Los fantasmas del Boulevard
Eduardo Tyrrell

El viejo boulevard que antes fue la arteria obligada para llevarnos a tomar el tren, tiene historias picarescas y hasta algunas de terror que antaño se contaban " soto voce".

El ferrocarril, en sus años de mayor actividad dio cabida a un sin fin de negocios que tenían mucho que ver con este medio de comunicación que también fue destruido por la última dictadura militar. El tren, un desaparecido más.

El boulevard albergó, en sus buenos tiempos, los principales hoteles, negocios, almacenes, grandes residencias, casas de lujo, dos soberbios cine, cafés, bares y algún que otro lugar non-sancto: todo en beneficio del viajero y “ del barrio de la estación”, 

Principal arteria de una Río Cuarto pujante en continuo crecimiento.


Cuando se detuvo la última máquina, se apagaron los sonidos del último silbato, quedó muda la campana, los andenes se silenciaron quedando desiertos, también desaparecieron los linyeras, aquella especie de ekekos que andaban a contramano de la vida y al revés del duende de la prosperidad que ellos recuerdan arrastrando sus bártulos.

Murió aquel mundo que tenía su poesía y su rumoroso encanto, se murió una época y la famosa gesta de matarnos los Indios, capitaneada por Roca, se quedó sin argumentos ni objetivos.

La campaña del Desierto que se perpetró para que pasara el telégrafo, el ferrocarril y el progreso a costa de la vida de los aborígenes. Y hemos quedado sin el ferrocarril, sin el telégrafo y sin Indios... ahora que el progreso ... Ud dirá. Todos los habitantes del boulevard sintieron el impacto. Languidecieron los hoteles, se cerraron o cambiaron de firma los negocios.

Se derrumbaron viejos edificios. Troncharon las palmeras centenarias, esas que hacían sombra a los matungos de los coches plaza o los primeros taxis. Todo se aletargó y el boulevard en la vía muerta. 

Como en el cuento de la bella durmiente, se entristecieron los jardines, se fueron poniendo grises los muros, se durmió la actividad y el centro se correo rodeando la plaza y los bancos.

De aquellos tiempos de bonanza se comenzaron a tejer historias y algunos lugares fueron escenarios para ser recordados en las tertulias de café, cuando los veteranos, tal vez por puro romanticismo, comenzaron a desenterrar sucedidos.

Tales supercherías, fraguadas en los mentideros de los bares entre guiños y gestos picarescos, tenían la nostalgia y la magia de los recuerdos almacenados en aquellos empedernidos corazones. Sus propietarios así mataban el tiempo y todavía lo siguen asesinando.

En las cuadras vecinas al boulevard se instalaron cabaret, casas de citas y demás diversiones noctámbulas. Donde ahora se yergue, por calle Las Heras, las silueta de un monoblock existía un lugar de expansión masculina , llamado sabiamente por sus asistentes “ El Tío Carlos ” porque tras tan ingenuo Título se escondía un prostíbulo atendiendo por una madame y sus pupilas: unas descocadas franchutas y varias Lánguidas polacas. Allí entre las cuerpeadas del tango, el vapor del alcohol y el olor a “ pachulí ” pasaban sus noches clandestinas los galanes del Imperio.

Eran tiempos en que los varones eran machos de verdad. Todavía no habían entrado a tallar en el ambiente los travestis para los menesteres del sexo a contramano.

El tal establecimiento tenía en sus veredas una especie de biombos de lona que ocultaban la presencia de los que sentados en sillas de hierros y bebiendo su copa, esperaban el turno para entrar a poner a prueba contundentemente, su virilidad.

Cuentan los memoriosos concurrentes a aquel jardín de las delicias que conocidos pro hombres de la Villa del Marqués frecuentaron asiduamente tales rumbos, siendo uno de los animadores más conspicuos un señor vestido con impecable traje blanco (el Palm Beach), zapatos combinados, sombrero rancho y bastón que hacía también su amansadora tras la lona cómplice. Sacaba su libreta de notas y sobre la mesita de tapa de mármol escribía, escribía, escribía. De tanto en tanto cambiaba algún chascarrillo con el de la mesa vecina , parroquiano consecuente de sus preferencias. Llegado el momento tan deseado , se pasaba al cuarto de la naifa para dar curso a los ardores y una vez cumplido el objetivo , nuestro elegante visitante volvía a su antigua y fiel amante: la literatura.

Aquella mesita de mármol del firule debería estar hoy junto a la maquina de escribir woodstock que la SADE atesora entre sus más entrañables objetos.

El que les cuento todavía sigue firme en sus trece, aun centenario se regodea con aquel pasado pero no pisado del que quedan creaciones que sacudieron estilos , tabúes y prejuicios.

Parte de los más de cincuenta libros del literato se escribieron en aquel antro.

Aun hay temas que no fueron escritos de aquellos tiempos en que el Imperio se ufanó de serlo, aún quedan temas regocijantes que harían ruborizar al más atrevido de los calaveras.

De los mismos tiempos, corren relatos fantásticos de reuniones con gente muy extraña realizadas en los altos de un hotel que ya no existe.

Por los años cuarenta era de rigor honrar a los muertos. Los días 1 y 2 de noviembre, feriado riguroso para que todos pudieran cumplir con sus finados, visitando el cementerio.

Venía un tren de medianoche con visitantes de lejanos lugares. Bajaban con sus bártulos y sus canastas de comida, se apeaban en el andén y se hospedaban en aquel hotel, vestían ropa muy antigua y todo lo hacían en silencio. Pero durante la noche no dormían. Los locales que veían aquella inusitada actividad en los pisos superiores suponían fiestas, bailes y otros jolgorios . Pasaba la fecha los extraños viajeros volvían a tomar el tren antes de que despuntara el alba. Aquel misterioso contingente que silenciosamente llegaba, se encerraba en el hotel, visitaba el cementerio y sin un gesto volvía a partir, dejó la suspicacia de que si sería o no espectros del pasado.

Algún exaltado argumentó que tales espectros eran convocados por la Escuela Espiritista que siempre funcionó en el espacio triangular frente a la ahora placita de niños. En cuestión de atar cabos, el julepe cuenta con el sutil lazo del misterio que emana de ese culto.

También se dijo que los caballos de los mateos que llevaban pasajeros se espantaban de sólo verlos pasar. El tren que los llevaba jamás tocó pito, ni se escuchó campana alguna anunciando partidas, se recuerdan los memoriosos que iba y venía envuelto en una neblina gris. ¿Sería el tren fantasma?.

De aquellos desolados fantasmas no quedan más que las sábanas que se ven en las terrazas de los edificios azotadas por los vientos de la región. Mi alocada imaginación me induce a pensar que las noches de llovizna tienen fantasmas que salen a bailar de los cines, como si lo hicieran Gringer Rogers con Fred Hastiar, pero ya ni cines, ni cabarets han quedado.

Busco afanosa las mesitas de pie de hierro y tapa de mármol para darle rienda suelta a la literatura... pero ¿ dónde fueron a parar las mesitas de las citas clandestinas?.


Escritora, Historiadora: Susana Dillon.

Historias de contratapa Diario Puntal Lunes 24 de agosto de 1988. 


Eduardo Tyrrell: Trabajo de Recopilación de Datos y Fotos. (Noviembre 2007)

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