Centenario de Adolfo Bioy Casares [1] La invención y lo real por Noemí Ulla
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Evocar el centenario del nacimiento de Adolfo Bioy Casares, quien mereció el premio Cervantes en 1990, es recordar a un escritor fecundo, autor de novelas y de cuentos, uno de los autores argentinos traducido a diecinueve idiomas, sumamente atento a la conservación y claridad de nuestra lengua, alguien que, si bien adhirió hacia la mitad de su creación literaria al uso de las expresiones coloquiales, tema tan considerado en sus conversaciones con Jorge Luis Borges y con Silvina Ocampo, fue después un firme defensor de las mismas y uno de los grandes estudiosos del libro y la literatura. Evocar a Bioy es, al mismo tiempo, la ocasión para recordar a uno de los amigos más queridos que descubrí luego de diez años de haberme trasladado a vivir a la ciudad de Buenos Aires. Una firme y profunda amistad nos unió entonces, al poco tiempo de iniciar un diálogo literario con Silvina Ocampo que se convirtió pronto en amistad, gracias a un episodio que me es grato recordar. Una tarde Bioy, abriendo la puerta del escritorio de Silvina donde trabajábamos, un poco a la manera de los tímidos en forma traviesa e impulsiva, interrumpió nuestra charla para dirigirse a mí diciéndome: “¿Te quedás a comer?”. Muy sorprendida asentí y, a partir de aquella noche, lazos de mutua simpatía y coincidencias culturales llegaron a unirme a esta pareja en una inquebrantable amistad. Puedo decir sin duda que Adolfito, como llamábamos a Bioy en el círculo de la familia y de los amigos, fue alguien que estuvo a mi lado en momentos difíciles y decisivos. De modo tal que recordar este año el centenario de su nacimiento es para mí una ocasión vinculada al riquísimo prisma de su personalidad, en el que intentaré revelar algunos rasgos de su obra literaria. Nacido en esta ciudad de Buenos Aires de la unión de Adolfo Bioy y de Marta Casares, el 15 de septiembre de 1914, año del estallido de la Primera Guerra Mundial y fallecido también en esta ciudad el 8 de marzo de 1999, tuvo una vida muy intensa, poblada de viajes que enriquecieron su imaginación y afectos que colmaron su felicidad. A los diez años realizó su primer viaje a Europa, viviendo largo tiempo en París. Descendiente de franceses del Béarn por su abuelo paterno, quedó siempre ligado a esas tierras que visitó en 1949 y en 1954, llegando a vivir en Pau un tiempo prolongado de 1970 junto a Silvina y su hija Marta. Esas tierras del Béam merecieron su evocación, así como la del poeia Paul-Jean Poulet (1867-1920), originario de Pau, cuyo libro Les Contrerrimes fue lectura de cabecera. Homenajeado de manera especial en diversos relatos de Guirnalda con amores (1959) y en el cuento “Todas las mujeres son iguales”, Paul-Jean Toulet inspiró el nombre de Faustine, protagonista de La invención de Morel, como reconocimiento a la amada del poeta francés, “la mujer con la cual está hablando continuamente Toulet”, al decir de Bioy en nuestro libro Conversaciones con Adolfo Bioy Casares[2]. Fue amigo de Jorge Luis Borges desde 1932, a quien conoció en casa de Victoria Ocampo en un episodio muchas veces evocado, pero nada mejor que registrar aquel momento en palabras del mismo Bioy que le oí decir en 1990 en un homenaje a él realizado en Salto Oriental (Uruguay): “El día que nos conocimos con Borges había un visitante ilustre en casa de Victoria, y Borges me preguntó cuáles eran los autores que yo prefería. Hablamos de ese tema y Victoria se impacientó. Nos dijo: -‘No sean... -una palabra que empieza con eme-... hay un visitante ilustre, tienen que atenderlo’. Borges se ofuscó, ya tenía mala vista, tropezó con una lámpara, fue un oprobio aquello y se quedó enojadísimo. Ese mismo tropiezo lo acercó más a mí y volvimos a Buenos Aires hablando de libros”[3]. Fue así como una suerte de lámpara de Aladino selló entonces la amistad de los dos invitados a aquella reunión. Conoció a Silvina Ocampo dos años después, y abandonando los estudios de Derecho inició con ella y con Borges un vigoroso y peculiar camino estético, que los llevó a realizar la Antología de la literatura fantástica, la primera que se llevó a cabo en el país sobre narraciones imaginarias y, en la actualidad, primer testimonio público de su unión en la literatura junto a Silvina y a Borges. El año de 1940 de la publicación de esta Antología es también el de su casamiento con Silvina Ocampo y el de la publicación de la primera novela reconocida por Bioy, La invención de Morel, posterior a cuatro libros que decidió