Prólogo al libro "El Jardín mágico" de María Cristina Berçaitz - por María Lydia Torti

Con "EL JARDIN MAGICO", opera prima de María Cristina Berçaitz, se abren las fronteras de los nuevos escritores argentinos que mejor utilizan los exigentes límites del cuento. Lo hace con un profundo sentido práctico, un acertado manejo de los símbolos y una tranquila seguridad que bordea lo axiológico.

Los cuentos oscilan entre la realidad dura y lo fantástico. Este oscilar permite aquello que Henry James llamó "la suspensión de la incredulidad". En el campo de la literatura fantástica sólo las visiones auténticas logran ser inevitables, fieles a sí mismas y así agregan algo al mundo. Un buen escritor es aquél que ha llegado a tener una manera de ver el todo que lo rodea y lo describe con su interioridad ahondada por el oficio y la destreza. Conrad decía que sólo podía ver las cosas de una manera extraña.

Esto es, precisamente, el acierto de Berçaitz: con admirable fluidez impone una manera personal de apreciar las cosas. Buen ejemplo es el cuento que da título a la obra "El jardín mágico", donde el hombre es atrapado por la naturaleza. Hay una fusión entre el ser y los vegetales : "Las enredaderas lo abrazaban casi por completo y entre ellas se deslizaban los lisantos, frágiles y delicados".

A través de este género fantástico, a la manera de los antiguos cuentos infantiles: el rey, la sirena, los astrónomos, Juan, están ensamblados en un tema sublime: el amor. Ese amor está más allá del placer, el poder, la gloria y el sexo.

En "Filosofando", relato de maravilla, el protagonista en su recorrido encuentra distintos personajes, con distintos mensajes de vida.

Hay una disimulada conseja al final del mismo: "No debe perder el hombre la vida en búsquedas vanas".

A los protagonistas, arquetípicos y generalmente lúcidos, algo les sucede mientras reflexionan.

Ese algo casi siempre significa que por medio de la historia llegan a un mejor conocimiento, a una revelación de sí mismos, de su sentido último y de esa manera se podría decir que estos cuentos de María Cristina, son como aquellos poemas que presentan un tema que el lector sólo comprende retrospectivamente, en la última línea, y no es porque sus historias sean herméticas: el acercamiento es gradual y desde todos los ángulos, tanto en los cuentos de fantasía como en lo que podríamos simplificar de filosóficos. Los cuentos de nuestra autora participan de ambas vertientes, llegando en muchos casos a una excelente "parábola" contemporánea.

Resulta difícil establecer categorías precisas en un mundo tan rico como el literario.

Dentro de esas categorías están las que tocan líneas de intercomunicación, como son las que vinculan a la literatura y la filosofía, literatura y ciencia, literatura y religión, entre otras.

Dentro de lo literario, descubrimos aquellas obras (como en el caso de Berçaitz) que recuerdan las lecciones de Coriolano Alberini: "Intuición general del mundo y de la vida".

No hay en estos relatos adhesión ni creación a ningún sistema filosófico; sus distintos argumentos y personajes muestran una serie de ideas vertebradoras sobre "el ser" y "el actuar" en "el espacio" y "el tiempo".

Pero aquí el arte se superpone a la filosofía, pero sin que tal prioridad borre respaldadores, ejes metafísicos, axiológicos y psicológicos.

En el cuento titulado "Nada" se une lo simbólico y lo religioso. El naipe representa "la nada". La inteligencia del hombre por más que sea una inteligencia superior es "la nada" frente a Dios.

"La casita de alfileres", aparente cuento infantil, con el conejo Esteban y el lobo Gregorio, tiene una intención crítica y moralizante. El asunto puede ser trasladado a la vida del hombre actual, antagonismo entre el bueno y el malo, con el consiguiente triunfo del bueno por la habilidad y el ingenio.

"La otra", es una narración que repite en la autora el tópico del amor y la posesión.

"La propiedad no existe en los sentimientos".

El amor verdadero no necesita demostración.

En "El restaurador", el artista o también puede ser el hombre común en su quehacer diario, prefiere dejar la vida buscando la perfección..."Un día, el maestro, furioso por sus intentos frustrados, golpeó su mesa de trabajo, rompiendo en ese acto varias piezas de cerámica, lastimándose...........................-Está  usted dejando su sangre en estas piezas, su vida, todo, en este trabajo, en este sueño irrealizable de alcanzar la perfección"...

Encuentro elementos subjetivos de la autora en ese entregar "la vida a la obra".

Psicológicamente, el símbolo del caminante y del camino (que también aúno con Berçaitz) aparece reiteradamente a lo largo del libro.

"No se sentía con fuerzas para recorrer un camino demasiado largo". (El restaurador).

"Por él sería capaz de recorrer el mundo caminando. Por él contaría una a una las arenas del mar". (La otra).

"El caminante, tornándose serio repentinamente le dijo a su anfitrión: Tu mujer está enferma............Comenzó a caminar sin rumbo cierto hasta que oyó una voces y se acercó a ellas". (Filosofando).

"Caminé despacio, disfrutando mi soledad brillante de rocío". (El rosal).

Los relatos cortos merecen una consideración muy especial. Aquí la narradora deja escapar a la poeta. En ella se ha congregado la experiencia de lo divino y también el amor a la tierra que exaltó con su palabra cósmica. Hay una visión personal de ver a Dios.

En "El rosal" nos enfrentamos con una brevedad dolorosa. Trata en forma poética, con imágenes visuales, olfativas, metáforas y personificaciones el tema del error.

Pero nada está definitivamente muerto hasta que Dios lo determine. Aún lo que está seco puede verdecer.

Siempre hay un ramo de pimpollos blancos en el horizonte de la esperanza.

En "La foto" se pretexta el título para introducir dos grandes problemas humanos: el amor y la enfermedad.

Atisbos autobiográficos, ternura contenida, lucidez y ética referenciales, se exhuman en Winding. La naturaleza encuentra aquí un lugar preponderante.

Es un cuento cíclico que se abre con el campo gris y se cierra con el campo azul. Además el tratamiento del tiempo destaca su dinamismo. Todo transcurre entre el atardecer y la muerte del día.

En tan breve transcurrir asoma el recuerdo de la infancia.

María Cristina Berçaitz cinceló el lenguaje como una delicada artífice. Se advierte un trabajo riguroso y firme que le permitió crear una forma de expresión cuyas secretas resonancias y armonías la convierten en una de nuestras prosistas más logradas. En ese estilo, aparentemente llano, siempre reflexivo, que no desconoce las sorpresas y los cambios de ritmo, la autora nos presenta los serenos misterios de sus historias.

Con "EL JARDIN MAGICO" la nueva cuentista argentina alcanza una de las funciones más altas de la literatura: ensanchar la imaginación y estimular la reflexión.

Nada hay de desborde ni de excesivo en este libro. Tampoco hay nada que traduzca endeblez de sentido y de forma.

Un camino seguro espera a esta "Caminante" de la armonía, segura entre el contenido y la perfección del decir.


Le decimos, entonces a María Cristina Berçaitz: ¡Adelante! ¡Camina!.

María Lydia Torti 

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