La formación humanista como alternativa desalienadora ante la crisis de valores 
De “Revelación Axiológica y Formación Humana” 
Autor: Dr. Jorge Valmaseda Valmaseda
Profesor Titular de la Universidad de La Habana, Cuba.

En los comienzos del presente siglo se ha agudizado la tendencia que preocupó a muchos sobre lo que se ha dado en nombrar como "crisis de los paradigmas sociales y humanistas" o, simplemente, "crisis de valores". Al respecto nos encontramos con opiniones como la siguiente: (…) escuchamos y leemos, hasta en los diferentes medios de comunicación: "Hay una gran preocupación por la "pérdida de valores" en la juventud actual". Hay una queja constante de que los valores trascendentes que movían a las antiguas generaciones, ya no motivaron a las nuevas y que éstas se rigen por valores superficiales, mundanos y a corto plazo[1]. Los valores humanos son los pilares sobre los cuales el hombre ha erigido su convivencia en comunidad; estos surgen de necesidades y demandas concretas de cada sociedad, para cada período histórico-social determinado. La quiebra o ausencia de estos valores puede sumir a los sujetos en un "vacío existencial" que suele ser la fuente de diversos trastornos sociales, como el alcoholismo, la drogadicción, intentos suicidas, neurosis existencial, entre otros.

 

Sin embargo, el simple hecho de no prestarle atención a la formación de una conciencia axiológica apropiada en los sujetos, sobre todo, en las condiciones del mundo actual, puede tener consecuencias terribles para la humanidad y, es precisamente en esta tesis, en la que fundamentan sus ideas muchos estudiosos que han significado que vivimos en la crisis de la modernidad. Esta etapa histórica que ha mostrado que el hombre aún no ha sido capaz de resolver problemas globales de la humanidad; -pues muchos de los fundamentos que la sustentan han perdido vigencia- ha provocado que, en este proceso, entren en crisis, junto con sus fundamentos, los sistemas de valores que constituían pilares de la civilización humana, que coexistió tanto en el régimen capitalista como en el socialista.

 

Hoy se habla en toda la humanidad civilizada de una crisis de valores. Los sentimientos que expresan esa crisis se perciben en el lenguaje de la vida cotidiana, al escuchar lamentos que indican la desaparición del deber-ser, del decoro, de las composturas y la presencia de prácticas y comportamientos violentos en la sociedad; así como la multiplicidad de actitudes transgresoras de valores y normas, que nos ponen en presencia de hablar de la anomia; esto es, de la desaparición del cimiento afectivo que garantiza la interiorización del respeto a las leyes y a las reglas de una comunidad. Al mismo tiempo, los que así juzgan el malestar ético evidente, manifiestan inconscientemente su propia desorientación en cuanto a las normas y las reglas de conducta, cuyo sentido parece haberse revertido o tornado bastante sombrío.

 

En la filosofía contemporánea la "crisis" traspasa simultáneamente la existencia de tres líneas principales de pensamiento sobre la ética, resumidas por Agnes Heller: la nihilista (basada en el relativismo historicista y la etnografía), que niega la existencia de valores morales dotados de racionalidad y de universalidad; la universalista-racionalista (de origen iluminista), que afirma la existencia de una normatividad moral como valor universal porque se funda en la razón; y la pragmática, que considera que la democracia liberal ha sido capaz de mantener con suficientes sucesos los principios morales de libertad y de justicia en lo tocante a las grandes decisiones sobre la vida colectiva. En nuestro quehacer cotidiano, recuerda Heller, somos bombardeados por los tres puntos de vista y, aunque se excluyan recíprocamente, en su presencia simultánea constituyen síntomas de lo que llamamos "crisis" de los valores morales[2].

 

Algunos procuran designar la "crisis" dándole el nombre de postmodernidad. La modernidad, nacida con la ilustración, privilegiaba lo universal, y la racionalidad había sido positivista y tecnocéntrica, evidenciado en el progreso lineal de la civilización; en la continuidad temporal de la historia; en verdades absolutas; en el planeamiento racional y duradero del orden social y político y traería aparejado el patrón de los conocimientos y de la producción económica como señal de universalidad. En contrapartida, la postmodernidad privilegiaría a la heterogeneidad y a la diferencia como formas liberadoras de la cultura; traería afianzado el pluralismo contra el fetichismo de la totalidad, enfatizando la fragmentación, la indeterminación, la discontinuidad y la alteración, y rechazando a las "metanarrativas". Esto es, a las filosofías y las ciencias con pretensión de ofrecer una interpretación totalizadora de lo real, en cuanto a los mitos totalizadores, como el mito futurista de la máquina, el mito comunista del proletariado y el mito iluminista de la ética racional y universal.

 

Una crisis es una etapa de transición de un modelo a otro o de un sistema a otro, y por tanto, un período que nos ofrece una oportunidad para actuar de modo consciente sobre la realidad u optar por dejarnos arrastrar por ella al azar. Rara vez indica el "fracaso" o "error" original del modelo o sistema del que se trate sino que, a menudo, es precisamente el resultado de su propio éxito, de donde emergen los nuevos elementos contradictorios que expresarán su obsolescencia y agotamiento[3].

