La torre de Nesle
De Alejandro Dumas (padre) y Federico Gaillardet
Traducción Francés–Español:
Mariluz Suárez Herrera

Personajes:

 

BURIDAN

GAULTIER DAULNAY

PHILIPPE DAULNAY

ORSINI

SAVOISY

LUIS X

DE PIERREFONDS

RICHARD

ENGUERRAND DE MARITGNY

LANDRY

SIMON

SIRE RAOUL

JEHAN

Un Oficial

Un Ballestero

Un Guardia

Un Paje

MARGARITA de BORGOÑA esposa de Luis X

CHARLOTTE

Una mujer velada

Pajes

Guardias

Gente del pueblo

La acción se lleva a cabo en París a principios del siglo XIV. 

PRIMER ACTO

PRIMER CUADRO

Interior de la taberna de Orsini, en la Puerta Saint-Honoré. a las mesas, a la derecha del espectador, una docena de  obreros y gente del pueblo; Philippe Daulnay, mesa  aparte, escribiendo sobre  un pergamino: cerca de él, una jarra de vino y una copa.

ESCENA I

PHILIPPE DAULNAY, RICHARD, SIMON, JEHAN, GENTE DEL PUEBLO, después ORSINI. 

Los personajes se presentan en cada escena en el orden que mantendrán en el escenario; el primero ocupa la derecha del actor. 

RICHARD: (Levantándose.) ¡Oye, maestro Orsini, anfitrión nuestro, tabernero del diablo, envenenador de marca mayor! Parece que hay que ponerte todos los apodos antes de que respondas.

ORSINI: ¿Qué desean, vino?

SIMON:  (Levantándose.) Gracias, todavía tenemos; es Richard el zapatero quien quiere saber cuántas almas  recibió esta mañana tu patrón Satanás,.

RICHARD: O, para hablar más cristianamente, cuántos cadáveres se recogieron a la orilla del Sena, de la Torre de Nesle a  Bons-Hommes.

ORSINI: Tres.

RICHARD: ¡Ésa es la cuota! ¿Y los tres, sin duda, nobles, jóvenes y  guapos?

ORSINI: Los tres nobles, jóvenes y guapos.

RICHARD: Como es costumbre, ¿los tres extranjeros en nuestra ciudad de París?

ORSINI: Los tres tienen ocho días de haber llegado.

RICHARD: Es la regla; al menos esa plaga tiene algo de bueno, todo lo contrario a la peste y a la realeza; que atrapa a los gentilhombres y dispensa a los villanos. Es el consuelo a los impuestos y a las faenas. Gracias, tabernero; es todo lo que de ti deseábamos, a menos que en tu calidad de italiano y de brujo quieras decirnos ¿quién es el vampiro que tiene necesidad de tanta sangre joven y tibia  que impide que la suya envejezca y se detenga?

ORSINI: No sé nada.

SIMON: ¿ Y por qué siempre se encuentran los ahogados río arriba de la Torre de Nesle y jamás río abajo?

ORSINI: No sé nada.

PHILIPPE: (Dirigiéndose a Orsini.) ¡Maestro!

SIMON: ¡Tú no sabes nada de eso! ¡Bueno! Déjanos tranquilos y responde a este joven señor que  te hace el honor de dirigirse a ti.

PHILIPPE: ¡Maestro!

ORSINI: ¿Señor?

PHILIPPE: Mediante estas dos monedas ¿podría uno de tus jóvenes taberneros entregar esta nota?

ORSINI: ¡Landry... Landry!

LANDRY: (Acercándose.) Aquí estoy.

Queda de pie, frente a Philippe, mientras que éste sella la nota y pone la dirección.

ORSINI: Haz lo que te diga ese joven señor.

Se aleja.

RICHARD: (Tomando a Orsini del brazo.) Es lo mismo, maestro; si yo me llamara Orsini; ¡Dios me guarde! ¡Si fuese el dueño de esta taberna, que Dios lo quisiera! Y si mis ventanas diesen, como las tuyas a esa vieja Torre de Nesle, ¡qué me caiga un rayo! Yo quisiera pasar una de mis noches, una sola, mirando y escuchando, y te garantizo que al día siguiente sabría qué responder a aquellos que me pidieran noticias.

ORSINI: Ése no es mi oficio. ¿Quiere usted vino? Soy tabernero, no soy el sereno.

RICHARD: ¡Vete al diablo!

ORSINI: Entonces suélteme.

RICHARD: Claro. 

Sale Orsini.

PHILIPPE: Escucha, muchacho: toma estas dos monedas y ve al Louvre; buscarás al capitán Gaultier Daulnay, y le darás esta nota.

LANDRY: Así lo haré, señor.

Sale.

RICHARD: Dime, Jehan de Monthléri, ¿ viste el cortejo de la reina Margarita y  sus dos hermanas, la princesa  Blanca y la princesa Juana?

JEHAN: Creo que sí.

RICHARD: No hay que preguntar ahora a dónde ha ido a parar el impuesto que el rey Felipe el Bello, de gloriosa memoria, impuso el día que nombró caballero a su hijo mayor, Luis el Empecinado; identifiqué mis treinta monedas en el atuendo favorito de la reina: solamente los vellones, se convirtieron en paños de oro frisados e hilvanados con alfileres. ¿Simon  viste a Gaultier Daulnay?

Philippe levanta la cabeza  y escucha.

SIMON: ¡Virgen Santa! ¿qué si lo he visto? ...su caballo del demonio caracoleaba tan fuerte, que puso una de sus patas sobre la mía; con tanto aplomo como si jugara a las manitas calientes; y, como yo pedía misericordia, su dueño, para callarme, me dio...

JEHAN: ¿Un escudo de oro?

SIMON: Me dio un golpe en la cabeza con la empuñadura de su espada llamándome tonto.

JEHAN: ¿Y tú no le hiciste nada al caballo y no le dijiste nada al amo?

SIMON: Al caballo, le inserté diestramente en el trasero,  tres pulgadas de este cuchillo, y se fue sangrando; en cuanto al dueño, lo llamé bastardo y se fue maldiciendo.

PHILIPPE: (Desde su lugar.) ¿Quién dice que Gaultier Daulnay es un bastardo?

SIMON: Yo.

PHILIPPE: (Aventándole su copa a la cabeza...) ¡Mientes con toda la cara, truhán!

SIMON: ¡Ayúdenme, muchachos!

GENTE DEL PUEBLO: (Apurando sus cuchillos.) ¡Muerte al favorito!...¡al gentilhombre!...¡al fatuo!

PHILIPPE: (Sacando su espada.) ¡Hola! ¡Maestros! Tengan cuidado, que mi espada es más larga y de mejor acero que sus cuchillos.

SIMON: Sí; pero son diez cuchillos contra tu espada.

PHILIPPE: ¡Atrás!

TODOS: ¡Muerte!  ¡Muerte! 

Forman un círculo alrededor de Philippe quién esquiva con  su espada.    

ESCENA II

                                    LOS MISMOS, BURIDAN

   Entra, acomoda tranquilamente su capa; al ver a un gentilhombre  defendiéndose del pueblo, rápidamente saca su espada.

BURIDAN: ¡Diez contra uno!... Diez villanos contra un gentilhombre, hay cinco de más.

            Los golpea por la espalda.

LOS VILLANOS: ¡Nos están matando!... ¡Guardias!

            Se quieren escapar; aparece Orsini.

BURIDAN: Tabernero del diablo, cierra tu puerta, que no salga uno solo de estos truhanes a dar la alarma: ellos empezaron...

            A los villanos.

Ustedes empezaron.

TODOS: Sí, señor, sí.

BURIDAN: Mira, los perdonamos. Vayan a sus mesas; ésta es la nuestra. Que traiga vino  mi amigo Landry.

ORSINI: Salió con  la nota de este joven señor, tendré el honor de artenderle yo mismo.

BURIDAN: Como quieras; pero rápido.

Volviéndose a los villanos.

¿Hay alguien que de la cara?

UN BALLESTERO: No, señor mío.

 PHILIPPE: ¡Por mi patrón, señor! Acaba usted de sacarme de un problema, y si lo encuentro en situación similar, lo recordaré.

BURIDAN: ¿Su mano?

PHILIPPE: De todo corazón.

BURIDAN: Todo está dicho.

Orsini lleva el vino en jarras.

¡A su salud!...Lleva dos jarras allá, para que beban esos bribones... a nuestra salud. Mi joven soldado, es la primera vez que lo veo en la venerable taberna del maestro Orsini; ¿acaba usted de llegar a nuestra  ciudad de París?

PHILIPPE: Llegué hace dos horas, precisamente para mirar pasar el cortejo de la reina Margarita.

BURIDAN: ¿Reina? Aún no.

PHILIPPE: Reina pasado mañana; es pasado mañana  que llega de Navarra  para suceder a su padre Felipe el Bello,  padre de mi señor el rey Luis X, y yo aproveché del ascenso al trono para regresar de Flandes,  en cuya guerra estaba.

BURIDAN: Y yo de Italia, donde también peleaba. ¿Parece que nos trae la misma causa,  señor mío?

PHILIPPE: Yo busco fortuna.

BURIDAN: Igual que yo; y ¿cómo lograrlo?

PHILIPPE: Desde hace seis meses mi hermano es capitán de  la reina Margarita.

BURIDAN: ¿Su nombre?

PHILIPPE: Gaultier Daulnay.

BURIDAN: Usted lo logrará, caballero mío, pues la reina no le niega nada a su hermano. PHILIPPE: Eso se dice; yo acabo de escribirle para anunciar mi llegada y decirle que venga a verme aquí.   

BURIDAN: ¿Aquí, en medio de esta turba?

PHILIPPE: Mire.

BURIDAN: ¡Ah! Todos los bravucones han desaparecido.

PHILIPPE: Continuemos pues, nos han dejado libres. En cuanto a usted, ¿puedo preguntar su nombre?

BURIDAN: ¿Mi nombre?... diga, mis  nombres; tengo dos: uno de nacimiento que es el mío, y que no utilizo; uno de guerra que no es el mío y que sí utilizo.

PHILIPPE: ¿Y cual me dirá usted?

BURIDAN: Mi nombre de guerra, Buridan.

PHILIPPE: Buridan ¿conoce usted a alguien en la corte?

BURIDAN: A nadie.

PHILIPPE:  ¿Sus recursos?

BURIDAN: ¡Están acá!

Golpea su frente.

¡Y acá!

Golpea su corazón.

dentro de la cabeza y del corazón.

PHILIPPE: Tiene usted razón, señor mío, basta con su buena presencia y con el amor. BURIDAN: Cuento con algo más, tengo la misma edad y soy del mismo país que la reina, fui paje del duque Roberto II, su padre, quien murió asesinado... la reina y yo no teníamos entonces los dos, la edad que usted o yo tenemos el día de hoy.

PHILIPPE: ¿Cuántos años tiene?

BURIDAN: Treinta y cinco años.

PHILIPPE: ¿Y luego?

BURIDAN: ¡Y luego, joven! Existe desde aquella época un secreto entre Margarita de Borgoña y yo... un secreto que me matará  joven, o que hará mi fortuna.

PHILIPPE: (Le presenta su copa para brindar.)  Buena suerte.

BURIDAN: ¡Dios se la otorgue! Soldado mío.

PHILIPPE: Pero esto no empieza mal.

BURIDAN: ¡Ah!

PHILIPPE: Sí, el día de hoy cuando venía de ver pasar el cortejo de la reina, me di cuenta que me seguía una mujer. Aminoré el paso y ella lo apresuró... en menos que cambia un reloj de arena, ella estaba junto a mí. “Mi joven señor,” me dijo, “una dama que ama la espada, lo encuentra de buen aspecto, ¿es usted tan valiente, como buen mozo, es usted tan confiable como valiente? Respondí que si esa dama busca  un corazón que pase sin latir a través de un peligro para llegar al amor... yo soy su hombre, siempre y cuando sea joven y bella; si no, que se encomiende a Santa Catalina y que entre en un convento. - Ella es joven y  bella. -- Está bien.  -- Ella le espera esta tarde. --  ¿Dónde? --  Vaya usted a la hora del toque de queda a la esquina de la calle Froid-Mantel; un hombre se acercará y le dirá: ¿Vuestra mano? Usted le mostrará este anillo y lo seguirá. Adiós soldado mío, placer y valor...” Entonces ella me puso este anillo en el dedo y desapareció.

BURIDAN: ¿Acudirá usted a esa cita?

PHILIPPE:  ¡Por mi santo patrón!, no faltaría.

