Garras, ataques y maullidos

 La leyenda del Hombre-Gato en el imaginario argentino

como construcción social en contextos de crisis y transición.

 por Fernando Jorge Soto RolandÛ

INTRODUCCIÓN  

Las sombras de la última dictadura cívico-militar (1976-1983) aún eran densas cuando, hacia mediados de 1984, un aparente y misterioso personaje empezó a asolar al Gran Buenos Aires; expandiendo al poco tiempo su violento radio de acción a Capital Federal y, algo más tarde, a la ciudad de Córdoba, Santa Fe y otras partes del país.

Rápidamente algunos periódicos porteños se hicieron eco del caso y la bola de nieve creció hasta alcanzar dimensiones inimaginables al principio. Ya para agosto de aquel año, el Hombre-Gato, nombre con el que fue apodado mediáticamente, había alcanzado fama a nivel nacional. Y así, convertido en una verdadera usina de terrores, el merodeador nocturno terminó convirtiéndose en uno de los personajes más famosos del imaginario contemporáneo de los argentinos.

Esta es su historia

Buenos Aires, octubre 2014 


PARTE 1

 

EL PERSONAJE

 

Me parece haber visto

un lindo gatito”.

 

Frase tradicional de

 Tweety, el canario.

 

 

A través de un lenguaje que cabalgaba entre lo jocoso y lo preocupante, algunos medios masivos de comunicación porteños, hacia mediados de 1984, alarmaron a la población informando que un extraño personaje vestido completamente de negro (polera, pantalón y capucha del mismo color), había atacado, amparado por las sombras de la noche, a una chica (anónima) en la localidad de Brandsen (provincia de Buenos Aires).

 

¿Qué tenía de extraño ese caso? ¿Qué era lo que lo volvía tan singular? ¿Qué había de misterioso en una simple agresión, que no había derivado en muerte?

 

La respuesta la encontramos en las letras de molde con las que el Diario Popular difundió la noticia:

 

ATACA EL HOMBRE-GATO[1]

 

Pocos lectores deben haber obviado ese titular. Llamaba la atención. Y no era para menos ya que, a poco de indagar en el reporte, podía advertirse que el ataque referido tenía un claro tufillo a suceso extraño.

 

¿Quién o qué era eso que llamaban Hombre-Gato?

 

A partir de ese momento la historia empezó a crecer y a ocupar más y más espacio en una serie de periódicos de gran tirada y alcance popular. El excepcional “criminal híbrido” se instaló en la cabeza de la gente. Y no era para menos. Sus características físicas, cualidades, comportamiento y vestimenta (que evolucionaron con el tiempo), lo destacaron por encima de otros enemigos públicos, volviéndolo famoso.

En principio, se lo describía como un hombre alto, de 1,80 metros de estatura, muy fuerte, extremadamente ágil, con largas púas (garras) de acero adosadas a sus guantes y zapatillas con tapones (clavos), para “trepar mejor”. Pero lo que más sorprendió fue que maullaba escandalosamente y “con voz gruesa” al momento de atacar.

 

¿Se trataba de un demente? ¿De un bromista? ¿O estaban ante algo mucho más espeluznante?

 

Un segundo titular, esta vez del Diario Crónica, alertaba:

 

BRANDSEN ATERRORIZADO POR EL “GATO MONTÉS”[2]

 

El artículo redoblaba la apuesta.

 

El pueblo ya estaba aterrorizado. Muy especialmente Arnaldo Emilio Llaños, vecino de 23 años que, según sus propios dichos, se había trenzado en un desigual combate con el misterioso ser, al que Crónica tempranamente pretendió bautizar como “El Gato Montés”, siguiendo tal vez la misma inclinación que Martín Karadagian adoptara a la hora de nombrar a los personajes del famoso show de catch, Titanes en el Ring. Pero la etiqueta no tuvo quórum. No “pegó” entre la gente. Tampoco entre los lectores y los difusores de la historia. Todos prefirieron la denominación que le diera el Diario Popular ese mismo 4 de agosto de 1984. A él le correspondió la victoria en esa breve batalla nominativa, y desde hace 30 años lo seguimos recordando como el Hombre-Gato.

 

El monstruo ya tenía nombre y empezaba a delinear algunos de sus rasgos más típicos.

