Frida Kahlo: nacida para no morir[1]

Ensayo de Lourdes Velázquez

 Universidad Anáhuac

Las dos Fridas. 1931. Óleo sobre tela.

 

Resumen

Frida Kahlo está aún viva hoy a través de su pintura, porque las auténticas obras de arte no cambian, no envejecen, no mueren. Fue una mujer que en cierta medida encarnó los vicios y las virtudes de aquella época en que se reinventaban los valores mexicanos, el arte y el pensamiento de las culturas prehispánicas. Durante años libró una batalla contra el dolor y sufrimiento empleando las armas que mejor manejaba: el amor y el arte.

Palabras clave: Frida Kahlo, pintura mexicana, vida insólita, dolor y sufrimiento en el arte.

Abstract

Frida Kahlo is still alive today through her paintings since genuine works of art do not change, do not get old, do not die. She was a woman who, to a certain extent, incorporated the vices and virtues of that time in which Mexican values, that is, the art and thought of pre-Hispanic cultures, were recovered. During several years she engaged in a battle against pain and suffering, using the weapons that she best handled, love and art.

Keywords: Frida Kahlo, Mexican painting, uncommon life, pain and suffering in art.

La casa

«No estoy enferma... estoy rota... pero estoy feliz de estar viva mientras pueda pintar». La cama de madera, el ropero lleno de vestidos de tehuana, los floreros con alcatraces y girasoles siempre frescos; la caja de cristal donde están guardados el ropón y los zapatos de estambre que usó en su bautizo un niño llamado Diego; la figura nerviosa y oscura del señor Xólotl, el perro azteca; los judas de cartón. Todos esos objetos forman, dentro de la casona azul de Coyoacán, el mundo íntimo de Frida Kahlo, testigos de la lucha que esta mujer entabló durante años contra el dolor y el sufrimiento, empleando las armas que mejor manejaba: el amor y el arte. En esa casa del pintoresco barrio de Coyoacán, nació el 6 de julio de 1907 Magdalena del Carmen Frida Kahlo Calderón, mejor conocida como Frida Kahlo, y en ella vivió hasta el día de su muerte. Su padre, el fotógrafo húngaro de origen alemán Guillermo Kahlo y su madre de ascendencia indígena mexicana Matilde Calderón tuvieron cuatro hijas: Matilde, Adriana, Frida y Cristina. Esta última apenas once meses menor que Frida, fue la única de las hermanas Kahlo en dejar descendencia.

La vida de Frida quedó marcada por el sufrimiento físico que comenzó con la poliomielitis que contrajo cuando tenía 6 años de edad, y aunque se repuso de ello, la vida ya se había propuesto condenarla a la inmovilidad. Esta primera enfermedad le dejó una secuela permanente: la pierna derecha mucho más delgada que la izquierda.

1. El accidente

En 1926 Frida cursaba la preparatoria, que por primera vez admitía chicas como alumnas. Con esto no sólo desafiaba los convencionalismos en una época en que se creía que la mujer no debía pisar las universidades, sino que además era el único miembro femenino de una pandilla de estudiantes rebeldes llamados Los Cachuchas.

Un día de septiembre abordó, en compañía de su novio Alejandro Gómez Arias, uno de los autobuses que circulaban por la ciudad de México. Frente al mercado de San Juan un tranvía aplastó al autobús contra una esquina. «Fue un choque extraño» escribía más tarde Frida; «No fue violento, sino sordo, lento y maltrato a todos. Y a mí mucho más»[2].

No sentía sus heridas, ni lloraba, a pesar de que tenía fracturados la columna vertebral, la pelvis y el brazo izquierdo, la pierna derecha estaba rota en once pedazos y una varilla de acero le atravesaba el cuerpo de lado a lado. Un hombre rescató a Frida de entre los fierros retorcidos, la llevó a un billar y la colocó sobre una mesa mientras llegaba la ambulancia. En el hospital la muchacha sintió por primera vez un dolor intenso. En aquella época no se hacían radiografías y los médicos no sospecharon la magnitud de sus lesiones. Más tarde llegó la familia: la madre enmudeció por un mes, la hermana se desmayó y su amado padre enfermó de tristeza. En su cama de hospital Frida balbuceaba: «No tengo miedo a la muerte, pero quiero vivir». El accidente la condenó a una vida de invalidez intermitente, pero también le dio la oportunidad de establecer contacto con el mundo maravilloso de la pintura. En su cama, aprisionada dentro de una coraza de yeso, Frida tomó los pinceles que le había obsequiado su padre y comenzó a pintar. Para contemplar su rostro desde su lecho de inválida y poder así pintar sus autorretratos, le instalaron un espejo en el dosel de su cama. Fue así que jugando con los colores y armada de sus pinceles copiaba sus expresivos ojos, el arco negro de sus cejas y sus bien delineados labios, en pocas palabras, la extrema belleza de sus facciones.