BURIDAN:  Mi querido amigo, lo felicito... llevo cuatro días más que usted en París y excepto Landry, que es un viejo conocido de la guerra, no he encontrado un rostro al cual pueda nombrar... Sangre de Dios... sin embargo, tengo todavía la edad y el porte para  más aventuras.

ESCENA III

                        BURIDAN, PHILIPPE DAULNAY, UNA MUJER VELADA.

LA MUJER VELADA: (Entra y toca con la mano la espalda de Buridan.) Señor capitán...

BURIDAN: (Se vuelve sin moverse.) ¿Qué hay gentil dama?

LA MUJER: Dos palabras en voz baja.

BURIDAN: ¿Por qué no en voz alta?

LA MUJER: Porque no hay más que decir dos palabras y  hay cuatro oídos para escucharlas. BURIDAN: (Levantándose.) Está bien..., tome mi brazo, desconocida señora y dígame esas dos palabras...

A Philippe

¿Me permite?...

PHILIPPE: ¡Hágalo!

LA MUJER: Una dama que ama la espada lo encuentra bien parecido, ¿es usted tan valiente como buen mozo? ¿Es usted tan confiable como valiente?

BURIDAN: Durante veinte años combatí  a los Italianos, los pillos más malos que yo conozca; hice durante veinte años el amor a las italianas, las prostitutas más taimadas que yo sepa... y jamás rechacé ni combate, ni cita con tal que el hombre tuviese derecho a llevar espuelas y una cadena de oro... y con tal que la mujer fuese joven y bella.

LA MUJER: Ella es joven y bella.

BURIDAN: Está bien.

LA MUJER: Y ella lo espera esta noche.

BURIDAN: ¿Dónde y a qué hora?

LA MUJER: Frente a la segunda Torre del Louvre, a la hora del toque de queda.

BURIDAN:  Allí estaré

LA MUJER: Un hombre se le acercará y dirá: ¿Vuestra mano? Usted le mostrará este anillo y lo seguirá... Adiós, capitán mío; valor y placer.

Ella sale. La noche cae dulcemente.

BURIDAN: ¡Ah! ¿Qué es eso? Es  un sueño o es una apuesta.

 PHILIPPE:  ¿Qué cosa?

BURIDAN: Esta mujer velada...

PHILIPPE: ¿ Y qué?

BURIDAN:  Ella acaba de repetirme las palabras que le dijo a usted una mujer velada.

PHILIPPE: ¿Una cita?

BURIDAN:  Como la suya.

PHILIPPE: ¿La hora?

BURIDAN:  La misma que para usted.

PHILIPPE:  ¿Y un anillo?

BURIDAN:  Igual al de usted.

PHILIPPE: Veamos.

BURIDAN: Vea usted.

PHILIPPE: Hay magia... ¿y usted irá?

BURIDAN: Iré.

PHILIPPE: Las dos son hermanas.

BURIDAN: Tanto mejor, así nosotros seremos concuños.

LANDRY:  (En la puerta.) Por aquí, señor mío.

             Después de haber presentado a Gaultier Daulnay, pasa  a casa de Orsini. Noche.   

ESCENA IV

LOS MISMOS, GAULTIER DAULNAY.

PHILIPPE: ¡Silencio! Aquí está Gaultier...  ¡Ayuda, hermano, ayuda!

            Le tiende los brazos.

GAULTIER: (Aventándosele.) Tu mano, hermano...¡ah! aquí estás, ¿eres tú, realmente tú?

PHILIPPE: Sí.

GAULTIER: ¿Me sigues queriendo?

PHILIPPE:  Como a la mitad de mí mismo.

GAULTIER: Y tienes razón, hermano. Bésame de nuevo... ¿Quién es este hombre?

PHILIPPE: Un amigo de hace una hora, quien me hizo un servicio que recordaré toda la vida. Me rescató de una decena  de truhanes, a los que les había lanzado a la cara una maldición y una  copa porque hablaban mal de ti.

GAULTIER: ¡Ah! Gracias de su parte, gracias de la mía. Si Gaultier Daulnay puede servirle de algo, si estuviese rezando ante la tumba de mi madre y ¡Dios quiera que la conozca un día! Si estuviese de rodillas ante su amante y ¡Dios le guarde a la suya! A su primer llamado, se levantará, irá hacia usted y si usted tiene necesidad de su sangre o de su vida, él las ofrecerá como ahora le da la mano.

BURIDAN: ¿Ustedes se aman santamente, gentilhombres, como parece?

PHILIPPE: Sí, vea usted capitán, es que nosotros no tenemos en el mundo sino él a mí y yo a él; pues somos gemelos y sin padres, con una cruz roja en el brazo izquierdo como única señal de identificación, pues fuimos expuestos juntos y desnudos en el atrio de Nôtre Dame; pues juntos pasamos hambre y frío y juntos nos calentamos y saciamos. 

GAULTIER: Y a partir de ese tiempo nuestras más largas separaciones han sido de seis meses. Y cuando él muera, yo moriré, puesto que llegó al mundo unas horas antes que yo, no debo sobrevivirle más que unas horas. Estas cosas están escritas, créalo; también, entre nosotros, todo para los dos, nada para uno solo: nuestro caballo, nuestro bolso, nuestra espada a una señal, nuestra vida a una palabra. Hasta la vista, capitán. Ven a mi casa, hermano.

PHILIPPE: No, mi leal hermano; tengo que pasar esta noche en un lugar donde alguien me espera.

GAULTIER: Apenas hace dos horas que has llegado, ¿tienes ya una cita para esta noche? Cuídate, hermano.

            Dos jóvenes taberneros pasan y van a cerrar los postigos.

Desde hace algún tiempo, el Sena acarrea muchos cadáveres, la ribera recoge muchos muertos; pero son sobre todo gentilhombres, forasteros los que todos los días forman parte de la sangrienta recolección a las orillas del río. Cuídate hermano, cuídate.

PHILIPPE: Escuchó usted, capitán, ¿irá usted?

BURIDAN: Iré.

PHILIPPE: Y yo también.

GAULTIER: ¿Desde cuándo llegó, capitán?

BURIDAN: Desde hace cinco días.

GAULTIER: (Pensando) Tú desde hace dos horas, él desde hace cinco días... tú muy joven, él joven aún... ¡No vayan, amigos míos, no vayan!

PHILIPPE: Lo hemos prometido, prometido sobre nuestro honor.

GAULTIER: La promesa es sagrada... vayan entonces; pero mañana, mañana, a partir del alba.

PHILIPPE: Quédate tranquilo.

GAULTIER: (Volviéndose y tomando la mano de Buridan.)  Cuando usted diga, señor mío.

BURIDAN: Gracias.

            Se escucha la campana del toque de queda.

ORSINI: (Entrando) He aquí el toque de queda, señores míos.

BURIDAN: (Tomando su capa y saliendo) Adiós, me esperan en la segunda Torre del Louvre.

PHILIPPE: (Lo mismo) A mí en la calle de Froid-Mantel.

GAULTIER: A mí, en palacio.

ORSINI: (Solo. Cierra la puerta y lanza un silbido. Aparecen Landry y tres hombres) Y  nosotros, muchachos , a la Torre de Nesle.                                                           

SEGUNDO CUADRO

Interior circular. Dos puertas a la derecha del actor, en el primer plano. Una a la izquierda; una ventana al fondo con un balcón; un tocador, sillas, sillones.

ESCENA V

ORSINI: (Solo, apoyado contra la ventana. Se escucha un trueno y se ven los relámpagos.) ¡Bella noche para una orgía en la Torre! ¡El cielo está oscuro, cae la lluvia, la ciudad duerme! El río aumenta como para ir al encuentro de cadáveres... Es tiempo propicio para amar: fuera los truenos, dentro chocan las copas, los besos y las declaraciones de amor. ¡Extraño concierto donde Dios y Satanás hacen cada uno su parte!

           Se escuchan carcajadas.

Rían jóvenes locos, rían, pues yo los espero, aún tienen una hora para reír, y yo una hora de espera, como esperé ayer, como esperaré mañana. ¡Qué inexorable condición! Por haber entrado aquí, ¡tienen que morir! Puesto que sus ojos han visto lo que no deberían, ¡sus ojos tienen que apagarse!  Puesto que sus labios han dado y recibido besos que no deberían dar ni recibir, tienen que callar para volver a abrirse, como acusatorios,  ¡sólo frente al trono de Dios!... Pero también ¡desgracia!  ¡Cien veces desgracia para esos imprudentes que se dirigen al primer llamado de un amor nocturno! ¡Presumidos! Los que creen que es algo muy simple eso de venir de noche a esta antigua Torre de Nesle, con la tormenta que retumba, con los ojos vendados, para aquí encontrar tres mujeres, jóvenes y bellas, y decirles: “Te amo”, y emborracharse de vino, de caricias y de pasión, junto con ellas.

UN PREGONERO NOCTURNO: (Desde afuera) Son las dos,  llueve, todo tranquilo. Duerman, parisinos.

ORSINI: ¡Ya las dos!

ESCENA VI

                                                      ORSINI, LANDRY 

LANDRY: ¡Señor!

ORSINI: ¿Qué quieres?

LANDRY:  Son las dos de la madrugada: el sereno acaba de pasar.

ORSINI: ¡Y qué! Aún estamos lejos del día.

LANDRY: Pero los otros se aburren.

ORSINI: Se les paga.

LANDRY: Salvo por el gusto de usted, se les paga por golpear y no por esperar. Si es así, que se les pague doble: un tanto por el aburrimiento, otro por el asesinato.

ORSINI: Cállate; hay alguien, vete.

LANDRY: Me voy; pero  he dicho lo justo.

                                    Sale. 

ESCENA VII

MARGARITA: ¡Orsini!

ORSINI: ¿Señora?

MARGARITA: ¿Dónde están tus hombres?

ORSINI: Allá.

MARGARITA: ¿Listos?

ORSINI: Listos, señora, listos... La noche avanza.

MARGARITA: ¿Es entonces tan tarde?

ORSINI: Se calma la tormenta.

MARGARITA: Sí; escucha los truenos.

ORSINI: Ya llega el día.

MARGARITA: Te equivocas, Orsini, mira todavía está obscuro... ¡Oh!

                        Ella se sienta.

 ORSINI:  No importa, señora; hay que apagar las antorchas, recoger los cojines, guardar de nuevo los frascos. Sus barcazas le esperan; hay que volver a cruzar el Sena, regresar a su noble morada; y dejarnos aquí a los señores, únicamente a los hombres.

MARGARITA:  ¡Oh! Déjame, esta noche no se parece a las anteriores; este joven no se parece a los otros jóvenes: él se parece a uno, ¡tan por encima de todos! ¿No lo crees Orsini?

ORSINI: Entonces, ¿a quién se parece?

MARGARITA: A mi Gaultier Daulney. Algunas veces me sorprendía al mirarlo, creía mirar a Gaultier; al escucharlo, creía escuchar a mi Gaultier: es un joven todo amor y pasión: es un joven que no puede ser peligroso, ¿no es así?

ORSINI: ¡Oh señora! ¿Qué dice usted? Piensa usted entonces que es un juguete que hay que tomar y hacer añicos, que mientras más bondad y más abandono tuvo hacia él, más debe temerle... Ya son casi las tres, señora; retírese y deje a ese joven con nosotros.

MARGARITA: (Levantándose.) ¿Dejártelo Orsini? No, es mío. Ve a preguntar  a mis hermanas si ellas quieren abandonar a los otros; si ellas lo desean, está bien; pero éste, hay que salvarlo... ¡Oh! Yo puedo hacerlo; puesto que pude evitar quitarme la  máscara durante toda la noche; ese joven noble no me vio, Orsini; mi rostro quedó velado para él, si  me viera mañana,  no podría reconocerme. Lo regreso sano y salvo; que  lo regresen a la ciudad; que viva para recordar esta noche, para que siga ardiendo  el resto de su vida con recuerdos amorosos; para que sea uno de esos sueños celestes que se tienen una vez en la tierra; en fin, para que esta noche sea para él, lo que será para mí.

ORSINI: Será como usted diga, señora.

MARGARITA: Sí, sí, sálvalo; esto es lo que tenía que decirte, lo que dudaba en decirte. Ahora que te lo he dicho, haz abrir la puerta, haz entrar de nuevo los puñales a su funda: apresúrate, apresúrate.

                                                Orsini sale.                                               

ESCENA VIII

                        MARGARITA, DESPUÉS PHILIPPE.

PHILIPPE: (Voz en off)  Pero, ¿ dónde estás mi amor? ¿Tu nombre de mujer o de ángel? ¡Qué pueda yo llamarte por tu nombre!

