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Transfiguración
Chester Swann

—Éste —dijo Klaarum, con la convicción alerta y abarcando la cenital bóveda del universo estrellado con un gesto— es mi hogar, de entre los incontables mundos del espacio intergaláctico.  Nada nos es extraño en este conglomerado de soles y mundos esféricos opacos, danzantes al son de la cósmica música de la energía inteligente que nos anima.  

Los extranjeros asintieron con un ademán, silencioso, pero harto elocuente.  Los amplios ventanales acristalados herméticamente también parecieron asentir con los guiños titilantes de lejanos astros de la galaxia.  Tantos milenios, que casi fueron borrados de sus memorias, hacían que los terrícolas estaban inmersos en el interior de ese pequeño mundo itinerante que los llevaba a través del infinito, hacia ignotos mundos, cada vez más alejados de sus orígenes.  Pareciera que el tiempo, si existía, no dejaba huella alguna en sus rostros atezados, al paso, por infinidad de soles. 

Klaarum señaló un punto en el visor de la computadora-piloto de la nave.

—Ahí está el sistema Klarva’atu, la próxima etapa, pero veo que estáis ansiosos por saber a dónde nos dirigimos o dónde estamos.

—Es que, desde que salimos de nuestro planeta, gracias a vuestra amable invitación, hemos perdido la cuenta del tiempo que llevamos en esta nave, como si la eternidad nos esté poseyendo y nuestros cuerpos hayan detenido su evolución hacia la senectud —exclamó Dorvalius Greene, el terrícola.  ¿Nos habremos transfigurado, acaso, como lo proclamaran los antiguos evangelios de cuyas enseñanzas hemos mamado, hasta el hartazgo?  Cuando los sacerdotes, rabinos, mullahs y lamas hablaban de la eternidad post mortem, no se nos ocurrió que también pudiera existir en forma física. ¿Cuánto hace que fuimos abducidos de nuestro mundo?

—¿Qué importancia tiene? —dijo Klaarum con una expresión neutra que no insinuaba siquiera una sonrisa, ni nada similar, en su pétreo rostro alienígena—.  Aquí no existe lo que vosotros llamáis “tiempo”, ni manera alguna de comprimirlo, expandirlo o mensurarlo.  Dentro de este micromundo que es nuestra nave, reina la inalterabilidad más absoluta.  Al menos para vosotros, efímeros seres desgastables de la estrella Helios, según los antiguos de vuestro mundo y Knaww, según nuestros registros siderales.  Salvo que denominen como tal a la acción, al verbo del movimiento, pero para nosotros sólo existe el espacio aquí y ahora.

—Pero supongo que alguna manera tendréis para referenciar y limitar vuestro recorrido por el espacio interestelar —exclamo Hank Thalmann, compañero de Greene en la odisea espacial—.  De lo contrario ¿cómo sabríais cuándo habréis llegado a un destino cualquiera, sin la referencia espacio temporal, o cuándo llegaréis a otro?  Cuando nuestra especie tuvo conciencia del tiempo, la primera manera de medirlo era sintiendo el latido de sus corazones.  Luego el paso de los astros en la bóveda celeste y, posteriormente, el descubrimiento de las estaciones, el calendario y, finalmente, máquinas cada vez más precisas para medir el paso implacable del tiempo, que indicaba períodos mutantes y evolutivos desde el nacimiento hasta la muerte de los seres vivos.

—¡Ah, terrícola! —respondió Klaarum sin poder reprimirse—.  Nosotros no precisamos de referencias ni tenemos límites de existencia.  Somos, desde el principio del cosmos, como lo llamáis vosotros, y nos tienen sin cuidado los límites.  Simplemente, nos dejamos llevar y, de tanto en tanto, sembramos formas de vida en algunos mundos que juzgamos aptos para ello, con parte de nosotros.  Pero siempre somos y estamos.  También el sistema que os albergó alguna vez, hemos visitado, a dejar el polen sideral que da como resultado las infinitas formas de vida que alberga.  Vosotros no sois la excepción y vuestra existencia es fruto de tal génesis.  ¿Que cuándo comenzó todo?  No importa.  Pudiera haber sido ayer, o hace instantes, que la vida es una sola, pese a sus infinitas manifestaciones y variedades.  La vida, no es más que una función optimizada de la energía cósmica, y pudiera aparentar formas diversas, pero está contenida en la Unidad del Todo; lo que vosotros denomináis “tiempo” es la Nada, una entidad ilusoria, una simple sucesión de hechos concatenados y vacíos de significación, al menos para nosotros.  El Ser, es inmutable; nosotros lo somos.

—Entonces, —repuso Dorvalius Greene—, debemos replanteárnoslo todo. Desde el principio.  ¿Y qué hacemos aquí, cuando hace milenios deberíamos ser polvo de la tierra?  Al menos, ni siquiera estamos seguros si ésta existe aún, o ha desaparecido tras la explosión de la estrella Sol, o Helios, o Knaww, como la llamáis vosotros, convertida en supernova.

