Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Si desea apoyar la labor cultutal de Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!!

 
 

Mejor es sin llanto
cuento de Miguel Terry Valdespino

Comentado por Alberto Marrero

 

Mamá y papá se cansaron de repetirme que en las películas, los seriales, el teatro… los actores no se morían de verdad, porque la historia era pura ficción (sí, esa fue la palabra que me dijeron mamá y papá), pero yo no pude controlarme y estuve llorando sin parar, y las muchachitas de mi escuela también, y hasta las maestras, desde que a la madre de Wilma le dieron dos balazos en la calle y se murió llorando en la mismísima cara de Wilma, que estaba llorando tanto como su mamá y como yo, y también como las muchachitas y las maestras de mi escuela y de cualquier otra escuela. “No seas tonta, Fernanda, esa historia es de ficción”, dijo mamá mientras me limpiaba los ojos y me acariciaba el pelo. Pero yo no la escuché, y tampoco las muchachitas escucharon a sus padres, ni las maestras seguro escucharon a sus novios, y por eso continuamos llorando sin consuelo.

Simplemente recordar la cara de Wilma en un momento tan triste, simplemente pensar que sería huérfana para siempre, podía sacarle lágrimas a cualquiera. Papá comenzó a reírse bajito. “Parece mentira que seas tan inteligente. Todo eso es ficción, Fernanda, la madre de Wilma no está muerta de verdad. En cualquier otra novela va a aparecer”. Yo lo sabía. Claro que lo sabía. Pero seguí llorando. Sí, en la vida real estaba viva, pero en la novela estaba muerta de verdad. Y yo lloraba por la novela, no por la vida, porque si una tiene padres tan buenos como los míos, y tan inteligentes, y vive en una casa bonita, y va a una escuela linda donde aprendes algo nuevo todos los días, no tienes por qué llorar, y entonces una debe llorar con la televisión o el cine, porque es muy difícil que alguien viva muchos años y no llore por lo menos con una novela. Mamá me abrazó con cariño y me dijo que, si dejaba de llorar, iba a darme una sorpresa cuando me despertara para ir a la escuela. Le dije que sí y me sequé los ojos. Fui al comedor, tomé un poquito de helado, me cepillé los dientes y me acosté. No tuve sueños feos con Wilma ni con su madre. No soñé con ellas. Soñé que tomaba helado en un parque donde estaban sembrando rosas amarillas, y los niños hacían ruido y se tiraban a jugar con los perros en la hierba hasta ponerse muy sucios. Nada más. A las siete menos veinte escuché sonar el reloj. Mamá vino hasta mi cama, me ayudó a levantarme y me dijo que ya estaba la sorpresa prometida. Nos fuimos hasta su cuarto. Papá estaba dormido. Mamá encendió su computadora, me sentó en sus piernas, buscó una carpeta con el nombre de Telenovela y la abrió para mí. “Ahora mismo vas a ver que ni Wilma ni su madre son tan desgraciadas”. Las caras de Wilma y su madre aparecieron muy juntas y sonrientes, y después aparecieron festejando en otras fotografías, al lado de unos futbolistas muy famosos, y en un hotel de Nueva York, y en un restaurante de Río de Janeiro, y en una playa de Brasil, donde tomaban agua de coco y estaban medio desnudas, y contentísimas, y muy tostadas por el sol, y casi no se parecían a Wilma y su madre. Y en otras fotos aparecieron frente a sus casas, con las familias de cada una, y manejando unos carros tan lindos y tan nuevos que me dejaron con la boca abierta. “¿Estás viendo, bobita? Las dos están vivas y llenas de dinero. Por eso no hay que llorar”. Y dejé de llorar. Para siempre. Lo juro. Por eso esta noche, cuando mamá y papá están durmiendo, y yo miro una película, que parece triste, sobre unos muchachos negros que están en la cárcel y los matan porque los blancos odiaban a los negros en ese país de África, yo pienso que no debo llorar porque seguro esos muchachos ganaron mucho dinero por su actuación y se compraron casas bonitas, se retrataron con futbolistas famosos, comieron en restaurantes de comida rica y se compraron carros tan lindos y tan nuevos como los que se compraron Wilma y su madre después que la mataron en la telenovela.

cuento de Miguel Terry Valdespino

Caimito, La Habana, abril 19-2009

Mejor es sin llanto, cuento de Miguel Terry Valdespino

 

Comentario y aporte de Alberto Marrero - marrero@cubarte.cult.cu

 

