Estación Copilco

Justa indulgencia
Mariluz Suárez Herrera

El paquete legó por primera vez una mañana muy temprano. Lo abrió, lo volvió a cerrar y pensó regresarlo ese mismo día. Fink aceptó la categoría de criatura urbana y empezó a adaptarse al restringido ambiente.

Para la joven, él era sólo un enorme reptil, un ser grande y pacífico con dientes de ratón y ojos tan pequeños como los de un faisán. Lo contempló y se negó a  convertirse en su protectora, le dio de comer y ese mismo día lo envió de regreso.

El día que Lisa llegó a la mayoría de edad, entre sus regalos, recibió un novedoso paquete; al abrirlo se sintió incómoda. Dentro del bello empaque la miraba Fink, como se mira a un padre. Esta vez decidió quedarse con él sólo por unos días. La ceremonia del saludo, la curiosidad, la inteligencia, la sensibilidad y la organización territorial, todo fue un éxito entre ambos. Después de dos semanas, se suscitó la preocupación por la sociedad y lo que los vecinos dirían. Así que lo empacó con destino a Itabú.

La séptima vez que lo mandó de regreso, le pareció que aún seguía dentro del departamento. Más tarde, cuando salió a tirar la basura, vio la caja de madera, una vez más, tras la puerta.

Ese juego de ir y venir se repitió sin parar. Corrían ya historias extrañas acerca de Lisa. Nadie entendía por qué la puerta y los muros de su pequeño departamento se tornaron infranqueables. La mascota se volvió una carga. El cuarto ya no era el sitio adecuado. Cada vez que se separaban lo enviaba a un lugar más lejano. Tomaba un poco más de tiempo pero Fink siempre volvía. No fue fácil decidirse, pero había que hacerlo, así que lo despachó a un sitio inaccesible, con remitente desconocido.

Buscó  mudarse y empezó a empacar. Dejó el edificio durante la noche con toda premura. Terminado el acarreo, sacó lo indispensable y  se acostó a dormir. Empezaría una nueva vida, ahora que por fin se había desecho de Fink.

A la mañana siguiente, una de las cajas junto al muro se encontraba unos metros más lejos de donde la pusieron a llegar. Nunca se supo si formó parte de la mudanza, probablemente ya se encontraba en el nuevo domicilio, el hecho es que Lisa heredó a Fink.

Mariluz Suárez Herrera 
De "Una mañana cualquiera" 
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006

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