Estación Eugenia

La bailarina
Mariluz Suárez Herrera

Era la víspera de un día de fiesta; la bailarina aprovecharía los días festivos al final del verano para ver a sus padres que vivían al norte del estado de Veracruz. Nos despedimos. Le pregunté si no quería dormir en casa por última vez. Dijo que no, que aún tenía muchas cosas que hacer. Por un movimiento impensado de su boca, me di cuenta que hoy era la última vez. Pensé que exageraba cuando tomó su bolsa, debí  preguntarle por qué. Ahora ya no sirve de nada hablar, miro por la ventana, veo el día nublado, sólo tengo deseos de dormir.

El ómnibus para Veracruz sale por la tarde. Aún tengo tiempo de pasar por el torniquete, tengo tiempo de buscar a una pasajera, tengo el tiempo preciso para pedir disculpas. Subiré al autobús, caminaré por el pasillo, podré también quedarme en casa.

La bailarina se mantendrá callada, apenas balbuceará una o dos palabras, fumará un cigarrillo. De repente, un olor familiar me invade, voy nervioso a abrir la ventana, el olor no se va, el olor de Anaïs Anaïs llena el cuarto, es hora de salir.

Atravesaré la calle con el semáforo en alto, subiré una escalera, subiré otra, mi cabeza dura no tiene salvación, soy un pobrecito bicho indefenso. Voy de uno a otro lado, atravieso nuestro parque, me miro en el estanque de agua manchada. No sé lo que vendrá.

Nos encontrábamos en terreno neutro, discutimos, nos pusimos de acuerdo, ninguno de los dos cedía. Era nuestro terreno, el terreno de ambos. Todo el día me he preguntado: por qué razón volvió a Veracruz. Y por qué, si las experiencias ya estaban vividas, para nunca regresar, para nunca recordar al infeliz compañero que se quedó solo. Ahora ¿qué va a ser de mí? Esperaré sus cartas, espero muy largas cartas, las espero para alimentar mi esperanza.

Las mujeres suelen soñar, recorren las intensas calles del amor, visitan el doloroso sensualismo en una sociedad hipócrita, en una sociedad ciega. Nunca quieren mirar la verdad. No quieren las implicaciones del sueño. Mi bailarina no quiere ver lo concreto, apenas si mirará  el sueño y nuestro pasado se extinguirá. Nuestro diario cifrado, nuestro camino inverso, nuestras pasiones celestiales terminarán con genuina intensidad.

El efecto es devastador: yo la odiaba en ciertas circunstancias pero en general la amaba. Hasta ayer la adoraba más que a ninguna otra persona. El mundo contenido en esta casa nuestra queda encerrado dentro de las paredes frías, ensombrecidas; fuera de allí, nadie sabe. El objetivo de vida de sus moradores era sobrevivir; ahora busco desenredar el misterio. Mañana, ella encontrará nuevas sorpresas, emociones, personajes, tal vez terminará irritada y confusa. Es ella quien abre el libro, ella quien servirá de hilo conductor a los acordes que pueden llevar al crimen. Una nueva historia: a cambio de actitudes, otro hombre con sus dudas caerá en las garras de una bailarina.

Consultaré un libro de auto ayuda, lo buscaré en un supermercado, con facilidad lo encontraré. Los miedos, los descubrimientos, el nuevo proceso de crecimiento interno: busco solución a mi angustia. No, no voy a comprar nada: los recuerdos, la convivencia, el muchacho tímido, la compañera fiel, mi fragilidad, todo saldrá fuera. Debo olvidar la trayectoria de un amor, olvidar la búsqueda y el abandono. Sin ella ya no espero nada de la vida: soy un hombre tímido, repleto de enigmas y en busca de la madurez.

Trato de encontrar en la confusión, las luces del edificio adonde vivo solo. Regreso al departamento. Nadie me espera. Voy a la cocina. Creo que estoy contento. El teléfono nunca suena cuando lo deseamos. De improviso, miro su pequeñez. Miro una criatura perdida entre las paredes del cuarto. Boberías. El pasado ya se alejó un poco. ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde se encuentra mi aguda inteligencia? Sentado frente al televisor, aflora un pensamiento, todas las imágenes se transforman en ella. Tengo necesidad de reflexionar, de convivir, de recorrer otros caminos. Mi vida cambió, ha cambiado, va a cambiar. Lo cotidiano, la memoria, las imágenes, los instantes aprisionados, nuestra imposible empresa, ya todo es el pasado. Todas las tardes me sentaré aquí esperando noticias. Finjo que formo parte de esta ciudad, de este estado, de este país, de este mundo, de este inolvidable verano.

¿Habrá derrota en esta lucha igualitaria? ¡Quién lo sabe! Tal vez empate.

Mariluz Suárez Herrera 
De "Una mañana cualquiera" 
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006

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