Años atrás se había fascinado al ver como el reconocido pintor Diego Rivera llenaba de color los muros del anfiteatro Bolívar, en la Escuela Nacional Preparatoria. El Maestro acababa de regresar de Europa con la fama de haber figurado, entre los mejores pintores cubistas. Lleno de vitalidad hacía entonces las primeras incursiones en lo que comenzaba a llamarse el muralismo mexicano.

2. Encuentro con Diego Rivera

El día en que Diego y Frida se vieron por primera vez, él pintaba trepado en un andamio, Frida irrumpió en el sitio empujada por unos estudiantes. Pidió permiso al artista para verlo trabajar y su temperamental mujer, Lupe Marín, le lanzó un insulto que Frida recibió sin inmutarse. La celosa Lupe tuvo que sonreír al reconocer el valor de la joven.

Posteriormente, un segundo encuentro se produjo en casa de la fotógrafa italiana Tina Modotti. Pero no es hasta 1928 que Frida mejora de su invalidez y se dedica por completo a pintar. Un día vio a Diego pintando un mural en la Secretaria de Educación Pública y le pidió que bajara del andamio y viera tres retratos de mujer que acababa de pintar. Diego se entusiasmó con las pinturas y Frida lo invitó a su casa para mostrarle otras.

Al siguiente domingo, Rivera tocó a la puerta de la casa azul, calle de Londres número 126, en Coyoacán. Frida lo esperaba en el jardín, silbando y vestida de overol para recalcar su condición de comunista. Poco después, hacía desfilar sus pinturas ante el visitante. Días más tarde se repitió la visita; al despedirse, el pintor besó a Frida. Ella tenía dieciocho años: Diego el doble.

Contrajeron matrimonio ante el alcalde de Coyoacán el 21 de agosto de 1929; sus propios familiares la calificaron como la unión de un elefante con una paloma. Un pulquero y un médico homeópata fueron los testigos. En la fiesta que se celebró en la casa de Roberto Montenegro, algunos dicen hizo irrupción al festejo Lupe Marín, ex mujer de Rivera para llenar de insultos a la novia y burlarse de ella. Según testigos, en un momento de la reunión se acercó a Frida para levantarle la falda y decir: «¿Ven estos dos palos? ¡Son las piernas que Diego ahora tiene en lugar de las mías!»[3].

En realidad sería una relación apasionada al igual que tormentosa, que sobrevivió las infidelidades, la presión de sus carreras, el divorcio, una segunda boda, la incapacidad de tener hijos y los amores lésbicos de Frida, quien una vez dijo: «sufrí dos grandes accidentes en mi vida... uno en el cual un tranvía me arrolló y el segundo fue Diego, de los dos este último fue el peor». Y es que el accidente del tranvía la dejo inválida físicamente y Rivera la dejo inválida emocionalmente. Diego Rivera fue para Frida todo el amor y todo el sufrimiento.

Después del accidente, los médicos le habían advertido que no intentara concebir un hijo. Ella los desobedeció. Su intento de ser madre reavivó las heridas y terminó en un fracasó muy doloroso. En tres ocasiones más perdió a los vástagos que anhelaba.

Expresaba su dolor en imágenes, como la del cuadro en que se representa a sí misma con su rostro injertado en un cuerpo de venado horriblemente lacerado por flechas. Su pintura tenía obsesivas reminiscencias de salas de operaciones, camas de hospital, planchas de granito. Un sol agónico ilumina el cuadro en que las dos Fridas, con los corazones descubiertos y unidas entre sí, dejan escapar la vida por unas venas que detienen levemente unas pinzas quirúrgicas. En otro autorretrato aparece mostrando en el tronco una columna rota, una lluvia de lágrimas en los ojos, y el cuerpo vendado y herido por mil clavos.

Cuando André Bretón, el padre del surrealismo, visitó México, quedó sorprendido con aquella pintura que reflejaba el universo íntimo de un ser poseído por el dolor, e intentó convencerla de que su pintura era surrealista, pero Frida le decía que dicha tendencia no correspondía con su arte, ya que ella no pintaba sus sueños sino su propia realidad. En Nueva York y en París recibieron a la pintora con gran entusiasmo: Kandinsky la levantó en brazos y la besó en las mejillas; Picasso, siempre avaro para los elogios, expresó públicamente su admiración ante los autorretratos de la mexicana y le obsequió unos aretes con formas de pequeñas manos. El mismo Diego Rivera solía decir que su mujer era mejor que él, pues él pintaba lo que veía a su alrededor y sus acontecimientos que lo identificaban, mientras que Frida pintaba lo que sentía, lo que le dolía, lo que añoraba y eso muy pocos tenían el privilegio de lograr plasmarlo en un lienzo. Frida se hizo célebre en París y Schiaparelli presentó en una de sus colecciones el vestido «Madame Rivera», versión de alta costura del traje mexicano de tehuana que lucía la pintora y que causó gran sensación entre la élite parisiense. Pero el que podría ser el acto más significativo del impacto de Frida en la moda de aquella época fue la portada y el artículo que a ella dedicó la revista Vogue en 1937.

