Carta ciudadana desde el Paraguay (184)

De corrupciones, corruptores y corrompidos
Busca bisturí para gangrena social: Chester Swann

Luque, 7 de julio de 2009

Siempre me pareció fantasiosa y utópica la promesa del entonces candidato, Fernando Lugo Méndez, de poner fin a la corrupción; una costumbre ancestral que —como se sabe por boca de Perogrullo—, acabó por convertirse en Ley. Puede que durante el largo período de los colorados ésta se haya institucionalizado, pero existe desde los tiempos de la conquista, cuando las leyes reales “se acataban, pero no se cumplían”. Sabia norma, sin duda, que ilustra perfectamente la moral política (con perdón del oxímoron) de todos los tiempos.

Es también sugestivo y emblemático el hecho de que al buitre no le asquee el aroma de la carroña; lo que indica que a los políticos —emparentados con aquellos por simbiosis— no les desagrade la corrupción. Nuevos hechos puestos al descubierto nos dan la pauta de que las promesas de Lugo están lejos de cumplirse; ya que las raíces del mal son profundas y están muy bien regadas por las aguas del soborno.

Hechas estas metáforas disquisitivas, habrá que poner al tapete la necesidad de una educación ética y un corte a la cadena de impunidades. Si las leyes fueran justas y se cumplieran, no habría corruptos ni corruptores; pues hay —al decir de Sor Juana— quienes pecan por la paga y quienes pagan por pecar y ambas partes deben ser ejemplarmente sancionadas. De lo contrario, el festival delictivo ha de proseguir hasta el fin de los tiempos. 

Si bien es cierto que muchos funcionarios, civiles, militares y policías que ocupan puestos desde muchos años atrás y están vinculados al quehacer delictual; no lo es menos que varios de los recientemente incorporados en “cargos de confianza” no lo sin tanto. Además, la corrupción no tiene ideología, bandera ni patria. Sólo intereses y no todos non sanctos, como se puede apreciar.

Lugo debe hacer profundas reformas en la justicia para lograr que ésta funcione. Y si la justicia llega a funcionar, ya podrán seguir habiendo corruptos, pero con las barbas en remojo por si son pillados en flagrante. Al ladrón se lo debe llamar ladrón, sin eufemismos tales como “funcionario infiel” o “presunto malversador”. Que si en algo nos hemos caracterizado los paraguayos, es en el mal llamado “espíritu de cuerpo”; cuando se le echa el guante a un correligionario, se lo defiende “por razones de persecución política”.

Pero no hay que desesperarse. En una de ésas, se puede forzar una reforma constitucional que ponga en capilla a todos los ladrones de ayer, de hoy y de siempre, con el pescuezo bajo el filo de la espada de Astrea. Nunca es tarde, pero empecemos ahora mismo. ¡Referéndum ya!

Chester Swann Ex periodista, cantautor, escritor y diseñador gráfico, entre otras maneras de perder tiempo sin perecer en el intento.

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