La noche de los Sacrificios  
Chester Swann
de "Cuentos para no dormir"

Un sudor frío invadió todo mi ser tras despertar de mi sueño violentamente. A poca distancia de nuestro mortecino fogón, un astro luminoso y ominoso se precipitó al suelo con horrísono estruendo, haciendo temblar el suelo en derredor nuestro.

Ultimamente los dioses están irritados con nosotros. Yo: Grunt, hechicero y hacedor de lluvias del clan-del-Tigre-de-los-largos-colmillos, poco puedo hacer para que ellos me escuchasen y se dignaren proveer agua y comida a mi gente. Nuestro clan está pasando hambre y penurias a causa de desconocidas fuerzas que alteraron el clima y provocan constantemente la caída de rocas del cielo. Un volcán en el horizonte vomita fuego y piedras ardientes.

Malignas cenizas brotadas de sus profundas entrañas hirvientes cubren el entorno y nos provocan dolencias en el pecho. Mnik, la pequeña nieta de V’Zurah, la Gran Abuela del clan, acaba de viajar al país-de-las-largas-sombras para siempre. Poco he podido hacer para salvarla. Su cuerpecito ha sucumbido al hambre y la sed, además del mal que corroía su interior. Poco a poco, el clan-del-Tigre-de-los-largos-colmillos   está desapareciendo de la faz de la tierra.   Los días de paz y hartura lejos han quedado.

Diviso a la matriarca del clan tendida en su yacija de piel de oso de las cavernas, macilenta y pálida y con las ganas de vivir en descenso; como si insistiera en seguir el camino, largo y escabroso de quienes han partido para siempre.   Me acerco a ella para asistirla y brindarle algunas hierbas y raíces que aún quedan y han sobrevivido a estos yermos tiempos que nos castigan implacablemente. V’Zurah me mira lánguidamente, cual rescoldo de fogata que aún pervive negándose a la extinción.

—Gracias, mi buen amigo.   Pocas lunas me quedan ya para acompañarte.   Lamento no poder ayudarte a aplacar a los dioses y salvar a nuestro pueblo.   ¿Qué olvidado tabú hemos violado que con tal crueldad nos castigan? ¿Alguna mujer del clan transgredió casi olvidados preceptos de no engendrar hijos en luna llena? ¿Quizá hemos cruzado el prohibido territorio de algún dios desconocido sin saberlo?    Lo cierto es que la naturaleza nos está negando el derecho a pervivir con nuestros descendientes. ¡Oh! mi buen Grunt.    Debemos insistir un poco más.   El corazón me dice que si resistiéramos vendrán tiempos mejores.   Pero será preciso pagar su precio a nuestros dioses y ¿por qué no? a los ajenos también... y me gustaría acompañarte en la ceremonia del sacrificio del plenilunio azul.

Recordé que faltaban pocas lunas para el día de las expiaciones. Tal vez debería transmitir mis conocimientos a mi sucesor: Knat, un muchacho aún impúber, pero con una curiosidad y una sed de conocimientos que no le cabían en su ya macilento cuerpo canijo de privaciones y necesidades insatisfechas.   Yo comparto con él mi ración de hacedor de lluvias, que aún en época de penuria es algo mayor a la que reciben los demás miembros del clan.

Un súbito resplandor en el firmamento preanuncia la caída de otro astro ardiente. Por suerte, el estruendo me indica que cayó bastante alejado de nuestro campamento; pero tal vez nuestra nefasta suerte nos castigase con otro de más puntería que nos haga desaparecer definitivamente. Cuentan los ancianos que cierta vez uno de ellos cayó en medio de un campamento dejando sólo un inmenso valle mustio y ceniciento. Y esas caídas son más frecuentes de lo que quisiéramos.   Tal vez fueran dioses que se precipitasen desde los cielos tras perder su poder. ¡Vaya uno a saber!

Creo que deberíamos buscar otras opciones para la sobrevivencia, que no sea el humillarse e implorar a dioses desconocidos. Valernos de nuestros propios medios y de nuestra experiencia. ¡Lástima que tan poco conozcamos aún los secretos del funcionamiento de la naturaleza y sus inmutables leyes! ¡Ah! pero llegará el día —si sobreviviésemos como especie—, en que ella no tendrá secretos para nosotros y nos brindará cuanto necesitemos; para nutrirnos y cubrirnos de las inclemencias de los elementos.

