La invención de otra realidad [1]

A cincuenta años del fallecimiento de Felisberto Hernández

por Noemí Ulla

Felisberto Hernández nació en Montevideo en 1902 y murió en la misma ciudad el 13 de enero de 1964. En el año de su fallecimiento, el profesor y crítico uruguayo Ángel Rama, invitado por el Doctor Adolfo Prieto, viajó a la ciudad de Rosario para dictar el seminario «Enfoques sociológicos de la literatura» ante los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, entre quienes me encontraba. Fuera de su programa, en una despedida que se hizo en casa de la escritora Gladys Onega, autora del valioso ensayo La inmigración en la literatura argentina (1982), Rama nos habló con detenimiento del escritor que acababa de fallecer, contando anécdotas de su vida, a las que se agregaba una verdaderamente insólita para los argentinos de entonces: las que habían sido sus cinco esposas lo habían acompañado en el velatorio para despedirlo, lo que despertó aún más nuestra juvenil inquietud.

Felisberto, como se lo recuerda en el vecino país, fue uno de los destacados cuentistas uruguayos, famoso por la originalidad de su imaginación y por la sencillez de su sintaxis. No deja de ser extraño que Ángel Rama, internacionalmente conocido por la valoración de la literatura testimonial o comprometida, como se la designó a partir de Jean Paul Sartre, haya exaltado la condición particularmente imaginativa del singular escritor. No solo de la condición especial de los cuentos de Felisberto habla este reconocimiento, sino de la amplia actitud crítica del profesor Ángel Rama, que del mismo modo tuvo en cuenta a escritores que exaltaron la fantasía, como Armonía Somers, Marosa Di Giorgio, Luis S. Garini. Asimismo, debemos recordar que por iniciativa suya la editorial Arca de Montevideo comenzó la publicación de las obras completas de Felisberto Hernández desde 1967 hasta 1970. Mario Benedetti, partidario también de la literatura del testimonio, pronosticó ya en 1961 el éxito de Felisberto con estas palabras: «Es posible que, paulatinamente, Felisberto Hernández vaya interesando a un número creciente de lectores; acaso esos lectores se den cuenta de que no se trata de un escritor que reside en las nubes, sino de alguien que viene, con su personal provisión de nubes, a residir en nuestro alrededor»[2].

De igual modo nuestro escritor conquistó la aprobación de otros críticos, que fueron contribuyendo con el tiempo al aprecio de su narrativa, con la sutileza y profundidad de los estudios de José Pedro Díaz, quien reconoció en justa medida el progreso de aquel escritor joven que desconocía o prescindía de las formas convencionales de la construcción sintáctica, hacia aquel cuyo dominio de la sintaxis significó un evidente pasaje hacia la corrección, sin que lo abandonara la originalísima fuerza de su fantasía.

Alberto Zum Felde afirmó que Borges y Felisberto Hernández tuvieron la primacía del cuento fantástico en el Plata. Hacia los años ochenta, en una de nuestras charlas, comenté a Borges este reconocimiento, y de inmediato precisó: «Felisberto Hernández tiene cuentos muy lindos». Recordaría Borges la revista Papeles de Buenos Aires, que los hijos de Macedonio Fernández, Adolfo Ladislao y Jorge Mariano Fernández, editaron desde 1943 hasta 1945, revista donde Felisberto había colaborado y en la que, en agosto de 1944, dio a conocer el fragmento inicial de Tierras de la memoria, una de las primeras obras que escribió, interrumpió y volvió escribir, según reveló Paulina Medeiros. Esta escritora fue autora del libro Felisberto Hernández y yo, testimonio de las cartas que Felisberto y ella intercambiaron, libro de imprescindible prólogo que enriquece el conocimiento de la personalidad del escritor[3].