 

Llaños (si es que realmente existió y no fue un invento mediático) relató a Crónica que, siendo las 23 horas, había sido atacado por un individuo con máscara negra (en la versión del Diario Popular era una capucha), alto, fortachón, que maullaba como un gato y que le rompió íntegramente la camisa que llevaba puesta con las filosas púas que tenía en la punta de sus guantes. Hiriéndolo, de paso, también en el cuello. Aunque veloz y ágil, lo describió como una persona chueca, lo que desencadenó una paranoica búsqueda entre los vecinos con ese defecto.

 

Según el diario, el singular combate terminó con la pérdida del conocimiento del pobre muchacho quien, “aterrorizado”, había dejado la ciudad.

 

No regreso a Brandsen hasta que no lo atrapenhabría declarado.- Y cuando vuelvo, vuelvo de día”.[3]

 

La noche ya no le pertenecía a la gente. El Hombre-Gato empezaba a señorear en ella. O al menos en la imaginación de muchos lectores de Crónica y Diario Popular.

 

Al día siguiente, 5 de agosto, la noticia tomó ciertos ribetes tragicómicos. Al “miedo, intranquilidad y gente armada circulando por las calles”, se agregó una llamada telefónica dirigida a la seccional local de la Policía Bonaerense.

 

Soy el Gato. Si no me creen llámenme al número 2263”.[4]

 

No bien los representantes de la fuerza de seguridad marcaron el número, la misma voz anterior preguntó con ironía:

 

¿No me creían?

 

El Hombre-Gato desafiaba a la policía. Se burlaba de ella. Tal vez era una de las primeras veces, después de la temible dictadura militar.[5] ¿Acaso se estaba convirtiendo en una especie de vengador anónimo? ¿Cuántos vecinos, lejos de sentir terror, empezaron experimentar cierta admiración por él? Nunca lo sabremos, pero lo que si se conoce por intermedio de los mismos diarios, es que el número telefónico desde donde “El Gato” llamó pertenecía a un profesor de Brandsen, quien aseguró no entender qué había pasado, puesto que su línea estaba descompuesta desde hacía un largo tiempo. El docente no tenía nada que ver en el asunto y el Hombre-Gato siguió con su gira delincuencial.

 

Las pistas abiertas por la llamada telefónica no condujeron a nada; y un artículo del 6 de agosto no hacía más que confirmar eso:

 

MISTERIO EN EL CASO DEL HOMBRE-GATO[6]

 

El “felino” se escabullía y Brandsen, al decir del Diario Popular, había caído en una situación de psicosis colectiva.

 

Supuestamente en armas, los vecinos buscaban al monstruo por todas partes clamando esclarecer el misterio. Se iniciaba así una muy particular cacería que, honestamente, dudamos haya tenido el alcance que el periódico señalara.

 

Al miedo desatado se le empezaba a sumar la exageración y la vocación literaria de algún editor. Por otro lado, el mutismo de los participantes en las batidas era total y la policía, lejos de impedir esa peligrosa explosión ciudadana, se había encerrado en un absoluto hermetismo.

 

Los vecinos se negaban a ser fotografiados o se publicaran sus nombres, y los testimonios que se reprodujeron en el reporte eran por completo anónimos (y no exentos de cierto humor solapado).

 

En agosto los gatos entran en celo – habrían informado-. Va a ser terrible. Todo el mundo estará asustado escuchando maullidos”.[7]

 

Pero eso no era todo.

 

El Hombre-Gato empezaba a exhibir una nueva condición: su ubicuidad.

 

Aparece en muchas partes al mismo tiempo –señala otra anónima vecina. Y racionalizaba a continuación: -Fantasma o diablo no es, por lo que debe de haber conseguido ayudantes. Y ahora sí esos tipos corren el riesgo de que les metan un balazo”.[8]

 

Por su parte, el mozo de un bar (así de ambiguo era el periódico a la hora de señalar testigos), agregaba:

 

Los que tienen problemas en Brandsen son los hombres altos, atléticos y chuecos (recordar testimonio del tal Llaños). La gente los mira con desconfianza”.[9]

 

A simple vista, el grotesco Hombre-Gato había llegado para alterar el cansino clima del pueblo. Ya nada parecía ser como era antes. Mucho menos para una aterrada muchacha de 13 años de edad que, tras ser atacada en un galpón, había conseguido verle la cara sin máscara; razón por la cual se negaba sistemáticamente (como era de prever) a revelar su identidad, manteniéndose a salvo.

