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La madre negra de Martí [1].
por Josefina Toledo
[2]
jtoledo@cubarte.cult.cu  

 
 

La biografía de Paulina Pedroso, cuyos datos fui atesorando amorosamente durante dos décadas, no se llamaba aún La madre negra de Martí cuando  decidí presentarla  en el Concurso 26 de Julio, auspiciado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en el año 2008. Además del Premio de Biografía pude contar con la experimentada editora, Felipa Suárez Ramos quien me propuso el título.  Después de sorprenderme, lo acepté sin reservas. Confieso que concebir un título breve, que se acerque a las esencias de los contenidos, nunca ha estado dentro de mis habilidades. Ni en la investigación histórica, ni en la narrativa. Ni siquiera en la poesía. El título propuesto logró atraer el interés de lectores heterogéneos hacia la figura de mi biografiada. El título convencional y larguísimo de  Biografía de  Paulina Pedroso, fiel colaboradora de José Martí en la emigración revolucionaria de Tampa, no era recomendable, ni fácil de "acomodar" en la portada de un libro. Además, el nombre de la biografiada solo era identificable para el grupo de colegas familiarizados con el entorno martiano.

Paulina Pedroso fue una cubana del más humilde origen imaginable. De acuerdo con el Registro Bautismal[3], Paulina nació de padres esclavos de origen carabalí, el 10 de mayo de

1855, y fue bautizada el 7 de agosto del propio año. Sus padres pertenecían a la dotación de don Juan Hernández, dedicado a la explotación comercial tabacalera en el barrio nombrado  Piloto, de Consolación del Sur, en Pinar del Río. De acuerdo con las normas establecidas, los esclavistas identificaban a los miembros de su dotación con su primer apellido, de modo que los de Paulina son Hernández y Hernández, asignados a sus padres, Germán y María. La biografiada trasciende históricamente con el nombre de Paulina Pedroso al unir su vida al negro libre Ruperto Pedroso, coterráneo pinareño, y asumir el apellido de su esposo, legado por los ricos  esclavistas condes de Casa Pedroso.

Acaso teniendo en cuenta que el régimen esclavista estaba llamado a desaparecer, en 1888 un miembro de la familia Hernández decide emigrar a los Estados Unidos de Norteamérica con un grupo de sus esclavos para establecer un nuevo negocio[4]. Hernández se declara fiador y empleador de todos ellos que, desde luego, son personas libres, puesto que en las antiguas Trece Colonias la esclavitud había quedado abolida desde el triunfo de los estados abolicionistas del norte en la Guerra de Secesión, finalizada en 1865.

Apenas unos meses después de su arribo a Cayo Hueso, Paulina y Ruperto, probablemente junto a otros familiares, se dirigieron a Tampa, también en la Florida, en busca de mejores condiciones para trabajar, vivir y, fundamentalmente, ejercer en toda su amplitud y sin mediación alguna el precioso e intransferible derecho a la libertad.  Es plausible considerar que la breve temporada durante la cual el matrimonio trabajó en Cayo Hueso, junto a su empleador, le permitió ahorrar el dinero necesario para trasladarse por su cuenta a Tampa en los primeros meses de 1889.

Acostumbrados al trabajo duro y a la austeridad, los Pedroso logran adquirir un terreno y construir una sólida y amplia casa de madera, del tipo llamado bungalow,  no carente de las comodidades de la época. Concebida como casa de huéspedes,  alquilan sus habitaciones a los emigrados que arribaban a esa ciudad con escasos recursos y decidían optar por un alojamiento más económico y familiar que el Hotel Cherokee de aquella localidad.

Paulina y Ruperto, por su propio esfuerzo, habían alcanzado la libertad y la independencia económica; pero anhelaban la libertad  y la independencia de la patria. Ellos estuvieron entre aquellos emigrados que vibraron con ardor patriótico en Tampa con el intenso discurso martiano "Con todos y para el bien de todos"[5]  Aquel que hablaba al corazón de los emigrados era el Apóstol de la independencia de Cuba. 

Paulina y Ruperto pusieron incondicionalmente a disposición del hombre que encarnaba el ideal de independencia de la patria todo lo que tenían para vivir honradamente de su trabajo;  es decir, su casa de huéspedes, donde siempre el Maestro tenía una habitación disponible.  

Cuando enemigos políticos de José Martí envenenan su comida en una cena organizada en su honor, Paulina Pedroso no se separa de la cabecera de su cama y, de acuerdo con las indicaciones del médico, restituye las muy dañadas funciones digestivas del Maestro, quien escribe "He estado enfermo, y me atendieron muy bien la cubana Paulina, que es negra de color, y muy señora en su alma".[6]  

La preparación de las expediciones previstas para el inicio de lo que José Martí llamó la Guerra necesaria habían culminado con éxito. Con los fondos recaudados por el Partido Revolucionario Cubano habían sido compradas y equipadas tres embarcaciones con armas, municiones y otros pertrechos de campaña. Estaban listas para zarpar hacia Cuba desde el puerto de Fernandina cuando la   la traición de uno de los implicados en las compras, condujo a las autoridades estadounidenses a confiscar las embarcaciones. Era el 12 de enero de 1895. En tan dramáticas circunstancias Martí acrecienta su estatura como adalid de la patria y vuelve a levantar los fondos necesarios para restaurar lo perdido. Envía a Gonzalo de Quesada a Tampa con una carta para los Pedroso:

Allá les va otro hermano, /…/ llega /…/ a tener que pedir a Vds. al fin, el sacrificio grande que tantas veces me han ofrecido --¡háganlo, cueste lo que cueste!  Sin eso podría toda nuestra obra venirse abajo /…/ Si es preciso, háganlo todo, den la casa. No me pregunten. Un hombre como yo, no habla sin razón este lenguaje[7]  

Paulina y Ruperto hipotecan su próspera casa de huéspedes y envían el dinero a Martí para que el ideal de la independencia siga en pie.    