Y me es grato recordar asimismo la breve y magnífica definición que dio del escritor, cuando la entrevisté en Montevideo, la pintora Amalia Nieto, su segunda esposa, discípula del destacado escultor y teórico de arte Joaquín Torres García[4]: «Felisberto era sorprendente, como si cada día inventara la vida».

Influencia notoria ejercieron en nuestro joven escritor las clases que dictó el filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de Montevideo, al iniciarlo en el conocimiento de diversos métodos especulativos, como el del filósofo norteamericano William James, del francés Henri Bergson, del naturalista británico Herbert Spencer. Estas lecturas críticas, realizadas bajo la tutela del profesor Carlos Vaz Ferreira, a quien dedicó su libro Fulano de tal (1925), marcaron notoriamente los primeros cuentos de Felisberto y condicionaron la recepción de su lectura. Desde los años en que incluí en mi Tesis de Doctorado[5] la primera narrativa de Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández sobre el uso de la escritura coloquial en los años treinta, nos hemos preguntado muchas veces por la aguda resistencia de lectura que acompañó al joven escritor Felisberto en sus primeras obras, pues abundaban en coloquialismos y otros registros orales que despertarían la aquiescencia del lector: la repetición, como en los relatos de los niños, las formas populares de connotación al sustantivar el adjetivo con artículo definido, como «los gordos», «los cuerdos», «el consagrado», etcétera.

Agrupada entonces en posiciones bien concluyentes del lenguaje, la literatura uruguaya se definía entre criollistas, hispanistas y lunfardistas, en tanto que los primeros libros de nuestro autor, constituían aún una escritura marginal. Años más tarde, el mismo Felisberto, al realizar un análisis de sus primeras narraciones, observó: «Mis cuentos fueron hechos para ser leídos por mí, como quien le cuenta a alguien algo que recién descubre, con lenguaje sencillo de improvisación y hasta con mi natural lenguaje lleno de repeticiones e imperfecciones que me son propias»[6]. Esta referencia del escritor a la necesidad de trasmitir en forma oral sus cuentos coincide con la afirmación del lingüista Georges Vignaux, quien observó que «el texto no es únicamente reflejo o máscara de los pensamientos del autor, sino también producto de circunstancias exteriores como las del lugar que suscita el énfasis y la selección de las ideas a partir de la interacción orador-auditorio»[7]. Sin embargo, a pesar del incentivo y de la colaboración del público, como se revelará con claridad en el hermoso cuento «Nadie encendía las lámparas», el uso de un pensamiento muy abstracto y un constante llamado a la reflexión, no contribuyó al comienzo a facilitar su lectura. «Tal vez no haya en el mundo diez personas a las que les resulte interesante y yo me considero una de esas diez», confesó en 1929 su maestro, Carlos Vaz Ferreira, como lo recuerda la ensayista uruguaya radicada en Francia, Profesora emérita de la Universidad de Lille, Norah Giraldi de Dei Cas[8], quien en su niñez fue alumna de piano de Felisberto Hernández.

Y en efecto, pueblan el primer libro Fulano de tal ejercicios de «lógica viva» semejantes a los de Lógica viva[9],, de Carlos Vaz Ferreira, es decir, el planteo directo de problemas, que constituye la base de la escritura felisbertiana de entonces. En la entrevista que realicé en Montevideo[10]  a la ya mencionada escritora Paulina Medeiros, una de las parejas de Felisberto Hernández, ella dijo textualmente lo que sigue:

Felisberto escribía como en la escuela de Vaz Ferreira, sin dar finales definidos, de ambiente poético, no tenía límites precisos. Fue incomprendido, leía sus cuentos para círculos pequeños y tenía allí eco. Se hablaba de él cuando vino de Francia... Leyó apasionadamente a Freud. Kafka también fue un autor que leyó antes de irse a Europa. Le costó leer América.