 

Mucho se habla de la crisis de valores que vive el mundo. Así, no son pocos los autores y personas comunes que hablan de la preocupación que esta ocasiona a padres, educadores, funcionarios, líderes, y científicos sociales por la presencia de determinados comportamientos indeseables y algunos indicadores de cambio que sugieren prácticas deformadas en la juventud principalmente, y también en otras instancias educativas en las que, evidentemente, se observan fallos o déficit en su función socializadora.

 

Se vuelve, entonces, un desafío para la sociedad cubana desentrañar las contradicciones actuales y encontrar caminos que permitan potenciar la revelación axiológica; así como una jerarquía de ellos que no ponga en riesgo los valores altamente apreciados y conquistados por el proceso revolucionario cubano, pues la categoría valor constituye una vía teórica y metodológica que permite desentrañar los procesos sociales de permanencia, cambio y crisis, ya que los valores no son absolutos, no son dados per se y para siempre, no están desconectados de la práctica ni de la reproducción material de la vida. El análisis de los valores, por tanto, nos conduce inevitablemente a otra lectura: La interacción principios/práctica.

 

Los valores no son sólo principios. Estos se traducen en práctica en la medida que tengan una eficacia social; al mismo tiempo, las prácticas constituyen espacios de gestación de valores. Esta dialéctica de los valores entre principios y práctica nos aporta una visión esencial para el análisis de las contradicciones actuales en el terreno de los valores y del porqué hablamos de crisis de valores. La palabra crisis, en el sentido popular, se asocia a caos, debacle, destrucción o aniquilamiento; sin embargo, como se analizó anteriormente, este vocablo sugiere más que una visión apocalíptica, un momento crítico que define la necesidad de un cambio. Este cambio siempre va a ser portador de un potencial de riesgo, así como de un potencial de desarrollo humano.

 

Se trata de disminuir el potencial de evolución, deterioro, estancamiento o surgimiento de contravalores que generan los cambios, pues los valores no son un puro mecanismo reflejo de la realidad, sino que están en el dominio de las representaciones y poseen una autonomía relativa. Por ello, un modelo cultural no se desarticula necesariamente de modo instantáneo; no obstante, cuando cambia la base material se da el escenario para una crisis de valores.

 

Cuba, como país tercermundista, no ha estado exenta de vivir esta crisis de valores, pero con peculiaridades propias, ya que la crisis económica de los noventa condujo inevitablemente a la dirección de la revolución a introducir una serie de medidas de ajuste socioestructurales para atenuar sus impactos. Estas medidas dieron una mayor cobertura a las familias cubanas para enfrentar los efectos de la crisis económica, pero a la vez, han tenido un costo social que no podemos ni debemos dejar de evaluar e incidir en ellas. Es aquí donde hablamos de la crisis de valores.

 

Diversas investigaciones y/o experiencias, sobre la formación de valores, desarrolladas en Cuba, así como en otros países, han arrojado algunos indicadores o rasgos que nos permiten identificar la crisis de valores a nivel global. Los más significativos, según criterio del Dr. Luis R. López Bombino, son los siguientes[4]:

 

Crisis de sentido, de expectativas y de proyectos de vida; crecimiento vertiginoso del marginalismo conductual; incongruencia entre el discurso verbal y el comportamiento moral efectivo; crecimiento del escepticismo, la apatía, la desesperanza, del afán de lucro, etc.; crecimiento de la simulación, de la doble moral, del formalismo, de la hipocresía y del engaño…; falta de comunicación familiar, de modelos, de ejemplos; cuestiones que proliferan a escala universal y no se pueden identificar sólo en una sociedad en particular; las exclusiones, la inequidad, la injusticia, la pobreza creciente (incluida la moral y la espiritual), la destrucción del medio ambiente…; la destrucción de los valores autóctonos de cada cultura, en particular de muchos países pobres del Tercer Mundo; la globalización de los gustos estéticos; en este proceso desempeña un papel fundamental la imposición de la cultura de los países desarrollados.

 

También, sugerencias desmovilizadoras, destaca López Bombino, que surgen en el mundo ético y axiológico, que emanan de la producción intelectual de algunos autores modernos y contemporáneos y, en particular, postmodernos…; el crecimiento del racismo, cuestión que se ha agravado en el viejo continente, y en otros países desarrollados; tensiones en la convivencia entre grupos y personas. Esta dinámica provoca situaciones problemáticas, tales como: incremento de la violencia, los conflictos bélicos, las diferencias sociales y económicas, la discriminación por sexo o por origen étnico, el consumismo, el hambre, las migraciones, etc.; en muchas ocasiones, la inestabilidad económica incide y crea tensiones negativas en el medio familiar y social, creando de hecho situaciones dilemáticas y conflictivas que inciden negativamente en la conducta moral, en general, de niños, adolescentes y jóvenes…; el acoso sexual en muchas ocasiones produce un daño moral, psicológico y personal paralizante para las mujeres que lo padecen y puede convertirse en un trauma para su desarrollo espiritual.

