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“Historia de Fantasmas” 
Entrevista sobre el tema para la
NATIONAL GEOGRAPHIC MAGAZINE KIDS

por Fernando J. Soto Roland

En setiembre de 2005 la National Geographic Magazine Kids de México me envió una serie de preguntas relacionadas con un tema de investigación al que me había abocado a fines de la década de los ’90 y que terminó en la edición de un libro titulado Visitantes de la Noche.[1] La temática del mismo estaba centrada en la evolución de la creencia en fantasmas en la cultura occidental y como ese tópico siempre despierta curiosidad respondí gustoso el cuestionario que publico a continuación.

1.  ¿Qué es un fantasma?

En principio quisiera dejar en claro que no creo en fantasmas. El ángulo desde el cual analizo la temática es el de la historia de mentalidades y no el de la parapsicología, o alguna otra disciplina extra-científica, tan de moda a principios del siglo XXI. Por ese motivo, responder “qué es un fantasma” creo que depende del lugar y de la época en que se hace la pregunta. Lo que entendemos nosotros por fantasma es, seguramente, algo muy distinto a lo que entendía un hombre del siglo XVII; o lo que entienden hoy comunidades que tienen escaso contacto con la cultura occidental. Incluso el hecho de ser crédulo o incrédulo modifica la definición que le damos al fenómeno.

Lo cierto es que siempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en historias fantásticas que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con organizar una reunión frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de verano— para advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia temas que meten miedo y que, generalmente, tienen como protagonistas a fantasmas de distintas especies. En circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando ocultas relaciones, antes no tenidas en cuenta. La noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental, sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con gran éxito editorial.

Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo.

Occidente ha tenido —con estas entidades intangibles de su imaginario— una relación que se advierte cualitativamente cambiante en momentos determinados de su historia; y múltiples fueron los factores que se conjugaron para que los fantasmas sean hoy lo que la literatura muestra y mucha gente sostiene que son. Por todo ello creo, sin temor a equivocarme, que la experiencia temerosa ante los fantasmas —su definición, atributos y cualidades— estuvo, y está, social, cultural e históricamente determinada.

Por ejemplo, durante la edad Media, y aproximadamente hasta los siglo XI al XIII, los acontecimientos maravillosos eran aceptados y reconocidos como parte natural de un Universo aún no regulado por la leyes de la física. Por lo tanto, los prodigios se añadían al mundo real sin atentar contra él, ni destruir su coherencia. Hadas, dragones, monstruos y duendes penetraban el mundo natural sin conflictos, sorpresa o misterio. El concepto de “lo imposible” carecía de sentido y “lo maravilloso” no espantaba ni sorprendía, ya que no violaba ninguna regla sólidamente establecida. Estas cualidades otorgadas a la realidad hacían, del ignoto mundo invisible que rodeaba a los hombres, un hecho cotidiano, que siempre tenían en cuenta a la hora de explicar catástrofes, pestes o hambrunas. La buena o mala suerte —individual y colectiva— se hallaba regulada, de una forma imposible de conocer, por fuerzas y energías que trascendían el mero plano material en el que hombres y mujeres desarrollaban sus prácticas diarias. Incluso, la frontera entre la vida y la muerte no estaba —como hoy— absolutamente definida. En aquellos días la gente parecía convivir tranquilamente con los fantasmas que recorrían las anécdotas de cientos de relatos e historias. No se les tenía el miedo que hoy se les tiene. Eran algo, digamos, “más natural”.

Pero desde el Renacimiento (siglos XV-XVI) se empezó a perfilar, gradualmente, un cambio actitudinal y mental que dio una visión muy particular a los fantasmas. La experiencia, la comprobación empírica, el ver y racionalizar el mundo, levantaron una barrera entre lo visible y lo invisible (inexistente hasta entonces). Lo animado se diferenció de lo inanimado, y los prodigios —entre ellos los fantasmas— empezaron a quebrantar la estabilidad de un universo que procuraba ser controlado por leyes tenidas por inmutables. El sentido de “lo imposible” tomó su forma original y con él, el status de las maravillas se vio transformado. La antigua convivencia con los espectros (que nunca dejaron de inquietar un poco) se alteró y “lo sobrenatural” apareció como una fractura a la coherencia; sorprendiendo y aterrorizando. Desde entonces, los fantasmas se transformaron en entidades perturbadoras. Al descomponerse la fluidez antes existente entre este mundo y el Más Allá, el terror hizo acto de presencia, ya que el contacto entre ambas realidades podía poner en riesgo la salud física, psíquica y moral de los hombres. Fue cuando el fantasmas se convirtió en algo demoníaco, en un aliado de Satanás y las brujas. Una entidad etérea pero capaz de dañar y, por supuesto, asustar mucho. Algunos negaron su existencia, pero muchos eruditos de entonces se limitaron a debatir sobre las cualidades bondadosas o malignas que tenían. Éstos, autores de famosos libros de demonología (rama de la teología que se dedicaba al estudio y análisis pormenorizado de las acciones del Diablo y sus acólitos en la Tierra), fueron los responsables del miedo  sobrenatural que tradicionalmente se les tiene a los fantasmas.

