Alejandro Licona: 

de cómo la Santa Perdida se transformó en una santa pérdida.
Mariluz Suárez Herrera

De manera sencilla y coloquial, La Santa Perdida del dramaturgo Alejandro Licona cuenta una anécdota en el México de la Colonia. Treinta y dos personajes a través de sus parlamentos aparentan obedecer lo estipulado por la Península, en un paisaje americano matizado por la originalidad de una sociedad en gestación. En un contexto dramático, la Corte, la Iglesia y el pueblo se suman a una serie de recursos locales e ilusorios dando como resultado una atractiva historia, que reseña el incipiente mestizaje cultural del siglo diez y seis.

El sentido religioso que constituyó el arma principal para convertir a los pueblos conquistados a través del teatro es graciosamente manifestado por Alejandro Licona en su obra La Santa Perdida. Licona se somete, como lo diría Margarita Peña, "a las modas imperantes en la península", pues cuenta una historia acaecida en la época colonial, aunque no la escriba en verso, ni en latín, ni en alguna de las múltiples lenguas o dialectos indígenas hablados en la Nueva España. Correspondería, en tal caso, al momento en que el idioma español, ya forjado en el habla popular, se advertía diferente del español peninsular. En consecuencia, este texto bien pudo haber surgido de lo que ella misma califica como literatura "amordazada":

Basta que nos asomemos a los riquísimos fondos del ramo Inquisición, del Archivo General de la Nación, para darnos cuenta de la existencia de toda una literatura de carácter subversivo, anexa –en muchos casos como documento de cargo– a los procesos que durante tres siglos siguió el Santo Oficio a los ciudadanos de la Nueva España.

En medio de una situación simple, dos personajes, par de rufianes, perdieron la imagen de una virgen en una borrachera, suceso dos años anterior a la acción presentada por Licona. A la manera del teatro de siglo XVI, mas con un lenguaje de siglo XX, rompe la distancia entre esa época y nuestros días:

ISIDRO: Nada que ver.

Venimos a echarnos una copa.

…nos pusimos hasta la madre.

…donde sueltes la sopa. …sacarle la sopa.

Trae un pleito grueso con don Pedro.

Es digno de mencionarse que es precisamente Isidro quien hace todos estos y otros comentarios, por lo que me parece un acierto del autor el dar este color coloquial al personaje, que contrasta con la lentitud en las reacciones y el ritmo lento, pausado, de sus interlocutores, a excepción de Ventura, su grotesco cómplice y un poco brutal compañero de parrandas.

La obra muestra rasgos de mestizaje a la manera de González de Eslava o Juan Pérez Ramírez que buscaban acercar el público al teatro, mientras dos culturas se penetraban mutuamente. Con ese arduo trabajo los religiosos procuraban entrar en la mente de los indígenas en busca de originalidad y fácil comprensión. Sabemos de las oraciones, conjuros, consejas y leyendas que alimentan a satisfacción la imaginación popular; en este texto dramático los hechos reales combinados con elementos imaginarios recuerdan las palabras de Menéndez y Pelayo quien hablaba de "cuando un elemento puramente fabuloso y de invención personal se incorpora en la antigua tradición épico histórica". Como en este caso en que la santa pasa de ser una estatua que realiza milagros a una mujer que cumple deseos, haciendo las delicias de un pueblo galante, pintoresco y lleno de alegría por poder burlar a la autoridad y hacer motivo de fiesta el nacimiento del hijo que la dicha santa procreara, con un popular forajido. Suceso esperado, muy bien recibido y jocosamente celebrado, como lo indica la siguiente acotación: (Se escuchan las campanas doblar a revuelo. Comienzan a estallar cohetones. Gritos de júbilo se mezclan con cantos y música de chirimías[..] en eso entra un grupo de INDIOS con antorchas. Llegan cerca de donde se encuentran los hombres). El autor ofrece una visión novelesca de un mundo exótico como lo fue el México de la época colonial: enredos, peripecias, la realidad iluminada con fantasía cuando el espectador/lector descubre que interesantes y simpáticos personajes que se pensaban vivos, ya han muerto, y la santa pasa de estatua de mármol a copia exacta de la cara de la amada y difunta esposa de Carlos I, Isabel de Portugal; o exuberante mujer que baja de su pedestal incitando el deseo en todos los personajes de sexo masculino a su alrededor. El espíritu de aventura, característica importante de inquisidores, maleantes, alguaciles, soldados, frailes, comerciantes, artesanos, encomenderos y todos los que transitaban por la Nueva España, se manifiesta en esta obra con la presencia de un emisario, enviado de su majestad Carlos I, que cuenta los minutos para terminar su encargo y regresar a España lo antes posible. Don Diego, el personaje en cuestión, ha sido tan bien advertido de las malas mañas e inconvenientes de visitar estos terruños que, no obstante su sonoro nombre, Diego Villicaña y , y su insigne cargo de emisario de la Santa Inquisición, no sirven de nada para lo que tiene que vivir en carne propia y lo que la sociología de una sociedad colonial estrictamente clasista y la mentalidad novohispana tienen para ofrecerle:

DON DIEGO: Vaya viajecito. Y dicen que tuve suerte. Que estuvo tranquilo. Qué cosa tan espantosa.