 

Investigaciones realizadas en Estados Unidos de Norteamérica, por Thomas Lickona y desarrolladas también en otros países del primer mundo, pero extrapolables por su valor educativo a nuestros pueblos latinoamericanos, constatan como indicadores de la crisis de valores los siguientes:[5]  

 

El aumento de la violencia juvenil; la deshonestidad creciente -mentiras, engaños y robos-; la falta

de respeto creciente hacia los padres, maestros y figuras de autoridad legítimas; crueldad entre ellos; prejuicios y crímenes de odio en aumento; caída de la ética y de la moral laboral; egoísmo y valoración creciente de los problemas materiales de vida; descenso de la responsabilidad personal y cívica; conductas autodestructivas en aumento, tales como actividad sexual prematura, abuso de las drogas y del alcohol y, en algunos países, aumento del suicidio; imitación de conductas negativas, en ocasiones de pésimos comportamientos, que tienden a reproducir insensibilidad y vacío moral -además de vacío ideológico y existencial-, lo cual demuestra que la inestabilidad, en tanto contravalor, "ha seguido una ruta de crecimiento" (Julio de Santa Ana); ignorancia con respecto al conocimiento moral y la tendencia a involucrarse en conductas dañinas de sí mismos o de los demás, sin considerarlas como erróneas.

 

En nuestra sociedad, en un pesquizaje realizado por el Centro de Estudios de la Unión de Jóvenes Comunistas, bajo el Título: "De qué valen los valores", se determinaron algunas incidencias que denotan una situación de crisis de valores en la juventud. Las manifestaciones muestran que[6]:

 

Existe en algunos jóvenes la evidencia de un desequilibrio entre lo que "expresan, piensan y hacen" en su quehacer diario; incongruencia entre el conocimiento sobre el contenido de un valor social y el sentido personal que este tiene para el joven y su conducta…; la crisis no fue un fenómeno que apareció repentinamente. Sus gérmenes se vislumbraron ya desde el comienzo de 1986, observándose una dispersión de la identidad del joven, sobre todo en lo referido a sus concepciones y expresiones; se constatan conductas y actitudes negativas, sobre todo, en las que se expresa un predominio de intereses de orden material como: disponer de dinero en abundancia haciendo cualquier cosa, tener un trabajo cómodo que facilite la vida y casarse con un/a extranjero/a para solucionar los problemas y tener amigos que "resuelvan"; en este proceso ha influido en alguna medida el incremento del turismo que ha generado delincuencia y prostitución en algunos jóvenes; ha influido también, la devaluación social del trabajo (desvinculación del trabajo con la vida). Esto comienza en los años de 1986 a 1989; tendencia a la privatización de la vida y el enclaustramiento en la familia.

 

En las difíciles condiciones a las que se enfrenta hoy el país se evidencia la contradicción entre la ética del ser y la ética del tener (utilizando palabras de Erich Fromm: "Tener o Ser"). La tendencia a tener no requiere especial argumentación, fluye sola. La ética del ser requiere una formación, una preparación, una educación social y humanística de mayor envergadura, y así lo vemos: cuando el sistema de valores morales sufre duros embates afloran las verdaderas manifestaciones de doble moral y se hace necesario precisar definiciones que conduzcan hacia un código ético-axiológico determinado que fundamente la actitud social, política e ideológica en general del individuo dentro de la sociedad.

 

Lo cierto es que la educación en valores es un proceso de construcción de nuevos valores y de cuestionamiento de los valores existentes, sin que esto signifique negar su continuidad histórica. Hoy que atravesamos situaciones económicas adversas y que corregimos el rumbo de políticas, hace falta poner en claro no sólo las realidades del desarrollo de los valores, los hechos de actualidad, sino además las vías para su educación a la altura de un tiempo venidero mejor, aunque sigamos en situaciones difíciles.

 

Por eso, un pueblo que aspire a educar a sus ciudadanos, aunque sea mínimamente, en una cierta civilidad y humanitarismo, tiene que formar en ellos un conjunto de valores humanos indispensables para el normal funcionamiento de la vida en sociedad. Sin embargo, estos difíciles años de contracción económica, que han provocado en algunos, conmociones y desajustes en su sistema de valores y han dejado en no pocas personas fealdades, junto a virtudes y cualidades antes conquistadas, han provocado mellas a este proceso.

 

Resulta imprescindible analizar que nos desarrollamos en una coyuntura difícil, interna e internacionalmente. Todo esto produce una fragmentación de valores y por muchos esfuerzos que se hagan, este fenómeno se sigue expresando en la conciencia de los hombres; por eso, toda época excepcional, y la nuestra no es un caso aislado, lleva aparejada una estrategia para enfrentar las contingencias y lograr estabilidad. En este sentido, es necesario comprender que en la sociedad se expresan dos niveles de valores: unos son los deseados, programados, proyectados, es decir, los que el Sistema Nacional de Educación quiere promover; otros son los valores actuantes, que son los que regulan, realmente, el comportamiento de los individuos.