                                                Entra

MARGARITA:  Joven, ya es de día.

PHILIPPE: ¿Qué importa si es de día, qué importa si es de noche? No hay ni día, ni noche...Hay antorchas que arden, vinos que burbujean, corazones que laten y el tiempo que pasa...Vuelve a mí.

MARGARITA:  No, no; hay que separarnos.

PHILIPPE:  ¡Separarnos!... ¡Oh! ¿Quién sabe si la encontraré de nuevo? Aún no es tiempo de separarnos. Yo soy suyo como usted es mía; separar los eslabones de esta cadena, eso es romperla.

MARGARITA: ¡Ah! Usted había prometido más moderación... El tiempo  se esfuma; mi esposo puede despertar, buscarme, venir... Ya es de día.

PHILIPPE:  No, no, no es que sea de día; es la luna que se desliza entre dos nubes empujadas por el viento. Su anciano esposo no puede venir todavía. La vejez es confiable y dormilona. Una hora más, mi bella amante; una hora y después adiós.

MARGARITA: No, no; ni una hora, ni un instante, ¡váyase! Soy yo quien se lo pide... Váyase sin mirar atrás, sin recordar esta noche de amor, sin hablar a nadie de ello, sin decir una palabra  ni a su mejor amigo... ¡Váyase! Mire usted, salga de París. ¡Deje la ciudad! Yo se lo ordeno, váyase.

PHILIPPE: ¡Bueno! Sí, me voy... pero, ¿tu nombre? Dime tu nombre, que pueda susurrarlo eternamente a mi oído, que se grabe para siempre en mi corazón... ¡Tu nombre! Para que yo lo diga de nuevo en mis sueños.  Adivino que eres bella, que eres noble, que lleve yo  tus colores; te he encontrado porque tú lo has querido; pero desde hace mucho tiempo  te buscaba. ¡Tu nombre con un último beso! Y me voy.

MARGARITA: ¡No tengo nombre para usted! Pasada esta noche, todo está terminado entre usted y yo, yo soy libre, y a usted le devuelvo su libertad. Baste con las  horas pasadas juntos. Yo no le debo nada a usted y usted a mí, nada... Obedézcame entonces, si  me ama... Obedézcame incluso si no me ama; pues soy mujer, estoy en mi casa, yo ordeno. Nuestro juego nocturno está terminado, ya no lo conozco...¡Salga!

PHILIPPE: ¡Ah! así es... Yo ruego y se burlan; yo suplico y se me echa fuera...bien ¡salgo! Adiós noble y honesta dama que otorga citas nocturnas, para quien la sombra de la noche no es suficiente y tiene necesidad de usar máscara; pero no soy un juguete, para satisfacer  una pasión de una hora; no se dirá que una vez que yo me haya ido, usted reirá por la trampa apenas cometida.

MARGARITA: ¿Qué quiere usted?

PHILIPPE: (Arrancando un alfiler del tocado de Margarita.) No tema, señora, no será nada...  una simple señal con la cual pueda yo reconocerla.

Hace una marca en su rostro, a través de la máscara.

Eso es todo.

MARGARITA: ¡Ah!

PHILIPPE: (Riendo) Ahora dime tu nombre o no me lo digas; quítate la máscara o quédate con ella, ¡poco me importa! Yo te reconoceré donde quiera que sea.

MARGARITA: ¡Usted me ha herido, señor!... Esta marca es como si usted hubiese visto mi cara... ¡Insensato al que yo quería salvar y  desea morir! Esta marca, mire usted, esta marca... ¡Ruegue a Dios!... que sólo se recuerden mis primeras órdenes.

Ella sale. Orsini  quien entró al momento de la última frase de Margarita, va a la ventana, la cierra y toma la antorcha. Es de noche  hasta el final del acto.    

ESCENA IX

                                                     PHILIPPE, BURIDAN

Sale Buridan lentamente por la puerta de la izquierda, extiende los brazos, se desliza en la oscuridad y con la mano toma el brazo de Philippe.

BURIDAN: ¿Quién está allá?

PHILIPPE:  Yo.

BURIDAN: ¿Quién yo?

PHILIPPE:  ¿Qué te importa?

BURIDAN: Conozco tu voz.

            Lo lleva hacia la ventana.

PHILIPPE: ¡Buridan!

BURIDAN: ¡Philippe!

PHILIPPE: ¡Usted aquí!

BURIDAN:  Sí, sangre de Dios, ¡yo aquí!  Quisiera encontrármelo en otro lado.

PHILIPPE: ¿Por qué?

BURIDAN:  ¿Entonces usted no sabe dónde estamos?

PHILIPPE: ¿Dónde estamos?

BURIDAN: ¿Entonces usted no sabe quiénes son esas damas?

PHILIPPE: Está usted muy emocionado, Buridan.

BURIDAN:  Esas mujeres...¿no tiene usted sospecha alguna sobre su rango?

PHILIPPE:  No.

BURIDAN: ¿No nota usted que deben de ser damas de alta cuna? Ha visto usted, pues pienso que le  sucederá lo que a mí me ha sucedido; ¿ha visto usted entre sus amores de milicia manos tan blancas,  sonrisas tan frías? ¿Se ha fijado usted en esos ricos atuendos, esas dulces voces, esas miradas tan falsas? Son damas de abolengo, vea usted: ellas nos han mandado buscar de noche, con una mujer vieja y velada, que utilizó palabras melosas. ¡Oh! ¡Son aristócratas! Apenas hemos entrado en este deslumbrante, perfumando y cálido lugar a beber,   ellas nos han recibido con mil solicitudes, rápido se han consagrado a nosotros; a nosotros, de inmediato; a nosotros desconocidos, empapados por la tormenta. Como ve estas son damas finas. A la mesa, y es nuestra historia, para los dos ¿o no? En la mesa,  se han abandonado a todo lo que el amor y el licor tienen de arrebato y de  olvido; han blasfemado, han expresado palabras extrañas y odiosas, han olvidado toda mesura, todo pudor; han olvidado la tierra, han olvidado el cielo. Son damas finas, muy finas, se lo repito.

PHILIPPE:  ¿Y pues?

BURIDAN: ¡Y pues! ¿Eso no le da  miedo?

PHILIPPE:  ¿Miedo, qué miedo?

BURIDAN: Esas artimañas que se toman para que nadie las reconozca.

PHILIPPE:  Si yo vuelvo a ver a la mía mañana,  la reconocería.

BURIDAN: ¿Acaso se quitó la máscara?

PHILIPPE:  No, pero con este alfiler de oro, a través de la máscara, yo marqué su rostro y así quedará por mucho tiempo.

BURIDAN: ¡Qué desgracia! Había probablemente alguna esperanza de salvarnos, ¡y tú nos matas!

PHILIPPE:  ¿Cómo?

BURIDAN:  (Conduciéndolo a la ventana) Mira frente a ti.

PHILIPPE: El Louvre.

BURIDAN: A tus pies.

PHILIPPE:  El Sena.

BURIDAN:  Y a nuestro alrededor, la Torre de Nesle.

PHILIPPE:  ¡La Torre de Nesle!

BURIDAN:  Sí,  sí, la vieja Torre de Nesle, bajo la cual se encuentran tantos cadáveres.

PHILIPPE:  ¡Y nosotros desarmados! Pues al entrar, nos pidieron a usted y a mi,  la espada.

BURIDAN: ¿De qué nos servirían? No se trata de defendernos, sino de huir. Mira esa puerta.

PHILIPPE:  (Sacudiendo la puerta a la izquierda) Cerrada... ¡Ah! escucha...  Si yo muero y tú vives,  me vengarás.

BURIDAN: Sí, y si yo muero y tu vives, para ti la venganza;  irás a buscar  a tu hermano Gaultier, hermano que todo lo puede; le dirás... Escucha, hay que escribir, hay necesidad de pruebas.

PHILIPPE: Ni pluma, ni tintero, ni pergamino.

BURIDAN: He aquí unas tablillas, tu aún tienes ese alfiler: en tus brazos hay venas y en las venas, sangre; escribe para que tu hermano me crea, si voy a pedir  venganza es para ti. Escribe: fui asesinado por... yo pondré el nombre, yo, pues  lo sabré; sí, yo sabré quién... y firma; si tú te salvas, haz por mí lo que yo hubiera hecho por ti. Adiós, tratemos de huir, cada uno por su lado... Adiós.

PHILIPPE:  Adiós hermano; en la vida... y en la muerte.

Se abrazan; Philippe regresa al apartamento del que salió. Buridan  trata de salir, retrocede al ver entrar a Landry.                                   

ESCENA X

                                                              BURIDAN, LANDRY

BURIDAN:  ¡Ah!

LANDRY: Haga su plegaria, gentilhombre.

BURIDAN: Esta voz me es conocida.

LANDRY: ¡Mi capitán!

BURIDAN: ¡Landry! Hay que salvarse, amigo mío; nos quieren asesinar...

            Se escucha un grito.

 ¡Un grito!...¿qué grito es ése?

LANDRY: Es el de su tercer compañero, el que está con la tercera hermana... y lo están  degollando.

BURIDAN: Tú no me matarás, ¿no es así?

LANDRY: Yo no puedo salvarlo; sin embargo, quisiera hacerlo.

BURIDAN: ¿Esa escalera?...

LANDRY: Está vigilada.

BURIDAN: ¿Esa ventana?

LANDRY: ¿Sabe usted nadar?

BURIDAN: Sí.

LANDRY:  (Abriendo la ventana) Entonces, apúrese. ¡Dios lo guarde!

BURIDAN:  (En el balcón) Señor, señor, tened piedad de mí.

            Se avienta: se escucha el ruido de un cuerpo que cae al agua.

ORSINI: (Entrando) ¿Dónde está?

LANDRY: En el río...  se acabó.

ORSINI: ¿Está bien muerto?

LANDRY: Bien muerto.

PHILIPPE:  (Entra retrocediendo, todo ensangrentado)

¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Hermano mío! ¡Auxilio, hermano mío!

                        Cae.

MARGARITA: (Entrando con una antorcha en la mano) Ver tu rostro y después morir, decías; que se haga entonces tu voluntad.

Se arranca la máscara.

¡Mira y muere!

PHILIPPE: ¡Margarita de Borgoña! ¡Reina de Francia!

                        Muere.

EL PREGONERO: (Afuera) Son las tres. Todo tranquilo. Duerman, parisinos.

SEGUNDO ACTO

TERCER CUADRO

                                                            Habitación de la Reina.

ESCENA I

MARGARITA, CHARLOTTE, después GAULTIER

Al levantarse el telón, la reina está recostada sobre un diván. Se despierta y llama a una de sus damas.

MARGARITA: ¡Charlotte! ¡Charlotte!

            Entra Charlotte.

¿Es de día Charlotte?

CHARLOTTE:  Si señora reina, desde hace un rato.

MARGARITA:  Corra las cortinas lentamente, que la claridad no me moleste. Está bien. ¿Cómo está el tiempo?

CHARLOTTE: (Acercándose a la ventana) Magnífico. La tormenta de esta noche ha limpiado el cielo hasta la más pequeña nube; es una capa azul.

MARGARITA: ¿Qué sucede en la calle?

CHARLOTTE:  Un hombre joven, envuelto en su capa, charla frente a sus ventanas con un monje de la orden de San Francisco.

MARGARITA: ¿Lo conoce?

CHARLOTTE: Sí, es el señor Gaultier Daulnay.

MARGARITA: ¡Ah! ¿no mira para este lado?

CHARLOTTE: De vez en cuando. Ahora deja  al monje y entra bajo la arcada de palacio.

MARGARITA: (Enérgicamente)  Charlotte, vaya a informarse sobre la salud de mis hermanas las princesas Blanca y Juana. Yo la llamaré cuando quiera que me notifique. ¿Entiende? yo la llamaré.

CHARLOTTE: (Saliendo) Sí, señora.

MARGARITA:  Estaba allí, esperando mi despertar, y  sin atreverse en molestarme, la mirada  fija hacia mis ventanas... Gaultier, mi buen gentilhombre.

GAULTIER: (Apareciendo por una pequeña puerta escondida cerca de la cama)  ¿Todos los ángeles del cielo han velado al pie de mi reina, para que tuviera un descanso placentero y sueños dorados?

            Se sienta sobre los cojines del estrado.

MARGARITA: Sí, tuve dulces sueños. Gaultier, soñé haber visto un hombre joven parecido a usted, eran sus ojos y su voz; era de su edad, tenía sus mismos arrebatos amorosos.

