Estación Indios Verdes

Una mañana como cualquier otra
Mariluz Suárez Herrera

6:30 A. M.

¿Qué hora será? Ya no voy a buscar la perfección. Si soy tolerante todo irá mejor. La voy a felicitar en la primera oportunidad que tenga. Ah, y le pediré el alpiste, que ya casi se acabó. Si, es un hecho, la próxima vez que se niegue a seguir mis consejos, no voy a protestar. No volveré a opinar sobre su falta de creatividad. Total si quiere seguir siendo mediocre, por mí que siga de cajera. Ah, y olvidé decirle que ya puede regalar los cachorros. Qué diferente a su hermano, él es maravilloso, mi bello Rubén, la felicidad que me da mi querido hijo. Con cuánto gusto espero el sábado en que comemos juntos, bueno, cuando puede. Sus bellos ojos, su gentil sonrisa. Ojalá ya cambie su horario para que pasemos más tiempo juntos.

8:40 A. M.

Mamá: Llegué con cuarenta minutos de retraso al trabajo, pero ya estoy en la tienda. Te mando esta nota con el cerillo y tu super pues dejaste descolgado tu teléfono. No me has dicho nada sobre mi promoción. Hasta el bueno para nada de Rubén ya me felicitó. También ya supe que estás lavando la ropa de mi hermano, no sé hasta cuando lo vas a dejar que crezca. Ah, te aviso que ya tronó con Lusa. ¿Para qué tener pareja si en tu casa lo tiene todo? Si se compone tu teléfono, llámame, si no paso en la tarde a verte. Chela

7:30 A.M.

Un gato muerto junto al portón, un gato negro recto y pestilente. Fuera del hocico le colgaba un trozo de carne descompuesta cubierto de hormigas. En cuanto Rosario lo vio, empezó a gritar con gran desconsuelo. Antes de recogerlo, lo contempló cariñosamente, no podía estar segura si era suyo o uno más de los que rondaban su casa. De todos modos todo animal callejero encontraba un hogar con ella. La muerte del animal representaría el suceso más importante del día y tal vez de varios días. Sería tal vez motivo de conversación para varias semanas. Lo primero que hizo fue correr al cuarto de Rubén. La cama intacta le confirmó que tampoco había llegado a dormir. Para ella esto no causaba conflicto, es un hombre muy ocupado. El gran amor de Rosario por los animales era un hecho. También lo era el disgusto de los vecinos que se lamentaban del deplorable zoológico. Continuamente envenenaban al perro, gato o conejo que se dejara. Todos los reclamos de la propietaria habían sido inútiles, ni la policía había podido resolverlo.

Junto a la cafetera acomodó el veneno para las ratas.  Como todas las mañanas tomó el cesto con los frascos de medicamentos, tres semanas tardó en juntar los diez frascos de cianuro.

Trató de recordar cuando se rió por última vez. Haría un esfuerzo, un gran esfuerzo porque una amplia y dulce sonrisa quedara en su rostro, mientras cambiaba paulatinamente de color. Al mismo  tiempo metía la cuchara dentro de su boca, una cucharada tras otra, sin parar. Entre cada bocado sonreía, cada vez de diferente manera.

Mariluz Suárez Herrera 
De "Una mañana cualquiera" 
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006

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