 

El problema se da cuando los valores deseables trascienden el sistema de necesidades del individuo, dejando de ser operantes para convertirse en contenidos externos, formales, que de ninguna manera propulsan el comportamiento del sujeto. Esta situación deja las puertas abiertas a la doble moral, a un ejercicio dicotómico entre el comportamiento que el individuo debe asumir desde lo exigido socialmente y el comportamiento que asume desde lo individual para resolver las necesidades más personales y perentorias.

 

La formación de valores no puede desarrollarse si absolutizamos, en este proceso, sólo el hombre que aspiramos, pues estaríamos pensando en el deber ser de este problema. La solución de esta cuestión comienza por partir del hombre que tenemos, sin dejar de aspirar al ideal de hombre que necesitamos. Se trata de un proceso largo y complejo, de evaluación de virtudes y defectos, de lo conquistado y de lo que falta aun por lograr, de errores y defectos por subsanar en este camino, porque no debemos ver la realidad tal y como la deseamos, sino tal como es.

 

El crecimiento personal presupone el desarrollo integral del individuo en todas sus potencialidades, aunque en este crecer tiene mucho que ver las potencialidades de la sociedad, o las de un grupo social determinado. Por eso, la formación de un valor específico, o la de un sistema de valores más amplios, ya que así operan en la vida social, no es un don o favor de la naturaleza, sino un resultado de la educación y la cultura que recibimos, en determinados contextos de actuación.

 

Ello sucede así, porque los valores son, en definitiva, expresión de las múltiples posibilidades que posee el hombre de elevarse espiritualmente, es decir, de crecer en el orden moral y humano. "¡Valor, siempre valor! No hay virtud ninguna sin esa cualidad. ¡Valor para vencer nuestra pereza! ¡Valor para resistir a los malos ejemplos! ¡Valor para aspirar a una perfección, a la que nunca debemos dejar de aspirar, sino se quiere perder toda nobleza!".[7]

 

Es imprescindible desarrollar valores que calen los distintos resortes y fuero interno del hombre, que estos sean realmente asumidos por los distintos sujetos, que las personas se impliquen en ellos, en términos motivacionales y afectivos; evitando en este sentido los posibles formalismos que puedan surgir y encontrar su expresión en esta sensible esfera que es, precisamente, la formación de valores en las nuevas generaciones y en otros sectores sociales.

 

Es por ello que afianzar y formar valores dirigidos hacia lo interno del hombre, es potenciar los recursos espirituales y culturales que poseen los distintos sujetos sociales, considerados también en términos de a largo plazo. Por eso, dar el lugar que merecen estos valores, es además, una tarea apremiante del sistema educacional, porque con ello estaremos desarrollando valores tan vitales como la verdad, la bondad y la belleza, sin los cuales el verdadero hombre no puede vivir dignamente.

 

Otro aspecto de vital importancia radica en el hecho de no querer tomar en consideración la incidencia de la esfera axiológica y apoyarse en el supuesto de que las necesidades y las formas de conducta de índole más elevada son aprendidas y carecen de base genética. En este sentido, los científicos conductistas, así como los postmodernos, entre otros, han rechazado el estudio de los valores en la medida en que tal punto de vista no va de acuerdo con los datos observables y carecería de pertinencia científica.

 

El hecho mismo de no considerar la posibilidad de estudiar científicamente los valores, no sólo debilita a la ciencia y a los científicos que se apoyan en tal concepción, sino que además le impide lograr un desarrollo pleno, dejando, en este caso, a la humanidad abandonada al dominio del relativismo ético. Lo anterior ejemplifica el peligro de una ciencia que pretenda operar libre de valores, ya que sin fines éticos, una sociedad o un grupo social, tendrá que esperar de hombres como Eichmann, Hitler y George W. Bush.

 

En vez de relativismo ético-cultural, quiero sugerir que existan normas básicas, fundamentales, que trasciendan al total de la especie y sean humanas en toda su plenitud."Sin tales pautas, simplemente, careceríamos de base para someter a crítica, digamos, al nacional-socialista de la Alemania de Hitler"[8], pues la carencia de normas sociales y morales o el no tener en cuenta éstas, nos conducirían a elogiar la anomia o anomía, concepto sociológico (al que hicimos alusión anteriormente) formulado por el teórico social francés Émile Durkheim[9], que significa la ausencia de normas en el individuo.

 

El sociólogo italo-argentino Gino Germani estudió el fenómeno de la anomia, que dividió en objetiva (anomia psicológica) y subjetiva (anomia estructural). Para Germani, la causa principal de este fenómeno es el cambio rápido de estructuras (de generación, ecológicas, culturales, sociales), la carencia de normas o el conflicto con las vigentes. La anomia en una sociedad o grupo social puede originar reacciones patológicas en los individuos, como el suicidio, el crimen, la delincuencia o la prostitución.

