Aproximaciones
a Grito de perro, de Saúl Ibargoyen
Alberto Torrentera |
Puede
dudarse del compromiso teórico de Sócrates
en el diálogo platónico Hipias Mayor: ironía, trampa verbal,
sincera incapacidad. De algún modo los tres registros se anudan y fundan
una particular espesura, donde los argumentos y contrargumentos no pueden
nunca alcanzar la fijeza, la claridad categórica de la respuesta a la
pregunta ¿qué es lo bello?; no la contingencia de la materia mudable, no
el ejercicio técnico de los hombres: la sustancial conformación de
aquello que, existencia pura, da explicación de sí en primera instancia,
y permite la comprensión de lo contingente. Sócrates finaliza con un
proverbio popular: difícil cosa es lo bello. Si bien la Estética aparece
como disciplina hasta mediados del siglo XVIII con la obra de Baumgarten,
la preocupación por lo bello, con sus relaciones con la obra artística,
con la moral, con el bien, ha sido una construcción que, en el
pensamiento occidental, se ha deslizado por más de dos mil trescientos años.
Para
nuestros ojos conformados en una historicidad dada, luchando contra los límites
de un saber estructurado; o adheridos a los bucles de sus sistemas, la
belleza no es el centro de las preocupaciones de la producción artística,
ni el arte agota la diversidad de los universos estéticos. El autor Platón-Sócrates
procuró colocar la esencia de lo bello como núcleo. Filósofos y
artistas, estetas y críticos, historiadores y espectadores se han
preguntado por lo bello y han intentado capturarlo en una definición. Sánchez
Vázquez enumera algunas de
ellas: “idea eterna, perfecta, inmutable, de la que participan temporal,
imperfecta y diversamente las cosas empíricas bellas (Platón);
resplandor de una luz inteligible en las cosas sensibles (Plotino);
belleza de las formas que tienen su fuente en Dios y de las que provienen
las bellezas de los cuerpos (San Agustín); resplandor del Sumo Bien en
las cosas sensibles (Marsilio Ficino); reflejo de Dios (Miguel Ángel);
manifestación sensible de la idea (Hegel) (...) nos encontramos con
definiciones de lo bello como las de Maritain (esplendor de la forma en lo
sensible) y Heidegger (modo de estar presente la verdad como desvelamiento
del ser)”[1].
En este sentido, lo bello se entrelaza con un principio superior. Y si
bien no todas las aproximaciones a lo bello requieren de un tratamiento
metafísico, en todo caso se asimilan unas y otras en reconocer en lo
bello la proporción, la medida, el orden, y ser fuente de placer. Las
cosas bellas, por lo tanto, como manifestación concreta (esta pintura,
este verso, esta melodía) son la realización empírica de un modelo.
Reglas matemáticas, prescripciones métricas, tonalidades establecidas:
lo bello conforma su imperio y si, como dice el viejo Marx, “el objeto
de arte, y análogamente cualquier otro producto, crea un público
sensible al arte y apto para gozar de la belleza (...) la producción no
solamente produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para
el objeto”[2]
, el ojo, el oído, el juicio, la percepción, son producidas estéticamente
también por esa serie de objetos considerados bellos, por su privilegio
histórico, la veneración de su permanencia, los discursos que le
justifican. Señala Adorno “lo bello no puede definirse, pero tampoco se
puede renunciar a su concepto”[3];
sin embargo, es posible circunscribirlo (con su estela de armonía,
medida, equilibrio) a una forma de la producción estética, entendida ésta
en el sentido extenso de una determinada relación disposicional de
contemplación del sujeto con un objeto sensible poseedor de significados,
no exclusiva del arte; además lo bello, esa categoría escurridiza, es
posible desde nuestros juicios y prácticas estéticas, señalarlo como
una categoría, entre otras, de la Estética. Y si bien las soluciones
esencialistas tropiezan, por su carácter especulativo, con la dificultad
para dar cuenta de los objetos empíricos, los debates sobre lo bello y
los objetos que han sido considerados bellos es posible enmarcarlos en un
momento de la historia en la geografía cultural de occidente (Grecia clásica,
Renacimiento). No en todo tiempo los hombres han producido estéticamente
con las reglas determinadas por la belleza clásica occidental y son, sin
embargo, para los juicios de nuestra época, objetos estéticos, y algunos
artísticos. Cuando los humanos del solutrense (aproximadamente 25 0 20
mil años antes de nuestra era) realizaban figuras de forma humana, éstas
eran con proporciones desequilibradas: extremidades pequeñas, y un cuerpo
muy abultado. Cinco mil años después los patrones de las figuras humanas
son los mismos, y no cabe hablar de imprecisión en la técnica del trazo
paretal, porque las figuras de animales muestran proporciones casi idénticas
a la de los animales vivos, lo cual, aunado a la composición de los dos
tipos de signos que acompañan a los trazos en las cavernas: de carácter
femenino y masculino, habla de un patrón en la concepción creativa[4].
