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La mariquita (o vaquita de San Antonio) [1]
cuento infantil de Carmen Umaña Quirós
marialibropoesia@gmail.com

 

Érase una vez una linda mariquita que, aburrida de la monotonía de su vida... se fue a recorrer el mundo.

Ella pensaba que habría más allá del horizonte, muchos sueños tenía. Decidió irse esa noche, por lo que no durmió, esperando la madrugada en forma impaciente, la cual,  al fin llegó.

Al otro día, sin decir nada, se marchó a conocer el mundo, planeando su destino, sus padres no comprendieron porque su hija se había marchado, si ellos solo cuidados le habían brindado. La amaban, estaban asustados por la niña que de su lado se ha marchado. Decía su madre: ella no comprende los peligros que nosotros hemos enfrentado. Con los ojos humedecidos contemplaron el día que declinaba, muy angustiados porque su hija no regresaba.

La mariquita siguió su camino, alejándose más de la familia, por los verdes senderos bajo el azul cielo, con el radiante sol como único testigo. Llega la noche, el momento de descansar. Solo la cubre la fresca brisa y el manto negro de la noche. Sueña con un mundo que no conocía.

Cuando la noche llegó a su final, mientras el amanecer inicia, el sol asoma, tímidamente, despacio, su carita soñolienta, entre las copas de los árboles.

La mariquita siguió su camino, alejándose más de la familia por los verdes senderos bajo el azul cielo. Al llegar la noche va a descansar: cubierta por la fresca brisa y el manto negro que la va ganado al cerrar sus cansados ojitos. Cruzaron sus sueños, envolventes, un mundo que no conocía, pero que la hacía fantasear.

Cuando la noche llegó a su final, mientras el amanecer inicia, el sol, lentamente, asoma su carita soñolienta, pero feliz, entre las copas de los árboles.

Se levanta, con nuevos bríos, y sigue el camino. Palpita su corazoncito, al no saber que encontrará al seguir la ruta que se ha trazado. Se acercó a unos sembradíos, sorprendida miraba, cuando, de pronto, un animal se acercó con un líquido esparciéndolo.

Ella empezó a toser, sentía que la vida se le iba… no podía mover las alas, las sentía mojadas, estaban entumecidas. Sintió miedo, se dijo “no he venido hasta aquí para morir por un poco de agua de este bicho feo que tiene solo dos patas”. Se escondió debajo de una hoja donde se sentía protegida, pero no podía volar, sintió como caía mientras el bicho, que no era más que el hombre fumigando los plantíos...seguía en su faena.

Ella tropezó al caer, encima de un ciempiés.

-“Y tú, mariquita, ¿qué traes conmigo?" - le dijo enojado.

-Nada, responde. Imagínate que el agua que derramaron me turbó, me siento mareada y por eso me caí.

–“¿Y qué haces aquí?

-“Es que mi mamá se enoja al verme salir a pasear entre las hojas. Se pasa regañándome y yo quiero mirar el mundo. Llévame en tu espalda”. ¡No! amiga, yo estoy agobiada porque ya no aguanto los pies. Tengo que buscar zapatos por doquier, para ponerme en los pies y si no encuentro, entonces los pago para que los hagan con hojas de laurel”.

–Acompáñame por favor – está bien, pero un rato nada más.

 

La mariquita con su nuevo amigo siguió bajo el radiante sol.

Al rato de caminar, pensó que todo le parecía igual.

De pronto quedó atrapada en una telaraña. Solo esto me faltaba, venir hasta aquí para acabar atrapada por una araña malvada que me quiere comer… ¡ ah no,!” esto no puede ser. Ayúdame, ciempiés.

Toma una de mis patitas y déjate caer. Así escapo de una muerte cruel. La araña la vio partir pensando: ¿qué iré a comer.?

Siguió el camino que ya la estaba asustando.

Se adentraron en el profundo bosque. Llegaron las penumbras, bañaron la noche y en la oscuridad se abrasaron.

En el firmamento la luna brillaba. La pobre mariquita solo pensaba en lo sola que se sentía… el viento arrastraba las hojas que lastimaban su cuerpo.

De los ojitos, dos gotitas se escurrían. Estaba arrepentida. No durmió, porque el temor no la dejó.