 

Lo anterior nos reafirma que la ciencia es también un tipo específico de valor social y moral, en tanto es de utilidad para algo y se pone al servicio de alguien. "El discurso ético (...) ha de adaptarse a las necesidades y carencias de los tiempos y las sensibilidades. Es un discurso racional, puesto que es humano, pero también porque es humano, no ha de prescindir de los sentimientos"[10]. Al satisfacer necesidades e intereses humanos, la sociedad, las clases y los sistemas sociales le conceden determinado grado de interés e importancia al desarrollo de la misma ciencia.

 

Las innovaciones tecnológicas, los descubrimientos científicos, modifican el ambiente en que viven los hombres, mutan objetivamente sus relaciones, porque no es posible olvidar que detrás de la máscara de la abundancia y de la dilapidación se muestra la pérdida y la opresión de los débiles por los más fuertes, y se muestran también nuevas y temibles injusticias que traen, por consiguiente, elecciones decisivas de las cuales dependen todas las demás. "La escasez que vuelve a asomar en el planeta provocará temibles experiencias de pérdida e inevitablemente, nuevos movimientos, nuevas ideologías (...)".[11]

 

Por tanto, es perfectamente comprensible que para nada sirve elogiar la indiferencia en esta esfera, pues una sociedad no puede vivir sin valores, y es por esta razón que se preocupa por formarlos. Esto precisamente explica que "mientras haya humanidad, mientras haya historia, habrá también desarrollo axiológico"[12]. Valores como el colectivismo, la organización, la independencia, la honestidad, la honradez, la responsabilidad, la laboriosidad, la solidaridad e internacionalismo, el patriotismo y el antimperialismo, se hacen imprescindibles aun en los tiempos más cruentos y turbulentos.[13]

 

En el ámbito educativo hay que estar atentos a las sugerencias desmovilizadoras que emanan de ideologías vacías de contenido como el postmodernismo, pues de un tiempo a la fecha, cada vez más, estudiosos del tema han enfocado su reflexión hacia un clima de desengaño, por lo que para muchos ha sido el fracaso del proyecto optimista de la modernidad, cuyas cosmovisiones apoyadas en la idea del progreso indefinido del hombre por su poder mismo, plantearon un mejor e inmediato futuro. En este sentido, el término postmodernidad hace referencia a la pérdida de confianza en la razón, prácticamente deificada por la ilustración; el desencanto frente a los ideales científicos, tecnológicos y sociopolíticos que se quedaron en espera de su realización; el individualismo que se complace en su contemplación y se recrea en el hedonismo.

 

En tiempos de desencanto y melancolía en que se plantean múltiples retos a quien busca comprometerse con la obra educativa, es incuestionable que la postmodernidad recrea un ambiente cuya nota predominante es el desengaño por la constatación del fracaso de la modernidad que provoca un estilo de vida escéptico, pluralista, pesimista, individualista, donde se requiere de la existencia al minuto, esto es sin pasado, y con un muy estrecho margen de futuro, como tendencia al margen de toda moralidad.

 

"La postmodernidad se percibe en las conversaciones, las iniciativas, los proyectos, el arte, los mensajes de los medios de comunicación y, de manera significativa, en los salones de clase: desinterés, vacío, apatía y un trastocamiento valorar que apuesta por lo inmediato (...) el bombardeo es tan impresionante que el desengaño ha hecho mella en los valores y condiciona que se apueste por nada. La labor del educador muchas veces parece arar en el agua"[14]. En el ámbito de la reflexión ética, su regla suprema es: "se vale lo que me agrada no se vale lo que no me agrada. Nada está prohibido".[15]

 

Como bien puede comprenderse la "(…) degradación ética está en el vórtice del drama postmoderno, se observa en el caos intelectual de la sociedad internacional contemporánea, en la tendencia a la fragmentación y la atomización espiritual del hombre que se esconde tras la ilusión globalizadora"[16]. Por eso, este sacudimiento que ha experimentado el mundo conduce a la necesidad imperiosa de una redefinición continua de lo que se considera esencial, es decir, una búsqueda de aquello que se convierte en medio adecuado para lograr algo.

 

En cierto modo, podría afirmarse que si existe algo que caracteriza a nuestra época es precisamente la búsqueda de lo que tiene valor; por eso, la crisis de los valores que hoy nos caracteriza debe ser comprendida, ya que se debe a una búsqueda constante de lo nuevo, que nace del constante progreso científico-técnico y económico y, a su vez, de la fragilidad de aquellas cosas que hasta ayer se juzgaban esenciales y que frente a la prueba suprema del tiempo hoy no superan el examen actual.

 

Este proceso transcurre por distintas vías, es decir, por el estímulo en descubrir cosas que poseen valor por sí mismas y por la necesidad de ver el carácter cambiante de algunos valores que ya no resisten la prueba de los nuevos tiempos y que se hace necesaria su sustitución por otros. Pero aquí no podemos olvidar que los momentos de crisis, representan también momentos de peligros y de oportunidades, pues no existe la continuidad ciega, lo que significa que crecemos dialécticamente a base de experiencias, de abandono y de conquistas.

