"Hidrofobias" de Obed González,  por Juan Pablo Vasconcelos

Obed González, es uno de esos personajes que deben cuidar el último sorbo de ron para no estancarse en la resaca diaria. No es mal negocio el ron a las seis de la mañana, en las avenidas solitarias, si Obed deambula a tres kilómetros a la redonda. Pero si ello permita que escriba como lo hace, embriagado de los rasguños de la noche, somos más afortunados que las vinaterías.

"Hidrofobias", contrario a lo que pudiera decirse, contiene poemas que están ahogados de imágenes acuosas. El perro lame su propia lengua como si el agua fuera su único elemento, alimento de su profundo pelaje negro. Ya otros autores mexicanos: Arreola, Lizalde, García Ponce, han escrito sobre otras bestias, animales y furias. Sin embargo; el perro que deja correr Obed es una bestia sí, más una bestia enamorada, parafraseando no al clásico, sino a algún autor latino que hablaba de las vacas. Si seguimos escarbando, un zoológico literario nos recordará nuestra naturaleza animal, el afán de libertad, y con ella el cielo y el instinto como contenedores, diques, de una guerra de libertades en el reino.

Muestra de que la poesía que retoma al poeta como personaje sigue vigente, Hidrofobias confirma asimismo lo dicho por Rimbaud y Baudelaire sobre el otro y los otros; pues no excluye a ciertos entes caninos que todos llevamos dentro. Personaje de sí mismo, González aplica la fórmula del hombre lobo: "La luna sangra luz/ sobre el tronco desnudo y sin rostro"; pero también la de Frankenstein: "Me tengo que vigilar cuando me acuesto", como si de pronto el dolor se transformara en una voluntad enérgica; poco más o menos incontenible en quien los siente, sólo enfrentando eso sí, con la esperanza. Vienen los poemas de César Vallejo: "El dolor nos agarra, hermanos, hombres, por detrás, de perfil…" y en otra parte, el dolor joven, el dolor niño, el dolorzazo". Obed padece dolor por todos lados, como una noche atravesada por flechas candentes. Digo flechas por no decir versos, pues acerco más la imagen de flechas a la del hombre lobo, con sangre en la punta de los colmillos. Que a la del mismo híbrido escribiendo metáforas en medio del bosque. Sin embargo; esa parece ser la imagen que aporta Obed González en la sonoridad de los poemas. Cuando encontramos versos con excesivo sonido en las úes, no estamos ante un traspié, sino frente a un aviso: "Hay un perro húmedo en tu ventana/ se lo lleva la noche/ se lo traga un aullido".

El poeta sabe que la sonoridad va unida a la imagen y al sentido como aspirados por el mismo aullido. Este quizá sea el mérito más notable de Obed González. La sonoridad entera, el eco, el silencioso ocaso. En este ejercicio difícil y meritorio, el autor no está exento de excesos y ejercicios retóricos; más notables unos en aquellos poemas de versos cortos, y los otros, en la grandilocuencia de algunas exclamaciones: "¡Déjame ver tu hermosura!", por ejemplo, remate de poema que está precedido por otras por otras dos de lamisca índole. Sin embargo; es satisfactorio el efecto entero que Obed construye en el libro, pues como decíamos arriba, el dolor y la esperanza se enfrentan y de ello no puede fugarse el reflejo poético.

Este efecto también produce afecto al terminar de leer "Hidrofobias".

Quien puede librase del vínculo con quien es honesto. La honestidad de Obed González nos enfrenta, a veces tímida, otras desgarradas. Beethoven, aunque no sea un ejemplo del todo afortunado, de duro trato público, se ve desnudo y sincero cuando le escribe al discípulo que no lo abandona a pesar de perder su oído; después de leer algunas referencias directas de esos textos, se le siente humano y genio a la vez. En el caso de Obed, el perro dibujado navega, a pesar de su fobia, entre la dureza del término y la petición dócil, la solicitud desnuda.

A mi modo de leer, sus poemas no transmiten ningún tipo de repulsión, por el contrario despiertan un sentido de fidelidad y ligereza, como aquel que corre, va, casi vuela, lame, revira, sueña en blanco y negro, por el parque. Encuentra; dibuja, sueña a color de jacaranda en los senos de la muchacha que pasa, se diluye, escribe al pie del árbol. Auténtico gesto de quien parece un hombre.

"Hidrofobias" González, Obed, Fundación Cultural Trabajadores de Pascual y del Arte, A.C. 2001.

Juan Pablo Vasconcelos.1978, Oaxaca, México. Poeta y Licenciado en derecho. Trabaja para el Departamento de Cultura del Estado de Oaxaca. Ha publicado los siguientes libros: Los ojos de la máscara" (Ed. Letras vivas, México, 1999); "Alevosia" (Ed. Tintanueva, Colección Oscura palabra, México, 2000) "Fiebres del tacto" (Ed. Trabajadores de Pascual y del Arte A.C. México, 2001). Con este poemario ganó El Segundo Premio Nacional de Poesía "José Carlos Becerra 2001"

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