Ellos no se limitaron a aportar una parte de sus bienes, como de continuo hicieron muchos patriotas de la mediana y alta burguesía cubana. Los Pedroso lo entregaron todo, con una confianza irrestricta en el ideal patriótico que Martí les reveló y les enseñó a amar. Por ello el gesto conmueve profundamente.

En el segundo aniversario de la muerte de José Martí en el combate de Dos Ríos, el domingo 19 de mayo de 1895, Paulina inició su muy sentida evocación con estos versos:   

“Martí, / Te quise como madre, te reverencio como cubana, / Tú fuiste bueno: a ti deberá Cuba su Independencia”[8].

La República instaurada el 20 de mayo de 1902 se mostró ingrata con Paulina y con otros cubanos humildes como ella. El precepto de "con todos y para el bien de todos" que enarbolara José Martí en Tampa,  había sido olvidado. Su amargura parece haber llegado a su clímax con los acontecimientos del gran genocidio etnopolítico de 1912, eufemísticamente llamado "la guerrita de las razas". Como consecuencia del odio racial más de ocho mil cubanos de piel oscura fueron asesinados en pocos meses. Muchos de los asesinados habían sido combatientes en la Guerra de 1895 y algunos habían ganado grados de oficiales del Ejército Libertador.   No descarto la hipótesis de que entre las miles de víctimas de hombres que luchaban por el reconocimiento de sus derechos ciudadanos, estuviera Ruperto Pedroso, cuyo rastro histórico desaparece  por estos años.    

Paulina Hernández y Hernández, viuda de Pedroso,  ciega, pobre y herida por la enfermedad que minó su organismo, fallece en su pequeño apartamento de la calle Corrales 231, en La Habana, el 21 de mayo de 1913[9]. Al día siguiente, jueves 22 de mayo, el periódico La Discusión publicó su fotografía en primera plana, acompañada de una exégesis de su vida, de su lealtad a José Martí y al  ideal de independencia y justicia que el Apóstol les había predicado. En uno de sus párrafos se lee:

Cumpliendo un encargo de Paulina, fue enterrado, junto a su cadáver, el retrato de Martí con una expresiva dedicatoria[10] y la bandera de la Patria que el Apóstol le regalara.

Por su raigal humildad y el vivo ejemplo de su trabajo incansable para acceder a un nivel de vida sin carencias, que le permitió -incluso- ayudar a muchos otros emigrados que arribaban a Tampa sin recursos, Paulina Pedroso merece ser recordada.   Por su ejemplar afán de superación y su talento natural que le permitieron aprender a leer y escribir tanto el español[11] como el inglés, y componer algunas canciones de suave línea melódica, vocación y aptitud estimuladas por José Martí, también merece ser recordada. Pero debemos recordarla de manera especial entre las más abnegadas patriotas de la Guerra de 1895, la Guerra de Martí, porque ella fue la  cubana que más aportó a la causa de la independencia de Cuba. Como la pobre viuda del Evangelio[12], Paulina Pedroso dio absolutamente todo lo que tenía para sustentarse.

Y quedó  feliz, porque asumió que cumplía con su deber para con la patria. El Maestro le había enseñado que "el deber debe cumplirse sencilla y naturalmente"[13].

Notas:

[1] Toledo Benedit, Josefina: La madre negra de Martí. Premio de Biografía. Concurso 26 de Julio. Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2009.  152 pp.

 

[2] La Habana, 1941. Pedagoga y Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, Universidad de La Habana.. Dra. en Ciencias Históricas. Investigadora y Profesora Titular. Ejerce en el Seminario San Carlos y San Ambrosio y en  la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Habana.

 

[3] Suscrito por el Pbro. Julio Battistella, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Consolación, provincia y diócesis de Pinar del Río, libro 7M, folio 224,  número 1283.

 

[4] El dato aparece consignado en el Directory of the City and Island of Key West, de 1888, de la firma compiladora y publicista Bensel´s,

 

[5] Martí, José: Obras  Completas , t. 4. Editora Nacional de Cuba, La Habana,  1963- 1973,  p. 269-279. Todas las referencias remiten a esta edición. En adelante citada como J.M.:  O:C., (t) y (p.).

 

[6] J.M.: O.C., t.20,   p.210.

 

[7] J.M: O.C., t. 4, p. 50. El subrayado es de la autora.

 

[8] Publicado en el periódico Cuba,  de Tampa, Florida, Estados Unidos de América, el 18 de mayo de 1897.

 

[9] Partida de defunción firmada por el cura párroco don Juan José Lobato y Rendón, de la iglesia de San Nicolás de Bari, de La Habana. Libro 3ro. General, folio 87, No. 460.

 

[10] Según testimonio de antiguos emigrados revolucionarios en Tampa, Paulina mostraba siempre con mucho orgullo la dedicatoria. Al dorso de su retrato José Martí había escrito: "Para Paulina, mi madre negra"

 

[11] Téngase presente el origen africano carabalí de sus progenitores esclavos.  J.T.B.

 

[12] La Biblia NT, Mc 12, 41-44.  Lc 21, 1-4

 

[13] J.M.: t, 4, p. 183.

 

Josefina Toledo Benedit
jtoledo@cubarte.cult.cu  

 

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