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El bolso
Miriam Tasat

Después de varios días de calor misionero, de salir corriendo detrás del grito del vendedor de sandías de las siestas, de zambullirnos en ellas con la pretensión de encontrar un refugio a tan insolentes temperaturas, de no tener ganas de comer y comer aceitunas, de buscar diferenciarme del sol; llego la primer noche con tormenta.

Disimulando mi nerviosismo preparo la cuna de Estela en la habitación tan blanca de cal que sus pocos muebles parecen de juguete, mientras le canto mi mirada queda prendida a la puerta llamada de atrás: desde que llegué esta puerta me ofrece una intranquilidad especial, no sé si por sus vidrios rectangulares , su formato de hierro pensante o por la distancia que deja entre ella y el suelo por donde se filtra el sol que se hace el bueno. Con la tormenta entra un pequeño hilo de agua por esta abertura también rectangular que tensa el piso; pongo varios trapos de piso y alguna ropa que detesto para contener el agua que se filtra, no me parece bastante, los truenos y el viento me previenen, pongo también el bolso, todavía no deshecho del todo, contra la puerta, lo empujo para que pueda contener lo incontenible. Mis cuentos, canciones y sobre todo un día tan extenuante hacen que Estelita se duerma con las primeras ráfagas apenas un poco frescas. Me siento en la cama que acompañara mi sigsagente noche: no puedo dejar de mirar al bolso contenedor y recuerdo, recuerdo, me asusto de mis decisiones; me saca de semejante vigilia unos ruidos de la habitación-cocina de al lado, un ruido que me indica que contra las paredes forradas de madera, algo, ¿alguien? se golpea una y otra vez; avanzo despacio ¿esto que será? Se aceleran los ruidos: toc..toc..toc, toc, asomo mi cabeza detrás de una pared dispuesta a ver lo que tenga que ver, mis ojos se instalan en la luz incendiada de calor, por la ventana la lluvia quiere entrar y sus olores también, los veo, los veo, son una multitud de bichos como los cascarudos negros pero gigantes y voladores, que no se si por el calor o por què se golpean contra la pared, demenciales, en una exhibición concluyente: no solo los seres humanos son seres vivos..

Vuelvo hasta la cuna cercana a la puerta de atrás; se ve que aquí no quieren pasar.

Mucho tiempo después me enteraré que estos cascarudos en las noches de lluvia ,después de tanto calor, improvisan una danza sexual que por suerte, para mi corazón estómago y mi vida, en un momento llego a su fin: recordé como una tarde le dije al papá de Estela si se había dado cuenta que la vida era un juego interruptus, a lo que él contesto, con vos de comprensivo, _ ¿Cómo se te ocurrió eso? 

-No sé, estaba mirando esas hojas de los árboles que nunca me gustaron.

Me dispongo a acostarme no puedo, me siento, siento los torrentes de agua que arrastran tantas formas de vida sobre mì, que no puedo, el bolso parece sonriente en la simulación exigida: contener el agua o lo que sea... Veo que los trapos están muy mojados, la manga del maldito pullover también, me levanto , me siento; Estela parece estar durmiendo tan segura como en el medio de un bar de San Telmo. 

Tomo un libro, las cortinas se mueven, me distraen, creo que ví un mosquito, espero que no : estos espirales me dan asma...Que hay detrás, es mucho lo que se le pide al detrás; por la puerta de adelante aparece la viejita que vende leche suelta, aparece el gendarme que pregunta de quién es la bicicleta, aparecen los vecinos, aparece la mudanza; en cambio aparentemente la puerta de atrás solo pide unos trapos y un bolso, ni los cascarudos la quieren; cuando acomodé la cuna cerquita de la puerta, me pareció un buen lugar por la cercanía con mi cama. Recordé cuando el papa de Mora mato a esa ratita (como él la llamaba) a escobillonazos en la habitación infantil, gritando con todo el dolor del mundo: - no dios , no , lo que tengo que hacer!! Perdón, Perdón!!

Pasaron unas horas sentadas, el baño con sus visitantes habituales hoy también es albergue de bichitos de diversos colores voladores, rastreros pero discretos (no hacen ruido). En cuanto los cascarudos dejan de danzar en mi cocina me sirvo un café. Vuelvo a la habitación, veo a mi pequeña y pienso en Mora ¿nos extrañara? ¿Me creerá cuando le dije que para el comienzo de clases ella también estará con nosotras? ¿sentirá celos de su hermana menor?

Terminé el café sentada, me gusta el café dulce, creo que lo amo; terminé otro café pensando y mirando hacia la parte final de la puerta, me decido y vuelvo a sentarme, me decido y rozo el bolso, me decido y lo tomo por sus manijas tiesas, paradas; pocas veces ví a mi mano temblorosa, no puedo , doy vuelta sobre mi misma, tal vez por el mareo que esto produjo tomo el bolso, lo corro lentamente, sabiendo que es muy posible que rápidamente lo tenga que volver a su lugar de guardián del infierno, mi mirada levemente inclinada hacia el suelo, la percibe: verde brillante, espesa , densa, larga, flaca sobre mi ropa y sobre los trapos mojados, mojados, empuja para entrar a mi habitación, no quiero ver su cabeza y menos su lengua, no!! Corro, con la repulsión hecha trizas, empujo al bolso nuevamente, lo empujo hasta que me doy cuenta que así no, que estoy perdiendo tiempo: Me doy vuelta y tomo a Viole que continua con su grato sueño, salgo de la habitación, me dispongo a buscar soluciones otra vez mas, esta vez entre cascarudos somnolientos.

Miriam Tasat

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