Los demás tripulantes de la nave, se miraron unos a otros, como intentando percibir el rumbo del razonamiento del huésped.  Todos estaban en una inmensa sala de comando, alrededor de sus intrincados aparatos de desconocida tecnología, que parecían decidirlo todo, automáticamente sin intervención de los tripulantes.

—Si —respondió Klaarum, el único que hablaba la lengua de los terrícolas, aunque todos podían captar sus pensamientos—.  Debéis replantearos todo.  Desde el concepto que denomináis “tiempo”, hasta lo que creéis que es “vida” o lo que significa la palabra “infinito”, e incluso lo que denomináis “dios”.  Nada de eso existe por separado en este lugar y sólo abarcamos el concepto de “espacio”, lo único válido para nosotros.  Pero vuestro sol tiene mucha vida aún y de acuerdo a nuestra captación, vuestra raza persiste en autodestruirse y, probablemente se extinga mucho antes que su mundo, aunque ello no nos incumbe ni repercute,  ni haremos nada por impedirlo.

La gigantesca nave, en tanto, seguía devorando espacios a velocidad hiperlumínica, con la misma serenidad que si estuviese quieta en algún lugar.  Sólo el fugaz paso aparente de algunos soles cercanos, les indicaba que estaban en alucinatorio desplazamiento, hacia ¿dónde?  Una recta no es sino segmentos de una inmensa curva cuyo arco es infinito.

Los terrícolas, pese al ¿tiempo? transcurrido desde su ya remoto mundo, no perdían aún la capacidad de asombro ante los conceptos filosóficos que esgrimían esos seres, casi humanos, casi divinos y casi  eternos, aunque desdeñaran el concepto temporal.  Los antepasados de esos alienígenas, iban quedando, poco a poco, “sembrados” en diversos mundos, al paso del vehículo que los llevaba a ninguna parte y a todas, a la vez, en un fantástico ejercicio de omnipresencia. 

También el concepto de hiperespacio era unitario para los alienígenas de desconocido origen, al no concebir divisiones ni coordenadas matemáticas cartesianas.  Ellos podrían, a voluntad, detener la nave o impulsarla.  También podían imaginar un lugar en el espacio y posicionarla en unos instantes, como si siempre hubieran estado ahí. 

Para los terrícolas era casi mágico, pero debieron hacerse a la idea de que, estaban ante seres muy superiores en evolución.  Mas éstos, pocos conceptos podían comprender, como dijera Klaarum, a causa de no manejar el factor “tiempo” como parte de las coordenadas tridimensionales utilizadas en su planeta de origen. 

Greene y Thalmann debieron rendirse a la evidencia:  El único concepto temporal que los alienígenas podían comprender, era un eterno aquí-ahora.  Un “ya” perpetuo, una suerte de dimensión ajena a los postulados de la física cuántica. 

Ello explicaría un poco el hecho de que, desde que abordaron la gigantesca nave, sus células permanecieron sanas, sin modificación alguna; tampoco sufrieron una suerte de entropía desgastante a causa de la oxidación de radicales libres.  Además, la atmósfera de la nave tenía muy poco oxígeno, y tampoco precisaban mantener sus funciones biológicas, ya que los alienígenas, si bien los alimentaron en los primeros tiempos, poco a poco dejaron de hacerlo, como si no precisaran de nutrición alguna, ni deyectar materia o líquidos.  Simplemente existían en un eterno presente, cual si carecieran de materia orgánica perecible. 

De todos modos, Greene y Thalman tampoco parecían aburrirse en tan largo periplo espacial, ya que podían detener sus funciones a voluntad, e incluso “dormir” o hibernar siglos enteros si así les placía, aunque no tenían calendas ni relojes para medirlo.

De tanto en tanto, la nave atravesaba el cuerpo gaseoso e incandescente de alguna estrella mediana, tan sólo para absorber energía del astro, sin experimentar consecuencia alguna, pese a las elevadísimas temperaturas.  Ni siquiera sentían un mínimo aumento de sensación térmica al hacerlo.  Tampoco las pavorosas fuerzas gravitatorias de tales astros afectaban a la nave o a sus tripulantes.  Según el anfitrión llamado Klaarum, también la enorme gravitación de una estrella les servía de energía para vencer al hiperespacio, acortando los trayectos de manera considerable.

Los terrícolas, satisfechos con las explicaciones de sus anfitriones, aún siendo ellos legos en ciencias, resolvieron dirigirse a sus cubículos a hibernar unos milenios más, que, total pareciera que los alienígenas, al desconocer el concepto “tiempo”, también desconocían la prisa.  Quizá por eso —pensaron ambos, aún sin decirlo en voz alta—,  sus anfitriones eran tan lóngevos y prácticamente eternos.  

Chester Swann
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Luque, Paraguay — 2006

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