GAULTIER: ¿Y ese sueño?...

MARGARITA: Déjeme recordar... Acabo de  despertar...mis ideas están todas confusas... Este sueño tuvo un final terrible, un dolor como si me hubiesen rasgado la mejilla.

GAULTIER: (Mirando la cicatriz) ¡Ah! En efecto, señora ¡está herida!

MARGARITA: (Retomando sus ideas) Sí, si lo sé; un alfiler... un alfiler de oro... un alfiler de mi tocado que rodó por la cama y me rasgó...

Aparte.

¡Oh! Recuerdo...

GAULTIER: ¡Mire!... ¿y por qué arriesgar así su belleza, mi bien amada Margarita?

Su belleza  no es suya, sino mía.

MARGARITA: ¿Con quién hablaba frente a mi ventana?

GAULTIER: Con un monje que me daba unas tablillas de parte de un extranjero a quien vio ayer, que no conoce a nadie en París, y que, temeroso de que algo malo le sucediera en esta gran ciudad, me hizo prometer que las abriría si en dos días no sé nada de él: es un capitán que conocí con mi hermano en la taberna de Orsini el día de ayer.

MARGARITA: Me presentará a su hermano esta mañana; ya lo amo como parte del amor que tengo por usted.

GAULTIER: ¡Oh mi bella reina! Guarde para mí todo su amor; pues yo estaría celoso hasta de mi hermano...  Sí, él vendrá esta mañana al momento en que usted se levante. Es un hombre joven, bueno y leal, Margarita; ¡es la mitad de mi vida, es mi segunda alma!

MARGARITA: ¿Y la primera?...

GAULTIER: La primera, es usted; o más bien usted es todo para mí: alma, vida, existencia; vivo en usted, y contaría los latidos de mi corazón al poner la mano sobre el suyo... ¡Oh! ¡Si usted me amara como yo la amo, Margarita! Sería toda mía, como yo soy todo suyo.

MARGARITA:  No, amigo mío, no; déjeme un amor puro. Si yo cediera el día de hoy, tal vez mañana podría temer... una indiscreción, una palabra es mortal para nosotras, las reinas: confórmese con amarme, Gaultier, y con saber que me gusta escucharle decirlo.

GAULTIER: ¿Por qué, entonces, tiene que regresar mañana el rey?

MARGARITA: ¡Mañana!... y con él... adiós a nuestra libertad; adiós a nuestras dulces y largas charlas... ¡oh! hablemos de otra cosa: ¿se nota mucho esta cicatriz?

GAULTIER:  Sí.

MARGARITA: ¿Qué escucho en el cuarto de al lado?

GAULTIER: (Levantándose) Es el ruido que hacen nuestros jóvenes señores en espera del despertar de su soberana.

MARGARITA: No hay que hacerlos esperar, probablemente sospecharán que los he olvidado; ¿le veré de nuevo entre ellos? Es así, señor mío, mi verdadero señor y dueño, mi rey, que sería el único si  del amor naciera la realeza. Hasta luego.

GAULTIER: ¿Ya?...

MARGARITA: Hay que... váyase.

Ella jala el cordón, las cortinas se cierran. Gaultier está dentro de la recámara; únicamente el brazo de Margarita pasa en medio de las dos cortinas. Gaultier le besa la mano; ella llama.

¡Charlotte! ¡Charlotte!

CHARLOTTE:  (Detrás de las cortinas) ¿Señora?

MARGARITA:  (Retirando su mano) Haga abrir las puertas.                                                             

ESCENA II

GAULTIER, PIERREFONDS, SAVOISY, RAOUL, cortesanos;

        después MARIGNY.

SAVOISY: ¡Ah! Gaultier se nos adelantó, y es lo justo...¿cómo está esta mañana la Margarita de Margaritas... la reina de Francia, Navarra y Borgoña?

GAULTIER: No lo sé señores; acabo de llegar; esperaba encontrar a mi hermano entre ustedes...  Saludos, señores, saludos; ¿qué noticias hay esta mañana?

PIERREFONDS: Nada nuevo... El rey regresa mañana; hará una bella entrada en su  ciudad. El señor de Marigny ha dado órdenes de que el pueblo esté alegre y grite Albricias  a su paso: mientras tanto, está gritando maldiciones a la orilla del Sena.

GAULTIER: ¿Por qué?

SAVOISY: El río acaba de lanzar otro ahogado a la ribera, y el pueblo está harto de esta extraña pesca.

PIERREFONDS: Hay tantos anatemas que retumban sobre ese maldito Marigny, quien se encarga de la seguridad de la ciudad... A fe mía, los muertos serían bien venidos si pudiéramos ahogar al primer ministro bajo un montón de cadáveres.

GAULTIER:  (Regresando hacia los cortesanos) Pasan cosas extrañas... ¿Alguien ha visto a mi hermano, señores?

PIERREFONDS: Es que si el rey no hace algo, señores; perderá en el agua un tercio de su población, la más noble y la más rica. ¿Qué malvado vértigo empuja a nuestros gentilhombres a ese final, apenas digno de  gatos jóvenes  y  de villanos?

SAVOISY: ¡Oh! Señores, ¿creerán ustedes que aquellos que salen muertos del Sena entran vivos, por su gusto? Claro que no.

PIERREFONDS: Para mí que son llevados allí por los demonios y  los fuegos fatuos, no puedo entender.

SAVOISY: El río es indiscreto, no guarda los secretos que se le confían. Más bien se ha cavado una tumba en el agua, y no en la tierra; el agua sólo rechaza, la tierra guarda. Desde el hotel Saint-Paul hasta el Louvre, hay bastantes casas que bañan sus pies en el agua,  bastantes ventanas en esas casas.

SIRE RAOUL: El señor de Savoisy tiene razón, y la Torre de Nesle, por su lado...

SAVOISY: Sí, pasé a las dos de la madrugada al pie del Louvre y la Torre de Nesle estaba iluminada, muchas antorchas se veían a través de sus vitrales; era noche de fiesta en la Torre. No me gusta esta gran mole de piedra que parece, de noche, un mal genio velando la ciudad; esta gran mole inmóvil, lanzando fuego a intervalos por todos sus resquicios como un tragaluz del infierno, silenciosa bajo el cielo negro, con su ribera burbujeante a sus pies. Si ustedes supieran lo que murmura el pueblo...

GAULTIER: Señores, ustedes olvidan que es una hostelería real.

SAVOISY: Por otra parte, el rey llega mañana, y ustedes saben que al rey no le gustan las noticias que él mismo no haya generado. ¿No es así, señor de Marigny?

MARIGNY: ¿De qué hablaban, señores? Para que yo pueda responder a su pregunta.

SAVOISY: Decíamos que el pueblo de París es un pueblo que se regocija de tener por rey a Luis X y al señor de Marigny como primer ministro.

MARIGNY: Y  no gozaría por mucho tiempo, de la mitad de esta felicidad, si todo dependiera únicamente de usted, señor de Savoisy.

UN PAJE: (Anunciando) La reina, señores. 

ESCENA III

                        Los anteriores, LA REINA, PAJES, GUARDIAS, después un GITANO.

LA REINA: ¡Dios los guarde, señores! Saben ustedes que el rey mi amo y señor llega mañana; por lo tanto, si ustedes tienen alguna gracia que solicitar a la regencia, el día de hoy, apresúrense, pues ya no dispongo más que de un día para concederla.

SAVOISY: No la apresuraremos, señora; usted será siempre nuestra reina, reina por sangre, reina por bella; usted siempre será la verdadera regente de Francia, en tanto nuestro rey, ¡qué Dios guarde! la conserve en sus ojos y en su corazón.

MARGARITA: Usted me halaga, señor conde. Buenos días, señor Gaultier, ¿no debía usted presentarme a su hermano?

GAULTIER: Usted me ve preocupado por él, señora. ¡Oh maldita ciudad de París! Que  está llena de gitanos y brujos... No levante los hombros, señor de Marigny, yo no le acuso; la ciudad, creciendo día con día como lo hace, escapa a su poder. Incluso esta mañana, río abajo de la Torre de Nesle se encontró un cadáver sobre el arenal.

MARIGNY: Dos, señor.

MARGARITA: (Aparte.)  ¡Dos!

GAULTIER: ¿Y quién quiere usted que cometa esos crímenes, sino los gitanos y los brujos que tienen necesidad de sangre para sus conjuros? ¿Cree usted que se obligue a la naturaleza para que revele sus secretos sin horribles profanaciones?

MARGARITA:  Usted olvida, señor Gaultier, que el señor de Marigny no cree  en la nigromancia.

SAVOISY: (Junto a la ventana) ¿No cree en ello? Sin embargo, señora, no hay sino mirar  la calle, no se ven sino nigromantes y brujos; justo frente a su palacio, y he aquí uno que parece esperar que se le consulte,  por el empeño con el que  mira hacia esta ventana.

MARGARITA: Llámelo, señor de Savoisy;  me agradaría que nos anunciara qué sucederá al señor de Marigny cuando regrese el rey; señores, ¿les parece?

PIERREFONDS: Nuestra reina es el ama.

SAVOISY: (Gritando desde la ventana.)  Suba aquí, Gitano, y tráiganos muchas buenas noticias; es una reina la que desea saber el futuro.

MARGARITA: Vamos, señores, hay que recibir dignamente a este sabio nigromante.

SAVOISY: Sí, tal vez; pero  su ciencia puede venir igualmente de Dios o de Satanás; por las dudas, santigüémonos.

Todos se persignan, excepto Marigny.

¡Caray, ya está aquí! ¡Pasó a través de los muros!

Yendo hacia él.

Gitano maldito, la reina te hizo venir para que le dijeras al primer ministro...

EL GITANO: (Entrando por la puerta de la derecha) Déjame acercármele, si quieres que hable con él. Enguerrand de Marigny, aquí estoy.

MARIGNY: Escucha, brujo; si tú quieres ser bien recibido aquí,  más que una desgracia, anúnciame mil desgracias; más que una muerte, mil muertes, , y también puedo añadir que en tanto  tus predicciones encuentren a los otros confiados y felices, tú me encontrarás tranquilo e incrédulo.

EL GITANO: Enguerrand, yo no tengo sino una desgracia y una muerte para anunciarte, pero es una  desgracia  próxima  y una muerte  terrible. Si tienes alguna cuenta que arreglar con Dios, apresúrate, pues por mi voz que él no te da más que tres días.

MARIGNY: Gracias, Bohemio; puesto que cada uno de nosotros no sabe ni siquiera si tiene tres horas;  otros te esperan... gracias.

EL GITANO: ¿Qué quieres que te diga, Gaultier Daulnay? A tu edad, el pasado es ayer, el futuro es mañana.

GAULTIER: ¡Bien! ¡Háblame del presente!

EL GITANO: Muchacho, más bien pregúntame sobre el pasado; pregúntame sobre el futuro; ¡pero el presente! ¡No, no!

GAULTIER: Brujo, quiero saberlo. ¿Qué es por lo que estoy pasando en este momento?

EL GITANO: Tú estás esperando a tu hermano, y tu hermano no ha llegado.

GAULTIER: Y mi hermano, ¿dónde está? 

EL GITANO: El pueblo se amotina en multitud a la orilla del Sena.

GAULTIER: ¡Mi hermano!

EL GITANO: Rodean dos cadáveres gritando: ¡Desgracia!

GAULTIER: ¡Mi hermano!

EL GITANO: Baja y corre a la orilla.

GAULTIER: ¡Mi hermano!

EL GITANO: Y allá, mira el brazo izquierdo de uno de los ahogados, y otra voz gritará: ¡Desgracia! ¡Desgracia!

GAULTIER: (Precipitándose fuera de la habitación) ¡Mi hermano! ¡Mi hermano!

EL GITANO: (Volviéndose hacia la reina) Y usted, Margarita de Borgoña, ¿no desea saber nada? ¿ o cree usted que no tengo nada que decirle? ¡Piensa usted que el destino real es sobre- humano, y que  ojos mortales, allí no pueden leer!

MARGARITA: No deseo saber nada, nada.

EL GITANO: Sin embargo, tú me has hecho venir;  aquí estoy, Margarita; ahora tienes que escucharme.

MARGARITA: (Sola en el trono) No se aleje, señor de Marigny.

EL GITANO: ¡Oh Margarita! ¡Margarita! ¿Quién necesita noches muy oscuras en la calle, y muy iluminadas adentro?

MARGARITA: ¿Quién ha llamado a este Gitano?  ¿Quién lo ha llamado? ¿Qué quiere de mí?

