La última noche con Viki 
Por César Valdebenito

Tratándose de Viki, lo curioso no está en su oficio de secretaria, sino en lo sexual. En su casa hay pornografía por todas partes. Y cámaras expuestas a plena vista. Ella me muestra las cintas de las fiestas. Sus amigos merodean por el exterior y miran por las ventanas. En su trabajo la miran de reojo. Incluso, hay veces en que ven cosas y se excitan. Lo cual viene a ser una agradable distracción en su mezquino y feroz trabajo. Le hace bien y les hace bien. A todo el mundo le hace bien. 

A casa de Viki vienen niñas de doce años. Se visten de putas callejeras y pueden proceder hasta de quinientos kilómetros a la redonda. Todo el mundo, incluido el púber con cara de zángano de la plaza, anda en busca de diversión. 

Viki dice: “Si te van las orgías, ven conmigo.” Viki dice: “Desde que llegaste tú las mejores orgías de Chile se montan aquí.” En casa de Viki puedes hacer todo lo que se te pase por la cabeza. Asesinatos: no, pero si mucha droga. Puedes mamar un pene, puedes masturbarte, puedes mirar imágenes cochinas o tu propia figura en el espejo mientras eres empalado por algún tipo, puedes no hacer nada. Aquí viene lo mejor de lo mejor. También lo peor. Ahora, todos somos viejos amigos. Vente a la orgía, Patricio: así verás el Sumo Apocalipsis de la Vida. La última noche se une a nosotros una chica alta y esbelta. Lleva una minifalda que le llega al ombligo, se nota que no usa calzón por que se le ve la pelambrera de la vagina. El maquillaje le recubre el afilado rostro de pájaro. Tiene los ojos grises, como de gato, y una sonrisa que emite señales.

-Sé quién eres –me susurra.

-¿Y quién eres tú?

-No sé. Ni siquiera tengo la impresión de existir.

Y añade, para el gordito, semi borracho, que esta a su lado:

-¿Existo yo?

-Te presento a Rosa –me dice Viki-. Tiene las mejores piernas de Concepción. Y te las está enseñando. Por lo demás, no, no existe.

El gordito se acerca a Rosa, le hace una reverencia palaciega y le toma la mano. Es un gordito insignificante. El gordito le esta susurrando algo al oído. Ella lo aparta con un gesto. Pongo mi mano en la pierna de Rosa. Rosa se queda mirando el techo con los ojos inyectados en sangre, como si yo fuera un depravado. Rosa dice:

-Eres un ignorante, un vago, un egoísta. Un consumidor chileno de mierda. Tus amigos son autenticas nulidades, el típico hombrecillo al que van dirigidos los anuncios de automóviles. De lo único que hablan es de cómo ser un gran artista antes de los veinticinco años… sin trabajar, claro. Me imagino que, cuando estabas en el colegio, alguien ha dicho la palabra artista delante de tus padres, con admiración y respeto. Te oigo recitar de memoria los nombres de los titanes del negocio del arte y me dan ganas de rebanarte el cuello. Pero eres un soltero gorrón, y tienes toda la pinta de que una mujer te va a llevar a cuestas para siempre. Se supone que estas escribiendo día tras día, pero no creo que conozcas ni de nombre lo que significa terminar una página.

Se hace el silencio. Viki me defiende. Viki dice: “todo el mundo lo adora.” Rosa arremete, señala que me vaya a la mierda e insinúa que ahora mismo se va a ir a vivir con su madre y que no va a volver nunca, porque (según ella) me paso muchísimo de hijo de puta y de falso y de exigente.

-Pues vete, Rosa, ahora mismo: yo te pago el taxi -le contesto.

Pero claro, Rosa se queda muda y Viki explica que la madre está fuera del país y anda un poco majareta, y allí hace un frío que pela, de modo que, en vez de marcharse de la casa de Viki, para nunca más volver, a los cinco minutos está en el segundo piso tirándose al gordito. Cuando me cabreo le aseguro a Viki:

-Rosa es un encanto.

-No hagas chistes baratos.

-Lo que soporto bien es la hipocresía. La farsa. La negación de nuestros falos. La falta de parecido entre la vida como yo la he vivido en la calle, que es todo sexo y hacerse pajas y pasarse el día entero pensando en vaginas y, lo que algunos dicen que debería ser la vida. Cómo montárselo… ésa es la cuestión. Lo único que de verdad importa. Y sigue importando. Da miedo pensarlo, por las dimensiones que alcanza la cosa. ¿Por qué negar el permiso de existir? ¿Qué se supone que deberíamos hacer? ¿Mentir? Hay estadísticas. Se están produciendo cambios fundamentales. A mí, en mi condición de erotómano hipersexual, ninguno me parece suficiente. Todo va demasiado lento. Pero, así y todo, durante la última década la producción chilena de semen ha subido gracias a un pequeño segmento de la población. Claro que de eso no te vas a enterar leyendo los diarios de circulación nacional. El hombre de la calle, se queda mirando las conejitas Playboy y, ¿qué es lo que ocurre? Que son inaccesibles, son mujeres que nunca se las pondrán a tiro. Pues qué bien. Una paja, y a la cama, a dormir con la esposa.

Ese era todo el problema. La casa de Viki era tremendamente agradable. Allí podía vivir la diferencia entre la fantasía infantil y la realidad. Y yo era un fanfarrón sexual católico que amaba la realidad. 

-Hoy casi todas las mamadas las practican hombres casados –creo que dije.

Dos semanas atrás, Rosa llego a Concepción, procedente de Santiago y ya habíamos tenido una gresca furibunda.

-Tiene toda la tristeza de su raza, y un espléndido par de tetas –le aseguré a Viki, delante de Rosa.

Era una asquerosa bromita de psicópata, pero a Rosa no la puso nada feliz.

-¡A mí me vas a hablar de bromas asquerosas! ¡No se te ocurra insultarme, intelectual de mierda! ¡Un farsante, eso es lo que eres! ¿Cómo te atreves, y en nombre del Arte más elevado estoy segura que no tienes corazón en el pecho, hijo de perra? Yo en la vida soy cien veces mejor que tu, cara de culo. Lo sabe todo el que me conoce. Detesto la violencia. Detesto los insultos y el sufrimiento. Lo que está sucediendo en este país, ahora mismo, me da náuseas. Más vale que te pongas en marcha y deprisa.

¿Cómo se habría comportado Neruda? ¿Y Celine? ¿Y Carver? En mis tiempos de universidad siempre me planteaba estas cosas. Mejor preguntarse qué habría hecho Bin Laden o Rasputin o un adorable, pero descontrolado asesino en serie.

por César Valdebenito

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