El viaje y los cánticos al lago de Zoé Jiménez Corretjer
por Eugenia Toledo-Keyser

Cánticos del lago ( XLibris Corporation, USA, 2007) de Zoé Jiménez Corretjer, Profesora en el Departamento de Humanidades de la Universidad de Humacao, Puerto Rico, es un poemario indudablemente luminoso, una  valiosa experiencia de Conocimiento, un rico viaje al interior del alma.  

 

Es un texto que revela gran sensibilidad por parte de la autora, quien demuestra además amplio manejo del lenguaje y cuidado con las palabras. Los elementos leves, a veces casi imperceptibles, navegan en el libro a la manera  como Italo Calvino habló de la levedad en la literatura. Hay un aligeramiento del lenguaje mediante el cual los significados son canalizados por un  tejido verbal como sin peso, sin abandonar su consistencia profunda. La vida es una cátedra que entrega enseñanzas en el diario vivir. La verdadera sabiduría brota en las páginas del mejor de todos los libros: el de la existencia.  

Zoé Jiménez Corretjer nos introduce en el mundo poético de CÁNTICOS DEL LAGO con dos citas claves de la Poesía Zen; una, de Han Shan (China, siglo VIII) y otra, de Fujiwara No Teika (Japón, 1162-1241) que ayudan a ubicarnos en su poesía y en los temas de la misma. En este  sentido, Zoé crea en este texto, a partir de veintinueve poemas, un mundo extendido y  denso, como jugando con las palabras y sus límites, explorando su riqueza y ahondando mucho en las potencialidades de la levedad y el silencio.

 

CÁNTICOS DEL LAGO es un viaje real a un lago, probablemente de vacaciones, ubicado en su tierra, un lugar de localización indefinida, pero que es un espacio real donde el ser interior tiende un puente (lingűístico) para alcanzar las cosas que componen ese lugar, cosas que trascienden lo individual y dan acceso a otra dimensión de la realidad. Hay dos poemas en el texto que nominan este espacio llamados “Templo natura” y “El lago templo.” En el primero, la poeta nos introduce a su mundo con estos versos: “Habito en el templo de la naturaleza / soy yo junto al pino / hasta que el pino permanezca…”(Templo natura, p.4).

 

En el arte Zen no es suficiente retratar o percibir la existencia de un objeto, sino que se requiere alcanzar la representación de su esencia absoluta, reducir el objeto que se vive, a rasgos concretos y primordiales: “Más allá del cristal / otro cristal líquido / baña mis ojos cuando el sol se hace agua /…/ voy y vengo del ruido a la paz del agua / como otro tiempo / que me cose el cansancio y las heridas…”(Frente al lago, p.5)

 

Frente a este universo prístino, puro y cristalino, la poeta abre su alma, se desnuda y es compenetrada totalmente por el espacio natural. Sucede una especie de renacimiento: “Allí bebo y respiro / del invierno soy y nazco / Llena de pétalos en marzo para caminar / sin sed hasta la otra orilla.” (El lago, p.6)

 

El lago es una pintura en la mente del lector y el negativo de una fotografía para la poeta;  es el lugar en el que ella se compenetra y de donde surge una profunda contemplación hacia adentro, desde afuera. El lugar del silencio y la palabra.

 

Sin silencio la palabra no existe. Palabras y silencios en tensión son más hondos que el lago. Y sin embargo, al leerlos producen un descanso, un punto suspensivo en la dimensión que se imagina el lector cuando viaja junto a la poeta por los mismos espacios. La lectura se hace una experiencia compartida, pictórica y musical. Se necesita parar de leer y pensar en las palabras para saborear lo que Zoé Jiménez, la poeta, nos comunica. Se produce una vibración entre lector y hablante lírico: “ Al fondo la música de un poema / que no cesa de acoger la aurora / Tengo el agua metida entre mis dedos / Y mi cara como un  canvas dormido / pintado con la nube del recuerdo / y escribo con los ojos del aliento / y me ilumino, / llena de paz en el silencio.” (Agua, p.7)

 

La conciencia que demuestra la poeta en este punto de la dimensión poética del texto es la de un ser que se sabe asentado en la tierra, pero se siente alterado por los males de nuestra época, vale decir, el ruido ensordecedor, el reloj, la rapidez, la vida tecnológica y la sordidez de la realidad material. Todo esto está descrito en el largo poema titulado “Lejos del ruido,” donde expresa claramente estos puntos.

 

Fruto de un pensamiento orgánico, la poesía de Zoé Jiménez indaga en el desconocimiento que se tiene de lo sagrado en la naturaleza para aprender a vivir una nueva vida, menos enredada, menos desilusionada de las cosas, es decir, una dimensión aparentemente más simple, pero no menos profunda. La idea filosófica detrás de sus palabras indica que la Verdad del mundo reside en esa íntima experiencia transmisora que sucede con el lago y el agua. Ambos son destinos en los que se experimenta como un ‘vacío’ o un vaciamiento de la persona en un mundo cóncavo donde sólo corre “el viento de Dios y el sublime rezo del tiempo.” (Lejos del ruido). Y reitera este concepto en varios poemas: “Me hago a imagen y semejanza de la nada / y me lleno de luz…”(La ermitaña del lago, p.10) “ La hoja y su silencio / son mi cueva/…/ y desde este útero / vuelvo a nacer “( Debajo del pino, p.11)  “No intereso hablar con nadie / cuando pienso” (El Canto del lago, p.13).  