EL GITANO: (Poniendo el pie sobre el primer escalón del trono) Margarita, ¿no es verdad que a tu cuenta falta un cadáver? ¿No es  verdad que esta mañana esperabas saber que eran  tres en lugar de dos?

MARGARITA: (Levantándose) Cállate, o dime quién te da este poder de adivinar.

EL GITANO: (Mostrándole el alfiler de oro de su tocado) He aquí mi talismán,

Margarita. ¡Ah, Pones la mano en tu mejilla! Está bien, todo está dicho.

            Aparte.

Es éste alfiler.

            En voz alta.    

Tengo que decirte una última palabra que nadie escuche. Atrás, señor de Marigny.

MARIGNY: Gitano, sólo recibo órdenes  de  la reina.

MARGARITA:  ( Bajando del trono) Aléjese, aléjese.

EL GITANO: Ves cómo lo sé todo, Margarita; que tu amor, tu honor, tu vida están entre mis manos. Margarita, esta tarde te esperaré después del toque de queda en la taberna de Orsini. Tengo que hablar a solas contigo.

MARGARITA:  ¿La reina de Francia puede salir sola a esa hora?

EL GITANO: No es más lejos que de aquí a la puerta Saint-Honoré, o de aquí a la Torre de Nesle.

MARGARITA: Iré, iré.

EL GITANO: Llevarás un pergamino y el sello del Estado.

MARGARITA: Está bien; pero ¿mientras tanto?

EL GITANO: Mientras tanto, usted se  quedará en su habitación, que estará cerrada para todo el mundo.

MARGARITA: ¿Para todo el mundo?

EL GITANO: Incluso para Gaultier Daulnay, sobre todo para Gaultier Daulnay. Señores, la reina les agradece y pide a Dios que los cuide: vigile  la puerta de su habitación, señora.

MARGARITA: Guardias, no dejen entrar a nadie.

EL GITANO: Hasta esta noche en la taberna de Orsini, Margarita.

MARGARITA:  (Saliendo)  Hasta esta noche.

El gitano pasa en medio de los señores que se hacen a un lado y lo miran con terror.

SAVOISY: Señores, ¿han visto algo parecido? ¿No es Satanás este hombre?

PIERREFONDS: ¿ Qué habrá podido decirle a la reina?

SAVOISY:  Señor de Marigny, usted que estaba cerca de Margarita, ¿escuchó  algo sobre su predicción?

MARIGNY: Puede ser, señores; pero no recuerdo sino lo que a mí dijo.

SAVOISY: ¡Y entonces! ¿Creerá usted de ahora en adelante en los brujos?

MARIGNY: ¿Por qué más que antes? Anunció mi desgracia; aún soy ministro; anunció mi muerte...¡Diantre! Señores, si alguno de ustedes quiere asegurarse de que estoy vivo, que lo diga; tengo una espada en mi costado que se encargará de responder por su amo.

GAULTIER: (Precipitándose en el salón) ¡Justicia, justicia!

TODOS: ¡Gaultier!

GAULTIER: Era mi hermano, señores, mi hermano Philippe, mi único amigo, mi único pariente. ¡Mi hermano degollado! ¡ahogado! Mi hermano sobre la orilla; ¡maldición! Quiero justicia, quiero a su asesino, que yo lo degüelle, ¡que yo lo pisotee! A su asesino, Savoisy, ¿lo conoces?

SAVOISY:  Pero estás loco.

GAULTIER:  No, estoy maldito; mi grado, mi sangre, mi oro al que lo nombre. Señor de Marigny, tenga cuidado: es usted el que me responderá; usted es el guardián de la ciudad de París; no hay una gota de sangre que aquí caiga, no hay un crimen del que usted no sepa. ¿Dónde está la reina? Quiero ver a la reina, quiero ver a Margarita; Margarita; Margarita me hará justicia. ¡Mi hermano! ¡Mi hermano!

Se precipita hacia la puerta del fondo.

SAVOISY: Gaultier, amigo mío...

GAULTIER: Ya no tengo amigos; no tenía sino a un hermano, ¡necesito a mi hermano vivo o a su  asesino, muerto! ¡Margarita,Margarita!

            Golpea la puerta.

¡Soy yo, soy yo, abra!

UN CAPITÁN: No hay paso.

GAULTIER: ¡Yo! ¡Yo! ¡Paso, déjenme... ¡Margarita, mi hermano!

            Los guardias lo toman por la cintura y lo alejan; saca su espada.

Tengo que verla, quiero verla.

Los guardias lo desarman.

¡Ah! ¡ah! ¡maldición!

Cae  y rueda.

¡Ah! ¡Mi hermano, mi hermano!

CUARTO CUADRO

                                    La taberna de Orsini, escenografía del primer acto.

ESCENA IV

ORSINI: (Solo) ¡Vamos, parece que no habrá nada que hacer esta noche en la Torre de Nesle; tanto mejor, pues algún día esa sangre derramada tendrá que recaer sobre alguien, y ¡hay de aquel elegido por Dios para esa expiación!

Tocan. Se pone de pie.

¿Habré hablado demasiado pronto?

Tocan de nuevo.

¿Quién anda allí?

MARGARITA:  (Desde fuera) Abra, soy yo.

ORSINI:  La reina...

            Abre.

¿Sola a esta hora?

MARGARITA:  (Sentándose) Sí, sola a esta hora; ¿es extraño, no? Lo que me sucede, también es extraño. Escucha, ¿ha tocado alguien?

ORSINI:  No.

MARGARITA:  Necesito que me permitas este cuarto durante media hora.

ORSINI: La casa y el dueño son suyos, disponga de ellos.

            Tocan.

MARGARITA:  (Se levanta) Ahora sí llaman a la puerta.

ORSINI: ¿Quiere usted que abra?

MARGARITA:  Esa tarea es para mí; déjame sola.

ORSINI: Si la reina me necesita, aquí estará su servidor.

MARGARITA: Está bien. Que recuerde únicamente, el servidor,  que no debe escuchar nada.

ORSINI: Será tan sordo,  como mudo.

Sale. Tocan.

MARGARITA:  ¿Es usted?

BURIDAN: Soy yo.  

ESCENA V

MARGARITA: (Abriendo y retrocediendo) ¡No es el gitano!

BURIDAN: No, es el capitán; pero si el capitán es el gitano, viene a ser lo mismo, ¿o no? He preferido este traje; defenderá mejor las necesidades del amo que lo lleve puesto, más que el  que  llevaba  esta mañana; pues, según los vientos que corren, y a esta hora de la noche, las calles son una amenaza. En fin, con o sin razón, es una precaución que creí necesaria.

MARGARITA: Ha visto que he venido.

BURIDAN: Hizo bien, majestad.

MARGARITA: ¿Al menos reconocerá que es un acto de complacencia, de parte mía?

BURIDAN: Que viniera por complacencia o por temor, estaba seguro de encontrarle aquí: que  para mí es lo esencial.

MARGARITA: Entonces, ¿usted no viene de Bohemia?

BURIDAN: No, por gracia de Dios; soy cristiano, o más bien lo era; pero hace ya tiempo que no tengo más fe, al no tener esperanza... Hablemos de otras cosas.

Toma una silla.

MARGARITA: (Se sienta) Tengo la costumbre de que se me hable de pie y al descubierto.

BURIDAN: (De pie)  Margarita, te hablaré de pie y al descubierto,  porque eres mujer pero no porque seas la reina. Mira alrededor de nosotros. ¿Hay un solo objeto en el que puedas reconocer que perteneces al rango del que te vanaglorias, insensata? Estos muros ahumados  y negros ¿se parecen al decorado de una habitación de reina? ¿Es este mobiliario de reina, esta lámpara humeante y esta tabla medio rota? Reina, ¿dónde están tus guardias? Reina, ¿dónde está tu trono? Aquí no hay sino un hombre y una mujer; y puesto que el hombre está tranquilo y la mujer tiembla,  el hombre es el rey.

MARGARITA: ¿Pero quién eres para hablarme así, de donde sale que tú me creas en tu poder, y qué te hace pensar que yo tiemblo?

BURIDAN: ¿Quién soy? A esta hora soy Buridan el capitán... probablemente tenga todavía otro nombre que te sería más conocido; pero en este momento es inútil que lo sepas... ¿De dónde sale que yo te crea en mi poder?... si tú misma no lo pensaras, no hubieras venido... lo que me hace pensar que tiemblas, es que para tus cuentas y para las mías te falta un cadáver; que el Sena no arrojó y esta noche no pudo arrojar más que dos.

MARGARITA: ¿Y el tercero?

BURIDAN:  El tercero...el tercero existe, Margarita; el tercero es el capitán Buridan, el hombre que está frente a ti.

MARGARITA: (Levantándose.) Eso es imposible.

BURIDAN: ¡Imposible!... escucha Margarita; ¿quieres que yo te diga qué es lo que pasó durante la noche en la Torre de Nesle?

MARGARITA: Dímelo.

BURIDAN: Había tres mujeres, sus nombres son estos: la princesa Juana, la princesa Blanca y la reina Margarita. Había tres varones, y estos son sus nombres: Hector de Chevreuse, el capitán Buridan y Philippe Daulnay.

MARGARITA: ¿Philippe Daulnay?

BURIDAN: Sí, Philippe Daulnay, el hermano de Gaultier; es aquel  que quería que te quitaras la máscara... es aquel  que te hizo esa cicatriz en la cara.

MARGARITA: ¡Entonces! Hector y Philippe están muertos, ¿no es así? ¿Y tú eres el único vivo?

BURIDAN: El único.

MARGARITA: Y esto es lo que te habrás dicho: Yo diré lo que pasó y dañaré a la reina; la reina ama a Gaultier Daulnay y yo diré a Gaultier Daulnay: ” La reina ha matado a tu hermano...” Estás loco, Buridan, pues no te creerán...  eres muy osado, pero ahora que sé tu secreto como tú sabes el mío: podría pedir auxilio, hacer una señal y en cinco minutos, el capitán Buridan se habrá reunido con Hector de Chevreuse y Philippe Daulnay.

BURIDAN: Hazlo, y mañana... a la décima hora de la mañana, Gaultier Daulnay abrirá las tablillas que un monje de San Francisco le habrá llevado el día de hoy, y que juró abrir, sobre la cruz y el honor, si hasta ese momento no había visto a un cierto capitán que conoció en la taberna de Orsini. Ese capitán, soy yo; si me mandas matar, Margarita, él no me verá y abrirá las tablillas.

MARGARITA: ¿Piensas que creerá más en tu escritura que en tus palabras?

BURIDAN: No, Margarita, no; pero creerá en la escritura de su hermano, en las últimas palabras de su hermano, escritas con la sangre de su hermano, firmadas por la mano de su hermano; creerá en esas palabras que así  leerá: Muero asesinado por Margarita de Borgoña.  Imprudente, dejaste solo a Philippe un instante; fue tiempo suficiente. ¿Se sentirá el amante traicionado? ¿Creerá lo que escribió el hermano asesinado? ¡Ah! Margarita, respóndeme, ¿piensas en este momento que no hay sino que hacer matar al capitán Buridan para deshacerte de él? Escarba en mi corazón con veinte puñales y no encontrarás mi secreto. Mándame al Sena con mis compañeros nocturnos Hector y Philippe, y mi secreto flotará sobre el Sena y mañana, mañana a la hora décima... Gaultier... Gaultier, mi vengador, vendrá a pedirte cuentas de la sangre de su hermano y de la mía... Veamos... ¿soy un loco... un imprudente, o tomé bien mis precauciones?

MARGARITA: Sí, si es así...

BURIDAN: Así es.

MARGARITA: ¿Entonces qué quiere de mí? ¿quiere oro? Podrá hurgar a manos llenas dentro del tesoro del Estado. ¿Es para usted, necesaria la muerte de un enemigo? He aquí el sello y el pergamino que me pidió que trajera. ¿Es usted  ambicioso?... Dentro del Estado puedo darle lo que quiera... ¿Hable, qué quiere?

BURIDAN: Quiero todo eso.

            Se sientan.

Escúchame, Margarita; como te lo dije, aquí no hay ni rey ni reina... hay un hombre y una mujer que harán un pacto, ¡ay de  aquel de los dos que lo rompa, antes de haberse asegurado  de la muerte del otro!... Margarita, quiero oro suficiente para pavimentar un palacio.

MARGARITA: Tú lo tendrás, ¡aunque deba hacer fundir el cetro y la corona!

BURIDAN: Quiero ser primer ministro.

MARGARITA: Es su señoría el señor Enguerrand de Marigny quien tiene ese cargo.

