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Maura 
Mariluz Suárez Herrera

ibarsua@gmail.com  

Para Alimasua

 

La mujer, cuyo cuerpo siempre se verá rígido, masticará  ligas como si fuera chicle.

Maura: (Arrodillada ante un confesionario o reclinatorio) Para empezar, padre, yo no quería venir. Mi familia siempre me pidió que lo hiciera…  prác-ti-ca-mente… Ah, sí… (Hace una forzada cruz sobre su pecho murmurando algo)  acúsome padre porque he pecado. (pausa) ¿Pecado?  así como eso que ellos decían, no, yo no he cometido ninguno. Y ya sé que es lo que todos quieren saber, por lo que usted me preguntará, y estoy segura que se muere por hacerlo, qué he hecho con el dinero  que dejaron mi papá  y mi mamá. Se lo puedo explicar muy fácil, pero antes le cuento lo que me decían mis hermanos siempre que  les preguntaba eso mismo y… ¿Sabe cuál era la respuesta? ¡Nada! ¡Ah como es popular la palabrita! Pero sí le diré que tal vez mis problemas empezaron desde niña, pues me inculcaron el buen hábito del ahorro: en un cochinito, en un elefantito, en un atlas que giraba, en un changuito, en una muñeca, en un conejito, todas estaban repletas, las llené una por una, la  mayoría de mis alcancías fueron de barro. No se imagina el gusto tan grande que era meter las monedas y oir como caían y se juntaban una con  otra. Las tenía yo todas así, bien pochudas. Ay, era una delicia tomarlas como sonaja y escuchar el tintineo. ¡De qué cosas se acuerda uno! ¿Verdad? Hasta que un día entraron a robar la casa y lo único que quedó fueron tepalcates regados por todos lados. Hasta hoy sigo pensando en todo lo que se han de haber comprado, el chiste fue quitarme el dinero que era para mi primera muñeca Lily.  Aunque en el fondo me gustaba más jugar con mis monedas que con muñecas tontas que lo único que hacían era abrir y cerrar los ojos, abrir y cerrar los ojos. Mis monedas me daban muchas más alegrías. Era algo tan íntimo, tan mío… (Su mirada se va al pasado con ojos de enferma). Lloré por días enteros y me escondí debajo de mi cama donde lo único que encontré para comer fue una caja de ligas, con eso me consolé por horas y horas. Todos se preguntan por qué las mastico y la verdad es para que nunca de los nuncas se me olvide que unos desconocidos se llevaron mis ahorros y pienso en todo eso que ya no me pude comprar. Creo que fue, a partir de entonces, que las cosas se me complicaron. Mi familia decía que todavía estaban calientitos mis papás cuando yo ya había vendido la propiedad. ¡Ahhhh! Tardaron horas en llegar a pronunciarlos muertos, entonces yo me apliqué para desocupar la casa: sacar la ropa y el titipuchal de cosas que habían amontonado, pues ya estaban suficientemente viejos. En realidad lo que pasó fue que yo misma fui al  campo a cortar unos hongos, los del mercado estaban muy caros y si de todos modos eran para lo mismo, pues había que aprovechar. Tal vez eso les hizo daño a los pobres, y yo qué iba a saber que los hongos no estaban buenos (para sí) para comerse. Afortunadamente, mis viejitos duraron muy pocas horas enfermos, imagínese nomás el tiradero de pesos  si los hubiera metido al hospital, como querían mis hermanos. Ellos no vieron las ventajas, se acabó para siempre el pago de la sirvienta, el jardinero, el chofer, la cocinera y otro montón de gastos. ¡Qué alivio! ¿Verdad? (Pausa) Tenía que proteger el dinero de la herencia que me pertenecía. Guardarlo, atesorarlo para que jamás nadie volviera a quitármelo. Una parte la invertí en diamantes, esos son más fáciles de almacenar, son pequeños, ¿sabe padre? Sus formas son hermosas, resplandecen con cualquier rayo de luz que los toque. Me gusta verlos, acariciarlos, (con mirada enferma) pero enseguida los guardo donde sólo yo sé, donde nadie tiene acceso, no quiero volver a sentirme ultrajada, como cuando niña (se lleva una liga más a la boca, con cara de angustia, de niña ultrajada), pero eso mis hermanos no lo entendían, (toca su frente) ni por aquí les pasó que el ahorro es la base de la economía, ellos no supieron aquilatar nunca nada…   Fíjese nomás que palabritas utilizaron: tacaña, egoísta, ambiciosa, agarrada. La verdad, yo ¡paso! Por ejemplo, mire, nunca les  gustó que yo mastique ligas (saca una de su boca, y la guarda) pero siempre que me visitaban, si es que querían  pedirme algo ¿qué me regalaban? ¡Ligas! De colores, grandes, chicas, más gordas, más flacas. Antes me daba vergüenza hacerlo, ahora… (Pone una liga en su boca) yo las lavo y me duran años y no sabe cuántas ligas se pueden comprar por el precio de un solo chicle.  Aparte  he logrado a través del tiempo, que si huelo un chicle de canela, la liga me sabe a canela, si es de menta, me sabe a menta, a hierbabuena, o a limón, ahora hay unos sabores nuevos buenísimos como ese de brisa de fresa o el de mora azul y ni siquiera tengo que comprarlo. ¿En qué íbamos…?  