Walt Whitman, cotidiano y eterno Conferencia dictada por la escritora Josefa Alvina Turina Turina ("Pepita Turina"), en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, el 26 de Marzo de 1942 [1]
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Mirar un reloj. Conjeturar en su círculo de horas el espacio de una. Considerar en seguida cierto número de páginas en blanco, 15 a 20. Computar el espacio y el tiempo. Ajustar a ese espacio y a ese tiempo la hora que «soporta» un auditorio para hablarle de un poeta americano (norteamericano) que se autodenominó: «Walt Whitman, un cosmos». Diluir esa existencia poderosa en el cuenta - gotas de sesenta minutos. El hombre vive menos que la encina, menos que el elefante, menos que la ballena. Y eterniza a la encina, al elefante, a la ballena, cuando construye imágenes. Walt Whitman «el fiel de la balanza de los hombres comunes» — según propia expresión—era un poeta; un constructor de imágenes. Cuando en las postrimerías del mes de Marzo del 1892, en la Universidad de Pensilvania, cuatro doctores hicieron la autopsia (consentida y deseada de antemano por el recién fallecido), en la disección, su identidad física desmoronada quedó catalogada así: un tejido pulmonar impedido para la respiración por la existencia de una pleuresía insospechada; dos abcesos tuberculosos. Que habían desgarrado el esternón y la quinta costilla; un gran cálculo que obstruía la vesícula de hiel. Y entre tan serias afecciones, un cerebro «notable por la simetría de sus circunvoluciones» y un corazón intacto. El cerebro fue enviado para su conservación a la Sociedad Americana de Antropología, fundada para el estudio de los cerebros superiores. Y el cuerpo, amortajado con su habitual conjunto de paño gris, con camisa blanca escotada, de gran cuello abierto, que no había ostentado jamás el adminículo de la corbata, fue conducido, en medio de ceremonias simples y paganas, al gran reposo horizontal. Su tumba se cavó entre tres bloques de granito. La inscripción constaba escuetamente de tres sílabas: Walt Wihtman. Circundando la piedra compacta, severa, plantas selváticas, frondosa lozanía de ramaje, expandían la exuberancia de la libre vida vegetal. Así, en el hemisferio de esa Norte América activa y próspera, principalmente en la síntesis de sus prolongadas estadías en Brooklyn y Nueva York, anticipándose y superando la pericia de los arquitectos del cemento, del fierro, del cristal, el poeta había expandido su yo real en pleno aire y en plena humanidad en el curso de su inmensa inquietud. Una revista norteamericana de aquella centuria lanzó entre sus páginas esta pregunta: «¿En cien años más Walt Whitman será considerado como un gran poeta o bien será olvidado?» Preguntas así se hacen generalmente cuando se duda..... Durante treinta años las principales publicaciones no recibían sus versos o los devolvían con insultos. La muchedumbre anónima, como los hombres selectos se demoraron en reconocerlo o no se conmovieron, ¡por él! cantor del fluyente afluente cotidiano, predispuesto a lo máximo del sentido mínimo, poco metafísico. Su modalidad poética, su tarea magna y lenta crece sin el riego fulminante de los éxitos Tras de la primera edición de su libro sólo Emerson responde satisfactoriamente y lo estimula. Sólo en Emerson encuentran rima sus versos sin rima... Para los demás tal osadía es repulsiva. Y el pueblo no sospecha su polen en esa poesía del ambiente inmediato con su sentido piramidal que desafía a los tiempos. Pequeños cuentos y poesías, moralizantes artículos periodísticos combatiendo principalmente el alcoholismo, fueron su manera tranquila y mediana (casi me atrevería a decir mediocre) de escritor joven. Vida de curso lento, de andar lento, de concepciones lentas. Porque Walt Whitman tuvo no sólo 20, sino 25, 30, 35 años y todavía no se había revelado Walt Whitman. Cómo fondo de educación escolar, únicamente la escuela primaria, como desarrollo de actividades para el sustento diario fue tipógrafo, maestro de escuela, carpintero, periodista, empleado de oficina; actividades desarrolladas sin entusiasmo. Materialista a su modo, nunca se le conoció ambición de riquezas, ni atracción por las mujeres o por los placeres comunes y corrientes. Absorbido por su gran idea, se saturaba de una serie de materias diversas. Se interesaba por las antiguas y por la nueva