BURIDAN: Quiero su título y su cargo.

MARGARITA: Pero no puedes tenerlos sino hasta su muerte.

BURIDAN: (Burlándose) Quiero su título y su cargo.

MARGARITA: Los tendrás.

BURIDAN: Y  te dejaré a tu amante y guardaré tu secreto... Está bien.

            Se pone de pie.

Ahora para nosotros, para nosotros dos el reino de Francia;  nosotros dos revolveremos el Estado con una señal;  nosotros dos seremos el rey, el verdadero rey; yo guardaré silencio, Margarita; y tu tendrás todas las noches tu barca amarrada a la orilla, y haré tapiar las ventanas del Louvre que dan a la Torre de Nesle; ¿aceptas Margarita?

MARGARITA: Acepto.

BURIDAN: Escucha Margarita; ¿Mañana a esta  hora, seré primer ministro?

MARGARITA: Lo serás.

BURIDAN: Y mañana en la mañana a la diez, iré a la corte a buscar mis tablillas.

MARGARITA: (Se levanta) Serás bien recibido.

BURIDAN: (Toma un pergamino y le ofrece  una pluma) La orden de detener a Marigny.

MARGARITA: (Firmando) Hela aquí.

BURIDAN: Está bien. Adiós, Margarita, hasta mañana.

            Toma su capa y sale.                                     

ESCENA VI

MARGARITA: (Sola, lo sigue con los ojos) Hasta mañana, demonio. ¡Oh! Si lo tuviera un día entre mis manos como tú me has tenido esta tarde entre las tuyas... si esas malditas tablillas... ¡Desgracia, desgracia para ti por haber venido a desafiarme así; yo, hija de duque, yo, esposa de un rey, yo regenta de Francia!... ¡Oh! Esas tablillas... la mitad de mi sangre a quien me las dé... Si yo pudiera ver a Gaultier mañana antes de las diez horas, si yo pudiera recuperar esas tablillas!... Gaultier, quien no me hablará sino de su hermano, quien me va a pedir justicia por  el crimen de su hermano; pero él me ama más que nada en el mundo, y si él teme perderme, olvidará todo, incluso a su hermano... Tengo que verlo esta tarde... ¿Dónde encontrarlo? Tiemblo de tener que confiar en este italiano, ¡sabe ya tanto de mis secretos! Me parece haber visto moverse esta puerta... Buridan no la había cerrado...  se abre... ¡un hombre! ¿Orsini? Auxilio, ¿Orsini?

ESCENA VII 

MARGARITA, GAULTIER

GAULTIER: ¡Margarita! ¿Eres tú, Margarita?

MARGARITA: ¡Gaultier! Es mi buen genio quien me lo envía.

GAULTIER:  Te he buscado todo el día para pedirte justicia, Margarita... Venía a ver a Orsini para que me ayudara a encontrarte, pues necesito justicia... Mira, reina mía... ¡Justicia! ¡justicia!

MARGARITA: Y yo venía con Orsini, pensando enviarlo a buscarte; pues, antes de separarme de ti, quería decirte adiós.

GAULTIER: ¿Dices adiós?...  Perdón, no entiendo bien... pues una sola idea me persigue, me obsesiona...  veo sin cesar sobre esta playa desnuda, el cuerpo de mi hermano, ahogado... mancillado... ultrajado... necesito al criminal, Margarita.

MARGARITA: Sí; ya di órdenes... tu hermano será vengado, Gaultier... su asesino, lo encontraremos, te lo juro... Pero el rey llega mañana, tenemos que separarnos.

 GAULTIER: ¿Separarnos? ¿Qué estas diciendo?... Mis pensamientos son una noche de tormenta y lo que  acabas de decirme es como el relámpago que me permite leer por un instante... Sí, nos separaremos... sí, cuando mi hermano haya sido vengado.

MARGARITA: Nos separaremos mañana... el rey llega mañana; ¡oh! ¿ por qué en el corazón de mi Gaultier, en ese corazón que era todo entero para su Margarita, hay otro sentimiento que ha venido a remplazar al amor? Ayer todavía, ese corazón era todo para mí.

Ella pone su mano sobre el pecho de Gaultier;

aparte.

Aquí están las tablillas.

GAULTIER:  Sí, todo entero para la venganza; después, todo entero para ti.

MARGARITA: ¿Qué tienes aquí?

GAULTIER:. Son unas tablillas.

MARGARITA:. Sí, tablillas que un monje te ha dado esta mañana: tu eres el feliz depositario de los pensamientos de alguna de las damas de mi corte.

GAULTIER: ¿Oh Margarita, te burlas de mi? No, estas tablillas proceden de un capitán que no he visto sino una vez, de quien ni siquiera conozco el nombre, que me las ha enviado no sé por qué y que estaba ayer aquí con mi hermano, mi pobre hermano.

MARGARITA: ¿Piensas que creería eso, Gaultier? ¿Y qué importa? ¿Acaso los celos radican en aquellos que se separan para siempre? Adiós Gaultier, ¡adiós!

GAULTIER: ¿Qué haces Margarita? ¡Quieres, entonces, enloquecerme! Vengo desesperado a preguntar por mi hermano, y ¡tú me hablas de separación! ¡Una primera desgracia me aqueja y ¡tú me destrozas con otra! ¿Por qué partir, por qué me dices adiós?

MARGARITA: El rey tiene sus sospechas, Gaultier; no debe de encontrarte aquí: por otro lado, llevas esas tablillas para consolarte.

GAULTIER: ¿Entonces, crees  realmente que son de una mujer?

MARGARITA: Estoy segura. Ya me hubieses tranquilizado mil veces mostrándomelas.

 GAULTIER: Pero ¿puedo hacerlo? ¿Acaso son mías? Juré sobre mi honor no abrirlas sino hasta mañana, o devolverlas a su dueño, si me las pide. ¿Cómo puedo hacerte entender algo que ni yo mismo comprendo? Juré sobre el honor que no saldrían  de mis manos. Eso es todo: lo juré.

MARGARITA: Y yo, yo no he jurado nada sobre el honor, ¿o no es así? Yo no  he  violado ningún juramento por ti ¿no es así? Olvidas que  yo juré en falso por ti, pues el perjuro es en el amor más que  el adulterio. Olvida y guarda tu palabra, y yo mis celos. Adiós.

GAULTIER: ¡Margarita, en nombre del cielo!...

MARGARITA: ¡El honor! El honor de un hombre!... Y el honor de una mujer, ¿acaso no es nada? Tú juraste; pero yo, una palabra, un pensamiento tuyo me hizo olvidar un juramento hecho a Dios, y yo aún lo olvidaría, y, si tu me lo pidieras, ¡yo olvidaría al mundo entero por ti! 

GAULTIER: Y sin embargo, ¡tu quieres que yo me vaya! ¡Tu quieres que nos separemos!

MARGARITA: Sí, sí. Yo le prometí al santo tribunal, esta separación. ¡Entonces! Si tú lo exigieras, si yo tuviera la certeza de que esas tablillas no son de una mujer, ¡entonces! Yo desafiaría por ti el anatema de Dios como he desafiado el de los hombres; ¿acaso piensas que en la corte se cree en la pureza de nuestro amor? Ellos me creen culpable ¿o no? Como si lo fuera; ¡Entonces! No obstante la necesidad de tu partida, si tú me pidieras como yo te lo pido,  te diría: Quédate, mi Gaultier, quédate; ¡qué muera mi reputación, qué muera mi poder! Pero quédate, quédate junto a mí, junto a mí para siempre.

GAULTIER: ¿Tú harías eso?

MARGARITA: ¡Claro! Pero yo soy mujer!... mujer para quien el honor  no es nada. Que pueda cometer perjuro impunemente y que se pueda torturar sin límites, siempre y cuando no se falte a la palabra de un gentilhombre; se puede morir de celos, siempre y cuando se guarde el juramento.

GAULTIER: Pero si alguien lo supiera...

MARGARITA: ¿Quién lo sabrá? ¿Acaso tenemos testigos?

GAULTIER: ¿Me las devolverás mañana antes de las diez?

MARGARITA: Te las devolveré en este mismo instante.

GAULTIER: ¡Dios mío, perdóname! ¿Es  un ángel o un demonio quien me hace olvidar así a mi hermano,  mis juramentos, mi honor?

MARGARITA: (Tomándolas) Las tengo.

Ella entra en el cuarto vecino.

GAULTIER: (Solo) ¡Margarita! ¡Margarita! ¡Oh debilidad humana! ¡Oh! ¡perdóname hermano! ¿Acaso vine a hablar de amor? ¿Acaso vine a calmar los frívolos temores de una dama? Vine a vengarte; perdón, hermano.

MARGARITA: (Regresando) ¡Oh! ¡fui una insensata! ¡No, no! No había nada en esas tablillas; no era una dama la que te las dio; mi Gaultier no miente cuando  dice que me ama, que es sólo a mí, a quien ama. Pues yo sólo a él  amo;  mantendré mi promesa yo también, y no nos separaremos; me importan poco las sospechas del rey; ¡sería tan feliz de sufrir por mi caballero!

GAULTIER: Pensemos en mi hermano, Margarita.

MARGARITA: ¡Entonces! Ya se han llevado a cabo investigaciones, amigo mío, y se sospecha...

GAULTIER: ¿De quien se sospecha?

MARGARITA: De un capitán extranjero que lleva aquí sólo algunos días, que debe presentarse a la corte mañana por vez primera.

GAULTIER: ¿Su nombre?

MARGARITA: Buridan, creo.

GAULTIER: ¡Buridan! Y tú has dado la orden de que sea detenido ¿ no es así?

MARGARITA: Hasta esta tarde lo supe y en ese momento no estaba mi capitán de guardias.

GAULTIER: ¡La orden! ¡la orden! ¡que yo mismo arrestaré a ese hombre! ¡Oh! Ningún otro detendrá al asesino de mi hermano, Margarita! ¡En nombre del cielo, la orden!

MARGARITA: ¿Tú mismo lo detendrás?

GAULTIER: Si, aunque se encuentre rezando al pie del altar, yo lo arrancaría del pie del altar. Si, yo lo detendré en donde se encuentre.

MARGARITA: (Va a la mesa y firma un pergamino) He aquí la orden.

GAULTIER: Gracias, gracias, reina mía.

MARGARITA: (Amenazante)  ¡Oh! Buridan, ahora soy yo  la que tengo tu vida entre mis manos.

ESCENA IX

        BURIDAN, después SAVOISY

BURIDAN: (Entra por la otra puerta lateral, con un pergamino en la mano) ¿Conde de Savoisy? ¿Conde de Savoisy?

SAVOISY: (Entra) Aquí estoy, señor.

BURIDAN: El rey se ha enterado con pena de las masacres que desolan su querida ciudad de París; supone con razón que los asesinos se reúnen en la Torre de Nesle. Esta noche, a las nueve y media, se presentará usted allí con diez hombres y detienen a todo aquel que allí se encuentre, cualquiera que sea su título y rango; he aquí la orden.

SAVOISY: ¡Bien! Qué rápido me dieron tarea.

BURIDAN: ¡Y podrá decir que ésta es una de las más importantes que jamás ejecutará!

            Sale por la puerta lateral y Savoisy por la otra.                       

QUINTO ACTO

                                                               OCTAVO CUADRO

                                               La taberna de Pierre de Bourges.

ESCENA 1

LANDRY: (Solo, calculando) Doce marcos de oro... eso es, si cuento bien, seiscientas diez y ocho libras tornesas... Si el capitán cumple su palabra y me entrega esa suma a cambio de esta pequeña caja de fierro por la que no daría seis centavos parisis, podría seguir su consejo y convertirme en hombre honrado... Sin embargo, habrá que hacer algo... ¿qué haré?... ¡Por Dios! Con mi dinero formaré una compañía; tomaré el mando de ella; me pondré al servicio de algún gran señor;  me embolsaré toda mi  soldada y  haré vivir a mis hombres de los del pueblo. ¡Viva Dios! Es un estado donde ni el vino, ni las mujeres faltan; entonces,  si pasa algún viajero un poco cargado de oro o de mercancías, como el reino de los  cielos es sobre todo para los pobres, se les facilita la entrada. ¡Sangre de Dios! Eso es, si no me equivoco, una vida honesta y alegre; y puesto que se cumplen fielmente las obligaciones de cristiano, el que se dé una paliza de vez en cuando a algún gitano, que se dañe a algún judío, la salvación me parece una cosa tan fácil como tragarse este vaso de vino... ¡Ah! He aquí al capitán. 

