Joaquim Maria Machado de Assis

 

Perspicaz modernista del pasado brasileño

por David A. Taylor

A menudo considerado el padre de la literatura brasileña, Machado de Assis escribió humorísticas y oscuras obras de implícita crítica social, libre de las convenciones del siglo XIX.

 

El año pasado, la película brasileña Memorias póstumas, dirigida por André Klotzel, mereció elogios en festivales cinematográficos de todo el mundo, desde Berlín a Kerala, en la India. Esta fiel versión de la novela escrita en 1881 por Joaquim María Machado de Assis muestra la vitalidad que su obra conserva casi un siglo después de su muerte. Su prosa pone de relieve la venalidad humana, con humor negro y un toque de compasión.

 

por David A. Taylor

 

"Yo no soy propiamente un autor difunto, sino un difunto autor”, dice el narrador Blas Cubas, agregando que para él “la losa sepulcral ha sido otra cuna”. Con estas palabras iniciales, deja de lado la mayoría de las convenciones y cualquier aire de autoridad sobrenatural, declarando que simplemente espera que este desusado método pueda agregar interés a su historia.

 

En una serie de capítulos breves, Memorias póstumas de Blas Cubas relata la vida y las andanzas del narrador, un solterón rico y aventurero. En la conversación sobre un muerto, la historia adquiere un sorprendente interés. Blas dedica un capítulo a sus piernas, en el que la prosa se torna retorcidamente shakesperiana:

 

“¡Benditas piernas! Y hay quien os trate con desdén o indiferencia... Sí, piernas amigas, vosotras dejasteis a mi cabeza el trabajo de pensar en Virgilia, y os dijisteis la una a la otra: "El necesita tomar alimento, es hora de cenar, vamos a llevarlo al Pharoux; dividamos su conciencia; que una parte se quede con la dama, y tomemos nosotras la otra que él vaya derecho, no choque con las personas y los coches, salude con el sombrero a los conocidos y finalmente llegue sano y salvo al hotel". Y cumplisteis con vuestro propio riesgo vuestro propósito, amables piernas, lo cual me obliga a inmortalizaros en estas páginas”.

 

La sensibilidad de Machado de Assis sigue sintiéndose en el mundo de hoy. Susan Sontag declaró estar retroactivamente influida por Machado cuando su editor le prestó una copia de Memorias póstumas (en una traducción al inglés titulada Epitaph for a Small Winner), y la narración inicial de Kevin Spacey en la galardonada película American Beauty evoca sospechosamente a Machado. Por su parte, Woody Allen lo ha calificado como “un brillante escritor moderno cuyos libros podrían haber sido escritos este año”.

 

Machado de Assis nació en junio de 1839. Su padre fue un pintor de casas mulato, y su madre ha sido descrita como española, portuguesa o mulata. Sus abuelos eran esclavos liberados. Si Machado describiera su vida como uno de sus personajes, podría resumirla diciendo que se vio acosado por la mala salud y un persistente tartamudeo desde temprana edad, que sus padres murieron cuando aún era joven, y que de adulto contrajo epilepsia. Pero eso no habría sido todo. Machado ha frustrado a los biógrafos que han procurado llenar los vacíos desde sus poco promisorios comienzos hasta su etapa posterior como padre de la literatura brasileña.

 

Machado pasó toda su vida en Río de Janeiro. Después de que fallecieron sus padres, el niño tuvo la suerte de ser criado por una madrina rica y educada. Creció en las afueras de la ciudad y asistió a la escuela pública, aunque probablemente no terminó el octavo grado. A los dieciséis años publicaba poemas y un año después se empleó como aprendiz en una imprenta. A los dieciocho había escrito el libreto de una ópera.

 

Rápidamente comenzó a escribir cuentos, artículos y obras de teatro, y en 1872 publicó su primera novela, Resurrección, en el estilo romántico que entonces estaba en boga.

 

Aunque enfermizo, tenía una extraordinaria energía. Su biógrafa Helen Caldwell dice que en sus primeros quince años como escritor, Machado escribió numerosos poemas, diecinueve obras de teatro y libretos de ópera, veinticuatro cuentos, 182 artículos y diecisiete traducciones. Mantuvo contacto con otros escritores en los salones literarios y colaboró con poetas y músicos en representaciones musicales.

 

Un vistazo a su programa de presentaciones públicas durante un período de seis meses revela su energía y su activa participación en la vida literaria de la época. El 15 de septiembre de 1865 recitó sus poemas en la inauguración de la sociedad poética Arcadia Fluminense, un mes después volvió a hacerlo en la primera reunión auspiciada por la sociedad. Escribió la letra del nuevo himno de la sociedad y en la tercera reunión realizada en diciembre, leyó su traducción de “El viejo reloj en la escalera” de Longfellow, y presentó una nueva comedia escrita por él. En febrero publicó un poema titulado “Os Polacos Exilados” con el fin de recaudar fondos para refugiados polacos, víctimas de un fracasado levantamiento popular.