 

Lo cierto es que un proyecto socialista como el nuestro requiere desarrollar, continuamente, un proceso de clarificación, precisión y fundamentación sobre cuáles son los valores deseables para defenderlos a cualquier precio y, sobre esa base, determinar las estrategias que conduzcan a ¿cómo formarlos, según la ética humanista, la ética del ser? En este sentido, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, ha sentenciado: "(…) crear valores y sentimientos solidarios en el ser humano es una tarea esencial de los educadores. Si hemos logrado desarrollar una enorme capacidad de resistencia, ha sido por el capital humano cultivado. De modo que formar valores como el respeto, la comprensión, la solidaridad, y la unidad, confirman la idea martiana de que "juntarse" es la palabra de este mundo…".[17]

 

En este sentido, no perdiendo de vista que toda educación es moral y que el contenido moral de la misma tiene como función esencial el desarrollo de valores que orienten lo más justo y más humano posible entre los hombres, hay que educar a los niños, desde temprana edad, en el respeto por normas y valores que han sido y son conquistas históricas del progreso moral de la humanidad. Educarlos en valores como la honestidad y la solidaridad[18], pues desde los primeros grados es imprescindible ampliarles el horizonte de su mundo interior, del amor en lo perdurable, en el cultivo de su espiritualidad, hermandad y humanitarismo.

 

No obstante, la formación de valores, a nuestro Juicio, no puede verse a través de ciclos o grados escolares aislados, aunque tengamos que reconocer que puede poseer especificidades propias en distintos niveles de enseñanza. Se trata de un proceso que se inicia en la familia; se extiende con marcada fuerza a la institución educativa, donde el niño comienza a revelar valores y sentimientos elementales de convivencia grupal y social de acuerdo a sus años de vida; pero se trata, además, de un proceso que se extiende como tendencia a toda la vida del hombre, pues éste siempre está abierto a influencias positivas o negativas, sin excluir, claro está, la influencia de modelos (padres, maestros, figuras políticas, pensadores) y la decisiva aportación del arte, la literatura y los múltiples medios de difusión masiva en su conjunto. Estos últimos se convierten en transmisores y modeladores de un estilo de vida específico.

 

Sin embargo, cabría significar que, desde el punto de vista teórico, y desde el ámbito psicológico (Piaget y Colberg), los valores surgen hacia la edad juvenil, pues forman parte de la concepción del mundo, al tratarse, precisamente, de una motivación moral tardía. Aceptamos este criterio por su importancia práctica, pero no perdemos de vista la significación que tiene educar en valores desde las edades más tempranas, donde se comienzan a cimentar las cualidades positivas que luego se revelarán en conductas. Hay que recordar que la labor educativa debe envolver en su proceso un ambiente apropiado de ejemplaridad y acción individual. Es una obra donde la familia, la escuela, los educadores, los educandos y los demás elementos devienen en condición indispensable de este proceso, si es que se quiere lograr algo más que una simple capacitación. Por eso, el descubrimiento, la incorporación y la realización de los valores constituyen tres fundamentos básicos de la obra educativa, que se concretan en su revelación en conductas.

 

Por tanto, para tratar el asunto de los valores, desde nuestro punto de vista, no podemos proponer una disciplina o asignatura específica, ya que el mismo debe ser tratado de forma transversal por profesores capacitados que personifiquen los valores que transmiten, pues el mundo de los valores puede servir de guía a la humanidad en el logro de sus aspiraciones de paz y fraternidad y por la misma razón, servir al individuo en sus deseos de autorrealización y perfeccionamiento humano. Los temas transversales, que constituyen el centro de las actuales preocupaciones sociales pueden considerarse como el eje en torno al cual debe girar la temática de las áreas curriculares, pues adquieren, de esta manera, el valor de instrumentos necesarios para la obtención de las finalidades deseadas, tanto por el cuerpo docente, como por los discentes.

 

Uno de los primeros pasos para transformar los temas transversales en ejes estructuradores de aprendizaje es la adecuación de los objetivos y de los contenidos establecidos en el currículo escolar, en cada etapa, a la realidad educativa de la institución escolar. Para lograr eso, es preciso, previamente, ponerse de acuerdo sobre cuál es esa realidad educativa, que en sentido general está marcada por el ambiente sociocultural predominante en el medio del cual proceden los estudiantes y que determina sus necesidades educativas más inmediatas.

 

La tarea resultante de ambos ejes es el soporte que torna posible la construcción de un proyecto curricular en una programación de contenidos coherentes y significativos, donde la formación de valores sea un tema transversal nuclear, impregnado o insertado en otros temas transversales y en todas las demás disciplinas curriculares que tomemos como punto de referencia[19]. En este caso específico hemos seleccionado las asignaturas del tronco común de humanidades o ciclo básico, correspondiente a la modalidad de la municipalización de la educación superior, por corresponder al perfil donde desarrollamos nuestra docencia, donde hemos validado la propuesta y, también, por ser el eslabón propedéutico de la cadena formativa en este modelo pedagógico de continuidad de estudios universitarios, que se centra en el estudiante.

