La eternidad de la poesía |
- I - Cuesta
mucho, ahora, en esta época de
angustia planetaria, de extinciones masivas, inmediatas e irreversibles;
de inmersiones en las que sucumbe el agua dulce, se desintegra, inánime,
el liquen, mueren, sin piedad, orquídeas y achupallas;
en tiempo de derretimientos, en el que se agota la vida de la roca,
se desnuda la nieve perpetua, se extravía el sentido de la risa y
la alegría; es difícil, digo, ahora,
encontrar; es tarea incauta, en este instante,
buscar siquiera, agotando la mirada entre los sueños de los demás;
es hasta vano, mantener en curso la esperanza de un hallazgo maravilloso,
de una fuente de donde emane, en verdad, clara, límpida y revivificante,
el hálito refrescante de la poesía. La
lírica es una mariposa extraviada en la hecatombe de la asfixia, en donde
deambula pomposa e impoluta, la escritura contemporánea. Tanta rudeza la
ha manoseado, que sus alas desempolvadas de su colorido cósmico,
aparecen con ese
“halo de la conciencia falsa cuyo incansable agente es la moda”[1];
tal ha sido su fragilidad vital, que, impelida por la caza, ha posado el
ritmo de sus ricos cantares en bocas fétidas de productores
publicitarios, de diversos gañanes; lánguida e insatisfecha, con inicuo
desparpajo, es llevada cautiva a los escenarios del polvoroso mundillo de
carcomas en jubileo. Pero
no por este peligroso paso sobre la liana eléctrica de la civilización
desentendida, la poesía haya sido abominablemente guillotinada y
condenada a la tristísima bancada de suplencia, de abandono y de apego a
engomados y enclenques destripadores literarios. No, la realidad
subyacente del poema vital, que no todos aprehenden, se manifiesta sin
temor, aún en este instante del vivir actual, en nichos de supervivencia
original, con luces de huracán incontenible. La
poesía, cual incruenta partícula de la composición del aire, expande el
despertar de quien no la atenta ni destruye. Se eterniza en los corazones
de los seres que, aptos para inspirarla, la expelen al infinito.
Así,
en la búsqueda del sentimiento de la condición humana neta e
impretensiosa, a ritmo de
conciertos unívocos, avanza la poesía escrita. ¡Hela aquí! de
mano y pluma de un poeta contemporáneo de lengua castellana, de
brisa mediterránea, de glauca sensibilidad nacido: Santiago Montobbio,
bardo catalán, quien ve el mundo por vez primera,
en Barcelona, en el año 1966, año previo de revuelas juveniles
europeas. De
sus libros publicados he tenido la oportunidad de conocer: “Hospital de
inocentes”, “Tierras”, “Ética Confirmada” y “El Anarquista de
las Bengalas”, leído en concomitancia al paso de mis propios pasos. Leo
en sus poemas la confirmación de su saber hacer, de su conocer el
tremendo clamor de los espíritus contemporáneos, la capacidad de
construir con la lana del verso, los tintes apasionados y el alimento
inagotable que repasa en cada página estampada de sus poemarios. Es entonces, desde su propia voz, que asola su arremetida en parte corporal y alma, para otorgar y otorgarse la verdad, que la palabra brinda a la experiencia vital; el poeta se confiesa y nos confiesa: |
Confesión última De
entre las mentiras una de las que prefiero es
la luna. Antigua o perdida, ni los locos la
creen, y con sus torpes palabras pueden fabricársele
torpes vestiduras. Porque el
poeta -gata falsa- a veces no está para
cielos o pájaros es por los que os hago una
confesión última. De la noche no
hablo. Porque sin engaño o niño cómo
osar decirte que la noche es mentira. |
Quedo
satisfecho y levanto la vista del papel, constriño mis párpados, aparto
las pantallas; me regocijo y reposo en elevado lecho, cual fuente de límpido
líquido que jamás ha sido tocada.