Busco a Knat que se halla debilitado por las penurias, y le insto a acompañarme a recorrer los alrededores en busca de un poco de tierra húmeda con que aliviar nuestra sed y refrescar nuestras lenguas, que agua no queda ya en el entorno.   ¡Tantas lunas hace que no cae una gota del cielo!   Los pocos hermanos animales que nos alimentaban ya no están.   Nuestro valle es un inmenso pozo reseco y yermo. Recuerdo que de niño contaban los abuelos que aquí, en tiempos olvidados y extraviados en la oscuridad de las memorias, habría caído una gran roca devastándolo todo. Puede ser.   Alzo la vista al firmamento oscuro y señalo a Knat los astros fijos que chisporrotean en lo alto formando grupos y figuras imaginarias que nos orientan.   Le hablo de las especies de plantas que sirven para aliviar dolores y curar heridas.   Le explico pacientemente cuanto aprendí de mi antecesor y le relato historias que retengo en mi ya frágil memoria, acerca de nuestros antepasados que moran en el país-de-las-largas-sombras, aguardando por nosotros. Knat escucha pacientemente y trata de retener la mayor parte de cuanto trato de transmitirle de boca a oreja. Es muy aplicado y no hace muchas preguntas, como dando por cierto cuanto sale de mi boca y de mi corazón.    Por cierto, he de procurar que mis palabras no tengan el dulce sabor de la mentira, pues de ello depende nuestra supervivencia en lo futuro.

De pronto, un aroma húmedo penetra con fuerza en mi nariz como tratando de excitar mis sentidos casi mustios.   Sigo la dirección del seco y cálido viento que me lo trae, secundado del escuálido Knat, que a duras penas, trancos y tropiezos trata de igualar mis experimentados pasos.   Tras cierto tiempo, un fino chorro de límpida agua se me hace visible entre rocas, a cuyo pie forma un diminuto charco barroso.    Un pequeño roedor está abrevando, y, sin pérdida de tiempo lo golpeo con mi largo cayado.   Tras alimentar a Knat, lo envío a buscar a los nuestros para acampar allí.   Por lo menos tendremos hierbas y raíces, más alguno que otro animalito para comer mientras tanto.

Horas después, compartimos nuestras magras raciones con los sobrevivientes del clan-del-Tigre-de-los-largos-colmillos. V’Zurah, la Gran Abuela va recuperando, poco a poco, sus menguadas fuerzas y su depauperada vitalidad.   También la Gran Abuela decide traspasar —a la que le sigue en edad— sus atributos matriarcales: es decir su pelliza de piel de oso de la montaña y sus collares y adornos relativos a su jerarquía. En nuestra tribu, la mujer de más edad, tiene el mando y las decisiones trascendentales sobre el destino de cada uno de nosotros. En cuanto a mí, hacedor de lluvias y curador de males, si bien, dispongo de cierto poder y respeto y la responsabilidad de la supervivencia de mi clan, no tengo poder de decisión y cualquier asunto que concierne al clan debo consultar con la matriarca, quien tiene la última palabra.

Tras pocos días, el pequeño surgente se fue agotando irremediablemente, por lo que debí partir con Knat a buscar otros sitios más propicios para medrar otro tiempo, hasta que volviesen a agotarse sus recursos.    Indiqué a mi discípulo que escalásemos hacia la salida del valle, buscando tierras altas.   Quizá hallásemos a otro clan o tal vez animales que cazar; toda vez que nos lo permitieran nuestras exiguas fuerzas.    Tras dos jornadas de camino hallamos un grupo perteneciente al clan-del-Búfalo-negro-de-las-praderas.   Luego de relatar nuestras penurias, nos propusieron cambiar dos mujeres jóvenes de nuestro clan por comida y agua para cuatro lunas, dentro de un pequeño roquedal alimentado por un manantial, aún inagotado.   Como yo no podría decidir, envié al joven Knat, tras darle un magro alimento de raíces apenas cocidas y una vasija de barro con agua, junto a V’Zurah a fin de llevarle la proposición del clan anfitrión. Incluso, éstos sugirieron que podríamos vivir en el lugar por el tiempo asignado.

Los del Búfalo negro, habían perdido muchos cazadores y mujeres jóvenes en manos de un clan rival; y si bien disponían de alimentos y agua, necesitaban repoblar su menguado campamento hasta poder enfrentar nuevamente las incursiones del clan enemigo. De ahí su propuesta de canje, en estos momentos ventajosa para nosotros; que disponíamos de muchas jóvenes pero pocos cazadores. A lo lejos, los astros errantes continuaban surcando los cielos, con su estela de fuego y muerte, aunque pocos llegaban realmente a caer.   Muchos simplemente se extinguían antes de tocar los suelos, pero de todos modos, apavoraban a nuestra gente con su trágica belleza.   Hacia el oriente nocturno, cierta madrugada poco antes de despuntar el lucero de la mañana, apareció de pronto un astro inmóvil y fulgurante, con una larga cauda semejante a velo de agua escaldada.   Nunca lo habíamos visto antes y deduje —tras observarlo durante varios días—, que tal vez los tiempos de penuria estuviesen tocando a su fin.

