El jaguar y el cazador  
(2º Premio del Concurso Charles Dickens de Cuento Breve 2005)
Chester Swann
de "Cuentos para no dormir"

Kwälapöngi , el cazador nivaklé,   olfateó   a Köz’Jaät el jaguar. Preparó   su arco y su más afilada   saeta ya previamente bendecida por   el chamán—, para enfrentar a la astuta   fiera   cuyas carnes podrían, además de alimentar a él y a su tribu, proporcionarles la astucia y el valor de las que hacía gala en sus rampantes correrías. Kwälapöngi no tenía miedo del astuto felino Köz’Jaät. Más bien respeto y hasta si se quiere, admiración.        

¡Tantas veces lo había visto —por los viboreantes senderos y cañadones— lucir su lasciva musculatura y   elástica silueta, en pos de esquiva caza!   No. No sentía miedo; pero así tampoco   podía evitar que su corazón guerrero tamborileara, cual los telúricos parches de las sagradas cajas que hacían vibrar el vientre de la noche ritual del Chaco Boreal.

Köz’Jaät olfateó con felina impaciencia al esquivo y casquivano viento. P’alha’ä: el-hombre-que-mata-de-lejos, estaba cerca. El inconfundible aroma   de   sudor   y algarrobo lo delataba. “— Si lo llego a cazar —pensó con   su astuta lógica he de adquirir el coraje y la sabiduría de los bípedos-del-brazo-que-vuela-y-mata, mas no debo dejar   que me sorprenda”.

Volvió a agitar sus sensibles belfos para asegurarse de la ominosa presencia de su ancestral enemigo disponiéndose a la lucha.

Sabía que P’alha’ä —además de astucia e inteligencia— disponía de armas para prolongar el largo de su brazo y además, de certeza mortal.   Pero también estaba seguro de su increíble fuerza y agilidad. En esto aventajaba al cazador   y de   su   astucia dependería que sorprendiese a éste antes de darle oportunidad de arrojar   su letal venablo de caña y   alecrín   templado a fuego y paciencia durante las luengas noches   de fogata, chicha, algarrobos   e   instintos básicos adormecidos.

Kwälapöngi   y   Köz’Jaät ya   se presentían próximos uno del otro, aunque no se divisaran aún. Tensos estaban ambos —como las cuerdas cósmicas que entretejen a las galaxias—, con las fibras musculares a punto de estallar en fragmentos meteóricos.

Su primigenio universo selvático íbase contrayendo, como tratando de absorber a ambos guerreros en sus fauces. Giraban sin pausa por los espinosos cañadones tratando de huir   del   soplo delator en paroxística danza, como enamorados de la muerte, quien se quedaría con el que se dejase sorprender primero... o con ambos quizá.   

La distancia —que los separaba y   unía a la vez— disminuía ostentosamente, mientras su alocada coreografía acechante seguía sin pausa entre jadeos, sudores, espasmos y latidos. La microcósmica   danza   los aproximaba al instante supremo en que uno caería en los brazos o garras del otro inexorablemente. Llegó el punto en que ninguno rehuiría la batalla, ni su destino. La   osmosis los uniría en una suprema comunión alimentaria, en que ambos guerreros se conjugarían en un solo cuerpo y alma. En suma: la ley de la naturaleza en su máxima expresión.

De pronto, como presintiendo el desenlace de tan singular combate, el astuto Köz’Jaät, con un pavoroso salto ascendió ágilmente a las ramas de un robusto   algarrobo. Las alturas son inmejorables para ver sin ser   vistos y   atacar por   sorpresa. Especialmente si el adversario dispone de las extrañas armas arrojadizas que burlan la distancia, y buscan el corazón contrario con filosa decisión y mortífera precisión.

Kwälapöngi ya tenía su aserrada flecha calzada entre el arco y la cuerda. No dudaba de la proximidad de su adversario, ni de la posibilidad de ser, él mismo,   presa de su digno oponente. La suerte estaba echada en el lúdico y letal microcosmos chaqueño.

El cazador nivaklé se detuvo un momento para vivisectar el espacio que lo circundaba. Sabía... o presentía que Köz’Jaät   acechaba lo suficientemente cerca, aunque no estaba a tiro de ojos. Se apoyó de espaldas en un tronco de algarrobo para evitar ser atacado por   retaguardia, mientras tensaba   la cuerda del arco. La espinosa y rala vegetación del cañadón le impedía maniobrar con su larga flecha, por lo que debía ser harto precavido. El tiempo se detuvo en una elongada e implacable eternidad de instantes sucesivos, durante el prodigioso salto con que el astuto Köz’Jaät   se proyectó sobre él.

Ambos se confundieron en una única materia carnal-espiritual. En un abrazo ritual agónico y protovital. El nivaklé apenas pudo alzar la punta de su saeta al sentir la ominosa sombra caer a raudales sobre su empenachada, testa ornada de viriles atributos plumarios con que proclamaba su viril condición de cazador-guerrero.

Tras varios días de búsqueda, los demás cazadores de la tribu de Kwälapöngi hallaron sus restos, devorados por insectos y buitres junto al esqueleto de un gran jaguar   cuyas fauces abiertas tenían una larga   flecha, aún no disparada, clavada accidentalmente en su boca   y cuya punta llegaba casi hasta donde latieran sus entrañas.

Cuentan los abuelos nivaklé que, los inquietos espíritus del cazador y el del jaguar, juegan eternamente su alocada danza ritual en los celestiales pagos de Yinkä’öp, tratando de alcanzarse el uno   al otro, y así seguirán hasta el final de los tiempos, entrecruzándose inmaterialmente, sin poderse herir jamás, pues se merecen el uno al otro por su valor y pocos valientes escapan del eterno juego del acecho mutuo.

Chester Swann
de "Cuentos para no dormir"

Obra registrada en el Registro Nacional de Derechos de Autor
Del Ministerio de Industria y Comercio de la República del Paraguay
Bajo el folio Nº 2.445, Foja 87.
Art. 34 del Decreto Nº 5.159 del 13 de setiembre de 1999
A los efectos de lo que establece el Art. Nº 153 De la Ley Nº 1.328/98
“De Derechos de Autor y Conexos”

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