Horca de Hielo 
Ricardo Torres Gavela

Este ser que mortifica el sueño.

                               Este ser que me arrebata dentro.

Este ser que no me cabe extinto.

                               Este proscenio en zozobra y quiebra

aparece en el terror que me mira.

                             Asedia la mañana en cascarón del cielo

como exhausto presente. Como atardecidas muertes.

 

Recurrentes ráfagas de  tisis acromia el iris

                     loando sílices corpóreos entre rieles femorales.

Me revientan en decesos;                                          

                     la luz un cuchillo sin ceniza que al signo que respira lo atenaza.

 

¿Quién lluvia el circular que inspira

                             esas aparejadas leguas en secreto cambio?

Alabadas obscuridades de estos sucesos cruentos;                                       

 

escuetas volutas de involución incineran en griterío

mi muda apertura a la nada.

Pensé que el mundo corría tras mío,

sus efigies velocistas, raudas, licuan los días

y aprisionan en cautiverio noches ilimitadas;

vuelan carcajadas sin alas ni violeta viento,

ciñen entrecruzados garfios de dádivas metálicas;

el trote de metálicos veleros inunda la ciudad de bárbaros destellos.

 

Este ser que antes de mí fuera un vocablo de ensueño,

este cautivo en mi ruin despertar será un amor interfecto,

esta horadada estación me transpira con hálitos que ansiedad clama,

este sinfín de minúsculas voces en que adviene la eternidad hiriente.

 

Sesgo las plantas de noveles caminos

y obnubilado y veloz me detengo

enfangadas aguas de inmóviles profanos;

en su risa enrojece el crisol de infames aventuranzas,

en su espalda amanece el puñal de deleznables cofradías.

 

¿Dónde estoy? ¿dónde? Oteros lívidos.

Y ¿por qué el respirar presiente ahogo?

 

Dirijo mi señal a rumbo infecto, hoja de puñal escueto

mas, la serpiente destrozada, extinto símbolo,

el tráfago de bocanadas hediondas y fieles que avaliza endechas,

la muchedumbre arremetida en su propio río ¡fluido pestilente!

 

Mi mano se entrevera en las señales,

y huyo con creciente espanto

por las fauces de este tronar que pinta en mi sangre plomo

gris de creciente industria, estando muerto el porvenir, reviente.

 

Esta promesa de ser está ido, ir  y venir: estación y olvido

no norte no hay sur que muestre fanal,

el tibio amanecer un suicidio adolescente

vendaval de cálidas vestales anuncian ¡ya! vaginas al dolor.

 

Se yerguen ante mí, invisibles profecías

inescuchables sinfonías  arremeten perdición

atándome al confín de incalculables distancias.

 

Enhiesto mi frenesí es hombro caído. 

¡Oh ayes! ¡Oh vacío patrimonio!

La miel efervescente se acoqueta al frío.

Los ánimos como vientre colado al tapiz se acuestan.

Tonos de alambre incineran las insignias neuronales.

 

Octubre puede ser el mes en que la horca sombría

desmenuce elevados silencios, sobre anegados gritos.

Ricardo Torres Gavela
27 de abril del año 2004

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