Poco a poco, el ominoso astro se fue alejando hasta desaparecer al cabo de varios días, aunque el recuerdo de su belleza perdurará tal vez mucho tiempo en nuestras memorias. Tras pocos días de convivir con los del clan del Búfalo negro, luego de acceder a sus condiciones, V’Zurah me propuso apurar el traspaso de atributos a fin de participar en la ceremonia de la Gran Expiación en busca de mejores tiempos para nuestro pueblo, ya al borde de su extinción. Incluso el viejo Hacedor de lluvias del clan-del-Búfalo-negro-de-las-praderas que nos albergaba temporalmente, nos sugirió que habría que realizar un sacrificio para mejorar las cosas.   Accedí de buen grado y obtuve el apoyo moral de la Gran Abuela para tal fin.

Tras continuar la instrucción de Knat, y hacer lo propio V’Zurah con Wrakki, quien le sucedía en edad, y a la cual traspasó sus conocimientos y los mitos e historias de nuestros antepasados, el tiempo siguió su curso inexorable.    La noche del plenilunio azul se aproximaba. Pasé buena parte del tiempo frotando la filosa piedra de mi hacha ceremonial contra las no menos duras y brillantes piedras del roquedal, al pie del chorrillo cristalino que sobrevivió, no sé cómo, a la atroz sequía que nos abrumaba.

Knat ya se ejercitaba solo repitiendo junto a la hoguera del clan los relatos interminables, historias y cuentos referentes a nuestros ancestros; así como avistando el cenit en busca de los astros caminantes que, día a día cambiaban de lugar escondiéndose o jugando a hacerlo, entre las miríadas de luminarias fijas que nos contemplaban desde lo alto. Deduje que Knat llegaría a ser un buen Hacedor de lluvias.   Tal vez mejor incluso, que su predecesor, ahora atenazado por la impotencia ante las ocultas fuerzas de la naturaleza; que se empeñaban en poner a prueba nuestro amor a la vida y a nuestros hijos.

Tras cumplirse el plazo que nos fijaran los del clan-del-Búfalo-negro, nos ofrecieron la opción de permanecer diez lunas más en el lugar a trueque de una doncella núbil y un joven cazador. Tras consultar con nuestra matriarca y ésta a su vez, con los posibles candidatos al canje, se llegó a un acuerdo alternativo.   La Gran Abuela propuso unir los dos clanes bajo la pintoresca denominación de "El-gran-astro-brillante-de-cola-hirviente", en alusión al misterioso fenómeno aparecido tiempo antes y que según la matriarca, nos depararía tiempos mejores. Además, aseguró la anciana V’Zurah, la unión nos haría más fuertes ante la adversidad y las privaciones, así como de las incursiones de otros clanes.

Para sellar el acuerdo se unieron las fogatas de los dos clanes y se prepararon las ceremonias sacrificiales del plenilunio azul, donde V’Zurah y yo debíamos traspasar nuestros atributos a quienes estaban designados a sucedernos.    Esa noche, la Gran Abuela, exultante y erguida pese a su estado de privaciones, se acercó a mí y me dijo:          

—Quiero estar junto a tí, mi buen Grunt, en recuerdo de los muchos hijos que hemos engendrado juntos y de las noches que descubrimos astros nuevos en el cielo.

Acomodóse sobre mis pieles y nos quedamos un buen rato recordando lo pasado, junto a nuestro sufrido pueblo y a los que ya partieron y nos estaban aguardando, sin duda. Al llegar   al cenit la luna, contemplamos nubes avellonadas, antes ausentes.   Llamé a Knat y nos dirigimos con la matriarca y su sucesora al centro de las hogueras de ambos clanes unidos. Un poco de sangre debía rubricar la fusión de nuestros pueblos, y de paso aplacar a los dioses responsables de nuestras penurias. V’Zurah de pie junto a la hoguera de nuestro clan se despojó de sus pertenencias entregándoselas a Wrakki. Luego se arrodilló desnuda frente a la fogata, agachando la cerviz. Sin pérdida de tiempo le asesté un fuerte y certero hachazo en la nuca, que coincidió con el estampido de un rayo y las primeras gotas del cielo.

Contemplé el cuerpo exánime de la matriarca y entregué el hacha a Knat, arrodillándome a mi vez junto al cuerpo aún tibio de la Gran Abuela. Alzando la cabeza hacia lo alto veo nubes arremolinándose en torno a la luna llena, que aún nos contempla antes de ser oscurecida por el celaje. Un fuerte viento nos azota desde el poniente. Lanzo un fuerte grito, como desafiando a los dioses, mientras la tribu danza con gritos destemplados agradeciendo la bondad de los dioses que finalmente se disponen a enviarnos agua, y me inclino reverente sobre el yerto despojo de mi amiga.   Knat alza el hacha, como dudando de utilizarlo y tuve tiempo de ver un relámpago cruzando fugazmente los cielos que parecen comenzar a llorar, mientras tímidas gotas de agua mojan mis cabellos,   antes de…  

Chester Swann
de "Cuentos para no dormir"

Obra registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.445, Foja 87.
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”

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