civilización. Asistía a las conferencias, frecuentaba gabinete científicos. Hizo incursiones por la política, perteneció al partido Democrático y al Republicano, apareció en los estrados como orador, representó pequeños roles en un círculo de aficionados al teatro. Entraba a esta serie de cosas como aprendiz de la vida. Entre las quinientas páginas panegíricas de su espléndido y minucioso libro sobre Walt Whitman dice León Bazalgette: «Golosamente asimilaba los alimentos, se plegaba a las materialidades, respondía con un corazón maravillado a todas las invitaciones mudas que lo rodeaban. Lo que sorprende y desconcierta es la universalidad de sus simpatías. Nada en el conjunto de los gestos humanos lo consideraba indigno de su atención. Parecía tener de su organismo de atleta una facultad atlética de absorción. Leía a su manera. Tenía de preferencia su gabinete de trabajo en el imperial de los ómnibus de Broadway. La muchedumbre y el océano eran sus mejores compañeros para el estudio de los grandes maestros. A pesar de esta preferencia por la lectura a pleno aire, pasaba muchas horas de invierno en las bibliotecas de Nueva York. No era rico y no podía procurarse siempre las obras que deseaba. Prefería la lectura de diarios y revistas a la de los libros, aparte de una docena de libros eternos y culminantes que él había meditado y que terminó por saber casi tanto como su corazón. La masa enorme de artículos de magazíne marcados con lápiz y anotados al margen que se encontraron después de su muerte, denuncian lo devorador que fue, lo ansioso de instruirse sobre la existencia de las generaciones pasadas y de asimilar la geografía, los datos científicos o los hechos de la existencia cotidiana. Todo este saber entraba en él como el aire. Los libros y los impresos entraban simplemente, por una parte no la más vital. No eran sino confirmaciones accesorias. El método que practicaba para condensar sus informaciones era tan original como su manera de instruirse. Resultaba que a los datos extractados de una geografía le anexaba cartas, artículos de diarios, hojas de papel en blanco sobre las que consignaba, (a medida del transcurrir), noticias recogidas por boca de viajeros o navegantes. Un verdadero magazine de documentos metódicamente clasificados sobre todas las comarcas de la tierra.» Sobre todas las comarcas de la tierra. Pero su diámetro ambulatorio había sido hasta aquí — hasta 1848 — el límite geométrico de un ciudadano tranquilo y sin dinero que recorre los kilómetros posibles de su isla natal, aunque ésta haya sido la Isla de Manhattan, en la que se asienta Nueva York y sus distritos. En ese momento preciso de 1848, cuando se encontraba, como una de tantas veces, sin ocupación, en el entreacto de una función de teatro conversa con un desconocido solícito que le habla de fundar un diario en Nueva Orleáns. En un mínimo cuarto de hora, Walt Whitman queda contratado como redactor jefe y recibe de inmediato mil francos como sello de verídico contrato y anticipo para sus gastos de viaje. Así, de esta manera improvisada, providencial, inesperada, se le abre el panorama de una lonja desconocida de su país. Goce inaugural de sus sentidos, se le perfila como doncella a ojos de enamorado. Expande en este conocimiento sus significaciones. Siente transitar sobre su sangre de septentrional el hálito multiplicativo de otras constelaciones. Sin precipitación, con su lentitud característica, él avanza goloso, por jornadas, bordeando los flancos del gran río Misisipí, descubriendo el Estado de Luisiana; tierra de la caña de azúcar, del algodón, del arroz, del tabaco, hasta llegar a la sugerente y comercial ciudad de Nueva Orleáns. Desenvuelve aquí, plácidamente, su labor de periodista ausente de pasión y de pretensiones, hasta que por ciertas divergencias de puntos de vista con los propietarios, abandona la redacción. Vuelve a Brooklyn. Ha durado sólo tres meses su ausencia. Vuelve con su idéntica y parsimoniosa indisciplina que le impide durar en los empleos. Nadie imagina que este temperamento de hombre de bien, sencillo, de maneras y aspectos simples, pueda ofrecer a su mundo inmediato, y menos a los no inmediatos, un sentido poético dinámico y fulgente, un esplendor de lenguaje, un estilo asoleado, a contrapelo con la burguesía. A quien se le iba a ocurrir que el prosista incoloro que combatía la pena de