 

De lo planteado anteriormente se deduce que en el ciclo básico de este modelo pedagógico, no se puede pretender formar especialistas en las diferentes materias o disciplinas curriculares, entiéndase en Filosofía y Sociedad; Gramática Española; Psicología General y Social; Historia de Cuba; Taller de Redacción y Estilo; Metodología de la Investigación o Computación, ya que ninguna de estas constituye una finalidad en sí misma, sino que todas ellas son medios para conseguir otras finalidades. No obstante, no siempre estas finalidades son conseguidas, porque con excesiva frecuencia, estas asignaturas no logran perder el carácter de finalidades en sí mismas, heredado del espíritu que caracterizaba a la ciencia clásica.

 

De esta manera, debe quedar claro que las materias curriculares, son instrumentos a través de los cuales se pretende desarrollar la capacidad de pensar, de comprender y de manejar adecuadamente las nociones del mundo que nos rodea. Cuando esto es olvidado y ello se convierte en finalidades en sí mismas, se descontextualizan y se distancian del universo real, pasando a recibir un tratamiento semejante al que nuestros antepasados les concedían.

 

No obstante, si estos contenidos se estructuran en torno de ejes que revelen la problemática cotidiana actual y que, incluso, puedan constituir finalidades en sí mismos, se convertirían en instrumentos cuyo valor y utilidad pudiera ser evidenciado por los propios estudiantes. Tal es así, que en este modelo pedagógico de continuidad de estudios superiores, saber filosofía, por ejemplo, no puede ser una finalidad en sí misma; sin embargo, no podemos decir la misma cosa con relación a la formación de la persona defensora de la paz, que luchen por la igualdad de los derechos, que respeten las diferencias o que sepan mantener a sí mismas y a las personas que le rodean en un buen estado de bienestar mental y físico. Los temas que apuntan a la consecución de estos objetivos pueden diversificarse en zonas de interés, alrededor de las cuales pueden ser trabajados todos los contenidos de las áreas curriculares; pues la vinculación entre las materias transversales y los contenidos curriculares dan un sentido a estos últimos que los hacen aparecer como instrumentos culturales valiosísimos para aproximar lo científico a lo cotidiano.

 

Una revisión del punto de vista de la formación humana, de la formación social, de la formación intelectual, de la formación profesional y de la formación ciudadana, por citar solamente los ejemplos de los temas trasversales expuestos en el esquema que aparece en el anexo no. III, proporcionará otras perspectivas -coincidentes en muchos puntos- que permitirán determinar las necesidades educativas prioritarias para obtener la adecuada inserción social y el bienestar personal de los estudiantes en las instituciones docentes.

 

Después de establecer estas prioridades conviene estipular objetivos a corto y mediano plazos para responder a las más importantes necesidades detectadas, seleccionando una estrategia metodológica que permita evaluar si los objetivos fueron alcanzados al final de los plazos previstos y si hubo modificaciones en las conductas y actitudes de los estudiantes[20]. Por eso, lo fundamental para el análisis y realización de las actividades de estudio de las cualidades positivas que cristalizan los valores, es el método que empleemos, ya que aunque cambien los contenidos de las mismas, las tareas y el nivel de enseñanza, se sigue siempre con el mismo enfoque[21].

 

La aplicación de la estrategia propuesta es relativamente simple. En suma, se trata de abandonar los esquemas antiguos, pues hemos repetido con alguna razón que los mayores proclaman que esta juventud está inmersa en una crisis de valores, ya que el punto de referencia está anclado en la concepción de la identidad que éstos recuerdan y ahora no encaja ese punto y las ofertas modernas les son ajenas. Por tanto, la conclusión es lógica, "se han perdido los valores y ellos son los culpables".

 

El mundo valorativo de los adultos, estaba dado por la vinculación al núcleo familiar, el amor filial, la religión, el amor patrio, las normas de urbanidad y educación que trasmitía, en la escuela, la cátedra de moral y cívica; los cuales eran ciertamente sus puntos de recuerdos, propios de sus contextos de actuación, pero que ahora se transforman en sujetos desconocidos de su marco referencial. Se presiente que ha existido un paso de la cultura familiar modelada por rubros de carácter moral religioso a una secularidad ajena de su mundo y bautizada, en este caso, por el fenómeno de la globalización.

 

Es una nueva manera de revelar los valores en la contemporaneidad, porque nacen y se desarrollan en el encuadre que ofrece el mundo moderno y que hace que muchos afirmen que los valores se han perdido y que vivimos en una sociedad ausente de sentido axiológico, lo cual sería, no sólo un absurdo, sino un suicidio, al pensar que podemos subsistir en un medio que no tenga normas, cualidades o principios y, por demás, que los jóvenes, que son el presente y el futuro inmediato, coexistieran en la anarquía de la inexistencia.