La policía, sin dar ninguna información oficial (“secreto de sumario”), se lanzó a la búsqueda.

 

No va a quedar un solo rincón sin revisar, hasta terminar con la plaga” –sostuvieron los uniformados, según Diario Popular, el 7 de agosto.

 

Pero “la plaga” no se dejó atrapar.

Sus macabros aullidos siguieron interrumpiendo la quietud de la noche.

 

El maullido, se conoce a la legua –declaró un poblador-, no es el de un gato, sino el de un hombre que finge serlo”.[10]

 

Cuatro días más tarde, con fecha 14 de agosto, Diario Crónica volvía a poner en ridículo a las fuerzas del orden con un titular que revelaba el error de una supuesta captura.

 

DESMIENTEN DETENCIÓN DEL HOMBRE-GATO[11]

 

Muy a pesar de muchos, las tropelías del personaje parecían ir en aumento.

 

Todo empezó con sus andanzas hace más de mes atrás atacando a mujeres solas… a las que violó”.[12]

 

Con un solo renglón, de violento asustador el Hombre-Gato se había convertido en violador de mujeres. Era perentorio dar con él a la brevedad. Se estaba pasando de la raya.[13] La comicidad que podía haber despertado la noticia en los primeros días mutaba hacia el drama. Entonces empezaron las acusaciones entre los pobladores; y fue un tal Carlos Godoy (profesor de arte marciales y jefe de vigilancia de “un banco importante”) el que debió salir a defender su buen nombre y honor.

 

“YO NO SOY EL HOMBRE GATO”, CLAMA UN PROFESOR DE KARATE DE BRANDSEN[14]

 

El sensacionalismo había alcanzado cotas demasiado altas. Era necesario bajar los decibeles. Y justo en ese momento fue que el Hombre-Gato empezó a expandir su accionar a otras localidades bonaerenses. Y Diario Popular, como era de preveer, lo anunció con bombos y platillos.[15]

 

OTRO ATAQUE DEL HOMBRE-GATO.

EL SINIESTRO PERSONAJE ATERRORIZA A LA POBLACIÓN DE MONTE GRANDE[16]

 

La primavera de 1984 sorprendía al partido de Esteban Echeverría con la gente alzada en las calles y “calificados informantes” revelaban que se habían organizado precarios grupos armados con palos, cadenas y piedras.[17] Por otro lado, otra fuente “altamente confiable” del Hospital Municipal Santa Marina de Monte Grande, afirmaba que tres personas atacadas por el ser habían ingresado al nosocomio con sendas heridas. Una en el brazo, por un elemento “similar al gancho de un carnicero”; otra, con marcas “como de tenedor”, aunque superficiales; y finalmente la última, con “rasguños en el rostro”.

 

Pero los ataques no estaban dirigidos sólo a personas. También se denunciaban intentos por ingresar en viviendas, junto con paredes, ventanas y portones destrozados a arañazos.

 

El Hombre-Gato aparecía en todas partes. Diferentes barrios alertaban a la gente sobre su presencia.[18] Fue entonces cuando una hipótesis, apenas esbozada hacía unos días en Brandsen, empezó a adoptar en Monte Grande la forma definitiva con la que pasaría a la historia de las leyendas urbanas argentinas.

 

Parece que el Hombre-Gato no sería uno solo sino unos 20 hombres rubios y grandotes que por las noche se visten de negro y atacan con sus garras de metal a la gente. Integrarían una secta de origen brasileño”.[19]

 

Transformado en una verdadera camada felina, el misterioso agresor entró en un impasse durante el mes de octubre. Sus noticias se ralentizaron y los seguidores de sus bizarras tropelías debieron esperar hasta fines de noviembre de 1984 para volver a saber de él. Y, en esa ocasión, resucitó renovado, adoptando una vestimenta que parecía acercarlo cada vez más a un super-villano de historieta.