En cuanto a las lecturas de Felisberto, su cuarta esposa, Reina Reyes, educadora y legista a quien entrevisté en Montevideo[11], habló extensa y gratamente:

Leía poco. Sus lecturas eran fragmentarias. Le gustaba leer sobre las relaciones entre las palabras y el pensamiento. Leía Spranger, Psicología de la edad juvenil [libro marcado por Felisberto y conservado por Reina Reyes]. Leía Georges Gurdorf, La découverte de soi [Presses universitaires de France; libro leído por ambos en unas vacaciones, que contiene la crítica al freudismo, al monólogo psicoanalítico]. Otro libro de filosofía muy leído por Felisberto, tal vez antes de casarse conmigo fue Modos de pensamiento, de Alfred North Whitehead [Losada], donde Felisberto subrayó todo lo referente al lenguaje, como el capítulo I, «El impulso creador».

También Ricardo Pallares recuerda la lectura de ese último libro de Alfred North Whitehead, intensamente subrayado y obsequiado a aquel poeta por Reina Reyes[12].

Cuatro textos reúne su libro Fulano de tal: «Prólogo», «Cosas para leer en el tranvía», «Diario» y «Prólogo de un libro que nunca pude empezar». Es fácil observar la semejanza del segundo título del texto con Poemas para leer en el tranvía (1922), de Oliverio Girondo, poeta que leyó con placer los cuentos de Felisberto y uno de los que alentaron, tanto como el poeta franco-uruguayo Jules Supervielle, la publicación del libro Nadie encendía las lámparas en la editorial Sudamericana de Buenos Aires[13], que sucedió a la edición de Montevideo del mismo libro, en 1946[14].

La amistad con el autor de Débarcaderes y Gravitations, el poeta Jules Supervielle, fue un hecho crucial en la vida y el éxito literario de Felisberto, quien en un momento confió más en la crítica de sus textos realizadas por el poeta que en los comentarios de la escritora Paulina Medeiros, firme lectora de los manuscritos felisbertianos[15]. Como señaló José Pedro Díaz, los distintos puntos de vista de Jules Supervielle y de Paulina Medeiros, en tanto lectores críticos de Felisberto, se agudizan a partir de 1944: Paulina Medeiros consideró por entonces a Felisberto representante de un mundo decadente y refinado, al mismo tiempo que rechazaba sus opiniones, tan diferentes, en el campo de la política. Quien así opinaba, autora de varias novelas y libros de poesía, había organizado manifestaciones femeninas de protesta durante la dictadura de José Gabriel Terra en 1936, lo que fue motivo de su encarcelamiento y su emigración a Buenos Aires por un tiempo[16].

En 1947 Felisberto Hernández se encontraba residiendo en París, cumpliendo con una beca del gobierno de Francia, propiciada por el poeta Jules Supervielle, quien lo presentó en la Sorbona con elogiosas palabras, que Felisberto agradeció con su gracia habitual. Un estudiante leyó luego el cuento «El balcón» y a los pocos días, la poeta uruguaya Susana Soca, citando una frase de Roger Caillois —«l’écrivain plus original de l ’Amérique du Sud»—, se refirió a Felisberto en las radios de París[17]. Es fundamental recordar que Susana Soca fue fundadora en París de la revista literaria La Licorne (1947-1961) y que en el primer número de dicha entrega figuraron el poema «Genese», de Jules Supervielle, «escrito en el Océano Atlántico de retorno a Francia luego de terminada la guerra»; una traducción al francés del cuento «El balcón», de Felisberto, y el cuento de Borges «Tlón, Uqbar, Orbis Tertius», escrito en la ciudad uruguaya de Salto en 1940, muy probablemente en la residencia de su primo, Enrique Amorim[18]. Felisberto estuvo dos años en Francia, encerrado sin escribir, según afirmó Reina Reyes.