Lo mismo sucede con las sociedades que, únicamente una perspectiva
evolucionista califica de salvajes o primitivas: las churingas
australianas, las esculturas maoríes, o las pinturas que muestran
animales desdoblados, partidos en dos desde la cabeza a la cola, entre los
tsimshian y los haida, o las pinturas rituales de las mujeres caduveo, o
estos versos de Ibn Sara as Santarini: “Uno con mal aliento habló/ y
los presentes exclamaron:/ “pedorreó el muchacho”./ Y yo les dije:
“marchaos sin demora;/ el pedo es el heraldo de la mierda”. Limitar lo
estético al arte y éste a lo bello es operar mediante reducciones que no
son validadas por la experiencia real de los hombres, quienes han
producido estéticamente, en la extensión del atlas de los trazos étnicos,
sin construir de acuerdo con las resonancias de lo bello. Pero el imperio
de la armonía, el equilibrio, la medición de lo bello, no ha sido
exclusivo en eso que a grandes rasgos llamamos occidente (y que se
ha transformado de forma tal desde la Grecia de Platón a la Unión
Europea que es un abuso considerarlo una continuidad), en esta civilización
ha existido, a contrapartida, en las periferias de la producción y el
consumo estéticos, las creaciones que otras categorías, como lo feo o lo
grotesco, por ejemplo, pueden dar mayor razón de su estructura. En este
sentido, en medio del gran “cambalache”, como dice el propio Saúl
Ibargoyen, en donde no es posible trazar con precisión las líneas que
separan y unen el contacto cultural, nos parece complicado eliminar los
juicios que determinan a lo bello en aproximación con el bien, y lo feo
es difícil despojarlo de la densa textura que le señala y arrincona, que
le presupone en zonas de intención espesa, de negativa densidad. Lo
grotesco, con su invención un tanto irónica de seres y situaciones
crueles, joculatorias, insólitas; y lo feo, con sus proporciones de
equilibrio dispar, o la representación de imágenes, símbolos,
arquetipos, facciones, palabras, que lanzan sus dardos a la incomodidad, a
la sorpresa, al desmembramiento de las coordenadas que impone la ascética
de las proporciones de la razón y la convivencia armónica con un entorno
de poder; ambas categorías, pese a que ya tienen un par de siglos que son
reconocidas por la teoría (Rosenkranz con su Estética de lo feo, en
1853, y Möser con su Arlequín o la defensa de lo grotesco cómico, de
1761) y que incluso mucho antes de la teoría, la práctica de lo grotesco
o lo feo es una realidad, en un primer momento parece que deben
contraponerse al dato que suponemos inmediato
en el contacto estético con lo bello: lo feo sería discordante, inarmónico,
se expresaría por medio de negaciones, sería lo no estructurado. Pero
esto no es así. Si de momento concentramos el esfuerzo analítico en un
pequeño campo del universo estético, el poema, y si éste se presenta,
de acuerdo con Ibargoyen, como un sistema coherente de textura verbal, de
especificidad rítmica, con la concreción de la imagen, los elementos de
feísmo o de grotesco o de cómico o de trágico o de bello, se articulan
para organizar una materia significante; lo cual, por otra parte,
corresponde a la organización sistemática y dialéctica
(orden/desorden), propia del mundo y dentro del cual el poema se enmarca.