ESCENA II

LANDRY, BURIDAN.

BURIDAN: Está bien, Landry.           

LANDRY: Ve usted que lo espero.

BURIDAN: ¿Y bebes mientras me esperas?

LANDRY: No conozco mejor compañía que el vino.

BURIDAN: (Sacando su bolso) Si no es el oro con el que se le compra.

LANDRY: Aquí está su caja.

BURIDAN: Aquí están tus doce marcos de oro.

LANDRY: Gracias.

BURIDAN: Ahora,  he citado aquí a un joven: va a venir, déjame solo en este cuarto por un instante. En cuanto lo veas salir, regresa, tengo que hablar contigo.

            Se escucha ruido en la escalera.

LANDRY: ¡Por Dios! Lo seguía de muy cerca. Mire, aquí está el que se viene matando por la escalera.

BURIDAN:  Bien: déjanos.

GAULTIER: (Desde la puerta) ¡El capitán Buridan!

LANDRY: Aquí está.                       

ESCENA III

                                                    BURIDAN, GAULTIER.

BURIDAN: (Sonriendo) Creí que usted conocía mi nuevo título y mi nuevo nombre, ¿señor Gaultier? Me parece que me equivoqué; desde esta mañana se me nombra Lyonnet de Bournonville, y  se me llama primer ministro.

GAULTIER: Poco me importa  cual sea su nombre, poco me importa cual sea su título, usted es un  hombre al que otro  viene a exigir que mantenga su promesa: ¿puede usted  cumplirla?

BURIDAN: Le prometí hacerle conocer al asesino de su hermano.

GAULTIER: No es eso: usted me prometió otra cosa.

BURIDAN: Le prometí decirle como Enguerrand de Marigny pasó en un día del palacio del Louvre a la horca de Montfaucon.

GAULTIER: No es eso: que sea o no culpable, es un debate entre sus jueces y Dios; usted me prometió otra cosa.

BURIDAN: ¿Quiere usted saber cómo un hombre, ayer  arrestado por usted, hoy es primer ministro?

GAULTIER: No, no: que sus poderes le lleguen de Dios o de Satanás, poco me importa; hay secretos terribles en todo esto en los que yo no quiero profundizar: mi hermano está muerto, Dios lo vengará; Marigny está muerto, Dios lo juzgará... no es eso; usted me había prometido otra cosa.

BURIDAN: Explíquese.

GAULTIER: Usted me había prometido poderme ver con Margarita.

BURIDAN: ¡Así es que su amor por esta mujer apaga cualquier otro sentimiento!... La amistad fraternal no es más que una palabra, las intrigas sanguinarias de la corte no son sino un juego... ¡Oh! ¡Es usted un insensato!

GAULTIER: Me prometió usted que podría ver a Margarita.

BURIDAN: ¿Me necesita usted para eso? ¿No puede usted entrar por la puerta secreta de la alcoba o le aterra que esta noche como la otra, Margarita no regrese al Louvre?

GAULTIER: (Aniquilado) ¿Quién le ha dicho eso?

BURIDAN: Aquel con quien Margarita pasó la noche.

GAULTIER: ¡Blasfemia!... Pero, el loco eres tú, Buridan.

BURIDAN: Cálmate muchacho; y no atormentes a la espada que tienes en la funda... Margarita es una mujer bella y apasionada, ¿no es así? ¿Qué te dijo cuando le preguntaste de dónde salió esa herida en su mejilla?

GAULTIER: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Ten piedad de mí!

BURIDAN: ¿Sin duda ella te escribió?

GAULTIER: ¿Qué te importa?

BURIDAN: Ella pinta la pasión con un estilo mágico y ardiente, ¿no es así?

GAULTIER: ¿Tus malditos ojos jamás han visto, espero la sagrada escritura de la reina?

BURIDAN: (Abriendo la caja de fierro) ¿La reconoces?...Lee: “Tu bien amada Margarita.”

GAULTIER: ¡Es un prodigio! ¡Es un infierno!

BURIDAN:  Cuando uno está cerca de ella, cuando ella habla de amor, ¿no es agradable pasar la mano por su larga cabellera que deja flotar tan voluptuosamente, como para cortar una trenza como esta?

            Le muestra una trenza de cabello guardada en la caja.

GAULTIER: ¡Es su escritura!...¡es el color de su cabello!...Dime que has robado esta carta; dime que has cortado este cabello por sorpresa.

BURIDAN: Se lo preguntarás a ella misma: te prometí que la verías.

GAULTIER: ¡Ahora mismo! ¡Ahora mismo!

BURIDAN: Tal vez aún no ha llegado a la cita.

GAULTIER: ¡Una cita!... ¿Quién tiene una cita con ella?... Nómbralo... ¡Oh! ¡Tengo sed de su sangre y de su vida!

BURIDAN: ¡Ingrato! ¿y si el citado te dejara su lugar?

GAULTIER: ¿A mí?

BURIDAN: Si, si fuera fastidioso para él, o si fuera compasión por ti, si ya no quisiera nada más de esa mujer; si te la cediera; si te la devolviera; ¿si te la diera?

GAULTIER: (Sacando el puñal) ¡Ah! ¡maldición!...

BURIDAN: ¡Joven!...

GAULTIER: ¡Oh, Dios mío!... ¡piedad!...

BURIDAN: ¡Son las ocho y media! Margarita espera: Gaultier, ¿la harás esperar?

GAULTIER: ¿Dónde está? ¿Dónde está?

BURIDAN: ¡En la Torre de Nesle!

GAULTIER: Bien.

            Va a salir.

BURIDAN: Olvidas la llave.

GAULTIER: Dámela.

BURIDAN: Algo más.

GAULTIER: Dilo.

BURIDAN: Fue ella quien mató a tu hermano.

GAULTIER: ¡Maldición!...

            Desaparece.                                                             

ESCENA IV

     BURIDAN, después LANDRY

BURIDAN: (Solo) Está bien, ve a reunirte con ella, y piérdanse uno en el otro; está bien. Si Savoisy es tan exacto como ellos, se hará de unos extraños prisioneros; ahora una sola cosa me queda por saber... qué fue de esos dos desgraciados niños. ¡Oh! ¡Si los tuviera para compartir con ellos mi  fortuna y apoyarme en ellos!  Landry será muy astuto  si no consigo por él mismo, saber qué fue de ellos. Aquí está.

LANDRY: ¿Tiene usted algo más que decirme, capitán?

BURIDAN: ¡Oh! Nada. Dime ¿cuánto tiempo tomará a ese joven  llegar de aquí a la Torre de Nesle?

LANDRY: Puesto que  no encontrará barcos a esta hora, habrá que llegar hasta Pont-aux- Moulins; es más o menos una media hora.

BURIDAN: Está bien; pon este reloj de arena sobre la mesa; Landry, me gustaría hablar de nuestros viejos recuerdos, de nuestras guerras en Italia; trae un vaso y siéntate.

LANDRY: Sí, sí eran guerras cruentas y fue un buen tiempo; los días se pasaban en batallas y las noches en orgías. ¿Recuerda usted capitán, los vinos de ese rico prior de Génova, donde bebimos hasta la última gota, ese convento de jóvenes damas dónde raptamos hasta la última monja? Todas esas cosas son recuerdos alegres, pero grandes pecados, capitán.

BURIDAN: El día de nuestra muerte se pondrán nuestros pecados de un lado de la balanza y del otro, nuestras buenas acciones: espero que  hayas conseguido bastantes de las últimas para que se incline de ese lado.

LANDRY: Sí, sí tengo algunas obras meritorias de las cuales espero...

Beben.

BURIDAN: Cuéntame, eso me edificará.

LANDRY: Durante el proceso de los Templarios que se llevó a cabo al principio de este año, faltaba un testigo para hacer triunfar la causa de Dios, y condenar a Jacques de Molay, el gran maestro; un digno Benedictino puso sus ojos en mí, y me dictó un falso testimonio, que repetí santamente palabra por palabra ante la justicia, como si fuese verdad; dos días después los heréticos fueron quemados, por la gran gloria de Dios y de nuestra santa religión.

BURIDAN: Continúa, amigo mío;  me contaron una historia de niños...

            Beben.

LANDRY: Sí, fue en Alemania; ¡pobre angelito! Espero que allá arriba pida por mí. Imagínese usted, capitán, que capturábamos gitanos, que son, como usted lo sabe, paganos, idólatras e infieles; atravesamos su aldea que estaba entre llamas. Escucho un llanto dentro de una casa que ardía, entro; había un pobre niño gitano abandonado. Busco a mi alrededor, encuentro agua en un recipiente; lo bautizo;  un cristiano más; está bien. Iba a ponerlo en un lugar donde el fuego no pudiera tocarlo, cuando reflexioné pensando que al día siguiente regresarían sus padres y al diablo con el bautizo. Entonces lo acomodé cuidadosamente en su cuna y regresé con mis camaradas; detrás de mí se desplomó el techo.

BURIDAN: ¿Y el niño murió?

LANDRY: Sí; pero ¿quién fue engañado? Satanás, quien pensaba encontrar una alma idólatra, y que se quema los dedos con un alma cristiana.

BURIDAN: Sí, veo que siempre has llevado la religión por buen cauce; pero me gustaría hablar de otros niños... de esos niños que Orsini...

LANDRY: Sé lo que usted quiere decir.

BURIDAN: ¡Ah!

LANDRY: Sí, sí, eran dos pobres pequeños que Orsini me dio para echar al agua como gatos que aún no ven la luz y que tuve la tentación de conservar en el mundo, puesto que me aseguró que eran cristianos.

BURIDAN: (Enérgicamente) ¿Y que hiciste?

LANDRY: Los expuse en Parvis-Notre-Dame, donde se ponen por costumbre esas pequeñas criaturas.

BURIDAN: ¿Sabes qué fue de ellos?

LANDRY: No; sé que fueron recogidos, eso es todo; pues ya no estaban allí esa noche.

BURIDAN: ¿Y no les pusiste ninguna señal para reconocerlos?

LANDRY: Sí, si... lo hice, lloraban muy fuerte; pero era por su bien, con mi puñal les hice una cruz en el brazo izquierdo.

BURIDAN: (Levantándose) ¿Una cruz roja? ¿una cruz en el brazo izquierdo? ¿una cruz igual a cada uno? ¡Oh! Dime que no fue una cruz lo que les hiciste, dime que no fue en el brazo izquierdo, dime que fue otra señal... 

LANDRY: Era una cruz, ninguna otra cosa; estaba en el brazo izquierdo , en ningún otro lado.

BURIDAN: ¡Oh! ¡maldición! ¡maldición! ¡mis hijos! ¡Philippe, Gaultier! Uno muerto, el otro cercano a la muerte... los dos asesinados, ¡uno por ella, el otro por mí! ¡Justicia Divina! Landry, ¿dónde puedo tomar un bote para que lleguemos antes que ese joven?

LANDRY: Con Simon el pescador.

BURIDAN: Entonces una escalera, una espada y sígueme.

LANDRY:¿A dónde capitán?

BURIDAN: A la Torre de Nesle, infeliz.

   NOVENO CUADRO

                                                  La Torre de Nesle.

ESCENA V

MARGARITA, ORSINI.

MARGARITA: ¿Entiendes Orsini? Es una última necesidad, es otro asesinato, pero es el último. Este hombre conoce todos nuestros secretos de vida y de muerte; los tuyos y los míos. Si no hubiese luchado contra él desde hace tres días, al punto de cansarme de luchar,  ya estaríamos perdidos los dos.

ORSINI: Pero este hombre tiene entonces un demonio a sus órdenes, para saber todo lo que hacemos.

MARGARITA: Poco importa de qué manera lo sabe, pero lo sabe. Con una palabra ese hombre me ha puesto de rodillas como a una esclava; vio que le retirara uno a uno  los lazos con los que lo había sujetado. .. y este hombre que sabe nuestros secretos,  que me ha visto así, que puede perdernos; este hombre ha tenido la imprudencia de pedirme una cita, una cita en la Torre de Nesle. Sin embrago, dudé; pero ¿no es muy imprudente de su parte? ¡Es tentar a Dios! Al menos, él se invitó, él; así al menos, ya no tengo remordimientos.

ORSINI:  ¡Bien! Uno más; yo que le había pedido descanso, soy el primero en decirle: es necesario.

MARGARITA: ¡Ah! ¿No es verdad que es necesario, Orsini? Ves, tu también quieres que muera; si yo no te lo ordenara, por tu propia seguridad ¿lo matarías?