3. Las traiciones

Frida regresó a México enferma. Sufría además por las continuas infidelidades de Diego. «Supongo que todo el mundo espera de mí revelaciones indecentes», dijo ella en una ocasión. «Tal vez esperen oír también mis lamentaciones, por lo que me ha hecho sufrir Diego. Pero yo no creo que la tierra sufra a causa de la lluvia»[4]. Frida había descubierto que su hermana Cristina, su constante compañera, era amante de su esposo y se dejó consumir por la amargura. Diego pensó que procuraría cierto alivio a su mujer divorciándose. Ella se opuso, diciendo que prefería el engaño a la separación. Finalmente se separaron después de trece años de matrimonio. Producto de esta tormenta fue un autorretrato en el que Frida aparece vestida de tehuana, con el rostro de Diego en la frente.

Ella se puso tan enferma que Rivera la llevó a un hospital de San Francisco. Cuando se recuperó, Diego le propuso una reconciliación. Ella «doblo las manos» y aceptó. El día en que el pintor cumplía cincuenta y cuatro años, el 8 de diciembre de 1940, volvieron a casarse. Ella lo reincorporó a su vida, consciente de cuáles eran sus defectos y con la certidumbre de seguir siendo engañada. Fue también lo bastante benevolente como para perdonar a su hermana. No sólo eso, sino que la convirtió en su máxima confidente y compañera. Prefería revelarle sus problemas íntimos a ella que a sus otras hermanas. Se cuenta que Diego, Frida, Cristina y los hijos de ésta formaron una auténtica familia. Años más tarde Diego le pidió de nuevo el divorcio para casarse con María Félix. La propia María dijo a Frida que no se preocupara: ella no tenía ningún deseo de casarse con Diego.

Resultaba imposible que Frida olvidara por completo los engaños de su marido. Inevitablemente, la pintora decidió tomar venganza de tanto que le había hecho Diego y sostuvo varias relaciones clandestinas, una de ellas con el escultor Isamu Noguchi, que llegó a México becado por el Instituto Guggenheim. Por supuesto, Rivera era celoso y como buen macho no estaba dispuesto a que su mujer lo engañara sin importar que él lo hubiera hecho antes. Diego, quien acostumbraba portar una pistola, no tardó en amenazar al escultor: «La próxima vez que lo vea, lo voy a matar». Y con esta advertencia terminó ese amor furtivo de Frida. Pero sus aventuras no quedarían allí.

León Trotsky junto con su mujer Natalia habían sido expulsados de Rusia por el gobierno de Stalin. El entonces presidente de México, Lázaro Cárdenas, les dio las facilidades para que se establecieran en México. Por supuesto, Diego y Frida coincidieron en que Trotsky sería su huésped en la casa azul de Coyoacán. Y ella no tardó en sentirse atraída por el revolucionario ruso. A pesar de que él tenía más de sesenta años, era un hombre interesante, culto y con un misterioso atractivo.

El romance se conflagró en poco tiempo, pero Natalia, la esposa de Trotsky, se enteró de la relación y cayó en una depresión absoluta, reprochándole a su marido su actitud. Obligados por esta situación, los Trotsky abandonaron la casa azul.

Frida comprendió que no podía seguir con su aventura y decidió dar por terminada su relación con Trotsky, entrando en una nueva etapa: le dejaron de importar los amoríos de su esposo y se encargaba de mantener los suyos en secreto. También se convenció de que su arte valía la pena y de que su trabajo podría darle libertad económica.