Recién  en los siglos XVIII y XIX cuando la ciencia desplazó a la Teología y todas sus verdades reveladas, y el empirismo dieciochesco impuso a la experiencia como único criterio de verdad, la creencia en fantasmas pasó a ser objeto de estudio de disciplinas médicas, que describían y trataban de curar enfermedades mentales. De seres reales, los fantasmas pasaron a gozar de una existencia subjetiva propia de los enfermos alucinados, esquizofrénicos, histéricos y paranoicos.

Así, especialmente desde el siglo XIX, las interpretaciones dadas a la apariciones dejaron el ámbito de la demonología para ser transferidas al de la psiquiatría; y el temor a la locura substituyó al que se le tenía al Diablo. El Positivismo, que destruía el misterio y desarticulaba al asombro, empezó a recibir una crítica muy profunda desde sectores que —si bien no aspiraban a regresar al oscurantismo de antaño— pretendían hacer uso de una ciencia con perspectivas más amplias, menos intolerante y soberbia; en otras palabras, deseaban tener un método híbrido que conjugara el conocimiento y el arte, el saber y la emoción. Como consecuencia, se impuso un viejo concepto para identificar a las disciplinas que se encargaban de estudiar a los fantasmas y sus manifestaciones: las Ciencias Ocultas. Pero  la Ciencia Oficial —mecanicista, positivista, materialista— etiquetó el tema de los fantasmas como una “soberana tontería” y lo archivó. Excluidos del ámbito científico por considerarlos productos de afiebradas fantasías histéricas, los espectros buscaron un obligado exilio en la novelística, la poesía y el rumor local. El racionalismo los desechaba y todo aquel que los tomara en serio corría el riesgo de ser tachado de ignorante, oscurantista, y por lo tanto perder el prestigio entre sus colegas, vecinos y amigos. El lenguaje tradicional —aquel derivado de lo religioso— fue desplazado por nuevas hipótesis, nacidas de un materialismo agnóstico que —si bien no negaba la existencia de los fantasmas— les dio a los espectros soluciones teóricas más acordes con el cientificismo que pretendía alcanzar. Fue una renovada moda especulativa que puso el acento ya no en entidades independientes del testigo —el fantasma tradicional— sino en el testigo mismo. Las materializaciones y visiones pasaron a ser “proyecciones de la mente” de un ser vivo sobre la conciencia de otro ser vivo. Una especie de “fax telepático” que descartaba la posibilidad de un regreso desde el Más Allá y dejaba abierta la problemática de la supervivencia a otra disciplinas.

Por lo pronto, creo que la definición de fantasma siguió un largo camino en que el sentido del término varió. De entidades difusas, inmateriales y aceptadas, pasaron luego a ser seres que metían miedo y, posteriormente al advenimiento de la ciencia ,moderna, manifestaciones de capacidades psíquicas aún no conocidas.

Como pueden ver, cada época definió a los fantasmas como mejor supo y pudo. Aunque, la tradición sintetice todo diciendo que son los espíritus de los muertos que regresan en busca de algo desde el Más Allá.

2. ¿En qué radica que algunas personas miren y perciban estos fenómenos y otras no?

Creo que —como expliqué antes— es una cuestión estrictamente cultural. En lo personal estoy convencido de que no hay ( hasta ahora) pruebas concretas sobre la existencia de fantasmas y que éstos sólo existen en la imaginación y en la necesidad de creer que muchas personas y épocas tienen o han tenido. Pero, ¿qué pasa hoy día que son tantos programas de televisión y publicaciones que tocan el tema, partiendo del supuesto de que los fantasmas son reales?

