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Palitos salados
Miriam Tasat
prismamet@yahoo.com.ar

Hace rato que me habitas, imaginate tenía no mas de siete años y las lajas oficiaban de baldosas en un para mí inmenso pasillo; parecían tan brillantes...

Casas bajas,  algunas calles aún sin asfaltar, recuerdo cuando ví por primera vez esa tarea grandiosa: sentí que por mucho tiempo no iba a poder salir de casa, me impactaba la cara de preocupación y el esfuerzo de esos hombres trabajando, planchando la tierra , hombres sobre esas máquinas tan voluptuosas como peligrosas ...

- Ahora sí, iba a ser un barrio!!- escuchaba decir esto a los viejitos que siempre hablan en la infancia , seguían con su diluida mirada la increíble tarea de asfaltar la calle; hoy en díalabor que solo inspira malos momentos a los automovilistas pero allí a mediados de los 60 era una obra por lo menos enérgica y sería.

 

En la esquina, ese bar, intrigante, sensual: otras máquinas que veía desde la calle  me motivaban otros sentimientos; estás eran para jugar: una pelotita plateada las recorría y al embocar una suerte de algarabía iluminaba a las espléndidas damas voluptuosas, un sonido de peligro las rodeaba.  Siempre me pasó que al mirarlas sentía que esperaban algo: quién sabe qué. La poca ropa que llevaban era de colores chillores pero esto no alcanzaba para esconder su desnudez, pechos y caderas ofrecidos quién sabe a quién.

En este bar solo entraban hombres, no sé quien mas salía.

 

Tal voluptuosidad se escurría hasta la vereda, inundando al mismísimo kiosco de diario al cual concurrimos cada principio de mes a comprar alguna revista de mi elección cuando mi mamá cobraba su sueldo en el hospital: días sonrientes.

 Las revistas ilustradas eran mis preferidas,  mostraban el mismo prototipo femenino  de las máquinas del bar: debo confesar me atraían.

 

Una de esas tardes de siesta de barrio, salimos y de vuelta de la calesita pasamos por el kiosco y mi mamá se detuvo, raro milagro hacía unos días había elegido la del mes;

_ ¿querés una revista? Elegí una-  y comenzó su charla con el viejito que vendía “La Razón” sin ganas, pálido y sentado en un banquito con una pierna estirada hasta el infinito, los diarios  durmiendo en torre esperaban su mano sin fuerza.

  Sorprendida por el  ofrecimiento de mi madre,   recorrí nuevamente las revistas con algo mas de tiempo que de costumbre; y empecé a sentír...

Algunas  se resistían a seguir colgadas: querían escapar... Seguí con la mirada una a una...se me instalaban en mis preguntas. De pronto la ví; la que quería tanto estaba medio escondida entre otras menos coloridas; estaba detrás del elástico sucio que impedía que se derrumbase; en tensión esperaba  como no creyendo que la iba a tener en mis manos, la tomé en punta de pie... La tomé.

-No!! Esa no!! Gritaron el kiosquero y mi mamá al unísono; una sincronización que si hubiera sido preparada no les hubiera salido. Me la sacaron de la mano y me dieron a la “Pequeña Lulu” de manera inmediata... Pocos fueron los minutos que la tuve pero llegué a ver nuevamente que esperaban a alguien; tal vez a mí pero me lo impidieron.

 

Mi hermana mayor tenía que irse a la escuela, ya por calle asfaltada; y yo tenía que quedarme con mi hermanito y sin unas monedas, figuritas  brillantes y mi preferido “Holanda” no avanzaría la tarde hasta la llegada de papá. Salimos a buscar cambio para que me deje mis moneditas;  convencí a mi hermana y entramos al bar ubicado junto al kiosco de diarios.  Inspire..., no podía existir tal vida en la esquina de mi casa: tantas mujeres jóvenes, vitales y cómodas reclamándote desde los vidrios chorreados de rojo y azul eléctrico, tantos hombres grandes, casi abuelos, sentaditos riendo, bebiendo y jugando a las cartas.

-Se ve que así viven los viejos- era mi pensamiento cuando avanzaba hacia el enorme mostrador de madera brillante del bar; pequeños pasos en zapatitos negros.

No había cambio; solo te cambiaban si comprabas algo; mi hermana emprendía la partida hacia la puerta; la retuve agarrándola de la manga de su guardapolvo, leí rápido, aprendí a leer rápido:  BOU-SA, CO-G-NAG, HES PE RI DI NA,  LE GUI, CA ÑA QUE MADA, deletreaba con música de máquinas de juegos; alguien emboco al fliper; así lo confirmaban su aullido de alegría. Botellas cargaditas no habían otras opciones; el desaliento ganaba, mi hermana emprendía nuevamente para la puerta...Pero  por  milagro ví atrás de las botellas  paquetitos de maní y palitos salados, los reconocí muy bien

- Veni Moni!!! Grité a mi hermana mayor que ya estaba en la vereda, tenía que entrar al colegio. 

Nos fuimos comiendo palitos salados, de esos que comerían las mujeres detrás de los vidrios.

 

Miriam Tasat
prismamet@yahoo.com.ar

 

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