Reseña de "Diario, 1974-1983", obra de Ángel Rama - Prólogo, edición y notas de Rosario Peyrou, Buenos Aires, Ediciones El Andariego, 2008.

 

Entre la historia y la pesadilla
por Silvia Tieffemberg
 

La pesadilla tiene un horror peculiar.

Jorge Luis Borges

Acaso podría pensarse que la gestación de un proyecto de tal envergadura como el de la Biblioteca Ayacucho -tanto desde el punto de vista editorial como desde el del sustento ideológico y político que lo respalda- ocuparía gran parte del diario que Ángel Rama escribe entre 1974 y 1983[1]. Sin embargo, las referencias al enorme esfuerzo realizado para sacar a luz una colección que Roa Bastos considera “una verdadera historia de las ideas (...) no ya solamente como una selección de libros capitales sino como la constelación de un gran libro colectivo” y que hoy se encuentra definitivamente incorporada a la vida cultural y académica de América Latina, se diluyen en algunas alusiones -jugosas, claro, pero escuetas- a las relaciones España/América pero, antes que nada, a aquellas que recuerdan el fastidio provocado por la reunión con los delegados latinoamericanos -agrisado ejército de soldados envejecidos- y sus sugerencias en cuanto a los criterios de publicación.

Tanto Ayacucho -concebida in ovo desde la experiencia editorial de Marcha, el semanario uruguayo cuya sección literaria Rama dirigió a lo largo de la década del sesenta-, al igual que Transculturación narrativa en América Latina, La ciudad letrada y Las máscaras democráticas del modernismo, fueron producto de estos diez años de exilio. Investigaciones, lecturas, pero por sobre todo, la voracidad dialógica de Rama parece ser el lugar donde nace su obra crítica: literatos, artistas plásticos, críticos, hombres de ciencia, políticos.

Rama escribe, interroga, refuta, se desencanta con las ortodoxias de cualquier índole, con los envejecimientos del alma de los amigos y la burocratización de los compañeros de antaño, con el provincianismo y la mediocridad académica. Y por detrás del vaivén vertiginoso de interlocutores, como telón de fondo inamovible, su concepción del intelectual latinoamericano “de acción esclarecedora y proselitista”, de la literatura como sistema, de América Latina misma, martianamente, “nuestra América”, aunque con la gozosa inclusión de Brasil. Obra crítica a la que, sin embargo, destina solamente el breve destello de la acotación marginal.

El golpe de estado del 73 le impide volver a Uruguay y la muerte lo encuentra en un exilio itinerante entre Venezuela, Estados Unidos y Europa. Pero si el diario registra el gesto pudoroso de evitar nombrar la palabra exilio, quien escribe exhibe la descarnadura de un texto que muestra las decadencias corporales, la falta de dinero, las inseguridades y las angustias, y el intento (o la certeza) de compensar aquellas con el amor -antes de pantuflas y puertas adentro que de exabruptos apasionados- por Marta Traba.

Si acaso fuera necesaria una clave de lectura -abandonada de antemano la pretensión de dar cuenta de la totalidad de un texto de tal intensidad-, la mía sería la del amor y la angustia.

El exilio que no se nombra vulnerabiliza los cuerpos, “otra infección bucal, otra serie de molestias y de humillaciones”, y acentúa las escoriaciones de la vejez, “la calvicie, los ojos sin pestañas casi, los dientes, sostenidos apenas por sus prótesis, la flojera de la carne en el cuello”: de ahí la necesidad de conjurarlo a través de la construcción de la casa, casas-nido, casas-madriguera que la figura de Marta hermosea con el lujo de la habitabilidad, casas devenidas condición de posibilidad de la supervivencia. Y entonces el terror ante el cáncer. “Es ella, ella, ni siquiera todos nosotros, es ella, tan maravillosa (...) tan cargada de la más dulce ternura que yo nunca haya conocido, es ella el asunto, es ella lo que me duele.” Sin la presencia conjuradora de Marta es posible el mundo de la pesadilla.

En una de las primeras anotaciones del diario, Ángel Rama se describe saliendo del sueño como si saliera del mar, “dominado por una angustia tenaz, transpirado, debatiéndome en un sufrimiento sin formas ni expresiones. Solo angustia, como no vuelve a repetirse en el día, donde puedo tener ansiedad, contrariedades, sufrimientos, pero no esa sensación de opresión como si todos los monstruos de la pesadilla hubieran estado acuclillados sobre mi pecho (... ) y el corazón (...) cercano a paralizarse”, y evoca un cuadro, La pesadilla, sin poder recordar a su autor. Efectivamente, el pintor suizo Johann-Heinrich Füssli, pintó en 1782 -y en los años posteriores realizó varias versiones del mismo- un cuadro con ese nombre: fiel al gusto estético de la sociedad inglesa de la época y sirviéndose de la técnica del claroscuro, propia del manierismo italiano, alcanzó fama al recrear lo onírico-demoníaco. En la pintura puede verse a una joven dormida con un pequeño demonio sentado sobre su pecho que mira azorado al espectador, a su lado, la cabeza de una yegua surge de la oscuridad, haciendo alusión, quizás, a la etimología popular del vocablo nightmare, “yegua de la noche”.

Johan Heinrich Füssli, La pesadilla (versión de 1790).

Es notable que, algunos años después, Jorge Luis Borges dictara siete conferencias que se publicaron en 1980 con el título de Siete noches, y que el libro llevara como portada este mismo cuadro de Füssli, pues Borges, en la segunda conferencia, titulada “La pesadilla”, reflexiona sobre la pintura. Pero tal vez lo más interesante sea que dos historias de vida tan diversas, con trayectorias académicas e intelectuales diferentes e intereses político-ideológicos en extremo disímiles se encuentren allí, en el impreciso terreno de los sueños. Borges, como en la paráfrasis del texto de Rama que nunca leyó, dice: “Nuestra vigilia abunda en momentos terribles: todos sabemos que hay momentos en que nos abruma la realidad. Ha muerto una persona querida, una persona querida nos ha dejado, son tantos los momentos de tristeza, de desesperación... Sin embargo, esos motivos no se parecen a la pesadilla; la pesadilla tiene un horror peculiar”.

Notas:

[1] Rama, Ángel, Diario. 1974-1983. Prólogo, edición y notas de Rosario Peyrou. Buenos Aires, Ediciones El Andariego, 2008. El diario se publicó por primera vez en Montevideo, Uruguay en el año 2001.

 

por Silvia Tieffemberg
Publicado, originalmente, en Revista Zama - Año 2 - n° 2 - 2010

Instituto de Literatura Hispanoamericana - Filo:UBA

Link del texto: http://revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/zama/article/view/5081/4598

 

Ángel Rama en Letras Uruguay

 

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