Ibargoyen: “En la realidad física, en el imprevisible ámbito de la
naturaleza (y, como consecuencia inevitable, en el mundo de la cultura),
todo tiende a manifestarse como un sistema: desde la bacteria a la
ballena, desde el virus al arrecife de coral, desde el ojo de una mosca a
la galaxia que nos retiene en su vuelo insondable y sin una finalidad que
pueda ser determinada. En la poesía, un mero sonido, el fugaz fulgor de
una imagen, la fibrilla de un estado onírico, la pálida memoria de una
ensoñación, las construcciones de una idea iluminada, el aroma de una
sombra, apuntan a conformar el verso, la estrofa, el poema, la comunicación
personal o socializada, la expansión; en fin, el sistema metafórico
espiritualmente confirmado por la historia”[5]
El
objeto estético es un objeto con densidad material, que requiere de la luz, del sonido, del papel, del aire, de
la superficie, y que construye una estructura, un sistema, un lenguaje, un
campo de signos, de sentido. De este modo, es posible, parece, que en la
construcción estética del objeto puedan relacionarse categorías que sólo
el análisis de los conceptos separa pero que, en la realidad efectiva, en
la interacción del sujeto con el objeto, se conforman en una unidad
positiva. Por lo demás, nuestras categorías que podemos nombrar como feo
o bello o trágico dependen de una determinada construcción social, son
viables y posibles y se les busca una definición (a mi ver imposible y
quizá inútil) dentro de un orden determinado del saber, de las
relaciones sociales, comerciales, académicas, y por ello contingentes, no
platónicas (quizá socráticas, si acaso es verdadera su postura de no
arribar a una definición constriñente. De pasada, es interesante señalar
que Ibargoyen comparte la posición platónica de los tres anillos de
hierro).
¿A
qué sistema apunta el conjunto de palabras y ausencias, de imágenes y
ritmos, de cansadas respiraciones y rugosos significantes en el poemario Grito
de perro?[6]
Decir que es poesía social es una tautología, ya que toda poesía lo es,
“el
poeta nunca está sólo. No es como andan diciendo allí, que está ahí
sufriendo, escondido o metido en la torre de marfil o de cristal en medio
del desierto: nunca está sólo. Cuando tú escribes, muchas manos se
mueven con tu mano”[7];
poesía que se organiza en torno a una serie de elementos que, con relación
a la definición clásica de lo bello, toman un camino aledaño, reuniendo
en un organismo activo esa categoría junto con otras que conforman la
construcción estética. El propio título indica un par de asociaciones
estridentes; por un lado tenemos la imagen auditiva del grito, y sus
connotaciones simbólicas de dolor o de llamado o de angustia o de furor;
por otro lado el perro, que pierde su asociación de dócil mascota para
incorporarse a un imaginario en donde el perro participa de la ira o, al
ser el cráneo de un perro muerto (como indica la voz poética que es el
motivo o el pretexto de concreción verbal) el perro es un elocuente signo
de la muerte, o aún más, la voz poética es quien, posiblemente, se
autodenomine como perro –a semejanza de Diógenes el Cínico-. Así, los
gritos de los poemas se desenvuelven y agitan por la rocosidad de las imágenes
concretas, de proximidad latente, de intimidades en las texturas, las
pieles, las superficies. Baudelaire describe una carroña; Lautréamont
despliega una zoología de ambivalente realidad; en el caso de Ibargoyen,
la presencia de insectos y animales en los poemas de Grito de perro se
anudan, se superponen, se vinculan como alegoría de una expresión
humana, o se desnudan en su facticidad de bicho protosimbólico[8],
pero son señalados, vividos, reunidos, mezclados, sin la tranquila
contemplación de una escritura que apele a las imágenes de cómoda
reconciliación, a palabras y animales de prestigio cultural; son animales
y palabras que viven en tensión, y en cuyo trasfondo aparece el rostro cínico
de la muerte, el ojo de la vigilia y el hambre, las costillas de una
huesuda felicidad y de una vitalidad con flemas y gases y sin embargo
erguida. Así, en estas zonas verbales, de brillo de la imagen, de súbita
metáfora, de encabalgamiento rítmico, que se distancian, insistimos, de
lo bello, aparecen en el primer poema “Perro con palabras”, la mugre,
la mancha, la muerte, la vejez, la sombra, lo hueco, el dolor, un cráneo
despellejado (del perro), hormigas, larvas, escarabajos, sucios viajes, el
gruñido, el hambre, la oscuridad, la calcinación, los colmillos. En el
tercer poema, “Animales”, aparecen las arañas, el sudor, y “de una
apartadísima caverna/ las cucarachas mezclan sombras/ con el estiércol
de dientudos pájaros”[9],
y surgen las polillas, la hambruna, “las hilachas destruidas”, las
moscas entre alimentos que arden en sus consumación “entre platos y
cuchillos y gases cotidianos”, ladillas, e incluso la mariposa,
despojada de su inocencia, es concentrada en un elemento físico del que
la belleza abstracta pretende olvidarse: “Y las mariposas se rascan/ las
alas de ceniza:/ en su hocico se acumulan/ iluminados coágulos”[10].