ISIDRO: ¿Es la primera vez que viene por acá, don Diego?

DON DIEGO: (Tras pausa.) Espero que la última. Mis territorios suelen ser… más importantes. (Viendo con desprecio alrededor.) Y también más limpios.

ISIDRO: …aquí todo mundo se emborracha.

ISIDRO: …fue un asalto como hay miles en este país.

ISIDRO: Los otros mesones, no sabe. Tienen piojos, pulgas, ratas.

VENTURA: Aquí nomás pulgas. Pocas hasta eso.

DON DIEGO: ¿Cómo estaban los otros?

DON PEDRO: Imagínese, para terminar aquí. Un chiquero tiene más dignidad. Ojalá despache pronto lo que vengo a hacer para regresarme de inmediato.

DON RAMIRO: Aquí lo que sobran son ladrones. Aquí son rápidos, don Pedro. Espero no haya guardado nada de valor porque seguramente ya voló.

No se debe de perder de vista el ámbito escénico para el que escribe Licona, pues carece de la suntuosidad de los Autos Sacramentales del auge de la Evangelización pero es una perfecta y jocosa crónica dramatizada de un asunto que fue de gran interés durante la época colonial, como era todo lo que tenía que ver con la Iglesia. Entraría, en dado caso, en la categoría de teatro profano. Retomo las palabras de Margarita Peña:

Si ha de hablarse de mestizaje cultural, es este teatro primitivo, ingenuo, de intenciones nobles y edificantes, el territorio en donde lo indígena se acepta y se asimila para dar lugar a una nueva entidad espiritual: el indio cristianizado, el mestizo creyente.

Según Don Diego "La evangelización está muy avanzada", a lo que Don Ramiro responde: "Desconfíe de los indios, don Diego. Son ladinos. Detrás de las santas imágenes, ocultan a sus ídolos para adorarlos sin que nadie sospeche nada. Yo sé lo que le digo". "Le recuerdo a los caballeros que los autóctonos, más los de la sierra, siguen adorando a sus deidades. Si alguien la halló, seguramente la destruyó o la ocultó."

La obra inicia con una escena de taberna a la manera de Zorrilla o Dumas, entre los muchos autores clásicos que se valen de este recurso. Algunos elementos utilizados por el teatro Novohispano como: los representantes del bien y los del mal; el tono respetuoso, reverencial; la lealtad al rey, dueño y señor de todo; la mujer tentadora y poderosa a la manera de los coloquios del diez y seis; el estado de contemplación; la unión libre, fuente poderosa de nuestro mestizaje y la consolidación de la unidad familiar que interesó tanto a los misioneros, son retomados por Licona para llegar al momento final en que la Trinidad -la Santa Eduwiges, mejor conocida por Eduguijes, san Fregonio, antes sanguinario y famoso asaltante, y el recién nacido- nos remiten a los numerosos mitos de añejas culturas, incorporados a nuestra tradición.

A diferencia de los autores del siglo XVI y XVII esta es una obra en un acto, en prosa, con una carga de crítica social al poder, la arbitrariedad, la crueldad, las injustificadas persecuciones y desde luego a la Inquisición:

VENTURA: (Tocándose el cuello) ¿Has visto sus instrumentos de persuasión? Todos son terribles, pavorosos. Ni en la peor de tus pesadillas podrías imaginar algo peor.

ISIDRO: Son estorbosos. No creo que vengan desde España cargando un potro o la famosa doncella de hierro especialmente para nosotros. No somos tan importantes, Ventura.

VENTURA: Ni falta les hace. Aquí tienen sus sucursales, todas bien aprovisionadas. […] esos hacen hablar hasta a las piedras.

Como el título lo indica, la obra nos lleva por un camino de incertidumbre al tratar de descubrir qué pasó con esa codiciada imagen, ocasionando que Don Diego viaje desde España con la importante encomienda de saber a dónde fue a parar la santa perdida. Esta muy cuidada farsa, de manera burlesca nos lleva a descubrir que Don Diego, así como los demás personajes y los lectores /espectadores, tienn que aceptar que el objeto de investigación se convirtió en una santa pérdida, tomando este adjetivo "santa" en el coloquial sentido de importante o gran pérdida, como hablar del santo golpe que se dio alguien, o la santa metida de pata que pudo haberse evitado. El autor mismo en la página 31 utiliza este virtuoso adjetivo:

UJIER: …no quisiera exponerme a una santa y papal gritoniza.