muerte, el alcoholismo, el maltrato a los esclavos negros, el lujo de las iglesias, la exigencias de los poderes municipales, que daba consejos de higiene, preparaba un volumen enigmático que se convertiría con el tiempo en los cantos de su edad y de su raza. Por eso, cuando un libro de poemas, impreso en gruesos caracteres sobre un papel ordinario, asoma tímidamente en las vitrinas de unas pocas librerías y llega a las redacciones, produce con el asombro más de alguna burlesca carcajada. Exclusivamente un volumen que va al encuentro de Emerson recibe un bautismo de comprensión. El poeta tiene por respuesta una carta enorgullecedora en que lo menos que se le dice es esto: «Yo os saludo en el comienzo de una gran carrera. Me he frotado un poco los ojos para ver si este rayo de sol no era una ilusión; pero el sentido sólido del libro es una seria certeza. Y posee el más grande de los méritos que es el de fortificar y dar coraje. Os felicito por vuestro pensamiento, independiente y bravo. He encontrado cosas incomparables, incomparablemente bien dichas, como debe ser.» Mientras tanto en las redacciones, los periodistas ríen con inquina del hombre a quien conocen, a quién creen conocer. Ríen del hijo del carpintero Walter Whitman y de la holandesa Luisa van Velsor, ríen de su raza descendiente de lo escogido del pueblo; ejercedores de trabajos diversos, mezclados, a la tierra y al mar, al aire, a la materia, a las cosas elementales, de donde no conciben un brote intelectual Las carcajadas se truecan luego en indiferencia. No aparecen artículos en los periódicos. Tampoco compradores en las librerías. El poeta redacta de su mano algunos artículos elogiosos y los desliza, cauto, en algunas publicaciones de amigos. El poeta recoge de las librerías su invendible Briznas de Hierba, no para replegarse definitivamente. El poeta forja nuevos poemas para sumarlos a su primer intento. El poeta saca Una segunda edición crecida en páginas y envuelta vanidosamente en una de las frases de la carta de Emerson impresa en letras doradas. El poeta saca una tercera edición. Los poemas han crecido más; se han ampliado como una existencia humana. El poeta desafía; confiado, optimista, sano, leal, indestructible. No aparece ni interior ni íntimo. Augusto contemplador, no aparece soñador sino vividor de imágenes, descubridor del mundo que le rodea y regocijado de. su descubrimiento. Autóctono sin ser folklórico, esencialmente norteamericano, entrega sus versos desde un aislamiento que posee en alto grado el sentido de la fraternidad. Tenía codo a codo una fuerte tendencia a guardar el secreto de sí mismo. Era comunicativo y cerrado. Y siendo ególatra tiene un instinto magnánimo, desinteresado Atento a la realidad social alcanza el sentido de lo universal. No ha confeccionado, cantos impersonales, pero su persona trasciende a multiplicidad, a multitud. El recupera los acentos de la Biblia hacia formas democráticas. Acendra sus temas y rectifica el cauce de la poesía hacia una amplitud que desmorona contornos, que riega todo lo que estaba lejos de la poesía y no parecía fértil poéticamente. Amplía. Emancipa, Señala. Su módulo es el versículo. He aquí unos fragmentos del poema denominado Canto a mí mismo: A los treinta, y siete años de edad, en perfecta salud, comienzo estos himnos con la esperanza de continuarlos hasta en la muerte. He oído lo que narraban algunos juglares, historias de comienzo y de fines. Yo no hablo del comienzo ni del fin. Nunca ha habido otros comienzos que los que presenciamos cada día. Más juventud ni más vejez que la que hay en la actualidad; Nunca habrá más perfección qué la de nuestros días, Ni más cielos ni más infiernos que los que existen en la actualidad.
Impulsión, más impulsión, siempre impulsión, La impulsión es la incesante procreadora del mundo.
Bienvenido sea cada uno de mis órganos y de mis atributos, y los de todo hombre puro y cordial; Ni una pulgada de mi ser, ni un átomo son viles, Ninguno de ellos debe serme menos familiar que los demás.
Veo detrás de mí el tiempo en qué erraba en la niebla entre verbosos y discutidores; ' Ya no derrocho burlas ni objeciones, observo y espero.
Muchas veces habréis oído decir lo hermoso que es obtener las ventajas de cada jornada, Yo os digo que también es hermoso sucumbir, que las batallas se pierden en la misma intención que son ganadas.