 

En fin, los valores no se pierden, se debilitan, se transforman y lo hacen dentro del contexto de desarrollo que se les ofrece como marco. La crisis se ha originado cuando evaluamos la pérdida de los valores en los jóvenes, y sólo los comparamos con los valores e identidades de nuestra época. Sin embargo, pretender que en su totalidad, el marco axiológico de los adultos en la actualidad, o los valores que les sirvieron de referente en su adolescencia tengan valor actual, resulta casi imposible.

 

En los momentos actuales, tiempo de globalización neoliberal y enajenación progresiva, el tema "Revelación axiológica y Formación humana", debe constituirse en contenido prioritario de la reflexión y los discernimientos teóricos y prácticos. Su incorporación a los programas curriculares deviene necesidad insoslayable. Por supuesto, no para regodearnos en él, sino para tomar conciencia que su revelación es un problema cultural complejo, que hay que cultivarlo como hacemos con un árbol para que dé frutos lozanos.

Notas: 

[1] Celis, G. (1991): "El aprendizaje y los valores". En: Revista Umbral XXI, No. 6, pp. 48-51. Editada por la Universidad Iberoamericana, México, D.F.

[2] Heller, Agnes (2002): La "crisis" de los valores morales. Citada por Marilena Chaui en: Ética. Compañía de las letras. Editora Schwarcz Ltda., Sao Paulo, pp. 345-346.

[3] Blanco Gil, J. A. (1999): "III Milenio. Una visión alternativa al futuro". Editado por el centro Félix Varela, La Habana, p. 126.

[4] Luis R. López Bombino (2004): El saber ético de ayer a hoy. Editorial Félix Varela, La Habana, t.I, pp. 158-159.

[5] Lickona, Thomas (1995): Educación del carácter. Instituto de Fomento e Investigación Educativa, IFIE, A.C., México, pp. 139-140.

[6] Véase el análisis de Molina, Matilde et. Alt. (s/f): "De qué valen los valores". En: Revista Temas No. 15 pp. 65 – 73.

[7] Pellico, Silvio (1980): Citado en Antonio Moreno. Diccionario del Pensamiento Universal. Unión Tipográfica, Editorial Hispanoamericana, México, p. 1102.

[8] Maslow, A. (1990): "Los Valores". En: Frank G. Gogle en la Tercera Fuerza. Editorial Trillas, México, p.106.

[9] En su obra La división del trabajo social (1893), Durkheim postuló que la anomia o anomía es el mal que sufre una sociedad a causa de la ausencia de reglas morales y jurídicas, ausencia que se debe al desequilibrio económico o al debilitamiento de sus instituciones, y que implica un bajo grado de integración. En El suicidio: un estudio sociológico (1897), analizó la relación del individuo con las normas y valores de la sociedad en la que vive, y su aceptación e interiorización. Para Durkheim, la anomia es mayor cuando los vínculos que unen a los individuos con los grupos sociales o colectividades no son fuertes ni constantes. Los trabajos de Durkheim influyeron en la sociología estadounidense, especialmente en Robert K. Merton, quien identificó la anomia con la desviación (véase Desviación social), conflicto que sufre el individuo ante la contradicción que surge entre los fines o metas que se ha propuesto y los medios existentes, en función del lugar que ocupe en la estratificación social. Merton define cinco modos de adaptación: conformidad (aceptación de fines y medios), innovación (rechazo de los medios), ritualismo (rechazo de las metas), rebelión (rechazo de ambos, pero con una propuesta alternativa) y retraimiento (rechazo de ambos sin propuesta alternativa).

[10] Op.cit., (10) p.11.

[11] Alberoni, F. (1994): Las razones del bien y del mal. Editorial Gedisa, México, pp. 193-194.

[12] Heller, A. (1985): "Valor e Historia". En: Historia y Vida Cotidiana. Editorial Enlace-Grijalbo, México, p. 31.

[13] VER ANEXO NO. I.

[14] Regil Vélez, José R. (s/f): "¿Educar en la Postmodernidad?". En: Revista Umbral XXI. Editada por la Universidad Iberoamericana de México. pp. 72-73. Ver Además, las pp. 74- 75.

[15] González Cossío, L. y Elcoro, S.J. (s/f): "Juventud, Postmodernidad y Religión". En: Ibídem, pp. 78 y sig.

[16] Hart Dávalos, A. (1997): "La Integralidad". En: Juventud Rebelde. La Habana, p. 6.

[17] Ver castro Ruz, Fidel (1999): "Cuba demuestra que en Educación se puede hacer mucho con muy poco". Pedagogía ´99. En: Granma Internacional, citado por Sara Más y Baldía Rubio, p. 4.

[18] VER ANEXO NO. II.

[19] VER ANEXO NO. III.

[20] VER ANEXO NO. I.

[21] VER ANEXO NO. IV.

Jorge Valmaseda Valmaseda

De “Revelación Axiológica y Formación Humana”

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