Amigos protectores de Letras-Uruguay

Ilusión
Fernando Jorge Soto Roland y Carlos M. Ortiz

Ahora, lector, te dispones a disfrutar de tu tiempo libre. Desde siempre, añoras con estar en tu casa, resguardado, protegido por la intimidad. A salvo del mundo.

Te dispones a leer. Han pasado unos cuantos días y te prometes terminar una novela que no te convence demasiado. Un amigo te pidió el favor  y no puedes despreciarlo.

Estás solo y es casi medianoche. O no tanto.

En última instancia, el tiempo no importa. Puede ser que abras el libro en un mediodía soleado cuando la familia ha programado un paseo. Puede ocurrir que sea una mañana lluviosa de otoño. Esposa y chicos regresarán por la tarde. Te levantas, preparas un café o unos mates y decides acometer la revisión de algunos papeles del trabajo o cualquier otra obligación.

Nada de eso importa demasiado.

Como dije antes, estás solo.

Y cuando uno se encuentra solo, no importa el lugar o el momento, un cierto temor asalta nuestra razón. El silencio se vuelve ensordecedor. El silencio nos grita con su murmullo quedo y se parece a los apagados latidos del corazón que retumban en la cavidad cerebral como tambores agitados.

Estás solo. Es la hora en que hacen su aparición fantasmal y paranormal los mínimos ruidos de la casa. Una rama molestada por el viento sacude algún ventanal de la habitación más alejada. Las maderas de los muebles se quejan sin aparente explicación. Una polilla trabaja en secreto el ángulo de un sillón o una porción del zócalo.

Pero hay otros ruidos que no podemos captar su origen y nos espanta pensar que “algo” pueda estar moviéndose en la penumbra o en la mismísima claridad del día.

Como decía, estás solo. Y, aparentemente, ni siquiera el atronador motor de un vehículo se percibe a lo lejos, en la distancia.

Te ubicarás seguramente en la cocina. Intentarás mirar a los costados y te gustaría tener ojos en la nuca porque darle la espalda al silencio y la soledad resulta molesto.

No ocurre nada anormal. Sin embargo, sería conveniente encender la radio para atacar el vacío del silencio, para creer que estás acompañado por un tipo que pasa música desde una emisora que se pierde en la ignorancia de su domicilio.

Suena el teléfono. Una mujer con voz sensual te pide unos datos porque está promocionando los últimos teléfonos celulares. Es, tal vez, la última posibilidad que tengas de pedir auxilio. Pero, ¿dónde está el temor?

 Las puertas y ventanas están cerradas. ¿Quién va entrar? Haría ruido al forzar la cerradura. Habría tiempo para escapar por el techo o el jardín del fondo. Gritarías y, de seguro, te escucharían.

Nada puede importar. Es solo el miedo a estar solo. Miras el reloj y te tranquilizas. Demasiada televisión anoche. ¿Por qué tendrás que ver el canal de suspenso y misterio? Resulta que las imágenes de las películas de terror inundan tu mente y luego te asustan los recuerdos.

¡Qué tonto eres!

Volvamos a la rutina.

Te acordaste de un mandato matrimonial: debes ordenar la habitación y, además, bañarte.

¡No! La ducha, ni loco. Esperarás a que regrese la familia.

Se demoran demasiado.

Pero esto no puede ser. Ya somos grandes para delirar como criaturas.

Te sientas de nuevo. Dejaste el libro abierto sin avanzar una sola página. Los papeles están desordenados, lo que sea.

No vas a seguir.

Un nuevo ruido en el fondo te intranquiliza. Pero si es el perro que pide más comida. No hay que darle más o engordará innecesariamente.

Te sientas de nuevo.

Creíste ver una figura que se desplazó vertiginosamente por el ángulo superior de la ventana que da al jardín.

Las sombras de la luz de la lámpara proyectan un espectro sobre la pared. Moviste el brazo y te asustaste.

¡Ah! Era eso.

No temas ya. No estás solo.

Nunca.

No es una ilusión, aunque creas lo contrario.

Te están observando.  

Cuentos bizarros - Tomo I

Fernando Jorge Soto Roland y Carlos M. Ortiz 
Email: sotopaikikin@hotmail.com  (Fernando Jorge Soto Roland)

Ir a índice de América

Ir a índice de Soto Roland, Fernando Jorge

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio