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San José Varia, banquete nocturno de gatopardos 
por Daniela Trottier

Entre todos los libros de Adriano Corrales, San José Varia posee una cualidad única: una perfecta adecuación entre la portada y los poemas ahí encerrados. La fotografía monocromática de tono verduzco nos introduce a cierta dimensión del mundo urbano, de sobra conocida, con sus construcciones desgastadas por las abundantes lluvias tropicales y la abundante carencia, todo ello reforzado con efectos de herrumbre que le dan una atmósfera de disolución, de una urbe ya ida, cuando no “un barrio que hemos hecho nuestro / a fuerza de huellas y miradas”.

 

El título San José Varia, con sus blancas letras estiradas, sobresale crudamente en su doble marco –fondo negro y cartel vial– jugando con la polisemia de apuntar a la ciudad (San José) en la urbe (cartel). Nos reitera con su flecha en ristre que ahí precisamente, en esa Babilonia que trocó sus jardines por tapias y techos derruidos, reside el sentido. La amalgama de “San José” con el alienígeno “varia”, que oscila entre latinismo culto y jerga de clérigo, nos devuelve a la indefinición atmosférica que expresa esa estética parda.

 

Con su portada especular donde íconos, tonos y signos se interpelan unos a otros en inasible carrusel, San José Varia nos convida a un insólito banquete nocturno… compuesto de poemas varia entre gatopardos. Desconcertante buffet que ofrece al lector lo comestible y lo no comestible entre odas a la vaca en “la vastedad vegetal con horizonte de lluvias”, infancias, artes poéticas, fotografías en sepia y nocturnos.

 

                      Visitar el pueblo de la infancia

                      es saber que muchos perros ladraron […]

                              

                      La diferencia

                      entre comediante y poeta

                      consiste en que

                      el segundo

                      no se inclina

                      para que lo aplaudan […]

 

                      Noche larga como embudo de la metrópoli

                      penetra en su bóveda de alcoholes y neón

                      más larga aún que las ciudades todas

                      inmensa olla de carne donde se cuecen los relojes

                      mientras salta el asesino que todos llevamos dentro

 

 

Franqueamos el portal con “Lugares comunes”, ambiguo título que hace las veces de cantina donde el autor echa a cocinar “en el profundo retozo de ron y madrugada” sus heteróclitos textos, imágenes y personajes con ánimo de montaña rusa.  Todo ello con un humor peregrino que todo lo tiñe de sensualidad en un puro “oleaje de sábanas erizadas”.

 

                                cantantes con guitarras desdentadas

                                acróbatas de aro y fuego milenario

                                artesanas con malabares en las pestañas […]

 

                                Son más auténticas las putas

                                en noche jadeante de pechos abiertos

 

Sobresale el poema “Consejos a un joven poeta” por su certero cerbatanazo al ego devorante de los aprendices de brujo.

 

                                Duele menos

                                la mordida del zaguate

                                que la del joven poeta

                                codiciando ascender

                                hasta donde nunca llegamos

 

“Patria”, el título de la segunda parte, lejos de remitirnos al concepto de nacionalismo, se abre hacia varias patrias, seres y lugares significativos para el autor. Así, desfilan como amados fantasmas la patria primigenia “del barro rojo, de las arenas calcinantes, del vuelo de las primeras aves”, la Costa Rica forjada y militante, y la patria de Jorge Debravo que “permanece en la lucha cotidiana de la resistencia / organizada por los poemas de acero en la tierra profanada”. Siguen Roque Dalton ante “una Centroamérica dolarizada”; el Puerto Rico de Lolita Lebrón; La Habana y esa “mujer [que] nos mira ida / como el hombre de boina y estrella / en la enorme valla frente a una plaza desierta”. Finalmente, la figura de Sandino cierra el séquito con “el movimiento imperceptible de su sombra” en esa tierra de “campesinos sin tierra hacinados en la ciudad humeante / poetas desamparados con los esqueletos de otros poetas / por las calles terremoteadas de la Nueva Nicaragua”.

 

Los convidados al banquete de gatopardos inician su sobremesa con las “Caravanas Urbanas” donde la Ciudad abarca todo el espacio con sus bulevares y “cantinas amarillentas en el rojo carmín / de sus espejos”. Pero no hay urbe sin gente ni lobo púrpura sin mito. Y al mito se arrima la nostalgia de los “amigos perdidos en la niebla guerrilleros fusilados por la / palabra” rememorada en tono de réquiem.

 

                                Solamente queda la humareda de aquellos poemas

                                Escritos sobre las mesas con el puñal de la venganza […]

 

                                en el motel de mala muerte en la banca abandonada

                                porque somos amantes de nosotros mismos

                                masturbadores persiguiéndonos en el abismo […]

 

                                La vida marcha al compás del embrague

                                hasta que el panorama se nos agote

 

Signature de Adriano Corrales, una palabra contundente preñada de cierto pesimismo ronda tenaz por los textos que arropan la “aldea hipertrofiada por el sueño que no llega”:

 

                                exijo que abran las ventanas

                                pero la oscuridad es similar afuera

 

Este oleaje con su espuma de desencanto surge una y otra vez “y nos deja perplejos mirando por la ventana / espectadores impertérritos ante el gran derrumbe”:

 

                                la oración no nos ayuda ni el aullido ni el canto ni la pena […]

 

                                creemos reconocernos en el impacto del tren que se

                                / descarrila […]

 

Se desvanecen el banquete y su noche parda con las blancas palabras inscritas en la negrura de la contraportada: Una danza en las tinieblas. Un juego entre compañeros presentes e idos. Una estación más en la intensa peregrinación del poeta.

 

Daniela Trottier

9 mayo de 2010

*Escritora, académica y crítica literaria canadiense.

 

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