ORSINI: Sí, sí! Pero después, una tregua; si el corazón de la reina no está cansado, nuestro fierro se debilita, y eso será suficiente, será demasiado para nuestro eterno reposo.

MARGARITA: Sí, pero nuestra tranquilidad en este mudo lo exige. En tanto  este hombre viva, yo no seré reina, no seré el alma, ni de mi poder, ni de mis tesoros, ni de mi vida; ¡pero con él muerto!... ¡oh! Te lo juro, ya no más noches fuera del Louvre, ya no más orgías en la Torre, ¡ya no más cadáveres en el Sena! Podría darte tanto oro como para comprar una provincia, y tu serías libre de regresar a tu bella Italia o de quedarte en Francia. Escucha: haré derribar esta Torre; edificaré un convento en su lugar, formaré una comunidad de monjes y ellos pasarán sus vidas rogando descalzos sobre la piedra desnuda, rezando por ti y por mí, pues te lo digo Orsini, estoy tan agobiada como tú, de todos estos amores y de todas estas masacres... me parece que Dios me las perdonaría si  no añadiera esta última.

ORSINI: Él sabe nuestros secretos, él puede destruirnos. ¿Por dónde va a venir?

MARGARITA: Por esta escalera.

ORSINI: Después de él, ¿ningún otro?

MARGARITA: ¡Por la sangre de Cristo! Te lo juro.

ORSINI: Voy a colocar a mis hombres.

MARGARITA: ¡Escucha! ¿No ves nada?

ORSINI: Una barca conducida por dos hombres.

MARGARITA: Uno de esos dos hombres, es él. No hay tiempo que perder: ¡vete, vete! Pero cierra esta puerta, que no  pueda llegar hasta mí. No puedo, no lo quiero volver a ver; tal vez tenga todavía algún secreto que le salvaría la vida... Ve, ve y enciérrame.

            Orsini sale y cierra la puerta.

ESCENA VI

MARGARITA:  (Sola)   ¡Ah! ¡Gaultier, mi bien amado gentilhombre! Él quiso separarnos, ese hombre, ¡separarnos antes de que fuésemos el uno para el otro! Mientras no quiso más que oro, se lo di; honores,  los ha tenido, pero quiso separarnos, Gaultier, tú mismo me perdonarías su muerte. ¡Oh! Ese Lyonnet, ese Buridan, ese demonio, ¡qué vuelva al infierno de donde ha salido! ¡Oh! ¡A él debo todos mis crímenes! ¡Por él me cubrí de sangre! ¡Oh! Si Dios es justo, todo recaerá sobre él. Y yo, ¡oh! ¡Yo! si yo fuese mi propio juez, no sé si me atrevería a absolverme. 

                        Se acerca a la puerta, tratando de escuchar.

No se escucha nada todavía...nada.

LANDRY: (Desde debajo de la Torre) ¿Allí está usted?

BURIDAN: (Desde el balcón) Sí.

MARGARITA: ¡Hay alguien en esta ventana! ¡Ah! 

ESCENA VII

  MARGARITA, BURIDAN

BURIDAN:  (Haciendo volar la ventana en  pedazos y entrando) ¡Margarita! ¡Margarita! ¡Sola! ¡Ah! todavía sola, alabado sea Dios!

MARGARITA:  (Retrocediendo) ¡Auxilio! ¡Auxilio!

BURIDAN: Nada temas.

MARGARITA: ¡Tú, tú! ¡Entrando por esa ventana! Es una aparición, un fantasma.

BURIDAN: No temas, te digo.

MARGARITA: Pero ¿por qué por esta ventana, y no por la puerta?

BURIDAN: Te lo diré en seguida; pero antes tengo que hablar contigo; cada minuto que perdemos es un tesoro arrojado al abismo, escúchame.

MARGARITA: ¿Todavía vienes a amenazarme, a imponerme alguna condición?

BURIDAN:  No, no; mira, no tienes nada que temer. Mira, mi espada está lejos; lejos está mi puñal; lejos de mí esa caja donde están todos nuestros secretos; ahora puedes matarme, no tengo arma, ni armadura; puedes matarme, después puedes tomar esa caja, quemar lo que allí se encuentra y dormir tranquila sobre mi tumba. No, no he venido a amenazarte. He venido a decirte... ¡oh! ¡Si supieras lo que vengo a decirte! Los días de felicidad que aún pueden quedarnos, a nosotros dos, los mismos que nos creímos malditos...

MARGARITA: Habla, no entiendo nada.

BURIDAN: Margarita, ¿no te queda nada en el corazón, nada de mujer, nada de madre?

MARGARITA: ¿A dónde quieres llegar?

BURIDAN: Aquella a quien conocí tan pura, ¿ya no es sensible a nada de lo sagrado para Dios y para los hombres?

MARGARITA: ¡Eres tú el que viene a hablarme de virtudes y de pureza! ¡Satanás se vuelve evangelizador! Es  extraño, tú mismo estarás de acuerdo.

BURIDAN: Poco importa  el nombre que me des, puesto que mis palabras te conmueven... Margarita, ¿jamás has tenido un momento de arrepentimiento? ¡Oh! Respóndeme, como responderías a Dios; pues así como Dios, yo puedo condenarte o absolverte; puedo, según tu voluntad, abrirte el infierno o el cielo... Supongamos que nada ha pasado entre nosotros desde hace tres días...  olvida todo, excepto tu antigua confianza en mí... ¿no tienes necesidad de decirle a alguien lo que has sufrido?

MARGARITA: ¡Oh! ¡Sí, sí,  pues no es a un sacerdote al que osamos confiar tales secretos!... No hay sino un cómplice, y tu eres el mío, el mío, ¡de todos mis crímenes! Sí, Buridan... o más bien Lyonnet, sí, ¡todos mis crímenes son mi primera falta!... Si aquella muchacha no hubiese faltado  a sus deberes por ti, desgraciado, su primer crimen, el más horrible no se hubiese  cometido; para que no se sospechara de mí por la muerte de mi padre, ¡perdí a mis hijos!... Perseguida por los remordimientos, ¡me refugié en el crimen!... Quise asfixiar con la sangre y los placeres, esta voz de la conciencia que me grita incesantemente: ¡Desdicha!...Alrededor de mí, ni una palabra para recordar la virtud, las bocas de los cortesanos que me sonreían, que me decían que yo era bella, que el mundo era para mí, ¡que yo lo podía cambiar por un momento de placer!... sin fuerzas para luchar... pasiones, remordimientos...¡noches llenas de espectros cuando no  eran voluptuosas!... ¡Oh! ¡Sí, sí, no hay sino un cómplice al que se le pueden decir tales cosas!

BURIDAN: Pero dime, ¿si hubieras tenido a tus hijos cerca de ti?

MARGARITA: ¡Oh entonces, hubiera yo osado ante sus ojos, cuando la voz de mis hijos me hubiese llamado mamá!... ¿hubiera yo osado llevar a cabo proyectos de asesinato y de amor? ¡Oh! Mis hijos me habrían salvado, tal vez ellos me hubiesen llevado a la virtud...¡pero no pude quedarme con mis hijos! ¡Oh mis hijos! ¡Oh! ¡No osaba pronunciar estas palabras!... pues entre los espectros que veía, no llegue a ver  a mis hijos y ¡temblaba al llamarlos para evocar sus sombras!

BURIDAN: ¡Miserable! Estaban cerca de ti, y nada te lo dijo Margarita, aquí están tus hijos.

MARGARITA: ¿Cerca de mí?

BURIDAN: A uno de ellos, desafortunada madre, a uno de ellos... lo has visto de rodillas, pidiendo gracia ¡contra el puñal de los asesinos! Estabas allí, escuchabas sus plegarias... y no reconociste a tu hijo y  dijiste: “¡Mátenlo!”

MARGARITA: Yo, yo... ¿dónde?

BURIDAN: Aquí, en este lugar donde estamos.

MARGARITA: ¡Ah! ¿cuándo?

BURIDAN: Anteayer.

MARGARITA: ¿Philippe Daulnay? ¡Venganza de Dios!

BURIDAN: Mira lo que le pasó a uno... Margarita, piensa qué le pasa al otro.

MARGARITA: ¿Gaultier?

BURIDAN: El amante de su madre.

MARGARITA: ¡Oh! No, no; gracias al cielo, no es así, y yo doy gracias a Dios, de rodillas le doy gracias... No, no, aún puedo llamar a Gaultier hijo mío, y Gaultier puede llamarme madre.

BURIDAN: ¿Dices la verdad?

MARGARITA: Por la sangre del mártir que  corrió por aquí, ¡te lo juro!... ¡Oh! sí, sí es la mano de Dios que dirigió todo esto, quien puso en mi corazón este amor extraño, amor de madre y no de amante!... es Dios... Dios bueno, ¡Dios el Salvador que quería que con el arrepentimiento, la felicidad regresara a mi vida!... ¡Oh mi Dios! ¡Gracias! ¡Gracias!

Ella reza.

BURIDAN: ¡Entonces! Margarita, ¿me perdonas, ves aún un enemigo en mí?

MARGARITA: ¡Oh! No, no ¡el padre de Gaultier!

BURIDAN: Así, lo ves, podemos ser todavía felices... Nuestros votos de ambición han sido cumplidos, ya no hay lucha entre nosotros... Nuestro hijo es el lazo que nos une, uno al otro... ¡nuestro secreto será sepultado entre los tres! 

MARGARITA: Sí, sí.

BURIDAN: ¿Crees que aún tú puedes ser feliz?

MARGARITA: ¡Oh! ¡Si lo creo! Y hace sólo diez minutos, sin embargo, ya no lo esperaba.

BURIDAN: Falta una sola cosa para nuestra felicidad, ¿no es así?

MARGARITA: Nuestro hijo, nuestro hijo, aquí, entre los dos... nuestro Gaultier.

BURIDAN: Va a venir.

MARGARITA: ¿Cómo?

BURIDAN: Le di la llave que me habías dado. Vendrá por esa escalera por donde yo debía venir.

MARGARITA: ¡Maldición! Y como es a ti al que esperaba, pues... ¡maldición! ¡puse a los asesinos a tu paso!

BURIDAN: ¡Te conozco bien, Margarita!

            Se escucha un grito en la escalera.

MARGARITA: ¡Es él, al que degüellan!

BURIDAN: ¡Corramos!...

            Van a la puerta que sacuden.

MARGARITA: ¿Quién ha hecho cerrar esta puerta? ¡Oh! ¡Fui yo...yo! ¡Orsini! ¡Orsini!  ¡Detente, infeliz!

BURIDAN: (Sacudiendo la puerta) ¡Puerta del infierno!... ¡Mi hijo! ¡mi hijo!

MARGARITA: ¡Gaultier!

BURIDAN: ¡Orsini!... ¡Demonio!... ¡Infierno! ¡Orsini!...

MARGARITA: ¡Piedad! ¡Piedad!

GAULTIER: (Por fuera, gritando y pidiendo auxilio)

¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Socorro!

MARGARITA: ¡Se abre la puerta!

            Ella retrocede.                       

ESCENA VIII

                                                LOS MISMOS, GAULTIER

GAULTIER: (Entrando, todo ensangrentado) ¡Margarita, Margarita! Te entrego la llave de la Torre.

MARGARITA: ¡Infeliz, infeliz! ¡Soy tu madre!

GAULTIER: ¡Mi madre!... y entonces ¡Madre mía, maldita sea!

                        Cae y muere.

BURIDAN: (Inclinándose sobre su hijo, de rodillas) Margarita, Landry les hizo a cada uno una marca sobre el brazo izquierdo.

                        Desgarra la manga de Gaultier y mira el brazo.

Ya ves, son ellos... Hijos malditos en el seno de su madre... Un crimen precedió su nacimiento, un crimen abrevió  sus vidas.

MARGARITA: ¡Piedad! ¡Piedad!                                 

ESCENA IX

                        LOS MISMOS, ORSINI, SAVOISY, GUARDIAS.

ORSINI: (Entrando, entre dos guardias que lo sostienen) Señor, estos son los verdaderos asesinos, son ellos y no yo.

SAVOISY: (Acercándose) Son ustedes mis prisioneros.

MARGARITA y BURIDAN: ¿Nosotros, prisioneros?

MARGARITA: ¿Yo, la reina?

BURIDAN: ¿Yo , el primer ministro?

SAVOISY: Aquí no hay ni reina, ni primer ministro; hay un cadáver, dos asesinos y la orden firmada por la mano del rey de detener esta noche, a cualquiera  que se encontrara en la Torre de Nesle. 

 TELÓN

Traducción francés -español:
Mariluz Suárez Herrera

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