 

El lenguaje es en el texto puro sentimiento. La vida se torna en una realidad sin fronteras, las posibilidades del pensamiento creador son infinitas. La poeta sufre un cambio cualitativo en la forma cómo se llega a percibir el mundo. La mirada cambia y es distinta: “ El lago está vivo / se mueve como un astro de metal derretido”  (El lago II, p. 15)

 

Sin duda una mirada diferente es imperativa, porque en esos nuevos espacios descubiertos, ella reconoce o reencuentra lo más importante, la Sabiduría. El poema “Sapiencia,” p. 16, uno de mis favoritos en todo el libro, por lo bien logrado y por su mensaje, muestra esta unión entre Naturaleza y espiritualidad:

De la naturaleza hay que aprender su silencio.

 

Saber hablar como el viento…

Moverse como las aves…

 

Ante la ignorancia,

Decir lo mismo que dicen los árboles.

 

Mirar con ojos de astro, la montaña.

La realidad se ha expandido, la mirada “con ojos de astros” es una mirada holística, totalizante. El mundo fragmentado de la realidad se agranda; la poeta alcanza altura, los “pulmones sonríen…” porque hasta  “el aire tiene más espacio” (p. 17) Y luego dibuja una línea en el agua que abre y cierra cosas, una especie de puerta que divide el mundo en dos, el de antes del lago y el del después. La poeta sabe lo que viene después del ‘después’: “ Este es el espacio que habito. / La vida, en su primitiva especie de inocencia / como un corazón antiguo / que cierra cicatrices modernas” (La casa del lago, p. 17).

 

Las imágenes poderosas de los poemas nos dan un cuadro de concepción unitaria. Junto a los ‘cánticos del lago’ Zoé Jiménez imagina un espacio mítico más allá de la vida cotidiana. En el lago encontramos hacia la mitad del texto a la cuasi-divina poeta, sola, en absoluta concordancia con la naturaleza y enamorada de la misma. Hay una conciencia despierta, lúcida y espontánea en los poemas siguientes. La poesía Zen llama a este estado de iluminación “satori.” Es la claridad que se descubre en las cosas mismas. Una especie de despertar que se ahonda, que no queda en la superficie, que viaja en sentido vertical: “Quiero derretirme con el humo / de la leña” (La lagartija del lago, p.21) “ Vengo a este templo / y salgo como la abeja / llena de miel” (El lago templo, p. 23.). “Si esto es soledad / quiero vivir a solas todo el tiempo / …/ Esta es la totalidad a la que aspiro /  para ser del ave, del eucalipto / y del viento.” (Soledad, p.25)

 

La hablante lírico madura como un fruto, como una granada. Experimenta una asunción en donde la paz es la metáfora de un hermoso pájaro de plumas rojas como de fuego. Este encuentro es otro capítulo, una página nueva para ella:

Me doy vueltas como un cascabel

Buscando su órbita

Trasciendo del inframundo

De los seres perdidos en el fuego

A una latitud coronada de cristales

Por el frío

Más alta, más del cielo (El pájaro de fuego, p.27)

El siguiente paso es el entendimiento de dos mundos, desde donde percibe el peso y la levedad ,la sombra y la luz, lo que es y lo que no es. Con este motivo declara: “Vuelo en medio de dos tiempos / tan distintos / que me ordenan el juicio y me despiertan” (Del otro lado de la orilla, p.28) Tal vez también se refiere a la tensión entre la palabra y la imagen, el sentimiento y la creación. La dualidad eterna.

 

El poemario en su totalidad es una aproximación a lo posible o mejor dicho a una experiencia de alta intensidad. Puede ser la sombra del pino, la huída de las aves, la caída de los piñones, las mantas del invierno…Infinitas posibilidades de realización que se fueron abriendo, enlazando, desnudando y, como indiqué al principio, descubriendo a través de los versos.

 

El texto termina en la mandala, la perfecta circularidad; de la dimensión vertical y alada se vuelve al movimiento de retorno, pero esta vez con un bagaje de conocimiento mayor. La experiencia se nos comunica en estos versos: “ Viviría del tronco y del nido / vertical / en la ronda circular…”(Sombras, p. 31)

 

Mientras tanto, el lago se ‘estatiza’ por la palabra y vuelve a ser espejo. La vida aparece como un misterio metafórico. La poeta se acercó al agua con la mente y la tocó con sus manos abiertas, no con manos apretadas y puños cerrados.

 

Cada poema refleja ese mundo de paz que Zoé Jiménez Corretjer anuncia  y construye en la totalidad del texto. Es posible analizar el mundo propio de los poemas individuales sin perder de vista su lugar en la imaginación global del poemario. Con estos presupuestos la autora  traspasa la experiencia física del lugar y con cada poema genera un movimiento de conjunto que se escucha como “los cánticos del lago.”

Eugenia Toledo-Keyser, Ph D. 
Teacher, Richard Hugo House of Poetry 
Seattle,  Octubre, 2007

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