Entretanto, aparecía en Buenos Aires, en 1947, el libro Nadie encendía las lámparas, comentado brevemente por Arturo Sánchez Riva en la revista Sur, donde reconocía: «Este libro de cuentos se impone a fuerza de talento literario»[19]. Más de veinte años después, el autor suscitaba la admiración y la obligada lectura de algunos escritores y de los aspirantes a escritores de la ciudad porteña de las décadas de los sesenta y setenta, que apreciaban los valores de la imaginación felisberteana frente a la modalidad del testimonio.

Para situarnos en la historia literaria de entonces, respecto de algunas contradicciones y extremismos de interpretación, nada mejor que recordar las conclusiones de Germán Rozenmacher en 1973, olvidadas cuidadosamente a partir de esa fecha:

Tengo la sospecha de que nuestra generación de autores y escritores se ha visto resentida y perjudicada por una mala interpretación de lo que se llama «literatura comprometida». Después de un período de literatura «literaria» (la línea Borges-Cortázar) viene un reflujo, en el que de muchas maneras estamos implicados nosotros, o yo, o una parte de mí que me gusta y no me gusta. Y viene el impacto de lo que está pasando fuera de mí (y de nosotros) con toda su fuerza: el 55, el 60, el 65, de cómo el país sigue al descubierto[20].

También en su tiempo así lo entendió el invalorable cultor de la fantasía Italo Calvino, al presentar la traducción de Felisberto al idioma italiano Nessuno ascendeva le lampade, situándolo fuera de toda clasificación y encasillamiento, como un «irregular», un inconfundible. Y Julio Cortázar, al prologar La casa inundada y otros cuentos, para la editorial Lumen de Barcelona en 1975, señaló con énfasis: «Solitario en su tierra uruguaya, Felisberto no responde a influencias perceptibles y vive toda su vida como replegado sobre sí mismo, solamente atento a interrogaciones interiores que lo arrancan a la indiferencia y al descuido de lo cotidiano»[21].

Tal vez un rasgo fundamental de esos tiempos para la valoración y conocimiento de nuestro escritor hayan sido, sin ninguna duda, los trabajos realizados en Montevideo, coordinados por Lídice Gómez Mango en febrero de 1970[22] y los del equipo organizado por el Centro de Investigaciones Latinoamericanas de la Universidad de Poitiers, que durante 1973 y 1974 investigó la obra de Felisberto, y cuyo director, Alain Sicard, reunió diversas contribuciones bajo el nombre de Felisberto Hernández ante la crítica actual, libro publicado en Caracas por Monte Ávila, en 1977.

En los cuentos que integran Nadie encendía las lámparas —y hasta podríamos afirmar, en toda la narrativa de este autor—, lo que se advierte es la inseparable coexistencia de la música, iniciada con su ejercicio de pianista, en la elaboración de frases que le dictan muy singulares observaciones que traslada al lenguaje metafórico de gratas sugerencias. En todo tiempo nos sorprende tan agradable colaboración, que debió ser para el autor la manera más sutil y, asimismo, más común de inspirar sus hallazgos expresivos, de los que citaré uno del cuento «El balcón»:

Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.

En un abarcador estudio sobre el lenguaje y el procedimiento narrativo de Felisberto Hernández, Gustavo Lespada observa: «Toda su obra se nos revela como la búsqueda incansable de dar cuenta de una realidad menos superficial que la que nos proponen el sentido común o las convenciones del realismo decimonónico»[23].