¿Qué es un hombre después de todo? ¿Qué soy? Qué sois? Cuanto refiero a mí mismo, quiero que vos también os lo atribuyáis Si no hubiera equivalencia entre vos y yo, sería inútil que me leyerais.
Sé qué soy inmortal. Sé que la órbita que describo no puede ser medida con el compás de un carpintero. Sé que no me desvaneceré como el círculo de fuego que un niño traza en la noche con un tizón ardiente.
Sé que soy augusto, No torturo mi espíritu para defenderlo ni para que me comprendan. Se que las leyes elementales jamás piden perdón. (Después de todo no me juzgo más soberbio que el nivel en que. se asienta mi casa).
Existo tal cual soy, eso me basta, Si nadie lo sabe, eso tampoco amarga mi satisfacción, Y, si lo saben todos, igual es mi satisfacción.
Lo sabe un mundo — el más vasto de los mundos para mí —, que soy yo mismo, Y llegaré a mis fines, hoy mismo, o dentro de diez mil años, o después de diez millones de años. Puedo aceptar ahora mi destino con corazón alegre, o esperar con igual alegría.
Granítico es el pedestal en que se apoya mi pie; Yo me río de lo que llamáis disolución, Conozco la amplitud del tiempo.
Soy el poeta de la mujer tanto como el poeta del hombre, Digo que la grandeza de la mujer no es menor que la grandeza del hombre, Digo que nada hay más grande que la madre de los hombres.
Canto el himno de la expansión y del orgullo. Demasiado hemos implorado y bajado la frente. Muestro que la grandeza no es sino desarrollo.
¿Habéis sobrepujado a los demás? ¿Sois Presidente? Es una bagatela, cada cual debe ir más allá de eso, avanzar siempre.
Soy el poeta del bien, pero no rehuso también ser él poeta del mal,
Mi actitud no es la de un censor ni la de un reprobador, Yo riego las raíces de todo lo que crece.
¡Desenvolvimiento infinito de las palabras en los tiempos! La, mía, es una palabra moderna: la palabra ¡multitud!
Acepto la realidad, no la discuto, Comienzo y terminó impregnándome de materialismo.
Yo soy Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan. Turbulento, carnívoro, sensual, que come, que bebe, que procrea, (No un sentimental, no uno de esos seres que se creen por encima de los hombres y de las mujeres, o apartado de ellos) Yo no soy modesto ni inmodesto.
Yo transmito la contraseña dé las edades, enseño el credo de la democracia; ¡Pongo por testigo al cielo! Nada aceptaré que los demás no puedan aceptar en las mismas condiciones.
Una campanilla que azulea en mi ventana me satisface más que toda la metafísica de los libros. Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de las estrellas, Que la hormiga es tan perfecta como ellas, y un grano de arena, y el huevo del reyezuelo, Y el renacuajo es una obra maestra comparable a las más grandes. Y la zarza trepadora podría ornar el salón de los cielos, Y la coyuntura más ínfima de mi mano desafía toda la mecánica, Y la vaca que rumia con la cabeza gacha sobrepuja cualquier estatua. Y un ratón es un milagro capaz de conmover sextillones de incrédulos.
Podría ir a vivir con los animales, tanto me place su calma y su indolencia; Permanezco horas enteras contemplándolos. No se amargan ni se lamentan por su destino.
No permanecen despiertos en las tinieblas llorando sus pecados, No se descorazonan con disputas acerca de su deberes para con Dios. Ninguno se demuestra descontento, la manía de poseer no los enloquece, Ninguno se arrodilla ante otro ni ante ninguno de sus congéneres muerto hace millares de años. Ninguno de ellos vive con respetabilidad, ninguno exhibe su infortunio a la curiosidad del mundo, Así me prueban su parentesco conmigo, y como tal los acepto, Me traen testimonios de lo que soy, me demuestran claramente que poseen los más altos valores.
Sé perfectamente hasta donde llega mi egolatría, Sé lo omnívoros que son mis versos, no dejo por ello de escribirlos; Yo no he hecho mi poema con las palabras de la rutina, Lo he hecho como una brusca interrogación, abalanzándome más allá de las cuestiones, a fin de ponerlas al alcance de todos
Soy el vagabundo de un eterno gran viaje (venid a escucharme todos) Me reconoceréis en mi blusa impermeable, en mis recias botas y en mi bastón, cortado en los bosques, Ninguno de mis amigos se arrellana en mi sillón, No tengo sillón, ni iglesia, ni filosofía, No llevo a nadie al hotel, a ta biblioteca ni a la Bolsa, Conduzco a todos, hombres y mujeres, a la cumbre de un montículo, Allí, enlazando con la, mano izquierda el talle de mi acompañante, Le muestro, con la diestra, paisajes, continentes, y la ruta abierta para todos.