Me parece que lo que llamamos mundo contemporáneo es un ciclo abierto, inconcluso. Y, aunque para algunos analistas, sus profundas y veloces modificaciones permiten hablar ya de una “Edad Nueva”, la transición está todavía en marcha. Muchas corrientes de pensamiento y actitudes ante la vida —de larga duración— permanecen vigentes, a veces en lucha con otra nuevas, haciendo de la realidad cotidiana un todo confuso en donde los “grandes relatos” ya no explican nada y las pasadas utopías dan paso a la desconfianza y al pesimismo generalizado.

El ideal de “Progreso” se ha diluido; apareciendo un terreno libre al descontento, a la impotencia y al escepticismo, que suelen manifestarse a través de comportamientos violentos y/o espiritualistas, encapsulando soluciones de compromiso ingenuas, falsamente optimistas, individualistas y profundamente irracionales .

Un renovado fanatismo religioso —que sorprende—suplanta al fanatismo político ideológico de décadas pasadas. Propuestas milenaristas, exacerbado materialismo y una New Age que promete salidas fáciles e individuales al dolor, son algunas de las muchas máscaras que diagnostican un miedo profundo, impulsor de una búsqueda desesperada de nuevos senderos; ya que los recorridos no son tan seguros como se creía. Parecería observarse un retorno al pensamiento mágico de antaño. El fetiche, arrumbado antes en el sótano, ocupa hoy su sitial junto a la computadora de última generación, y denota con su presencia la falta de confianza en el hombre y sus modernísimos recursos. La iconografía contemporánea —incluyendo en ella al cine y la televisión— dejan traslucir una verdadera “Edad del Miedo”. El diablo está presente, el Mal vuelve a corporizarse como antaño para justificar un morboso gusto por la sangre y la violencia, que hasta en los dibujos animados son evidentes. Magos, gurúes, videntes y brujos, avatares y hasta bondadosos extraterrestres o ángeles guardianes han decidido, en este reciente siglo XXI, abandonar sus guaridas y luminosas nubes para darnos una mano. Y es notable el eco que han tenido en las empresas editoriales. Basta con recorrer cualquier librería para advertirlo.

El progreso técnico no ha venido acompañado con adelantos morales y éticos, y la sociedad actual lejos está de haber alcanzado ese mundo ideal soñado por algunos optimistas del siglo XVIII. El hambre sigue matando a diario a miles de seres humanos, el hombre no ha olvidado la guerra —como suponía Condorcet— y la contaminación, nuevas enfermedades y un renovado racismo parecerían ser síntomas de que la razón he dejado de ser un instrumento válido para controlar y entender la realidad. Fundamentalismos de distinto signo renuevan una concepción “maravillosa” del universo, en donde lo sobrenatural se convierte en solución y regla del confuso mundo en que vivimos. Y en este contexto, los fantasmas tienen su razón de ser. Paralelamente, testimonian —indirectamente— la necesidad de creer en algo. Especialmente, en la supervivencia después de la muerte.

3.  ¿A qué se debe que no haya casi ningún científico que se encargue del estudio serio de éstos fenómenos?

Permítame que insista en mi enfoque, pero la seriedad (o la falta de ella) en el estudio de los fantasmas es también una variable que está determinada por la época, por los valores y paradigmas vigentes en una sociedad. Por ejemplo, la interpretación de teólogos y demonólogos, en el siglo XVII (que consideraba a los fantasmas como manifestaciones demoníacas), era una explicación considerada “seria”, no sólo por los más altos intelectuales religiosos, sino también por los laicos. Y ni qué hablar si consideramos las opiniones de los sectores populares, hábilmente manipuladas por la Iglesia,. En aquellos días era poco serio no creer en brujas, y esto nos habla de lo relativo que resulta calificar de serioo no— cualquier estudio sobre fantasmas.