 

En 1868 conoció a Carolina de Nováis, la hermana de un colega amigo, el poeta Faustino Xavier de Novais, cuando ella llegó de Portugal para atender a su hermano, que había tenido una crisis nerviosa. En marzo de 1869 Machado y Carolina se enviaban mutuamente cartas de amor, con frecuencia dos por día, y al mes siguiente se habían casado. Su matrimonio fue feliz y duró treinta y cinco años. Cuando él estaba enfermo, Carolina le leía cartas y periódicos a su marido, y le hacía las veces de secretaria.

 

Machado ocupó varios cargos públicos, uno de ellos en el departamento de agricultura. Siguió escribiendo constantemente, aunque sus primeros escritos no se diferenciaban demasiado de las otras obras de ficción de la época.

 

En 1879, la frágil salud de Machado sufrió una severa crisis. La enfermedad, que a veces ha sido descrita como un comienzo de epilepsia, lo obligó a pasar meses recuperándose en un balneario. Durante ese tiempo parece haberse reafirmado como escritor, y comenzó a abandonar las convenciones literarias que le parecían falsas.  Para entonces había leído obras como Tristram Shandy de Laurence Sterne, y empezó a escribir en un nuevo estilo, dictándole algunos capítulos a Carolina cuando se sentía cansado.

 

La siguiente novela de Machado reveló una nueva voz, más coloquial, imbuida de una especie de realismo psicológico.

 

Memorias póstumas apareció en la escena literaria con una combinación idiosincrásica de humor y tristeza. Blas, el nombre del narrador, sugiere al propio Brasil, y su apellido, Cubas (que en portugués significa barril o tina), evoca los barriles que un antepasado fabricaba antes de convertirse en rico hacendado. La combinación a su vez evoca un espíritu de temeraria confianza y comercio. Cubas confiesa que cuando vivía, soñaba con inventar una gran cura: un emplasto contra la melancolía. La idea le fascinó por los beneficios que podría proporcionar a la sociedad y por la fama internacional que le traería. Se convirtió en una obsesión.

 

“Era fija mi idea; fija como... No se me ocurre nada que sea bastante fijo en este mundo; quizá la luna, quizá las pirámides de Egipto, quizá la difunta Dieta germánica. Vea el lector la comparación que mejor le cuadre, vea y no se quede ahí torciéndose la nariz, sólo porque todavía no llegamos a la parte narrativa de estas memorias. Ya llegaremos. Creo que prefiere la anécdota a la reflexión, como los demás lectores, cofrades suyos, y me parece que hace muy bien. Pues ya llegaremos a eso”.

 

Después de este arranque, el narrador solicita más espacio para considerar el emplasto y los modestos esfuerzos que “no pocas veces le sobreviven” más que otros gestos públicos más atrevidos. Ofrece el ejemplo de “la ínfima plebe que se acogía a la sombra del castillo feudal”, pero que cuando el castillo caía, la gente común había adquirido más vigor. Como si sintiera las objeciones del censor, agrega: “No, la comparación no se presta”. Incluso aquí, al expresar su idealismo democrático, Machado hace un guiño al lector y al emperador (el imperio terminó a los pocos años de haberse publicado Memorias póstumas).

 

Machado respondió a los contrastes que lo rodeaban en la agitada ciudad de Río de Janeiro. Su ciudad contenía una élite que imitaba la cultura europea, con sus salones y conciertos, y un mercado en el que coexistían la pobreza y el comercio. Durante la vida de Machado la ciudad cuadruplicó su población, y las barriadas pobres compartían el territorio con las costosas residencias, dando lugar entre ambos extremos a nuevos suburbios de clase media. Río instaló la moderna maravilla del teléfono en 1877 y los tranvías eléctricos quince años después, pero muchos vecindarios carecían de obras de

saneamiento básico, y durante toda su vida, especialmente en el verano, eran frecuentes los brotes de fiebre amarilla, viruela, cólera y peste bubónica. La esclavitud se abolió recién en 1888.