Digo que el alma no es más que el cuerpo, Digo que el cuerpo no es más que el alma. Nada, ni el mismo Dios es más grande para cada cual que su propio ser, Digo que quienquiera que anda doscientos metros sin simpatía, marcha envuelto en un sudario a sus propios funerales, Y yo, vosotros, sin tener un céntimo en el bolsillo podemos adquirir lo más precioso de la tierra,
Y mirar u observar una habichuela en su vaina, confunde la ciencia de todos los tiempos. Digo que no existe oficio ni empleo en cuyo desempeño el que se obstina no pueda convertirse en un héroe, Ni objeto, por vil y endeble que parezca, que no pueda trocarse en el eje de la rueda universal. Y digo a cualquier hombre, a cualquier mujer: «Que vuestra alma conserve su serenidad, el dominio de sí misma, ante un millón de universos!» Y digo a la humanidad: No seáis curiosos respecto de Dios. Yo, que tengo tantas curiosidades, no tengo ninguna acerca de El» Ningún lujo verbal podría expresar mi tranquilad en lo que atañe a Dios y a la muerte...
Nunca sabréis lo que soy ni lo que significo. Sin embargo, para vosotros yo seré la salud, Purificaré y fortificaré vuestra sangre.
Si no podéis: alcanzarme en seguida, no os descorazonéis; Si no me halláis en un punto, buscadme en otro, Yo estoy en algún lado, esperándoosl
Son más o menos mil palabras de las diecisiete mil y sobrantes que componen el poema, ese poema qué sumado a otros no menos importantes formaban esa tercera edición de Briznas de Hierba. Su verbo empieza a adquirir la temperatura del deshielo. El libro se vende, algo. Entre los escándales, las tempestades y las cóleras, entre las veces de los que gritaban que la audacia de este personaje hirsuto y vulgar que se había permitido entrar sensacionalmente en la literatura debía ser sancionada con el desprecio, brotaron impensados amigos, admiradores fervientes. En la ciudad más puritana —Boston— es donde encuentra las simpatías más comprensivas. Los versificadores cultos y viajadores los polígrafos, los educadoras, los cosmopolitas, no podían todavía reconocer el genio de Whitman. Y, aseguraban que para distinguirse de las voces usuales de la literatura, con el prurito de atraer la atención sobre él, había publicado un libro en esa forma. Se le atribuyeron leyendas denigrantes, entre otras que era cochero de ómnibus. Esto nació del espíritu servicial del poeta, que para guardar el puesto de un conductor enfermo durante un invierno, condujo él un ómnibus por las calles de Broadway. Los insultos, las discusiones, de buena o mala manera, contribuyen a conjurar la indiferencia. El poeta continúa su vida habitual de apariencia holgazana, sus atisbos de autodidacta multiplicando su contacto con todas las formas, los objetos y los seres. En suma; un super-animal humano haciendo gala de su magnífica salud, dé su carácter fuerte, de su humor parejo, de su flema, de su sensualidad; pleno, primitivo, expansionante, apasionado de experimentación, con una inteligencia asombrada de cada átomo, acicateada por sorpresas, alborozada de cada descubrimiento inédito, para esculpirlo en su palabra y verlo con visos de eternidad. Sus pasatiempos favoritos eran observar la muchedumbre, los espectáculos de la calle, cultivar la amistad con camaradas intrascendentes, frecuentar la cabina de los pilotos en los barcos, asistir a los teatros. Los espectadores le proporcionaban tanto interés como los actores o como la pieza de representación. Entre la sala y la escena repartía sus observaciones. La música llegó a ser «una de sus pasiones elementales». Absorbió la influencia de las melodías italianas y su predilección musical más marcada radicó en el canto. La contralto Marietta Alboni «ejerció sobre él una influencia soberana y permanente» . ¿Para ella estos versos? ... A UNA CANTANTE
Tomad esta estrofa, La reservaba para algún héroe, orador o general, Alguien que hubiera servido la vieja y buena causa, la gran idea, el progreso y la libertad de la raza,
