Tres hombres
Carmen Amaralis Vega

Se mira y no se reconoce, han sido manos ajenas las que le han ido dando forma. En la bruma de sus recuerdos, de vez en cuando, aparece la imagen de una niña-mujer acostada en su lecho, sintiendo un vértigo en el centro de su cuerpo, mientras aquellas primeras manos bordeaban el contorno de sus labios con la piel suave de la punta de los dedos. Así descubrió su boca, así supo que un flujo eléctrico podía apoderarse de su piel y retorcerla sobre un cuerpo extraño que decía amarla. Conoció aquellas manos de artista que supieron, con maestría, construirle cúpulas inmensas sobre sus senos pequeños, y levantar catedrales sobre su pecho.

Aquel hombre-artista fabricó glaciales, murallas, rascacielos con su frágil piel de seda, y deslumbró su vida, entre viajes y academias, entre genios y libros, con toda la belleza que un artista puede ofrecer entre sábanas y besos.

Pero todo acaba, y los mosaicos, las catedrales y el afán de sabiduría se convirtieron en pesadilla de soledades entre páginas amarillas sin vida propia.

Luego llegaron las noches de tambores y risas, de carcajadas bajo palmeras y arenas calientes. Fueron las caderas las que ardían en fuego con las palmadas frenéticas de unas manos grandes y rudas, fuertes y morenas, arrebatadas en la rumba loca de la vida. Y la mujer conoció la pasión brutal de las noches de brujerías y pasiones recias. Con fuego le marcó su alma, y clavó la lujuria en su mirada.

Pero el cuerpo se cansa y las pasiones mueren con el frío de las lunas nuevas, y la noche volvió a sus silencios, y las tinieblas del dolor arrancaron la piel, dejando un deseo de paz subir por las piernas lentas y los brazos extendidos hacia el cielo.

Ya no esperaba más, satisfecha construía ahora sus propios templos, y tejía un bordado de paz sin esperanzas. En las tardes largas subía las colinas para mirar a lo lejos una extraña luz que la llamaba. Escribía sobre su piel los recuerdos, y colocaba en su cajita de bronce sus silencios.

Pero una voz de tierra la despertó a la ilusión, musitándole al oído un poema:

"Una mujer sin compasión me dijo:
-Sírvete de mí lo que quieras,
y tanto me serví
que hoy nubla mi razón.
No sé si vivo fuera o dentro de su corazón."
[1]

Este hombre-hierba-raíz, este hombre-patria, bandera, vértigo de Sierra, manantial fresco, flor silvestre, la arrastra entre olores de miel y de canela, la humedece con las aguas tibias en tardes de brumas y quimeras. La dobla con la calma, reclinada en su hombro. Va pintando con pinceles finos cada poro, y secando sus lágrimas de poeta. Este hombre -duende reconoce y acepta a la niña-vieja cubierta de tatuajes, que sabe reír y llorar, cantar y maldecir sobre el estiércol y las flores que le ofreció la vida.

La magia del duende la envuelve, mas no sabe si vive fuera o dentro de su corazón. Aún así sigue ilusionada y viva.

[1] Versos de canción popular del grupo musical 4/40

Carmen Amaralis Vega
Gentileza de http://www.carmen-amaralis.com/ 

Autorizado por la escritora el día 20 de junio de 2008

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