 

TRISTÁN SUÁREZ

CON ANTIFAZ, CAPA Y GARRAS SE ARROJA DE LOS ÁRBOLES

HOMBRE-GATO VIOLADOR[20]

 

A sólo 45 kilómetros de Capital Federal (donde también empezó a ser visto), el escurridizo delincuente cambió su modus operandi. Podríamos decir que se “afelinó” más. Sus agresiones se volvieron más traicioneras y tomó la “gatuna” costumbre de lanzarse desde la copa de los árboles sorprendiendo a su víctimas. De aquellos días viene el miedo, especialmente entre los más chicos, que se les empezó a tener a los espacios arbolados. La paranoica fantasía de encontrar un Hombre-Gato colgando de las ramas pasó a ser tema de chistes y cometarios diarios.[21]

 

Por su parte, el Diario Crónica se encargó de redefinir las típicas agresiones que descargaba sobre hombres y mujeres, agregándole ahora dos nuevos móviles: el robo y “el aberrante sometimiento sexual a niños durante las horas nocturnas”.[22]

 

El Hombre-Gato devenía en una “feroz amenaza”. Un delincuente-sátiro que parecía ensañarse con los más pequeños, y con ello, el tono emotivo de las noticias cambió (muy especialmente después de su incursión dentro del predio de la Escuela Primaria N°44 del barrio Tristán Suárez, donde, incluso, llegó a amedrentar con una nota por demás bizarra a las maestras).[23]

 

En un contexto como el que se había creado, en el que todos agregaban algo a la historia, no faltaron aquellos que racionalizaron el hecho aduciendo que eran los propios alumnos los que la habían escrito; pero el testimonio de una maestra (de la que se dio nombre y apellido) echó por tierra la hipótesis. Aparentemente, ella había visto al Hombre-Gato descender de un árbol para sortear la verja de hierro que rodeaba la colegio. Sostuvo que saltaba con agilidad sorprendente, que tenía capa negra (¡!), zapatos con clavos, antifaz cubriéndole el rostro(¡!) y garras de acero.

 

Anónimos testigos confirmaban los dichos de la docente:

 

En el Hospital Caseros de Tristán Suárez, se han atendido varias personas heridas por el malviviente. Resultaba evidente que habían sido víctimas de garras de acero”.[24]

 

Pero, hacia el final del reporte, el diario daba el salto mas grande al que se había atrevido hasta entonces.

 

La policía investiga la muerte de dos hombres”.[25]

 

Parecía desprenderse que “El Gato” se había convertido en un asesino.

Tras semejante insinuación, desapareció de la sección “Policiales” durante casi un mes. Habrá que esperar al 29 de diciembre de 1984 para que el Diario Popular volviera a colocarlo en un titular.

 

OTRO ATAQUE DEL HOMBRE-GATO

MUJER SORPRENDIDA AL LLEGAR A SU HOGAR EN MONTE GRANDE[26]

 

Al parecer, los espacios privados de los ciudadanos seguían a merced del acosador. Ya no respetaba a nadie, ni siquiera a las mujeres de edad avanzada, como la señalada en el artículo. Sus hábitos eran cada vez más violentos; los árboles, sus refugios preferidos y sus maullidos, oídos por todas parte. Asimismo, la criatura no se había olvidado del grupo más desprotegido: los chicos. En Esteban Echeverría, Diario Popular denunciaba el ataque perpetrado contra “una niña de 9 años, a la que dejó herida”.[27]

Ya era suficiente.

 

Tras casi seis meses de presencia mediática, había que ponerle coto de una vez por todas. Y el 30 de diciembre de 1984, finalmente, una noticia sacudió a la opinión pública.

 

MATAN HOMBRE-GATO

HABRÍA CAÍDO EN EZEIZA TRAS ENFRENTAR A LA POLICÍA[28]

 

Pero bastaba con seguir leyendo el artículo para reconocer que no existía seguridad absoluta respecto del deceso. El tiempo verbal que se utilizaba generaba dudas. Todo seguía siendo muy ambiguo. ¿Estaba realmente muerto?

 

Tras un tiroteo de 45 minutos habría sido abatido el Hombre-Gato que aterrorizaba a Monte Grande”.

 

¿Quién lo decía?