El día llegó, el sol trataba de escurrirse entre las ramas para llegar a la tierra, pero los árboles eran demasiado frondosos y el sol no llega, el frío ella lo sintió.

Pensó: cuánta razón tenían sus padres al tratar de persuadirla de no irse de la casa, en sus pies pequeñas bombitas se formaron, por el largo camino que estaba recorriendo, pero pensó,  con firmeza: ¡no renunciaré! Seguiré.

Asustada, pero no quería renunciar a lo que soñaba, se consolaba dándose ella misma ánimos. Tratando de dormir en el bosque, de pronto un murciélago el cual le dio un susto, el brinco que dio que hasta una alita se rompió, más pesar le dio y el miedo se acumuló. Al fin amaneció, se levantó con el mismo temor con el cual durmió. Siguió su camino, entre cascadas y raíces, el ciempiés le preguntó: ¿has pensado en volver con tu familia? No, dice ella, rotundamente.

No me rindo, aunque se lamenten mis pies y sienta el sol quemando mis alas, seguiré adelante con lo que empecé.

También se encontraron con el grillo que tocaba su violín, este se incorporó y le dijo: “vuelve a casa” y desapareció entre los matorrales, sin esperar repuesta. El ciempiés le sugirió que quizás lo mejor sería volver junto a sus padres. Ella lo miró y dijo, con firmeza: ¡seguiré!.

Siguieron adelante, ella comprendió que no debió dejar a sus padres, ni olvidar sus raíces donde había nacido. En la dulce compañía de los que quería.

Cómo añoraba  el árbol aquel, su preferido, donde, en otoño, podía mirar las estrellas ... extrañaba su hogar, pero le dio vergüenza volver atrás.

-Este nuevo mundo no es lo que yo imaginaba, es desconocido para mí, se dijo. Estoy cansada, con el ala rota, mojada, pensaba que pronto moriría, aleteaba, pero sus alas mojadas y maltratadas no se abrían

-Los consejos de mis padres debí escuchar, pero ¡necia de mí!... Trató de escudriñar el terreno, las patitas se desgarraban en el suelo, repentinamente cayó, vencida, ante la naturaleza con un sonido sordo, el rechinar de las hojas al caer le hizo comprender su realidad. Agitadamente, mientras registraba su historia en los rincones, se quedó dormida, invisible, ante la naturaleza que la acogió.

En los ojos estaba el llanto que brotó ante el ardor provocado por la quemadura del sol que recibió en la frente y la espalda. Encorvada quedó por el esfuerzo que había realizado.

El ciempiés desapareció brevemente. Luego volvió entre las penumbras donde se escribía los misterios de la naturaleza, escudriñando en la oscuridad, sin entender. Mientras, se esforzaba por mitigar el inmenso dolor por los enredos que ella misma había planteado en su vida, olvidando a los que quería..

-Le dolía el abandono en que dejaría a la amiga que por una aventura vino a conocer. Pero el ciempiés dijo “Yo, volveré con mi especie, ya más aventuras no tendré, si no acabaré como mariquita muerta y tragada por la tierra que la vio nacer.

Mientras, los padres esperan a su hija amada. Llegaron las grises canas, pero su hija no regresaba.

En las noches miraban el sendero por donde su hija desapareció.

En las grietas de aquellos rostros cansados heridos por el dolor, al no saber nada de mariquita. La atmósfera estaba demasiado triste. El frío envolvió a aquellos padres, que se doblaron bajo el peso de la tristeza. El viento sopló, el crepúsculo asomó, una suave llovizna se dejó sentir, la luna que iluminaba abriendo una puerta que mantenían cerrada, lanzaron una mirada al cielo, dijeron adiós a aquella hija que, en el fondo... sabían que no verían más.

Nota: [1] Su nombre común varía según la especie y el país. Los más habituales son: mariquita, vaquita de San Antonio y vaquita de San Antón en Argentina; mariquita, chinita, en Chile; mariquita en España, Puerto Rico, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Perú, Paraguay, Honduras, Costa Rica y Nicaragua; sarantontón o sanantonito en las Islas Canarias; o catarina en México y, por último, San Antonio en Uruguay.

cuento infantil de Carmen Umaña Quirós
Del libro "La niña que soñó"
marialibropoesia@gmail.com

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