 

Todo ello se reflejó en las obras de ficción de Machado. Como su contemporáneo Chekhov, Machado irrumpió en la escena literaria desde afuera, y aportó una mirada perspicaz sobre toda la sociedad brasileña y la forma en que la gente respondía a las tensiones sociales y financieras. Le fascinaba la forma en que coexistían la belleza y la fealdad. En su posterior novela Don Casmurro, un ansioso amante se detiene en la Rúa de Matacavallos por la necesidad de llorar la muerte de un conocido afectado de lepra. En Memorias póstumas, Blas Cubas se sorprende de ver a su antigua amante, la bella cortesana Marcela, con la cara picada de viruelas, detrás del mostrador de un negocio de la Rúa dos Ourives. El momento trasunta la tristeza de la hermosura perdida de Marcela, pero también el último vestigio de su vanidad y su resignación frente a la vida y su actitud como empresaria (“Un hombre, que la había amado antaño y que se le murió en los brazos, le había dejado aquella tienda de orfebrería, pero, para que la desgracia fuese completa, era ahora poco buscada la tienda —tal vez por la singularidad de que estaba al frente de ella una mujer—“), la fría reevaluación que de ella hace el agudo narrador, y el cálido recibimiento que una niña hace a Marcela.

 

Machado continúa esta escena naturalística con un capítulo metafísico titulado “Que escapó a Aristóteles”, en el que sugiere las invisibles conexiones que existen entre los habitantes de Río en términos de una teoría física, en la forma de energía que se transmite de un cuerpo a otro. Por ejemplo, Blas continúa sus tristes pensamientos sobre Marcela cuando se reúne con Virgilia, una joven y rica amante. Su falta de atención hace que Virgilia quede confundida y suspicaz. El narrador dice:

 

“Se imprime movimiento a una bola, por ejemplo, rueda ésta, se encuentra con otra bola, le trasmite el impulso, y allí tenemos a la segunda bola rodando como había rodado la primera. Supongamos que la primera bola se llama... Marcela —es una simple suposición—; la segunda Blas Cubas; la tercera, Virgilia. Tenemos que Marcela, al recibir un papirotazo del pasado, rodó hasta tocar a Blas Cubas, el cual, cediendo a la fuerza impulsiva, comenzó a rodar también hasta chocar con Virgilia, que no tenía nada que ver con la primera bola; y he aquí cómo, por la simple transmisión de una fuerza, se tocan los extremos sociales y se establece una cosa que podemos llamar... solidaridad del aburrimiento humano”.

 

Por supuesto, no debemos suponer que el autor está de acuerdo con todas las ideas de Blas. Obviamente, en muchas formas Blas es un advenedizo frívolo y consentido. Las cartas de Machado sugieren que a diferencia de Blas, creía en el trabajo esforzado. Como él, el autor no tuvo hijos, aunque no parece haber estado contento con eso. Mientras Blas se define como pesimista, Machado insiste a un amigo que el pesimismo es más complejo: “no connota la impenetrable melancolía y desesperación, y que Schopenhauer era un anciano jovial”.

 

Conocí por primera vez la obra de Machado hace doce años, en un lugar que él podría haber inventado: una pequeña librería llamada Tantric Books en un callejón de Katmandú, donde una antología de cuentos latinoamericanos incluía su “Misa de medianoche”. Me fascinó la sutileza de las juveniles impresiones del narrador, inocentes y sensuales a la vez, y la forma en que el cuento relata el intento de una mujer mayor de seducir al narrador, sin que él se dé cuenta hasta mucho después.

 

Las novelas de Machado son como audaces representaciones. Amaba la ópera, a la que asistía asiduamente, y escribió libretos para muchas de ellas. (En Don Casmurro, un tenor italiano retirado explora en detalle su teoría de que la vida es como una gran ópera). También leía sus poesías en público. El narrador de Memorias póstumas provoca la teatralidad aguijoneando constantemente al lector, increpándolo, haciéndole preguntas. Los petulantes apartes de Blas subvierten las convenciones de la ficción y amenazan convertirla en una representación. En una escena, cuando ya han transcurrido dos terceras partes de la novela, dice: “el mayor defecto de este libro eres tú, lector. Tú tienes prisa de envejecer, y el libro se va haciendo despacio, a ti te gusta la narración directa y nutrida, el estilo regular y fluido, y este libro y mi estilo son como los ebrios, se balancean a diestro y siniestro, caminan y se detienen, rezongan, gritan, ríen a carcajadas, amenazan al cielo, tropiezan y caen...”

 

Como escribió Gary Amdahl en una reseña realizada en 1997 en The Nation: “Si usted es un lector que se ofende al llamársele defecto, el libro no es para usted”. Por otra parte, agrega, “si usted encuentra interesante ser tan importante, hallará que Memorias póstumas de Blas Cubas es una gran novela”.

