San José
Varia, banquete nocturno de gatopardos |
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Entre
todos los libros de Adriano Corrales, San
José Varia posee una cualidad única: una perfecta adecuación entre
la portada y los poemas ahí encerrados. La fotografía monocromática de
tono verduzco nos introduce a cierta dimensión del mundo urbano, de sobra
conocida, con sus construcciones desgastadas por las abundantes lluvias
tropicales y la abundante carencia, todo ello reforzado con efectos de
herrumbre que le dan una atmósfera de disolución, de una urbe ya ida,
cuando no “un barrio que hemos hecho nuestro / a fuerza de huellas y
miradas”. El
título San José Varia, con sus
blancas letras estiradas, sobresale crudamente en su doble marco –fondo
negro y cartel vial– jugando con la polisemia de apuntar a la ciudad
(San José) en la urbe (cartel). Nos reitera con su flecha en ristre que
ahí precisamente, en esa Babilonia que trocó sus jardines por tapias y
techos derruidos, reside el sentido.
La amalgama de “San José” con el alienígeno “varia”, que oscila
entre latinismo culto y jerga de clérigo, nos devuelve a la indefinición
atmosférica que expresa esa estética parda. Con
su portada especular donde íconos, tonos y signos se interpelan unos a
otros en inasible carrusel, San José Varia nos convida a un insólito banquete nocturno…
compuesto de poemas varia entre
gatopardos. Desconcertante buffet que ofrece al lector lo
comestible y lo no comestible entre odas a la vaca en “la vastedad
vegetal con horizonte de lluvias”, infancias, artes poéticas, fotografías
en sepia y nocturnos. Visitar
el pueblo de la infancia
es saber que muchos perros ladraron […]
La diferencia
entre comediante y poeta
consiste en que
el segundo
no se inclina para que lo aplaudan […]
Noche larga como embudo de la metrópoli
penetra en su bóveda de alcoholes y neón
más larga aún que las ciudades todas
inmensa olla de carne donde se cuecen los relojes mientras salta el asesino que todos llevamos dentro Franqueamos el portal con “Lugares comunes”, ambiguo título que hace las veces de cantina donde el autor echa a cocinar “en el profundo retozo de ron y madrugada” sus heteróclitos textos, imágenes y personajes con ánimo de montaña rusa. Todo ello con un humor peregrino que todo lo tiñe de sensualidad en un puro “oleaje de sábanas erizadas”. |
cantantes
con guitarras desdentadas
acróbatas de aro y fuego milenario
artesanas con malabares en las pestañas […]
Son más auténticas las putas
en noche jadeante de pechos abiertos Sobresale
el poema “Consejos a un joven poeta” por su certero cerbatanazo al ego
devorante de los aprendices de brujo.
Duele
menos
la mordida del zaguate
que la del joven poeta
codiciando ascender
hasta donde nunca llegamos “Patria”,
el título de la segunda parte, lejos de remitirnos al concepto de
nacionalismo, se abre hacia varias patrias, seres y lugares significativos
para el autor. Así,
desfilan como amados fantasmas la
patria primigenia “del barro rojo, de las arenas calcinantes, del vuelo
de las primeras aves”, la Costa Rica forjada y militante, y la patria de
Jorge Debravo que “permanece en la lucha cotidiana de la resistencia /
organizada por los poemas de acero en la tierra profanada”. Siguen Roque
Dalton ante “una Centroamérica dolarizada”; el Puerto Rico de Lolita
Lebrón; La Habana y esa “mujer [que] nos mira ida / como el hombre de
boina y estrella / en la enorme valla frente a una plaza desierta”.
Finalmente, la figura de Sandino cierra el séquito con “el movimiento
imperceptible de su sombra” en esa tierra de “campesinos sin tierra
hacinados en la ciudad humeante / poetas desamparados con los esqueletos
de otros poetas / por las calles terremoteadas de la Nueva Nicaragua”. Los
convidados al banquete de gatopardos inician su sobremesa con las
“Caravanas Urbanas” donde la Ciudad abarca todo el espacio con sus
bulevares y “cantinas amarillentas en el rojo carmín / de sus
espejos”. Pero no hay urbe sin gente ni lobo púrpura sin mito. Y al
mito se arrima la nostalgia de los “amigos perdidos en la niebla
guerrilleros fusilados por la / palabra” rememorada en tono de réquiem.
Solamente
queda la humareda de aquellos poemas
Escritos sobre las mesas con el puñal de la venganza […]
en el motel de mala muerte en la banca abandonada
porque somos amantes de nosotros mismos
masturbadores persiguiéndonos en el abismo […]
La vida marcha al compás del embrague
hasta que el panorama se nos agote Signature
de Adriano Corrales, una palabra contundente preñada de cierto
pesimismo ronda tenaz por los textos que arropan la “aldea
hipertrofiada por el sueño que no llega”:
exijo que abran las ventanas
pero la oscuridad es similar afuera Este
oleaje con su espuma de desencanto surge una y otra vez “y nos deja
perplejos mirando por la ventana / espectadores impertérritos ante el
gran derrumbe”:
la oración no nos ayuda ni el aullido ni el canto ni la pena […]
creemos reconocernos en el impacto del tren que se
/ descarrila […] Se desvanecen el banquete y su noche parda con las blancas palabras inscritas en la negrura de la contraportada: Una danza en las tinieblas. Un juego entre compañeros presentes e idos. Una estación más en la intensa peregrinación del poeta.
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Daniela Trottier
9 mayo de 2010
*Escritora, académica y crítica literaria canadiense.
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