Señalemos que uno de los rasgos más destacados de la poética de este autor es el registro espontáneo del mundo que lo rodeó en la infancia con singulares observaciones en torno a ella, las que le dictan infinidad de hallazgos que conmueven profundamente por su estremecedora extrañeza, como los libros Por los tiempos de Clemente Colling (1942), El caballo perdido (1943), La casa inundada (1960). Muy a menudo la irrupción de lo extraño surge de lo cotidiano, del entorno familiar que le fue propicio, en parte fundador de una retórica del vértigo, tal vez efecto de la fascinación por el cine y sus imágenes. Cualidad de observador cinematográfico curiosamente compartida con otros escritores de su generación, como Horacio Quiroga y Adolfo Bioy Casares, y decimos curiosamente por la diversidad existente entre las narraciones de los tres escritores. Agreguemos que la fértil fascinación por el vértigo parece haberse acentuado en Felisberto por su desempeño como pianista de acompañamiento del cine mudo, que le sugirió hermosísimos cuentos, como «El acomodador» y «Menos Julia» (Nadie encendía las lámparas). «Los protagonistas (y a menudo también los personajes secundarios) de los relatos de Felisberto Hernández son máscaras de un acomodador-autor, que ordena los sucesos de la vida en una nueva secuencia, acomodándolos en una nueva imagen del “misterio” que él le impone al misterio de la realidad», ha observado con gran acierto Rosario Ferré[24] al comienzo de un estudio sobre nuestro autor.

La libertad de expresión originalísima de aquellos narradores uruguayos que acompañaron en su tiempo a Felisberto Hernández, L. S. Garini —en cuya nouvelle Equilibrio el escritor y periodista uruguayo Pablo Silva Olazábal encuentra «una voz bastante felisberteana»[25]—, o que le sucedieron, como Mario Levrero, Dina Díaz y Mariana Casares[26], testimonian, cada uno a su manera, el meritorio legado de la obra de Felisberto Hernández, la singular presencia de una poética en la que reinaron la gracia y la imaginación.

Bibliografía

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                             —    Notas críticas. Paysandú: Fundación de Cultura Universitaria, febrero de 1970 (Cuadernos de literatura/16, col. coordinada por Lídice Gómez Mango,

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Notas:

[1] Comunicación leída en la sesión 1381 del 11 de diciembre de 2014.

[2] Benedetti, Mario. «Felisberto Hernández o la credibilidad de lo fantástico». En Literatura uruguaya siglo xx. Montevideo: Alfa, 1969, pp. 90-95 (capítulo fechado en 1961).

[3] Medeiros, Paulina. Felisberto Hernández y yo. Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1974.

[4] Entrevista a Amalia Nieto realizada en Montevideo el 29 de abril de 1994.

[5] Ulla, Noemí. Identidad rioplatense, 1930. La escritura coloquial (Borges, Arlt, Hernández, Onetti). Buenos Aires: Torres Agüero, 1990.

[6] Hernández, Felisberto. «He decidido leer un cuento mío». En Obras completas, vol. 3. México: Siglo XXI, 1983, p. 276.

[7] Vignaux, Georges. La argumentación. Ensayo de lógica discursiva. Buenos Aires: Hachette, 1986, p. 77.

[8] Giraldi de Dei cas, Norah. Felisberto Hernández: del creador al hombre. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975. Juicio publicado en El ideal de Montevideo el 14/2/1929 con el título «Felisberto Hernández visto por sí mismo y por Vaz Ferreira», p. 47.

[9] Vaz Ferreira, carlos. Lógica viva. Buenos Aires: Losada, 1910.

[10] Apuntes de una conversación con Paulina Medeiros, del 17 de febrero de 1979 en la ciudad de Montevideo, a las 19.00, en su vivienda de la calle Jackson 1449, 5.° piso, apto. 14.

[11] Entrevista a Reina Reyes realizada el 19 de febrero de 1979 en Montevideo, en su departamento ubicado frente a la plazoleta Joaquín Suárez.

[12] Pallares, Ricardo. «Sentido de algunas singularidades del léxico en la obra de Felisberto Hernández». En Elizaincín, Adolfo (org.). Segundas Jornadas académicas Hispanorioplatenses (Montevideo, 6-8 de noviembre de 2013), Montevideo, 2014, p. 315.

[13] Giraldi de Dei cas, Norah. Felisberto Hernández..., p. 98; Díaz, José Pedro. Felisberto Hernández. Su vida y su obra. Montevideo: Planeta, 2000, p. 268.

