Desprendimiento
Eduardo A. Soto Pimentel

No sé cuándo empezó. ¿Tendríamos un año juntos? Quizá fue cualquier día de esos que la dejé sola. Ya saben... el trabajo. Una botella. Dos. ¡Estropicio! No supo parar, y ahora necesita un trasplante. He-pa-ti-tis, repitió el doctor cuando me vio en shock. Y -frío, cruel- agregó las palabras muerte y fulminante, mientras señalaba con el dedo el espantajo grotesco y varicoso en la radiografía. Era su hígado. Enseguida lo decidí. Ustedes entenderán... la amo. Sólo espero que se cumpla el absurdo requisito de la compatibilidad, y que alguno de ustedes encuentre este papelito de advertencia: si no, veinticuatro horas después de haberme volado la cabeza no serviré como donante.

Eduardo A. Soto Pimentel
Cuentos nada más
Avenida Cuba, Panamá, septiembre de 2001

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