Algún bravo afrontador de déspotas, algún audaz rebelde, Más veo que lo que reservaba os corresponde Tanto como a cualquiera de ellos. Es de suponer que el amor fue para él tan importante como todo; como una hoja de árbol, como un hacha, como una hormiga. León Bazalgette, panegirista dispuesto a creer más que a dudar, hace alusiones al hecho de una aventura amorosa en Luisiana y hasta se refiere al hecho de una presunta paternidad. Para no restarle perfectibilidad le adjudica, sin pruebas fehacientes, la verificación de dos fases esenciales en la vida de un varón normal: la mujer, el hijo. Pero, hay respecto de eso, como una falta de curiosidad de sus íntimos y un religioso respeto de sus biógrafos que provoca conjeturas. Y lo peor; conjeturas en contra de Walt Whitman. Existen aseveraciones de homosexualidad. Pero, sigamos mejor guardando respecto de tal aseveración ese religioso respeto de sus biógrafos y esa falta de curiosidad de sus íntimos.... Fraternizaba con aquéllos que no eran intelectuales ni burgueses. Se acomodaba mejor al lado de los cocheros en los ómnibus que en las estancias confortables de las gentes de salón. Su afectuosa camaradería podía parecer o juzgarse a veces hasta inmoral, por su acercamiento a seres desechados por la sociedad como algunos criminales o delincuentes. Observador introspectivo, interlocutor de una muchedumbre anónima, el trato regocijado y permanente con las existencias comunes produjo la riqueza de este inculto que no había hecho más estudios escolareis que los de la escuela primaria. El era menos raciocinante, razonador, que perspicaz y adivinatorio. Se asegura que hasta poseía un olfato tan sutil que le permitía percibir por medio de él las horas del día. Le fascinaba el movimiento oceánico de las calles céntricas de las grandes ciudades; sus millares de vehículos y rostros, el espectáculo de sus peatones anónimos y también el de las notabilidades del momento. ("Entre sus poemas figura un extenso Canto a la vía publica) Walt Whitman vio así por primera vez al Presidente Lincoln, bloqueado por la muchedumbre. Walt Whitman sé encontró así en la calle, una y cien veces con su admirado presidente, hasta qué de tantos encuentros llegaron a saludarse cordialmente cuándo se cruzaban en las avenidas. Al estallar la guerra que se llamó de Secesión, el poeta se plegó a las fuerzas del Norte, a las fuerzas de su admirado presidente, a las fuerzas finalmente victoriosas que abolieron la esclavitud. En esa guerra qué duró cuatro años (del 1861 al 1864), Walt Whitman principalmente prestó sus servicios como enfermero voluntario. Se granjeó el reconocimiento de enfermos y médicos. El escribió: «El efluvio magnético, de las simpatías y de la amistad hacen más bien que todas las medicinas del mundo.» Su resistencia física, hasta entonces envidiable, recibe aquí la marca de las limitaciones humanas. Aparentemente sereno, su sensibilidad se agrieta de angustias. Sus poros absorben la corrupción ponzoñosa del ambiente. Pero todavía le restan muchos años de vida, con otras experiencias, con nuevas series sucesivas de hechos, de variantes. Efectúa un viaje al Oeste. Va a Camden. Otro amigo lo invita al Canadá. Durante un tiempo se despide de sus errancias y de su pobreza desempeñándose como burócrata en Washington, en un empleo del Ministerio del Interior. Este empleo lo pierde por un denuncio y una comprobación del Ministro de que su subordinado es un poeta autor de un «libro abominable», capaz de publicar himnos al amor físico, capaz de horrorizar a las gentes respetables. Es de preguntarse si cabe la designación de inmoral para lo que no es corruptor. Cómo puede ser inmoral un poeta cuya manera habitual de ser ha estado regida por indudables fórmulas de puritanismo, viviendo casi siempre con parientes modestos, usando una vestimenta que el menos exigente hubiera calificado de pobre, mantenedor de su vieja madre y de un hermano idiota, saboreador de comidas simples y sustanciosas, preconizador del baño, de la vida natural higiénica, enemigo del tabaco y del licor, sin mayor inquietud de viajes, ni efervescencias amorosas y que se expande poéticamente sin hundirse en psicologías, con la sencillez de lo objetivo, el vigor del liberado, lo acendrado del ególatra, y que siendo la antítesis poética de Edgard Allan Poe (su contemporáneo por quien durante largos años tuvo