La versión provenía de los vecinos y no de la policía, supuestamente involucrada. Las fuerzas de seguridad seguían sin declarar oficialmente nada, ni siquiera la Brigada de Investigaciones de Avellaneda, a quien le atribuían el espectacular hecho.

Por otro lado, el Hombre-Gato había mostrado una gran resistencia a morir.

 

Pese a que le dieron varios disparos, no le hacían nada pues rebotaban en una gruesa armadura que le cubría gran parte del cuerpo”.

 

Y agregaban:

 

Habría sido identificado como un brasileño, lo que refuerza la teoría de que era una secta brasileña”.

 

En definitiva, no había seguridad de nada. Blindado como estaba, el malviviente dejaba abierta la posibilidad de una nueva aparición. Que no tardó en producirse.

 

El 1 de enero de 1985, cuando los festejos de fin de año aún no concluían, volvió a las andadas.

 

REAPARECIÓ EL HOMBRE-GATO

VECINOS DE MONTE GRANDE PROGANIZAN PATRULLAS PARA ATRAPARLO[29]

 

Parecía tener más de siete vidas y, aunque en esta oportunidad no se reportaban víctimas, las batidas populares no se dejaron esperar. Tampoco varios días después, el 10 de enero de 1985, cuando sus apariciones empezaron a darse también en Burzaco (provincia Buenos Aires), en el barrio Arzeno del Partido de Almirante Brown y en Lavallol.

 

OTRA VEZ EL HOMBRE-GATO

PATRULLAS DE CIVILES ARMADAS RECORREN BARRIOS DE BURZACO TRATANDO DE SORPRENDER VIVO O MUERTO AL EXTRAÑO PERSONAJE[30]

 

“¡Apareció la noche de Reyes!”, se quejaba un vecino, indignado por semejante acto de herejía

 

Quieren entrar en las casas para lastimar a los moradores”, decía otro.

 

Los oímos y vimos raspar todas las paredes”, denunciaba una señora.

 

La policía no hace nada y nuestros hombres, que trabajan todo el día, deben pasar la noche siguiéndolo”, reclamaba una esposa indignada.

 

Hay más de uno”, aseguraban a viva voz. “Son sujetos vestidos con prendas negras, anteojos especiales para ver de noche, botas de cuero, manoplas y chaleco antibalas. No deben ser argentinos pues sus palabras parecen portuguesas o brasileñas”.[31]

 

Los Hombres-Gato parecían haberse transformado en un verdadero “Comando de Elite”. ¿Acaso nos estaban invadiendo nuestros vecinos latinoamericanos? Si era por el radio de dispersión de sus acciones, parecía que sí.

 

El 27 de febrero de 1985 le tocó a un pueblo del Partido de General Sarmiento.

 

ANDANZAS DEL HOMBRE-GATO

VECINOS DE PABLO NOGUÉS MONTARON OPERATIVO PARA PONER FIN A LA PESADILLA[32]

 

El lenguaje periodístico se militarizaba.  Ya se hablaba de “operativos de defensa”, de cientos de vecinos armados por las calles y algunos heridos.

 

Un joven del barrio Cabañas había resultado con un tiro en el cuerpo mientras perseguía a un hombre-gato, que logró escapar subiéndose a auto conducido por un cómplice.[33]

 

Desde hace 10 días no podemos dormir”, dijo un vecino; y ya eran cuatro las personas que se decía habían sido atacadas y atendidas en el Hospital de Polvorines.

 

La guerra se había declarado.

 

Y justo cuando todo parecía estallar e irse al demonio, el Hombre-Gato (al menos con ese nombre) desapareció para siempre.[34]

 

PARTE 2

 

TEORÍAS Y RUMORES

 

Cada rumor tiene su público”.

 

Gordon Allport y Leo Postman,

La Psicología del Rumor

El temor que el Hombre-Gato despertó en la población durante la década de 1980, o la aparición de otros personaje amenazadores del mismo tipo[35], puede ser interpretado como una clara señal de lo presente que están en la sociedad algunos miedos ancestrales; de cómo se camuflan (camuflamos) y adaptan (adaptamos) a los tiempos que corren; además de revelar cuán delgada es nuestra capa de racionalismo cartesiano.