Actualmente, una explicación que parta de modelos teóricos de épocas pretéritas no sería tomado con seriedad, aún con el rebrote de irracionalismo que se advierte en muchas partes. Así todo, hay investigadores “serios”. Probablemente no tengan la prensa necesaria, pero existen. En este momento me vienen a la mente dos de ellos, Hans J. Eysenck y Carl Sargent. El primero es uno de los más destacados especialistas británicos en ciencias sociales y tiene una reconocida fama mundial por su contribución a la psicología. Es autor de numeroso libros y artículos sobre temas sociopsicológicos y trabajó durante décadas en la Universidad de Londres. Por su parte, Carl Sargent, es doctor en Parapsicología y uno de los investigadores más responsables en el tema de lo paranormal, al que enfoca con un espíritu abierto, disciplinado y nada prejuicioso[2]. No parten de ideas preconcebidas (“los fantasmas existen”) sino que intentan abrir para la ciencia un nuevo campo de estudio, muchas veces comercializado y denigrado por personas que carecen de honestidad intelectual, o son simplemente apóstoles del irracionalismo.

Cuando publiqué mi libro Visitantes de la Noche, en 1998, muchos de mis colegas me criticaron, aún sin leerlo. Argumentaban que era “poco serio” que un historiador en ciernes derivara su interés hacia esos temas. Claro que mi intención no era dedicarme a cazar fantasmas, sino a entender otra cosa.

4.  ¿Por qué le interesó investigar acerca de la historia de los fantasmas?

Posiblemente haya sido el temor que les tenía cuando era niño o el enorme disfrute que aún siento cada vez que alguien me relata una historia de apariciones. ¿Quién no siente “algo raro” cuando escucha historias de fantasmas? Mis hijos pequeños y mis alumnos, incluso en la Facultad, siempre me reclaman historias de ese tipo; y es que, en el fondo, nos gusta sentir miedo. Nos deleitamos con relatos que rompen con lo cotidiano y que, inconscientemente, nos dan esperanzas de una vida más allá de la muerte.

Pero mi interés académico por el tema se desató a partir de una seminario que cursé con el historiador francés Roger Chartier sobre historia de la lectura y los libros, en Mar del Plata (República Argentina). En ese curso advertí cómo había variado la forma de leer e interpretar lo escrito a lo largo del tiempo y, en una charla personal que tuve con el autor, le propuse la idea de encarar un trabajo que rescatara viejos textos que refirieran a fantasmas, desde la edad media al siglo XIX. Esa tesina creció con las lecturas y de pronto me vi con una serie de ideas en la cabeza que necesité poner por escrito para explicar cómo había evolucionado la creencia en fantasmas a lo largo del imaginario de la cultura occidental. Y entiéndase bien: lo que yo investigué es la evolución de la creencia en fantasmas, no la existencia real o ficticia de los mismos. Lo que traté de hacer fue contextuar históricamente el origen del terror a los aparecidos, detectando los diversos factores sociales, políticos, económicos y culturales que entraron en juego para que ello ocurriera. A través del devenir histórico de los fantasmas en el imaginario de Occidente, intenté describir cómo la estructura construida de la realidad se vio alterada en determinados momentos, viendo de qué manera los paradigmas y hábitos psíquicos de cada época condicionaron las explicaciones que se daban de las apariciones espectrales de leyendas y rumores. Cada cultura ha inventado sus propios fantasmas, y occidente no ha sido la excepción a la regla. 

5. ¿En qué afecta a la sociedad creer en estos "seres" que han formado parte de nuestra cultura, pero que hasta hoy no se puede afirmar ni negar que realmente existan?

Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios reflejos. Nos exponen, desde un ángulo original, cómo hemos elaborado en los últimos quinientos años nuestra identidad, nuestro exacerbado individualismo; y de qué manera se entretejieron variables culturales, psicológicas y sociales en la construcción de la cosmovisión antropocéntrica que ha hecho de Occidente lo que hoy es. En muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas cosas al mismo tiempo.

Los fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el individualismo. Banderas visibles del antirracionalismo, los fantasmas —apareciendo y desapareciendo— denuncian insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas esperanzas, no del todo creídas.

Por otro lado, y desde un punto de vista estrictamente histórico, el discurso referido a los fantasmas representa uno de los indicadores del gradual proceso de individuación que se dio en la sociedad occidental. A medida que la imagen del Yo individual se estructuró socialmente, nuestros visitantes de la noche adoptaron formas y aspectos identificables y claros. Incorporaron un rostro, incluso un cuerpo que —aunque etéreo— ocupaba un espacio propio, separado del resto del mundo y de las redes comunitarias en las que antiguamente se encontraba inmerso. Adquirieron personalidad, vestimentas y hasta un honor individual que defendieron más allá de la muerte. Igualmente, los fantasmas pueden ser vistos como los principales arquitectos de nuestros miedos y angustias, que a partir de la influyente visión racionalista, mecanicista y materialista del siglo XVIII, que hizo de la vida “una chispa entre dos nadas”. En otras palabras, son un claro diagnóstico de esperanza.