4. El decaimiento

La salud de Frida seguía empeorando: además de los dolores, la pierna derecha estaba prácticamente sin posibilidades de moverse, mientras que la mano derecha presentaba una seria dermatosis. Afortunadamente, se concentró en su oficio de pintora, logrando excelentes cuadros, entre los que destacan: Autorretrato con Diego en mi pensamiento, Pensando en la muerte, Sin esperanza, La columna rota, Diego y Frida, todos ellos reflejo del dolor que experimentaba. Con el corsé de acero no logró ninguna mejoría; al contrario: bajó tanto de peso que llegó a necesitar transfusiones sanguíneas. Las intervenciones quirúrgicas se sucedían una tras otra sin resultados favorables. En dieciséis años, los médicos le habían practicado treinta operaciones. Los dolores en la espalda comenzaron a ser insoportables. Ni siquiera las altas dosis de morfina lograban sedarla. En ocasiones debían colgarla de unos anillos de acero o con bolsas de arena atadas a los pies. Nueve meses debió estar internada en el hospital. La pérdida de cuatro dedos del pie fue algo que tuvo que soportar con estoicismo, ya que la gangrena le amenazaba. La pintora, además, tuvo que ser intervenida de nueva cuenta y esta vez los resultados fueron desastrosos; la herida provocada por el bisturí se había infectado. El cuerpo de Frida estaba cansado de luchar contra tanto dolor, y cuando le amputaron una pierna se sentía tan triste que ya no podía reír cuando Diego le contaba sus chistes habituales. Su depresión era tan fuerte que le llevó a intentar el suicidio en más de una ocasión. Recluida en su cuarto, con el corsé de yeso que había decorado con florecitas, la oz, el martillo y otras figuras de colores, contemplaba su pierna postiza y en un momento de cruel ironía decidió cubrirla con un botín rojo al que había cosido unos cascabeles.

Siguió entregando a la pintura sus últimas energías. Creó así ese paisaje agrietado en el que flotan dos desolados planetas y ella aparece desnuda sobre una camilla de hospital, con una herida en la espalda, un corsé ortopédico en el cuerpo y una banderita de papel en la mano: «Árbol de la esperanza mantenme firme», dice el letrero de la bandera.

La mayoría de los críticos especializados coinciden en que su estado de salud afectó la calidad de sus obras. Los trazos eran menos precisos y la aplicación de colores desordenada. Parece que las drogas que le fueron recetadas eran muy fuertes y afectaban sus sentidos. Además, para evadir el dolor, Frida acostumbraba beber todo el alcohol posible que estuviera a su alcance y sus esperanzas de vivir iban disminuyendo inevitablemente.

El último acto público al que asistió fue una manifestación en contra del gobierno estadounidense. La Agencia Central de Inteligencia, la CIA, había impuesto al Gral. Castillo Armas como presidente de Guatemala. El hecho indignó a los principales sectores culturales y políticos de México, y sin importarle las recomendaciones de los médicos, Frida solicitó a Diego que la llevara en su silla de ruedas. Fue un acto increíble que demostraba la entereza de esta mujer.

Frida lloraba y suplicaba que llegara la muerte. La víspera del 13 de julio de 1954 su enfermedad hizo crisis. Al anochecer dio a Diego un anillo, como regalo anticipado de sus veinticinco años de casados. Murió al amanecer de pulmonía... eso dijeron. Sin embargo, muchos vieron en su muerte una sobredosis de ánimo suicida, recordando que lo había intentado en varias ocasiones y reclamaron una autopsia, pero Diego se opuso y no se le practicó. La noticia conmocionó a los principales círculos artísticos. Se tomó la decisión de velar su cuerpo en el Palacio de Bellas Artes, donde una extensa fila de personas (aproximadamente 800) aguardaba para ver a la mujer que había encantado al mundo. Sus restos fueron quemados y sus cenizas depositadas en una urna precolombina que se encuentran en la casa azul de Coyoacán. Las últimas palabras escritas en su diario fueron: «Espero que la marcha sea feliz y espero no volver»[5].

Notas:

[1] Este trabajo se ha redactado gracias al apoyo del Proyecto de Investigación FFI2012-33998, del Ministerio de Economía y Competitividad.

 

[2] Anotación en el diario, cita según R. Tibol, Frida Kahlo. Una vida abierta. México, D.F.: 1983, p. 32; ver también Haydee Herrera, Frida. A Biography of Frida Kahlo. Nueva York, 1983, p. 11.

 

[3] R. Tibol, op. cit., p. 18.

 

[4] Anotación en el diario, cita según H. Herrera, op. cit., p. 53.

 

[5] R. Tibol, op. cit., p. 96.

 

Ensayo de Lourdes Velázquez

 

Publicado, originalmente, en: Clepsydra: Revista de Estudios de Género y Teoría Feminista, ISSN 1579-7902, Nº. 13, 2014, págs. 149-154

Clepsydra: Revista de Estudios de Género y Teoría Feminista es una revista del Instituto de Estudios de las Mujeres de la Universidad de La Laguna

editada por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de La Laguna

Link del texto: https://riull.ull.es/xmlui/handle/915/6513

 

Ver, además:

 

                               Frida Kahlo en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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