[14] Hernández, Felisberto. Nadie encendía las lámparas. Montevideo: Ediciones del Instituto Anglo-Uruguayo, 1946.

[15] Díaz, José Pedro. Felisberto Hernández., p. 92.

[16] Ibidem.

[17] Ibidem, p. 120.

[18] Loustaunau, Fernando. «Susana Soca: la dame de la Licorne». En Revista Iberoamericana, n.os 160-161, julio-diciembre 1992, pp. 1015-1025.

                          Número especial dedicado a la literatura uruguaya, dirigido por Lisa Block de Behar.

[19] Sánchez Riva, Arturo. «Felisberto Hernández. Nadie encendía las lámparas». En Sur, año XVI, n.° 157, Buenos Aires, noviembre de 1947, p. 132.

[20] Tirri, Néstor. «Nosotros y los que vienen». Testimonios extraídos de un diálogo grabado, mantenido con Germán Rozenmacher, en Realismo y teatro argentino. Buenos Aires: La Bastilla, 1973, pp. 178-179. «No me arrepiento de nada —dice Rozenmacher en la misma página 179—, pero retrospectivamente hay un hecho que es un canto de sirena muy grande: cuando se asume el compromiso como sustituto de la acción, ahí uno mezcla la literatura con la política y con todo, y el único perjudicado es uno, que no es un militante sino un escritor, que no es lo mismo (a lo mejor, se puede ser las dos cosas por separado, a pesar de que son oficios muy absorbentes). Si la realidad se ofrece como crónica, se deja de ser un escritor para ser un periodista, y se registran los aspectos más exteriores y más acuciantes de la realidad, que en ese momento son los que sacuden. Pero eso es lo más continente (palabra tomada con pinzas) del asunto, lo menos esencial».

[21] Hernández, Felisberto. La casa inundada y otros cuentos. Prólogo de Julio Cortázar. Barcelona: Lumen, 1975, pp. 5-9.

[22] Hernández, Felisberto. Notas críticas. Paysandú: Fundación de Cultura Universitaria, febrero de 1970 (Cuadernos de literatura/16, col. coordinada por Lídice Gómez Mango, Librería de la Universidad).

[23] Lespada, Gustavo. Carencia y literatura. El procedimiento narrativo de Felisberto Hernández. Buenos Aires: Corregidor, 2014, p. 13.

[24] Ferré, Rosario. «El acomodador-autor». En Escritura. Teoría y crítica literaria, año VII, n.os 13-14. Caracas: enero-diciembre, 1982, pp. 189-209.

[25] Pablo Silva Olazábal es autor de La revolución postergada y otras infamias (2005), Entrar en el juego (2006), Conversaciones con Mario Levrero (Trilce, 2008, con ediciones ampliadas en Chile, en 2012, y en la Argentina, en 2013) y de la novela La huida inútil de Violeto Parson, segundo premio en la categoría «Libros editados en 2012», en los Premios Anuales del Ministerio de Educación y Cultura de la República Oriental del Uruguay.

[26] Mariana Casares —autora de Capítulos dispersos y Sex shop no es pecado, exalumna del taller literario de Mario Levrero— y Dina Díaz —autora de varias nou-velles— constituyen para Pablo Silva Olazábal «dos escritoras muy disímiles entre sí (por edad, trayectoria, estudios, etc.), que tienen algo infantil-adolescente en sus narradores, que remiten —o a mí me recuerdan— al narrador felisberteano. Sobre todo Dina, que camina por la cuerda de un absurdo leve y delicado, «puertas adentro» (cita de un mensaje electrónico a mí remitido desde Montevideo, 14/12/2014).

 

por Noemí Ulla

 

Publicado, originalmente, en: Boletín de la Academia Argentina de Letras. Tomo LXXX, Enero-junio de 2015, Nos 333-334

Boletín de la Academia Argentina de Letras es una publicación editada por la Biblioteca Jorge Luis Borges de la Academia Argentina de Letras

 

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