antipatía) asistiendo a un homenaje póstumo quiso decir y dijo «Yo desearía y deseo todavía para la poesía los rayos del claro sol, el soplo del aire fresco, la fuerza y la pujanza de la salud, no el delirio, menos el sentido de las más borrascosas pasiones, siempre como fondo las moralidades eternas.» No queda más que una razón: inmoral solamente porque en sus fórmulas poéticas no cupo la mojigatería sexual, porqué' se otorgó la licencia de sus aptitudes para escribir los Cantos Adánicoa, porque, descriptivo entusiasta y perpetrante, con los sentidos no adulterados por la cultura, su mensaje de alta poesía, henchido de vida, abarcador de temas plenipotentes, volcado hacia la naturaleza, modificó la trasmutación de los valores vitales o experimentales, redescubriendo el mundo en una significación de ingenuo asombro y de lenguaje libre. Y llega el tiempo de entrar en la categoría de los vencidos invencibles. Veinte años de parálisis lo obligan a corregir el rumbo de sus enrancias andariegas, a desplegarse en el ámbito de una silla, de una hamaca, o en un rincón de jardín o entré las tan huidas cuatro paredes. Vienen amigos a visitarle. Buen escuchador, no derrocha palabras de banal sociabilidad. Uno de sus gustos es recitar, hacer audibles los versos, con su agradable voz baritonal. Vienen niños a verle, a estar largas horas con él, entretenidos por sus relatos seductores. Su figura de atleta inmovilizado trasciende al mismo optimismo pletórico de siempre. Briznas de Hierba, el libro en perpetuo y lustral ascenso alcanza la décima edición. Las dimensiones del sueño poético de su vida fluctúan entre diez y doce mil versos. Cuando la muerte llega, recoge un cuerpo de setenta y tres años trasminado de plenitud y de inmortalidad, no la inmortalidad que él hubiera querido, porque su poesía no se ha hecho mayormente accesible a las muchedumbres. Walt Whitman, poeta del pasado y del porvenir, mundializado y no popular, dominando colosalmente a todos los poetas del continente americano, ha sido menos trajinado e intensamente más traspasable que Poe, que Nervo, que Darío. Su estilo, que no aparece torturado a fuerza de rebuscas, de erudiciones, da la impresión de fluir, pero es el resultado de una labor paciente. Me atrevo a decir —como punto final— un poeta que no será desestimado, pero que tampoco llegó a donde soñó llegar; a la plurimundialidad. Repito lo qúe dije al comienzo: El pueblo no sospecha su polen en esa poesía piramidal que desafía a los tiempos. Y repito uno de sus versos del Canto a mí mismo, que señalan su optimismo hacia el ¡quién sabe! del futuro: Y llegaré a mis fines hoy mismo, o dentro de diez mil años,- o después de. diez millones de años. Van trascurridos sólo cincuenta. Una de las tantas veces que he recorrido las páginas de Briznas de Hierbas, me he encontrado con este fragmento de poema que me ha dejado pensativa y avergonzada: Cuando hube leído la célebre biografía cerré el libro y me dije: ¿Es esto lo que el autor llama una vida de hombre? ¿Alguien escribirá así mi vida después que yo haya muerto y desaparecido? Como si hubiera alguien que realmente supiera algo de mi vida.
Pero, en otras páginas, él mismo me salva.
Nunca sabréis lo que soy ni lo que significo. Sin embargo, para vosotros yo seré la salud, Purificaré y fortificaré vuestra sangre. Si no podéis alcanzarme en seguida no os descorazonéis; Si no me halláis en un punto buscadme en otro, Yo estoy en algún lado, esperándoos. |
[1] Conferencia dictada por la escritora Pepita Turina, en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, el 26 de Marzo de 1942,
con motivo del cincuentenario de la muerte del gran poeta norteamericano
Publicado, originalmente, en: Anales de la Universidad de Chile enero de 1942 Nº 45-46, Pág. 190–205. https://doi.org/10.5354/0717-8883.1942.23989
Anales de la Universidad de Chile es una publicación editada por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones - Universidad de Chile
Link del texto: https://anales.uchile.cl/index.php/ANUC/article/view/23989
Ver, además:
Walt Whitman en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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