olvidar, prefiriendo en la narrativa este género que se inscribe en la doble tradición de lo fantástico y la ciencia ficción, “novela acerca de la novela, donde se revisan los presupuestos de la ficción y se defiende su carácter de artificio”, a juicio de la investigadora cordobesa Pampa Arán de Meriles[4]. En 1941 La invención de Morel recibió el Primer Premio Municipal de Literatura, y es, asimismo, el año en que Bioy publicó, junto a Silvina Ocampo y a Borges, la Antología poética argentina. Son estos los tiempos de Manuel Peyrou, Carlos Mastronardi, Xul Solar, Eduardo Mallea, años en que finaliza la Guerra Civil española y comienza la Segunda Guerra Mundial. Son también los tiempos de José Bianco, Rodolfo Wilcock, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Armonía Somers, Felisberto Hernández, entre otros escritores de ese fecundo momento de nuestra cultura en el Río de la Plata. Por el mismo tiempo, entre la estancia cordobesa de las hermanas Ocampo “La Reducción”, el campo de los Bioy “Rincón viejo”, situado en Pardo, en la provincia de Buenos Aires, y la marplatense “Villa Silvina”, la vida de la pareja Bioy-Ocampo transcurrió casi en su totalidad dedicada a leer y escribir, con la frecuente visita de Borges, con quien Bioy publicó los relatos policiales Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942). La lectura, uno de los ejercicios que con toda constancia llevó a Bioy a actualizarse en el conocimiento de la narrativa contemporánea publicada en el país y en el extranjero, fue al mismo tiempo el impulso para diálogos y comentarios críticos con sus colaboradores habituales, Silvina y Borges, de lo que ha dejado prueba el libro Borges, fuente de diversas polémicas, pero también testimonio en sus mejores momentos de las incesantes charlas de los tres escritores amigos. A propósito de esto, en el homenaje a la obra de Bioy celebrado en Leipzig en el año 2000, del que participé, Alfonso de Toro confirmó y desarrolló el significado que tuvo la lectura para nuestro escritor afirmando: “Bioy Casares introduce -junto con Borges- en los años 40 una literatura autorreferencial y define en forma nueva la relación autor-lector. Leer significa escribir, escribir es una relectura y la lectura se transforma en una reescritura. Literatura como literatura (cfr. también Fort, 1988:188). Con esto establece Bioy Casares tesis poetológicas centrales de la teoría literaria y del concepto de literatura e inicia una nueva práctica literaria que tan solo en los años 50 y 60 será descubierta y desarrollada por el nouveau román y por el grupo Tel Quel[5]. En efecto, el reconocimiento de su valor crítico tiene lugar en el año 1945, cuando Bioy ocupa junto a Borges la asesoría de la editorial Emecé y ambos comienzan a dirigir hasta 1955 la colección de novelas policiales “El séptimo círculo”, publicando traducciones de novelas de la escuela policial inglesa. Este año de 1945 coincide con la aparición de su novela Plan de evasión (Emecé, 1945). Hacia 1950 los cineastas Leopoldo Torres Ríos y su hijo Leopoldo Torres Nilsson, filman El crimen de Oribe, sobre el relato de Bioy El perjurio de la nieve (Emecé, 1944), donde una historia situada en la Patagonia le hace oponer la quietud y el aislamiento de General Paz en Chubut, a la actividad y la exasperación de la ciudad de Buenos Aires. De la profusa obra de Bioy, a la que me he referido ya en otro espacio, y a la dimensión que la misma suscitó, me parece necesario destacar los primeros estudios que le dedicó Ofelia Kovacci en 1963 en el libro Adolfo Bioy Casares. Si tenemos en cuenta el contexto universitario de los años sesenta, decididamente prescindente en el aprecio de la narrativa de Bioy, resulta muy auspicioso el aporte de la investigación y la reflexión critica de nuestra reconocida académica. El señalamiento de la fantasía y el proceso de la desrealización en la construcción narrativa, su carácter visual a través de la fotografía, los espejos, los reflejos, nos llevan a considerar la búsqueda de Ofelia Kovacci como de inusual estima. “Borges y también Bioy me enseñaron a tomar prestado de la novela de misterio y el cuento fantástico un sentido de la forma y una libertad de imaginación -afirma el escritor español Antonio Muñoz Molina- Enseñaban con su ejemplo y con las lecturas hacia las que conducían: Chesterton, Stevenson, igual que Rubén Darío había conducido a Verlaine”[6]. La tendencia descriptiva de Bioy, que impresiona de manera cinematográfica en el lector, puede observarse en una de las novelas que exhibe con mayor amplitud la lectura de Stevenson, Dormir