 

En cuanto a la energía e innovación, Machado comparte ciertas cualidades con Tom Zé, el compositor que hoy encabeza las listas de músicos brasileños internacionales. Zé, un nativo de Bahía que vive desde hace muchos años en San Pablo, fue el travieso cofundador del movimiento conocido como tropicalia en los años sesenta. En sus fantásticos juegos de palabras, en su ingenio oscuro y caprichoso, y en su desdén por las convenciones, los dos artistas despiertan un interés comparable. Hace unos meses, Zé se sintió profundamente conmovido por el “Cuento de escuela” de Machado.

 

“Es mejor que lo lea”, dice Zé por correo electrónico, “porque un lector que cuenta la historia no es un buen lector”. Zé no siempre apreció al padre de la literatura brasileña. “Admito que cuando era más joven prefería a Euclides da Cunha (contemporáneo de Machado): esa prosa densa y maravillosa, esa fuerza y comprensión implícitas” del hombre del Nordeste brasileño. Pero recientemente Zé pasó a apreciar “la profunda y clara prosa de Machado de Assis, su transparencia, por momentos llena de humor, con que contempla el mal”.

 

Después de Memorias póstumas, Machado de Assis siguió escribiendo novelas y su reputación continuó creciendo. En 1897 fue fundador y presidente de la Academia Brasileña de Letras, un grupo cuyos integrantes sus compatriotas siguen llamando “inmortales”. Varios años antes de su muerte, sus colegas le entregaron la rama de un roble que crecía en la tumba del poeta Tasso en Roma, como homenaje al poeta más representativo del Brasil. Cuando Machado falleció en 1908 fue llorado por miles de brasileños. “Hasta el último momento”, observó un amigo, “mantuvo el espíritu y la mente ágil que fue la principal cualidad que caracterizó su estilo”.

 

Cien años después, hay señales de que Machado tiene una promisoria carrera por delante. Además de la película basada en Memorias póstumas, Susan Sontag hizo el elogio de su obra en un capítulo de un libro de ensayos. En un reciente número de Review: Latín Amerícan Literature and Arts se ha publicado una novela corta que antes no había sido traducida, llamada “El inmortal”. ¿Contará pronto el mundo con una versión cinematográfica de la otra obra maestra de Machado, Don Casmurro, que Helen Caldwell ha calificado como “quizá la mejor novela de las Américas?”.

 

El tema de Don Casmurro está condensado en su título, que quiere decir algo así como Don Taciturno. El viejo y rico narrador, que ha construido una réplica exacta de la casa de su niñez, procura relatar la historia de su primer amor y de la forma en que fue traicionado, pero el verdadero tema del libro es la extraña conjunción de contrastes que encontramos en la vida. Lo hermoso coexiste con lo desagradable, lo justo con lo injusto, los ricos con los pobres, y los sentimientos de amor con la traición. “La naturaleza es tan divina que se divierte con tales contrastes”, observa el narrador, “y a los más repugnantes y los más afligidos regala una flor. Y tal vez así la flor sea más bella: mi jardinero afirma que las violetas, para que tengan aroma superior, precisan estiércol de cerdo”.

 

Debajo de ese tema, Machado esconde un mensaje más profundo: que al contemplar nuestra vida, podemos elegir ver lo hermoso y lo feo, y no solamente una de las dos partes. En la amarga conclusión de la novela, el autor sugiere un final más feliz, que podría haber ocurrido si el narrador lo hubiera elegido. En un pasaje anterior del libro, el propio Don Casmurro lo insinúa inconscientemente al lector, e incluso le sugiere formas de mejorar el libro: “No, no, mi memoria no es buena... ¡Cómo envidio yo a los que no olvidan el color de sus primeros pantalones largos, yo que no me acuerdo el color de los que me puse ayer! Únicamente podría jurar que no eran amarillos, porque detesto ese color... Nada se puede hacer con un libro confuso, pero en cambio todo se puede poner en los libros con olvidos. Cuando leo alguno de esta última casta, jamás me aflijo. Al llegar al fin, cierro los ojos y evoco cuanto eché de menos en él. ¡Cuántas ideas hermosas me acuden entonces! ¡Qué reflexiones profundas! Los ríos, las montañas, las iglesias, que no vi en las páginas leídas, todo se me presenta entonces con sus aguas, sus árboles y sus altares; los generales sacan las espadas que tenían envainadas y los clarines sueltan las notas que dormían en el metal, y todo marcha con espíritu imprevisto. Es que todo se halla fuera en un libro defectuoso, lector. Así como relleno las lagunas ajenas tú puedes también rellenar las mías”. 

por David A. Taylor

Américas
Publicación de la O.E.A.
Diciembre 2002

Ver, además:

                      Joaquim Maria Machado de Assis en Letras Uruguay
                   

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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