Pero en la situación del hombre aparecen, a su vez, las formas del
hambre, los piojos, la asfixia. En el poema “Tercer mundo” se canta:
“Aquella sirvienta/ o costurera de a sesenta centavos/ o hembra leprosa
pariendo/ o negra nada más/ o puta de una piastra/ picándose las várices”[11];
esta última imagen, la de la prostituta de precio ridículo reventándose,
quizá con una aguja o con otro objeto filoso y fino, las venas de las
piernas, se concentra en buena medida la poética del autor en este libro.
Por razones de espacio no es posible realizar el análisis detenido de un
solo poema que permita desmenuzar todas las implicaciones que confluyen de
las diversas realidades categoriales: relacionando el ritmo, la imagen,
los significantes, las metáforas,
la relación de los espacios, los tiempos, los colores; es solamente una
aproximación a las determinaciones más generales de una poética que se
permite enlazar en un hombre (no al hombre): “arterias de cobre como
fuego joven/ venas de fierro adelgazadas/ por el oxígeno negro de la
asfixia/ tubos obturados por mantecas de sangre/ espinas huecas con su
mensaje de ácidos gases/ pelos de acero oscurecidos por las flemas/
filamentos rígidos como coágulos de esperma/ hilachas pegosteadas entre
espumas y glándulas/ estambres revolcados encima de sórdidos gargajos/
redes de seda como calcinantes roncares” (“Respiración”)[12];
estas determinaciones lo que procuran señalar es la coherencia sistémica,
el cosmos de una materia específica: el poema, que rotura en un campo de
la sensibilidad que se abre camino entre glándulas y espinas y matorrales
y pétalos y océanos y polvo.
Bibliografía Adorno, T. W., Teoría estética, España, Ed. Taurus, 1992, pp. 67-86. Ibargoyen, S., “Sobre la posible responsabilidad de la poesía en el fin de milenio”, en Poesía y computadora,
Saúl
Ibargoyen (comp.), México, Ed. Praxis, 2002, pp. 61-71.
Ibargoyen,
S., Grito de perro, Méico, Ed. Praxis; Montevideo, Ed. Caracol al
galope, 2001.
Leroi-Gourhan,
A., Las religiones de la prehistoria, Barcelona, Ed. Lerna, 1987.
Marx,
C., Contribución a la crítica de la economía política, México,
Ed. Quinto sol, s/f p. 248.
Platón,
Hipias Mayor, Madrid,
Ed. Gredos.
Sánchez Vázquez, A., Invitación a la estética, México, Ed. Grijalbo, 1992.
Referencias:
[1] Adolfo Sánchez Vázquez, Invitación a la estética, Ed. Grijalbo, México, 1992, p. 166. [2] Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Ed. Quinto Sol, s/f, p. 248. [3] Theodor W. Adorno, Teoría estética, Ed. Taurus, Madrid, 1992. [4] Esto se desprende de los estudios de André Leroi-Gourhan, en Religiones de la prehistoria, Lerna, Barcelona, 1987 [5] Saúl Ibargoyen “Sobre la posible responsabilidad de la poesía en el fin del milenio”, en Poesía y computadora, Saúl Ibargoyen (comp..), Ed. Praxis, México, 2002. [6] Editado en 2001 por Praxis (México) y Caracol al galope (Uruguay). Saúl Ibargoyen nació en Montevideo, en 1930. Grito de perro es una entre las más de cincuenta publicaciones que incluyen poesía, cuento, novela, antologías y ensayo. [7] Saúl Ibargoyen, en entrevista concedida a Artemis Nader. [8] No en valde Ibargoyen tiene otro libro, Bichario, en el cual tienen cabida (de la A a la Z), la abeja, el neonazi, el mosquito, el poeta, la cucaracha, el virus... [9] Saúl Ibargoyen Grito de perro, op. cit., p. 14. [10] Idem., p. 15. [11] Idem., p. 44. [12] Idem., p. 25. |
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