"El Conventillo de la Paloma un siglo después" |
La
2º edición de las visitas "Los
Barrios Porteños Abren sus Puertas", me
ha encontrado participando nuevamente entre
sus guías. En Villa Crespo hemos presentado
para este evento cultural, hace un mes, dos
edificios históricos que tienen un fuerte
contenido simbólico para la ciudad: el ex-Conventillo
El Nacional y el Café y Bar Izmir.
Ambos son parte del Patrimonio Cultural de
Buenos Aires y de los pocos del barrio que
con esas características quedan aún en pie
Hoy hablaremos del Conventillo. Necesitaremos recorrer un poco de historia. Ya en 1853, en el Preámbulo de nuestra Carta Magna se especifica que la misma era "para los habitantes de la Nación Argentina" y "... todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino...". La exigencia de cubrir puestos de trabajo para sostener el modelo agroexportador y de expansión programada hizo que la política estatal se encaminara a incentivar la inmigración. Algunos slogans como "Poblar el desierto" o "gobernar es poblar" reafirmaban políticas tendientes a resolver las necesidades inmediatas de mano de obra y al poco tiempo, con un predominio de italianos y españoles, se inició el proceso creciente de llegada de grandes oleadas inmigratorias. El hambre, la desesperación y la falta de expectativas, consecuencia de las políticas internas de los estados europeos y de los diversos conflictos armados regionales, potenciados con la Primera Guerra Mundial, determinaron tanto el flujo como el lugar de origen de los migrantes. Durante los últimos años del siglo XIX y las primeras tres décadas del siguiente las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigos de la llegada de aquellas muchedumbres de distintos países. Villa Crespo, ubicado hoy en el centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires, pertenecía en sus inicios al ámbito del arrabal; hacia 1880 existía como extensos pastizales anegadizos que incluían unas pocas y dispersas quintas. A mediados de esa década llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el "Maldonado", útil para arrojar los deshechos industriales. Esta industria en franca expansión respondía a la formidable demanda de calzado por el vertiginoso aumento de población, "polo de atracción" para quienes buscaban empleo, fue determinante para la conformación del nuevo barrio. La experiencia empresarial contemplaba ofrecerle vivienda a los empleados. Primero los alojaron en los edificios de la fábrica, luego construyó una gran casa de inquilinato, conocida como Conventillo El Nacional, a metros de sus oficinas centrales y, en la medida que fue necesario, se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras. Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaban a varias familias. De tal forma el barrio fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro. Desde 1890 a 1930, quedó en Argentina un saldo migratorio de más de tres millones de nuevos pobladores. De la diversidad cultural de Villa Crespo surgió una buena relación entre criollos e inmigrantes provenientes de muy diferentes lugares, la que fue manifestándose en los patios de estos conventillos o casas de inquilinato y en los cafés que fueron apareciendo, donde el "gringo" mitigaba parte del desarraigo a partir del ocio y el entretenimiento entre parroquianos de iguales costumbres El Conventillo El Nacional, llamado también el "Conventillo de la Paloma", llegó a tener más de cien habitaciones ubicadas en cuatro cuerpos. Un pasillo extenso y angosto de una cuadra recorría internamente la manzana, con entrada por Serrano 148-156 y otra por Thames 139-147. Fue el lugar que sirvió de inspiración para el sainete más famoso del autor Alberto Vacarezza, quien había vivido en el barrio y ubicó en escena a los nuevos arquetipos que convivían en piezas, patios y zaguanes: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío ashkenazí), el turco (judío sefaradí y otras etnias procedentes del viejo Imperio Otomano), etc. La obra, que tuvo como principal protagonista a la actriz y cantante Libertad Lamarque, fue estrenada en teatro en 1929 con un espectacular éxito (más de 1000 representaciones). Su argumento se basó en los amores de una hermosa fabriquera llamada Paloma. En cine se estrenó con el mismo título en el año 1936. A más de un siglo de la construcción de este Conventillo, los asistentes a la recorrida barrial nos preguntaban si la tal Paloma verdaderamente había vivido allí. Más allá de que la heroína tenga un correlato histórico o sea un mero mito producto de la ficción, este edificio paradigmático por donde pasaron tango, lunfardo, compadritos y cocoliche, sí es real y, después de un siglo sigue milagrosamente en pie, aunque deteriorado y con signos de depredación (su hermosa fachada de madera labrada ha sido parcialmente extraída) evidencia que cien años después sigue siendo ámbito de inmigrantes, de otros orígenes, con otras músicas y otras voces, producto de las migraciones internas, de nuestras provincias y de países vecinos. ¿Qué pasó en la Argentina en estos últimos 100 años? Hay mucho para reflexionar. Nos resistimos a creer que el tiempo pase en vano. Aparecen tristes paradojas en estas épocas en que la cybercultura o la globalización se han impuesto y se hace cada vez más necesario conservar los sitios que tienen un fuerte valor histórico para la comunidad y, obviamente, preservar las identidades que le dan sentido a cada lugar, en este caso la rica diversidad cultural del Buenos Aires cosmopolita que se recrea, tanto como el patrimonio cultural propio de cada rincón de nuestro país. Pero nuestra preocupación no pasa solamente porque edificios, costumbres o tradiciones se salvaguarden, sino porque además observamos que, contra toda lógica, nuestra Argentina de pleno siglo XXI incomprensiblemente nos remite a ciertas situaciones del siglo XIX, cuyos contenidos contradictorios nos consternan y desorientan: aún cuestionando las condiciones generales y el deplorable estado de salubridad de aquella época lejana, criollos e inmigrantes sentían entonces que una joven y pujante nación los cobijaba, que tenían trabajo y esperanza. Hoy... más de un siglo ha pasado. Llegue cada uno a sus propias conclusiones. |
Carlos
Szwarcer
Publicado en: Revista Cultural del CECAO. Año II Nº XIX. Mayo de 2004. Córdoba. Argentina.
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