al sol (1973), lectura e influencia que él mismo no ha dejado de reconocer. Y a propósito de la mención del sol en el título de esta novela, habría que destacar la presencia de la claridad en los ambientes, en los edificios, en las calles, en toda la narrativa de Bioy, donde los personajes aparecen siempre regidos por la luz solar. Sobre uno de los recursos de esta hermosa novela, el del doble, la profesora Susana Regazzoni hizo muy interesantes aportes a la concepción del mundo narrativo de nuestro escritor, centrado en la figura del doble: “Como se sabe, la temática del doble en Adolfo Bioy Casares remite a la idea perseguida por el político y economista Auguste Blanqui en su obra L'éternité par les astres (1871), donde se discute acerca de la repetición de mundos contiguos. El mismo Bioy Casares escribe en Guirnalda con amores: ‘El mundo es inacabable, está hecho de infinitos mundos, a la manera de las muñecas rusas (Bioy Casares, 1959-70). Algunos años después, en 1991, publica un libro de cuentos con el título Una muñeca rusa donde continúa con la misma idea ampliándola a la mujer, constituida de un infinito número de mujeres, cuya dificultad reside en encontrar la verdadera, la única”[7]. La figura de Diana convertida en otra Diana por el doctor Samaniego de la novela Dormir al sol, tan propio de una joven habitada por los deseos de otra, recuerdan, en breves rastreos intertextuales, el cuento de Silvina Ocampo “La casa de azúcar” (La furia, 1959), donde la joven Cristina, poseída por Violeta, es internada también como el personaje Diana de Bioy, en una clínica frenopática. Intercambios, lecturas, búsquedas, diversos seguimientos y huellas de las tramas narrativas, no dejan de confirmar ese anhelo del constante intercambio con Silvina Ocampo y con Borges en el universo de la creación. Me gustaría afirmar una vez más que Bioy, tanto como Silvina coincidieron, quizá sin saberlo, con las teorías de Theodor Adorno y de Georg Lúkacs, al concebir la literatura como una forma de conocimiento. Ante el desconcierto que pudiera experimentar un joven lector frente a la generosa y fértil obra narrativa y ensayística de Adolfo Bioy Casares y ante aquellas reticencias que en algún momento intentaron reducirlo ideológicamente, bastaría recordar una sola novela, El sueño de los héroes (1954), donde a través de dos personajes, el joven Emilio Gauna y el caudillo “falso doctor” Sebastián Valerga, se descubre en el contexto político de los años veinte del siglo pasado, el vacío que suele adueñarse de una sociedad, cuando la ignorancia de muchos hace reinar el autoritarismo de unos pocos. Solo el nítido significado de esta excelente novela alcanzaría para celebrar el centenario del nacimiento de Bioy en la cultura de nuestro país. Notas: [1] Comunicación leída en la sesión 1367 del 24 de abril de 2014, al cumplirse el centenario de su nacimiento. [2] NobmI Ulla, Conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Corregidor, 1990 y 2000, p. 83. [3] Nelson Di Maooio, Marosa di Gioroio, Fenando Loustaunau, Juan Carlos Leoido, Carlos Pelleorjno. "En diálogo con Adolfo Bioy Casares”, en De ¡a amistad y otras coincidencias, Adolfo Bioy Casares en Uruguay, Lisa Block de Behar e Isidra Solari de Muró, Centro Cultural Internacional de Salto, Academia Nacional de Letras del Uruguay, Montevideo, Uruguay, 1993, pp. 116-117. [4] Pampa O. ArAn de Meriles, María del C. Marbnoo, M. Candblaria de Olmos, La estilística de la novela en M. M. Bajtin, Córdoba, Narvaje editor, 1998, pp. 127 y 154. [5] Alfonso de Toro, “Breves reflexiones sobre el concepto de lo fantástico de Bioy Casares en ‘La invención de Morel’ y ‘Plan de evasión’ ‘Hacia la literatura medial-virtual’, en Homenaje a Adolfo Bioy Casares: Una retrospectiva de su obra, Alfonso de Toro / Susana Regazzoni (eds.), Madrid, Iberoamericana, 2002; Frankfurt am Main, Vervuert Verlag, 2000, p. 144. [6] Antonio Muñoz Molina, “Descubrimos que el espafiol podía ser un idioma transnacionar, Revista Zoma 3, aflo 3 n.° 3,2011, pp. 269-270. [7] Susana Reoazzoni, “El doble en la obra de Adolfo Bioy Casares”, En Homenaje a Adolfo Bioy Casares, op. cit., p. 166. |
Biblioteca Adolfo Bioy CasaresBiblioteca Nacional Mariano Moreno 1 dic 2022
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por Noemí Ulla
Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXIX, enero-junio de 2014, Nº 329-330
Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras
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Adolfo Bioy Casares Letras Uruguay
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