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Lo siento, no te escribiré más nunca

Daniela Trottier

Lo siento, no te escribiré más nunca.

 

Es curioso como le piden a uno hablar desde la nada, un comentario, una poesía, un decir, como si mi voz no tuviera fuente, no viniera de esa embriaguez que me da esa copa de tinto que ritma mi relente sangre y mi saudade.

 

Lo siento, no hay nada audible en lo que te confesaré esta noche. Ando frágil, y la fragilidad, como se sabe, revela su techo de cristal, sus venas azules, sus pozos recónditos. Ando frágil en mi centro y solo puedo saciar tus anhelos de esa manera, con mi fragilidad, con el caliz erguido en mi puño, recostada contra la marmórea pared de mi nido, mientras descansan en paz mis hijos Ludovico y Raimundo, y mi entrañable dueño y esposo, Severino, en el nicho del fondo. Y con ese olor a iguana que estoy alistando para el alba... no estaré presente en el banquete de la creciente pues he de encontrarme con una mujer etérea, asombrosamente oscura, de esa clase de sombra que te deja pensativa y algo desquiciada por ser anomalía. Ella maneja su barca en mares azarosos y desaparece y no cesa de desaparecer, y eso cansa, tanto así que se deseara sacarla de su vida, sosegarse, pero ella reaparece con ese talento y esa deliciosa sombra que le cuesta a uno arrancarse, que seduce y enternece y no sabés porqué, y de nuevo se perdona tanta ausencia y tanto desvarío... bueno, me reuniré con ella bajo los frondosos árboles de Orleans, a la salida del buitre, mientras mis caros varones terminarán de preparar esa iguana nocturna en su caldo nocturno.

 

Así pues mora la tela de fondo de mi voz, de donde salen esas letanías y lo que se monta en ellas, una cierta sed, una meridiana tristeza, que acompañan  tus ansias en aquella morada de la ausencia. Cuerpo inasible, por cierto.

 

Lo siento, no volveré a escribirte desde la nada, de ese vaho formal que desdibuja lo que fuimos, seres primigenios que dejaron escapar entre sus cansados dedos la hombría y el honor (¿te asombran esos términos? pues existen). Soy un grifo abierto y, como se sabe, los grifos abiertos riegan y esparcen y derraman sus aguas por todas las superficies y texturas y ternuras y también por terrenos cercenados, acantilados, desencuentros. ¿Cómo sobrevivir a semejante sangría en manos ajenas, en espacios desconocidos?

 

Lo siento, no te escribiré más nunca, mi adorado siervo, y seguirás mirándome con tu mirada fija en la total y respetuosa discreción de mi morada sin ventanas. En tu habitación del olvido.

 

Daniela Trottier 2007

 

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