Urdimbre (novela), Buenos Aires, de Belgrano, 1981. 

“Estar Hecho de palabras”
Beatriz Sarlo

Todos hemos sentido, alguna vez, la compulsión y también el placer de saltar por encima de las páginas, ir derecho hacia el desenlace de una novela, deslizarnos sobre las descripciones como superando los obstáculos inoportunos que separan un nudo argumental del siguiente . Todos sabemos lo que es recorrer un libro suspendidos, por así decirlo, de las articulaciones de la trama, sin detenernos en la piel, en los artificios del lenguaje.

Pero hay libros que no admiten esta lectura afiebrada por las peripecias. Libros que imponen su “régimen”: no saltear nada y, sobre todo, no saltear ninguna palabra; libros que repelen ese deslizamiento feliz e irresponsable, como si nos estuvieran diciendo: estoy hecho sólo de palabras; mi materia es la lengua, mi sentido está allí, no es más que su recorrido. Lo que quiere decir: léanme según el régimen en que fui escrito, miren mi superficie, allí estoy yo por entero.

“He recorrido torsos con las manos, con las puntas de los dedos, suavemente, como queriéndome ejercitar para un tacto mayor. Me he complacido yo en un aprendizaje, donde he puesto la mayor de las dedicaciones”, se lee en Urdimbre de Noemí Ulla, y esta frase parece indicarnos de qué manera este texto lento y bello quiere ser leído.

Articulado en cinco amplios fragmentos que a su vez están armados con textos breves, Urdimbre es una historia de sensaciones. Está primero la sensación casi material de la lengua. El texto ha sido seducido por la lengua en que está escrito, se le entrega, y le es tan fiel que no la sacrifica a nada. Le proporciona, sí, el cañamazo de tenues fantasías, imaginaciones, recuerdos. Urdimbre se enreda en la lengua. “Yo estudiaba las provincias – me costaba leer Jujuy y decía Jujuí ”; cambia las vocales, juega con rimas: “Se dirá que su cuerpo está llena de consonantes, y vocales”; baraja fragmentos dispersos que el lector puede leer como un verso, como el resto de una canción: “entonces no supe si debía cantar o contar. Primero dije cantar. Los otros se horrorizaron. Después, la otra, me habló de contar. Y la vocal se me confundió”.

Después están las sensaciones de un cuerpo, o de los cuerpos, porque sería difícil decir que en Urdimbre habla un yo individual, desde un cuerpo encerrado en sí mismo. Este cuerpo del relato se muestra, esquivamente, en la historia de su placer y de su sufrimiento. Placeres y dolores mínimos, casi podría decirse antiargumentales: un dedo que se tuerce, el roce de una tela, la sensación de que una ropa cae o ajusta donde es debido, olor de flores y de plantas, de condimentos, manos, vértebras, cabellos. Y los cuerpos ajenos, cercanos o extraños, que en Urdimbre nunca son cuerpos completos sino partes, superficies de piel, miradas. A veces no son siquiera realmente cuerpos sino zapatos, trajes, sombreros, sustancias que, como el talco en uno de los relatos, se interponen entre la mano y el cuerpo que aquella toca. Dispersos en Urdimbre , algunos relatos nos tienden una especie de trampa o de remanso, donde la narración se parece más a lo que habitualmente leemos como tal. Dos o tres de estas ficciones son equivocas; ¿qué nos quieren decir? ¿Qué nos quiere decir la historia del masajista ciego, que se incline sobre sus clientes, ambiguamente? y ¿qué nos quiere decir esa historia, especie de homenaje a Felisberto Hernández, de los dos músicos de segunda categoría, dos artistas en gira por las provincias, en teatritos tan mezquinos como su destreza?

En realidad, no nos quieren decir otra cosa que la que dicen: ésta es una historia sin explicación, sin, personajes (en el sentido habitual del término, casi sin historia, aunque en el las la gente sufra, se ame, se muera, se traicione.

O, más bien, nos quieren señalar una libertad que se toma la literatura: ser libre respecto de lo que llamamos la narración, la intriga, la continuidad del, argumento, la estabilidad de los personajes. Ser libre, incluso, respecto de la unidad de los sujetos, de las experiencias, del pronombre de primera persona, ese yo que recorre toda la Urdimbre , pero que finalmente no sabemos quién es, cómo es, cuál es su historia. El libro nos quiere decir exactamente lo que nos dice, lo que en él leemos palabra por palabra.

Sin duda, Urdimbre pide también un lector libre. Esa es su poética. ¿Y su moral? Texto de mujer, Urdimbre afirma – como, de otra manera, muchos de los cuentos de Silvina Ocampo – la perspectiva de una escritura femenina, de una sensibilidad femenina. Quizá allí sea su moral abiertamente explícita. el derecho a hacer de esa sensibilidad, de esa flexión particular del lenguaje, una literatura. Noemí Ulla nació en Santa Fe. Ha publicado una novel a y varios ensayos sobre Borges, Macedonio Fernández, Di Benedetto, Silvina Ocampo, Urdimbre es también un tejido de ecos, recuerdos, sombras de estos escritores. Se crea así un espacio literario que duplica el espacio irreal de algunas de las ciudades amadas: Rosario, Montevideo, Santa Fe, Buenos Aires.

Beatriz Sarlo
Clarín , 17 de diciembre de 1981.

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