Ah, me criticaron toda la vida porque en lugar de comprar coche  viajo en metro, pero no  había cómo hacerlos entender que  eso de gestar lujos no va conmigo. El metro es gratis con mi tarjeta del Inapam, compárelo nomás con los pagos de tenencia, verificación, gasolina, seguro y servicio de un coche, sin contar los extras, como la nueva tarjeta esa con  chirp. De repente me pedían favores y sabe de qué me daban ganas, de darles una caja repleta de caca, para los listos había  que buscar al caballo, y para los tontos, bien podían largarse  y embarrársela por donde fuera.  El papel de una mujer de sesenta años, como yo, es inapreciable sobre todo con respecto a la ropa. Me gusta mucho esto de verme encantosa. Yo  siempre la he usado sólo el tiempo necesario y, claro, tengo algunas prendas que yo les digo “de batalla”,  la realidad es que soy mucho más atractiva sin nada, por lo que mi guardarropa está como nuevo. Por ejemplo esta capa, (la toca, extendiéndola un poco) esta capa se ve viejita y está remendada, pero es un recuerdo de familia. Y  fíjese padre, por eso vengo a verlo, últimamente me persiguen unos pensamientos parásitos sobre qué pasará cuando yo ya no esté ¿usted me entiende, verdad? Tomando en cuenta que de siete hermanos sólo quedábamos dos. No soy una persona que discurra grandes cosas y aún no decido a quien dejaré todo lo que es mío… ¡No me vea así padre! Es una decisión muy importante. Estoy dudando seriamente entre la República de Djibouti  o el Reino de Lesotho. Ay, no sabe qué pobrecitos están en esos lugares, esos desgraciados Bhutantanes a los que casi nadie conoce y nadie piensa en ayudarlos. Y usted, padre, cree que los desdichados esos van a saber algún día dónde está México, pues no, claro que no, así es que ni se darán por enterados de que pensaba heredarlos. En esos lugares producen diamantes, pero de nada les sirve pues ellos no los usan… realmente no les interesa.  Yo sí sé dar el uso adecuado a los  objetos de valor, en mi caja de seguridad estarían muy bien cuidados. (Se toca el vientre) Ay, perdón pero tengo este malestar, también lo vengo cargando desde mi niñez, yo creo que desde que estaba en la panza de mi madre, que si los enemas,  los supositorios, tesitos, granulitos, chochitos,  tamarindo a  todas horas, hasta agua de chía. Bien pero bien tapada que soy, por eso ni se preocupe ¿eh? No le pediré permiso de entrar en su baño. A ese lugar, también voy lo indispensable, o sea casi nunca.  Y para evitarlo  como muy poquito… (muestra su dentadura)  y de paso se conservan muy bien mis dientes, nada de andar pagando dentistas. ¿En qué nos quedamos? Ah sí, las joyas…   hasta que pasó esto de mi única parienta. Salí muy tempranito, en cuanto me llamaron me fui toda hecha una percha para el aeropuerto, regresé muy noche, nunca pude mirarla a los ojos, para ese momento ya mi hermana me era una total desconocida. Lo que nunca sabrá la policía, esto es entre usted y yo, padre, es que el día que se fue de viaje me pidió le regalara uno de mis collares de perlas. No entendió que yo no debo deshacerme de ninguno. Las perlas de río y las naturales  se usan por la mañana, las cultivadas y de botón a medio día y las nacaradas y de color, sobre todo las que vienen de los mares del sur, por la noche. Qué lástima que no tengo un collar de perlas artificiales, ¡con qué gusto se lo hubiera dado! (Pausa) Yo le dije bien claro que se llevara un anillo como éste (lo acerca a su cara). ¡Cómo me gusta el olor de las alhajas! Acérquese  para que lo vea, también puede olerlo, si quiere, estoy segura que usted, padre, también es de los míos, ya vi la piedrota morada  que trae en la mano derecha. Pues yo le dije que le quitara uno de los vidrios, lo cambiara por un brillante y así no pasa nada. ¡Yo nunca he tenido el menor problema! Pero ella decidió de sus pistolas traer una bolsa con ciento treinta brillantes, quesque porque yo se los encargué. ¡Sólo una pendeja hace eso! Ahora que se pudra en la cárcel, bien merecido se lo tiene, que sueñe simplemente con los lujos a los que estaba acostumbrada: música, jabón perfumado, telas suavecitas. Porque, padre, ella sí que era una derrochadora, se gastó toda su herencia en  banalidades, nunca supo el valor del dinero ni la tranquilidad que da saber ahorrarlo, (de nuevo esa mirada de enferma) saber que allí está, guardadito, escondido donde nadie lo encuentre, donde sólo yo sé que está… (Transición) Perdón, ¿qué le decía? Ah, sí… (Pausa) Bueno y entonces, de toda mi familia ya no queda nadie más que yo. Qué triste ¿no le parece? Por cierto (saca un sobre) traje la limosnota que me pidió, los tiempos están difíciles, como usted sabe, pero aquí está. (Se escuchan ronquidos) Padre… le estoy hablando.  Padre, soy Maura, ¿me escucha? Padre ¿me está poniendo atención? (ronquidos más fuertes) ¡Pinche cura! Yo contando mis más íntimos secretos y ni me pela. (Mueve el sobre y baja la voz)  Padre, pst, pst… su dinero. Bueno, una vez cumplido esto de la confesión…  (Saca el dinero del sobre, lo deja, guarda el dinero y sale de puntitas, sin hacer ruido)… ya veré si  vuelvo otro día. 

Mariluz Suárez Herrera
Ciudad de México. Septiembre 2010
ibarsua@gmail.com  

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