Montobbio
publicó un conjunto de poemas escritos entre 1985
y 1987, bajo el título “Hospital de Inocentes”, cuya primera
edición se produjo en
Madrid, en el mes de enero de 1989: De él, en una copia de la carta que
Juan Carlos Onetti enviara al autor agradeciendo sus versos, leo lo
siguiente: “de manera misteriosa siento que coincide con mi estado de ser cuando
estoy escribiendo”. En
mi sentimiento táctil de lectura sobre sus poemas obtengo, sin lograr
explicármelo, una forma de inmersión en una pócima que embriaga sin
cesar mi ser individual y mi compromiso colectivo e, igualmente, me nutro,
en ídem, de un extraño misterio. Pero, el hallazgo de una joya en el camino, impele a escarbar más allá del espacio inmediato, sobre nuestras propias “Tierras”, al interior de este mundo de seres extraños , de ojos de jade inextinguible, de inigualables soledades en la sombra despeñada, en donde encontramos, como especie única de corazón palpitante, la voz del poeta en franco manifiesto. |
Manifiesto inicial del humanista La
causa de las palabras, que para nada sirven, o
para vivir tan sólo, es una causa pequeña. Pero
si cada día sabes con mayor certeza que
no sólo repudias las coronas sino
que cada vez te dan más asco; si
en verdad no quieres hacer de tu ya arruinada inteligencia una
prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma a
cualquier hijastro del dinero o si, sencillamente, poco
necesitas y tan sólo te importa soportar con
dignidad la vida y sus tristezas mejor
será que asumas desde ahora la
inevitable condena de la soledad y del fracaso y
que como luminoso o ciego abandono de estrellas a
esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces, que
del todo lo hagas y que en tu habitación vacía las
palabras del fuego sean ceniza, que se asalten y
persigan, que tengan frío, en su noche a solas, por decir tu nombre. |
La
poesía de Santiago Montobbio truena sobre el árido pastizal de la lírica
actual y reverdece mis ánimos.
- II - Me
detengo, ahora en el libro de poemas
intitulado: “Anarquista de las Bengalas” y si bien he
necesitado beber es porque hay sed en las páginas y
he calmado esa sensación de paladar pegado; muchos fluidos pasan
sin ser saciables, pero éste ha saciado la sed y ha colmado mi espíritu. En un desierto con numerosas fuentes, aguas infectas o putrefactas, ácidas, tóxicas o envenenadas, el diáfano frescor de un verso es cristal perfecto: “…mi
poesía sólo puede valer lo que mi vida”
advierte con fuerza simbiótica a lo que
escribe el poeta. Santiago
Montobbio es un humanista sin medida, aquí y
allí, en Tierras Fértiles, donde
brotan, sin alquitrán, seres perfectos que, de su aliento, salta y crece
minúscula “la causa de las
palabras…” voluta rica en inmensidad detonante sobre el yelmo léxico
abatido del cotidiano. Lio
sus versos con manos desoladas por ese mismo vivir, me visto sobre el poyo
abandonado que mi sed aguarda y leo a ciegos y miserables seres urbanos
“desde mi ventana obscura”, acudo a “todos mis nadies”
irrespondido; pero, aterido en esos fluidos apabullantes que destila el
grito de un “anarquista de las bengalas”, es esa expresión
embriagadora de un trapiche que no cesa escanciar sentencias: cazador
cazado; su poema es “arma, a la vez presa” que
mira dentro la hendija del hastío la “repetida estancia de la
vida”. Excelsa en excelsitud de la nada su “Ultima carta”, poesía
que llega desde la profundidad y angustia del viaje nunca emprendido. Leo
con mística paciencia el libro “El Anarquista de las Bengalas” del
poeta barcelonés Santiago Montubio,
leo en voz alta y produzco sensaciones en espíritus fraternos que
escuchan con sencilla pérdida, sin tiempo
ni espacio, sin prisa ni talego; es la
Poesía en el alma, de la que es menester, para adentrarse al
poeta, recordando afirmaciones innegables del sabio ecuatoriano: Juan
Montalvo. Es
de profundizar por fuerza en él, el que escribe, el que suicida porque
“por los poemas hay que dar la vida”
o mendicante ante venales pizarras de excremento: “ni un duro”,
porque la vida no se
vende “ si el vivir es ya algo ajeno” y el duro
no llega a comprar ni a durar
en la nada, mucho menos recorrer la metáfora: el poema emite sincrónicos
quejidos que alienta, embarra el corazón, símiles escondrijos a sinnúmeros
