Estación Centro Médico

Infiltración de hábitos
Mariluz Suárez Herrera

Para Teté y Mariana  

Para iniciar una nueva vida, Aidée empezó por clases de yoga.

-¿Por qué esperó tanto? -dijo la instructora-. -Bueno, nunca es tarde.

Siguió paso a paso todas las indicaciones, hizo su mejor esfuerzo por aguantar la respiración, los estiramientos le parecieron exagerados, cuando se detenían en una de las incómodas posturas, volteaba a izquierda y derecha, buscando una mirada de complicidad ante el sufrimiento.

Todo sea por la belleza y la salud. Pensaba en Elsa Aguirre que es tan vieja y se ve tan joven. El recuerdo le devolvió las energías. Trató de sostener la posición, contó hasta diez y después de eso:

-¡Al demonio! No puedo. Pero no, la nueva vecina dice tener sesenta y se ve como de cuarenta,

-No, si ella pudo, ¿por qué yo no?

Hay que sentir que se cuelgan del techo. Estirar hasta atravesar los muros. Mantener la posición inmóvil. Apretar hasta romper un ladrillo con los muslos... entre otras recomendaciones. La instructora ordenó pararse de puntas, estirar las plantas de los pies hacia atrás, apoyar los talones hasta clavarlos en el piso. Levantar la parte frontal de los pies, separar dedo por dedo y depositarlos hasta que se adhieran al suelo uno a uno. Acto seguido poner las palmas de las manos en el suelo, con los dedos abiertos pegándolos con la misma fuerza que se plantaron los pies.

Sentir su unión al entarimado, sentir como crecen los veinte dedos, sentir como se enraizan y aprisionan lo que tocan, hasta que no exista fuerza que los pueda despegar.

Los nervios se escapaban por cada poro, salían abriéndose paso entre los dedos y las uñas. Buscaban los huecos que unen la madera para penetrar, cualquier orificio o defecto del parquet servía para introducirse en dirección al centro de la tierra. Ese punto mágico la jaló cada vez con más y más fuerza.

Lo logró, fue un éxito, su cuerpo respondió a todas y cada una de las órdenes enviadas por el cerebro, sudaba copiosamente. Cuando abrió los ojos, vió a sus compañeros levantarse, después de la relajación, unos a otros se despedían con ademanes, satisfechos y en silencio.

La instructora fue la última en salir. Escuchó su voz a lo lejos.

-¡Hasta la próxima semana! -dijo, después de dar vuelta a la llave del gimnasio.  

Mariluz Suárez Herrera 
De "Una mañana cualquiera" 
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006

Ir a índice de América

Ir a índice de Suárez Herrera, Mariluz

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio