternura del filme que se traslada al esposo, muy bien encarnado por el actor César Troncoso. Además, la fotografía es excelente y la música es de aplaudirla por grata y también oportuna.