Hace poco más de un año publiqué una reseña en este espacio sobre un excelente cuento del narrador, poeta, dramaturgo y periodista Miguel Terry Valdespino (La Habana, 1963). Hoy les propongo otro, titulado "Mejor es sin llanto", un texto narrado en primera persona, desde la perspectiva de una niña que sufre por la muerte de un personaje de telenovela. Los padres de la niña intentan convencerla de que lo que ha visto en la pantalla del televisor es pura ficción, una muerte no real, un hecho que no ha sucedido. Ante las dudas de la niña, la mamá  encendió su computadora, me sentó en sus piernas, buscó una carpeta con el nombre de Telenovela y la abrió para mí. “Ahora mismo vas a ver que ni Wilma ni su madre son tan desgraciadas”. Las caras de Wilma y su madre aparecieron muy juntas y sonrientes, y después aparecieron festejando en otras fotografías, al lado de unos futbolistas muy famosos, y en un hotel de Nueva York, y en un restaurante de Río de Janeiro, y en una playa de Brasil, donde tomaban agua de coco y estaban medio desnudas, y contentísimas, y muy tostadas por el sol, y casi no se parecían a Wilma y su madre.

Lo que ocurre después no lo voy a contar porque ahí radica la sutileza del relato que, desde el inicio, nos da señales de una ambigüedad omnipresente.  Cabría preguntarse, ¿sensibilizarse con la muerte de un personaje de ficción no es un acto de dignidad humana? ¿Las lágrimas de la niña son fruto de su inmadurez o de una nobleza en ciernes? ¿Acaso debemos enfrentar la obra de ficción con el criterio simplista de que todo es un embuste, una farsa? En su Poética, Aristóteles razonaba que la tragedia estimula las emociones de compasión y temor, las que consideraba un obstáculo en el camino de la felicidad, al punto que al final de la representación el espectador se liberaba de ellas tras un proceso catártico.

Por otro lado, siempre que abordo este tema me viene a la mente la frase de Coleridge que J.L. Borges citaba con frecuencia: "La fe poética es la suspensión momentánea de la incredulidad". De nuevo valdría la pena preguntarse, ¿debieron o no los padres de la niña preocuparse por la hipersensibilidad demostrada por esta ante un hecho ficcional que reflejaba la muerte de una madre en la novela? Presumo que sí, pero creo que debieron también aprovechar el momento para razonar con ella en aras de su crecimiento emocional y espiritual en lugar de mostrarle el glamour de los artistas como argumento. No soy adicto a las reconvenciones moralistas ni en la vida ni en la literatura. Prefiero los actos, la fuerza moral de los actos. Estas son algunas de las múltiples lecturas que me sugiere este breve e intenso relato. Escrito con absoluta precisión, sin desbordamientos ni regodeos innecesarios, directo como una flecha al blanco, es una muestra del talento y el oficio de un autor convencido del poder sugestivo del arte y la literatura.

Como ven, yo también me he creído lo que Terry relata como si hubiese ocurrido, como si fuese  un testimonio real  y no una invención  literaria. El final del cuento es, sencillamente, impactante, digno de un escritor cuya obra abarca el cuento, el teatro y la novela, géneros en los que ha obtenido premios y reconocimientos. He publicado las piezas teatrales Ángeles y cenizas, Laberinto de lobos, Los duros pierden como Humphrey Bogart, La piedra en la boca, Páginas finales de la náusea y Matar a un hombre; las novelas cortas Ajuar de guerra y Silvestre el conquistador, y el libro de cuentos No me hables de la ira, todos publicados por el sello editorial Unicornio. He recibido el premio de cuentos Waldo Medina por el relato Un solo de saxo para la mundana y el Premio Ciudad de Gerona por el relato A la hora señalada, así como un mención en el Premio Iberoamericano de cuento Julio Cortázar 2009 por el relato Las lecciones del vampiro, el Regino Botti por la pieza Los duros pierden como Humphrey Bogart y el Razón de Ser por el proyecto de novela Caballo de Batalla. Tres de sus cuentos (Últimos desnudos de Eva Braun, Las lecciones del vampiro y La sombra del Tigre) y una de sus piezas teatrales (Matar a un hombre) obtuvieron mención en el concurso internacional Casa de Teatro en República Dominicana. Su novela Carne de cambio obtuvo la Primera Mención del concurso internacional Plaza Mayor en  Puerto Rico, en el año 2003.

cuento de Miguel Terry Valdespino
Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ , 15 de abril de 2016

http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=19241&idseccion=72

Gentileza de Alberto Marrero, al cual agradecemos.

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Miguel Terry Valdespino

Ir a página inicio

Ir a índice de autores