en punto. El poeta Montobbio “habla en plural para fingir no estar solo”, es ácrata enterrado entre bullangueras soledades y pisadas, en improntas divagantes. En el poema “Descendencia única” accedo inevitable al llanto cósmico de “Hombre”, llevado “en los alambres de Dios” donde, en principio de divagación en el exilio de nadie, vuelve a retratar el consternado y apasionado vuelo de Blas de Otero. El poeta aclama la imposibilidad de plasmar el poema en “Geografía”, se muestra solo en compañía, es intemporal en el ataque verbal, perenne como una cascada que pide nombres, su maná nutre el papel con ansiedad; retira su reflexión al todo y encuentra su intimidad coloquial a fuerza de estar en la constante, solo, dentro la clepsidra del ahogo; nutre al lector de magníficas imágenes en secreto, lo lleva encarcelado al impasse de ciertas ocasiones donde el verso encuentra exangües, anémicas sombras de pájaros muertos. |
Figura No cuento
estrellas por tu cuerpo, y si or él
navego mis manos saben que rebanadas
de sombra cortan para pájaros
muertos. Otras veces atravieso los
raíles del miedo y recuerdo
nombres con pestañas con las que
podría tejer versos que dijeran que
yo aún estoy más muerto. |
Se
acerca, allanado, el alma de poeta al sarcasmo trizado de saberse aún unánime
con los demás, altera el humor de la certeza, ríe con el látigo del fin
multiplicado. Sin embargo, el anarquista, en instantes, tiñe sus bengalas
de finísima ternura, entrega sus versos con una mirada desértica en la
multitud. Del
amor sugiere un amor recordado en un pasado onírico “cuando el sol era
sol” “un riente pan de niño”.
Desbarranca su narración al brío del poema desnudando la imagen pura del
verso extenso, a veces vallejeano en la puntada final del poema. Valiente
el poeta, desprecia la farsa del mundo literario y la destrona; jurídico
de hiel contra sí, levanta en resurrección el verso, enarbola la poesía
como germen de vida, su deidad es su sustantivo, el nombre: la poesía: la
salvación: la palabra; el fundamento piedra primigenia, gen del infierno
poético. Bebo
sus versos en tiempos largos, maratónicos, labrados con aliento encendido
en la sensación de ausencia del colectivo sacramental; llego a un momento
ebrio de confusión entre el silencio –el recuerdo- la vida y el amor de
los absurdos, nútreme el tropel metafórico en insensato sueño, en la
aclamación repetida de olvido triunfal del poeta, huérfano de nombres,
sustancia poco probable de volverse única. Aparece
incandescente y corcoveante, un Eros carcomido por la reflexión,
la pérdida absoluta de la sinrazón cauta, animando la crueldad
del anonimato: Eros errabundo en la ternura.
La preceptiva literaria se difunta luego; me pregunto si éste no
será un Quevedo de las mareas literarias posteriores al uranio
empobrecido: es más bien, digo, la
placidez intemporal de real
amador y enamorado profundo. Su
sentencia es sin acápite, poesía para leerla “de puntillas”…
“con bastante octubre”. Su
profunda reflexión interna del colectivo humano rebasa los nombres,
siempre en la arena teológica que busca el amor perpetuo, el fin del hastío.
En otros momentos, crea antipoemas y artefactos que asimilan vertientes del Parra neoyorquino; surreal en el pecado social, aplica pro silicios al oficio del propio desadoquinado y furioso fuego de picapedrero: |
Cuando me
preguntan si he leído a tal y cual
afirmo siempre que no he leído
nada, que ser poeta, señores,
es sólo una simple desgracia. |
Ante eso oído, bebo aún más, sobre mi apaleado corazón atolondrado, entonces, luego de haber recibido las lumínicas y proas huracanadas del “Anarquista de las Bengalas”… un aliento cruento me obliga, con afecto, a naufragar de sed en la poesía imperecedera de Santiago Montobbio. Trascribo, finalmente, |
Recuento: Me es difícil,
me es muy difícil saber cuántas veces he muerto o cuántas
veces conmigo ha muerto el mundo, cuántos, cuantísimos ejércitos de
adioses triturados o qué pobladísima selva de relojes,
adioses y cuchillos se apretaban
incendiados cada vez que subastaba el azúcar de los tiempos al primero que
me diera una esperanza y más incluso
o todavía cuando en la noche ya ronquísima lluvian eran
las horas al pasarlas comprobando hasta qué punto imposible es el
recuento de lo que llega a amar un corazón mordido. |
Referencias:
[1] en palabras de Walter Benjamin |
Ricardo
Torres Gavela
Quito, a 11 de agosto de 2008
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