Estación Guerrero

De la tragedia a la comedia
Mariluz Suárez Herrera

Hay un refrán popular que dice “agua le pido a mi dios y a los aguadores, nada”. Si esta consigna hubiese sido obedecida el día de la fiesta, aquí estarían el compadre Ramón, don Luisito, el de la tienda y el padre Saucedo.

Fue el primero de enero que estaban aquí todos los de fuera, cuando se llevó a cabo el bautizo. Era una muy buena oportunidad para celebrar todos juntos y empezar este nuevo año en que seguro a todos ya nos iba a ir mejor. Don Lupe y el señor Rivera, el del cine, se ofrecieron para ir al otro Estado a hacer toda la compra, dicen que ahí está más barato. La fiesta fue todo un éxito, la ceremonia en la iglesia llena de flores y el padre habló muy bonito. La comida fue en grande, desde luego que se compró mezcalito, para que se pasara el mole.

Unas tres horas después de las botanas, los hombres ya no se daban a basto en vueltas y vueltas al baño. Ya no les interesó bailar y algunos de plano se recostaron sobre las mesas. La primera en desmayarse fue la madrina, la sacaron cargada, derechito para su casa, todos se rieron, dijeron que estaba borracha, claro si se la pasó brindando por el ahijado. Al llegar la noche el ambiente era insoportable, los dos únicos doctores disponibles ya no sabían que hacer. Los niños daban de gritos pues nadie les hacía caso, unos por sueño, otros por hambre. Las  mujeres estaban horrorizadas, culpaban a los que bebieron, recriminándolos a base de gritos y cachetadas. Fue la intoxicación más grande en al historia del pueblo, la gente entraba y salía de sus casas, el de la farmacia ya vendía  lo que fuera con tal de que lo dejaran en paz. De los gritos se pasó al llanto, de ahí a los lamentos, hoy sólo se escuchan rezos  y se respira la angustia de la muerte., Entre plegarias estériles, cubrieron los cuerpos con cobijas. El pueblo quedó vacío.

Todo me lo contó la chismosa de mi prima porque yo estoy enferma y de aquí nadie fue. Las autoridades del estado de Morelos tuvieron conocimiento de que dos pipas cargadas con metanol fueron robadas y después aparecieron vacías; también leí que los gringos acaban de lanzar la naltrexona, fármaco para no beber alcohol. A mi pueblo que ni la manden, ya pa que.

De haber seguido el consejo de los ausentes, aquí estarían el compadre, el de la tienda y el padrecito de la iglesia. Ese día del bautizo, Don Lupe y el señor Rivera, con tal de ganarse unos quintos, se fueron de compras al otro Estado y por eso este año ya no van a cargar los peregrinos. Dicen que la fiesta fue un éxito, la misa floreadísima, el padre habló como si fuera su último sermón, de hecho lo fue. La comida, en grande, mezcal a pasto y el concurso de corre ve y dile, empezó tres horas después. Los invitados despreciaron el bailongo, prefirieron amodorrarse sobre las mesas. La primera en caer fue la madrina, se la llevaron con su música a otra parte por andar brindando por el ahijado. Para la noche ya llegaba la lumbre a los aparejos, los pocos que no tomaron, andaban como hormigas fumigadas tratando de ayudar. Arroparon en cobijas a los 185 cuerpos que pasaron a mejor vida. El periódico dice que se robaron dos pipas, que después aparecieron vacías, se descubrió una sustancia para los que quieran dejar de beber.  También escribieron sobre los intoxicados con mezcal adulterado, ¿Cuándo soñamos en este mugre pueblo con agarrar primera plana?

Mariluz Suárez Herrera 
De "Una mañana cualquiera" 
Ediciones Luna de Papel, Monterrey, N. L. México 2006

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