6.  ¿Qué opinas de las personas que se nombran cazafantasmas?

La verdad es que no tengo una opinión formada sobre los modernos caza-fantasmas. Aunque creo que primero deberíamos aclarar bien qué entendemos por “cazar”. Si con esa acción hacemos referencia al acto de meter a un espíritu errabundo dentro de alguna misteriosa caja aislante (como en aquel film de la década de los ochenta), mi respuesta se traduce en una sonrisa irónica y crítica. Pero si ahondamos un poco más en el fenómeno, yo mismo he sido, de alguna manera, un caza-fantasmas. Claro que no los buqué en mansiones embrujadas ni en cementerios de lúgubre aspecto gótico, sino en los relatos literarios, el folklore y los rumores que han venido circulando desde hace siglos. Ahí creo que están lo únicos fantasmas que existen. Sólo allí es posible “cazarlos”. Y se lo digo con conocimiento de causa: como historiador debo confesarle que a diario hablo con los muertos. 

7.   ¿Tienes alguna anécdota personal que aún no le encuentras explicación?

Desde hace ya unos cuantos años vengo recopilando historias de fantasmas. Pero hasta la fecha los relatos de “testigos” aluden no a experiencias personales, sino a las de terceros (un primo lejano, un amigo de un amigo, etc). En lo personal jamás me vi en una situación “extraña” o paranormal, y puedo asegurarle que recorrí más de un sitio considerado “embrujado”.[3]

Durante mi adolescencia incluso me divertí con conocido juego de la copa y visité cementerios con el objeto de comprobar que la información dada por el circunstancial espíritu convocado era cierta. Nunca probé nada. Jamás puede encontrar la tumba que el fantasma se había tomado el trabajo de describir y ubicar en el camposanto. Esas verificaciones siempre las realizan otros, los anónimos hombres y mujeres del rumor y los relatos populares. Así funcionan las cosas en este campo; interesante por cierto, ya que en todos los casos no hay otras explicaciones más que las sobrenaturales. Una historia de fantasmas que encuentra una solución deja de ser una historia de fantasmas.

8. ¿Qué es la parapsicología, y cuál es su valor (si es que lo tiene) para la sociedad?

La parapsicología es la disciplina que se encarga del estudio de los fenómenos paranormales o psíquicos, que son aquellos están más allá de las explicaciones que pueden dar hoy la psicología y la física. Comúnmente denominados “fenómenos Psi”, éstos suelen clasificarse en cuatro categorías. La telepatía, que es la adquisición de información de otra persona —cercana o distante— por medios que excluyen los sentidos ordinarios o cualquier inferencia lógica. La clarividencia, que es la capacidad de conseguir información procedente de un objeto o acontecimiento. La precognición, que implica conocer algo que sucederá en el futuro. Y, finalmente, la psicocinesis  (o PC) que no es otra cosa que la influencia de la mente humana, mediante la acción directa de la voluntad, sobre otra persona, objeto o acontecimiento, sin utilizar fuerza física alguna conocida hasta ahora (p.ej. mover objetos a la distancia).

Al respecto, la comunidad científica es escéptica en casi un 90 %. Pero todos sabemos que la ciencia es un método en desarrollo y no estático. En el futuro, seguramente, nuevas ideas y especulaciones modificaron nuestra imagen del mundo. Ninguna ley propuesta por los científicos debería ser tomada como una verdad permanente. Por eso la actitud que tengo ante estos hechos es crítica, no escéptica. Las ideas deberán cambiar. Y con ellas la historia de nuestros fantasmas.

FJSR

Setiembre de 2005  

Notas:

[1] Soto Roland, Fernando Jorge, Visitantes de la Noche, Editorial Martín, Mar del Plata, Argentina, 1998.

[2] Véase: Eysenck Hans y Sargent, Carl, Los Misterios de los Paranormal, editorial Sudamericana-Planeta, Buenos Aires, 1984.

[3] Véase en Internet «La Dama del Viena». “Experiencia” posterior a la entrevista aquí publicada: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/la_dama_del_viena.htm

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

Email: sotopaikikin@hotmail.com

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