La conclusión es que la imagen no pudo recuperarse pues su destino, que era ser la patrona de la Nueva España que moraría en la Catedral en construcción, la convirtió en compañera del más temido forajido; y ambos a su vez se transforman en una disímil pareja, padres de un hermoso bebé. Tres esculturas en piedra a las que se les rendirá pleitesía, ver la construcción del ingenioso juego del autor :

SEGISMUNDO: …estaba la estatua, de pie, como esperándonos. Traía puesta una túnica y a sus pies, varias velas encendidas y flores. […] Meses después regresé a la cueva. Seguía habiendo flores y velas encendidas, pero ahora había una estatua más. La de Fregonio. Feita la imagen. Hecha de ocote y con pelos de burro; así, todos parados. […] Y se empezó a correr la voz.

El maestro Héctor Azar sabiamente decía que el teatro fue en nuestro país la única posibilidad de comunicación durante los siglos del virreynato y el belicoso diez y nueve pero apareció el cine y otro ilustre hombre de teatro, Héctor Mendoza, comentaba que el cine en México hizo que el teatro perdiera el valor que tenía como entretenimiento favorito del público. Palabras más palabras menos, considero que somos nosotros los dramaturgos los encargados de atraer, como el pescador con su anzuelo, al espectador. Alejandro Licona posee un muy poderoso anzuelo que es su envidiable manejo del humor. Elegí trabajar esta obra de Licona primero, porque fue una obra premiada; segundo, porque es un tema totalmente distinto de todo lo que conozco de este autor, aunque comparte la soltura y gracia de muchos de sus textos, y tercero, porque es un poco más extensa, ya que un gran número de sus escritos son farsas breves, medianamente breves y muy breves. En la obra estudiada, el autor retoma sucesos históricos importantes como el hecho de los pueblos indígenas que se negaban a someterse totalmente a la evangelización, pero una vez aceptada ésta, se llega al ridículo como el ánimo festivo y la ferviente adoración a una estatua de mármol, curiosamente hecha por Miguel Ángel, robada, humanizada, poseída por uno de los ladrones y después sacralizada.

El manejo de numerosos personajes, 32 en este caso, los dobles sentidos, el ritmo, el humor, la gracia y la soltura con que se expresan los héroes populares como Ventura, Isidro, Fregonio, Segismundo y los maleantes, son otros aspectos que deseo resaltar. La ironía de este talentoso autor surge a lo largo de toda la historia mostrando ese aspecto burlón de situaciones absurdas, como la del condenado a muerte cuyo último deseo es pasar la noche con la esposa del alguacil; la milagrosa santa que concede tres deseos al que cambie de vida; el sacerdote, padre Agustín, que se niega a que le suspendan los diez azotes diarios: "déjenlo, por favor , que me pegue", a lo que el guardia comenta "si gustan pueden quedarse a ver, pero no se los recomiendo. Grita muy feo y es un salpicadero de sangre", o el reo que ahorcan una y otra vez, ante la sorpresa de una mujer que "tiene mucho que lavar" y opta por retirarse pues ya ha visto esa ejecución.

SEGISMUNDO: Déjate ya de mamadas y ahórcame, pendejo, que no tengo tu tiempo. (AL CABO.) Y tú, cuidadito toques la chigadera esa [un tambor]. Me pudre.

CABO: (Sentido.) Oh, he estado ensayando. Mira…

(El CABO intenta un redoble, pero SEGISMUNDO lo calla de una patada.)

El teatro de Licona está hecho para un público históricamente determinado que es éste del siglo XXI. Es de los afortunados autores que siempre tiene obra en cartelera y sus piezas cortas son muy gustadas en colegios de segunda enseñanza y escuelas de teatro. Cuando sus textos se escenifiquen en un futuro tal vez tengan otra lectura, pero su lenguaje, las historias, el tema y los personajes estarán tan vivos y vigentes como La Santa Perdida, subtitulada Comedia original, ganadora del premio López Aranda del Ayuntamiento de Santader, España. Invito a todos a conocer y disfrutar el interesante trabajo de este dramaturgo.

BIBLIOGRAFÍA

-Cabrera y Quintero, Cayetano Obra dramática. Teatro novohispano del siglo XVIII, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, 1976.

-Horcasitas, Fernando El teatro náhuatl. Instituto de Investigaciones Históricas. UNAM 1974.

-Licona, Alejandro La Santa Perdida, Ayuntamiento de Santander, España. Consejalía de Cultura, 2002. ISBN 84-86-993-57-1 Edición especial.

-Menéndez Pelayo, Marcelino Orígenes de la novela española, Edición Nacional, Santander, 1943.

-Merino Lanzilotti, Ignacio "Historia del teatro en México. El teatro y la catequización de la Nueva España", UNAM, difusión Cultural, 1979.

-Peña, Margarita Historia de la literatura mexicana, Editorial Alambra, 1989, México

Mariluz Suárez Herrera

The University of Texas at El Paso

Marzo de 2007

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