 

El pensamiento mágico, como el Hombre-Gato, está ahí, agazapado, listo para pegarnos el zarpazo que nos quite de la circunstancia cotidiana y nos lleve a otra, mucho más flexible, abierta, ilimitada (sin límites fijos), en donde muchas cosas son posibles. Aún siendo éstas abiertamente ridículas.

 

En el presente apartado intentaremos resumir las distintas hipótesis explicativas que se dieron (popular y no tan popularmente) del escurridizo y gatuno personaje. Esperamos que con ellas el lector advierta el importante bagaje cultural que se encierra detrás de esta historia, en apariencia, inocente y grotesca.

 

DIVERSIDAD DE APROXIMACIONES

 

Ya sea con capucha negra o antifaz, sus garras de acero, extraordinaria agilidad y maullidos, el Hombre-Gato representa, en el imaginario colectivo, a una criatura que, aunque más no sea artificialmente, está asociada a la hibrides; condición que siempre ha despertado horror entre la gente.

 

Su solo nombre la denota.

 

Mitad hombre, mitad felino, este personaje es el anuncio de una ambigüedad que va más allá de lo biológico y que lo acerca al género de lo fantástico, tal y como lo definió Tzvetan Todorov.[36]

 

Es que en un contexto donde la verdad y la ilusión se entreveran, y en el que lo real y la mentira tienen fronteras poco claras, la vacilación se impone como efecto inmediato, dándole sentido a las tramas y sucesos fantásticos que, tanto oralmente como por escrito, se transmiten. Y ahí está justamente su atractivo. De ese vacilar nace el misterio y las dudas, las indefiniciones e incertidumbres.

 

Todas las hipótesis que veremos comulgan con estas características. Y si bien es cierto que algunas terminan resultando mas serias que otras, en conjunto no son más que la acumulación de temores, rumores y prejuicios que arrastra la sociedad en un momento dado.

 

La primera explicación que circuló, y que más tarde siguió compartiendo con otras el escenario teórico (sin ser excluida), fue la del demente o bromista solitario. Un individuo claramente desquiciado, muy ágil y escurridizo, capaz de grandes saltos, corridas y actos de violencia que, de acuerdo con los periódicos, habrían ido en aumento a medida que pasó el tiempo. En su cursus honorum (de simple asustador urbano a el de violador y supuesto asesino de mujeres y niños), el Hombre-Gato (que fuera siempre más oído que visto) desarrolló pautas ilógica de comportamiento, como la de pasearse por techos y terrazas o rasguñar puertas y ventanas con el solo fin de meter miedo y exhibir las garras. Loco y/o socarrón, con su capa, antifaz y coraza, hoy se nos presenta como alguien realmente ridículo. Aún así, aquellos que eran niños hacia mediados de la década de 1980 lo recuerdan con rejuvenecido pánico y no cierta nostalgia, al rememorar las advertencias que les hacían sus madres: “Vení para acá, entrá temprano a casa, que sino te lleva y te come el Hombre-Gato”.

 

Sobredimensionando los peligros urbanos (“no salgas de noche”, “no atiendas a extraños”, “enciérrate en el hogar cuando cae el sol”) esta versión de la historia es de neto corte moralista y se enlaza con la de otras criaturas legendarias del folclore post-industrial. La mayoría de ellas de fama y difusión internacional.

 

Según Jorge Halperín, “es probable que la versión masculina de la Viuda Negra sea el Hombre-Gato o el Hombre-Araña”.[37]

 

En todos estos casos el tema sexual sobrevuela la historia de manera bien directa. Ya sea viuda, arácnido o felino, estos supuestos atacantes nocturnos están guiados por un enfermizo apetito que los lleva a cometer feroces violaciones sobre jóvenes y mujeres, sometiéndolos casi siempre con elementos punzantes (fálicos), tales como tijeras, en el caso de la viuda, o múltiples garras en el de “El Gato”.

 

Halperín recuerda, en su excelente libro, que en varios barrios porteños, como también en La Plata y otras ciudades del interior, “circulan hace tiempo todo tipo de rumores en torno a estos gatúbelos en armas[38] dispuestos a atacar sexualmente a personas indefensas. Aunque no siempre están guiados por su desaforado apetito hormonal. En ocasiones simplemente buscan robar o asustar, encontrando en el susto del otro un extraño placer; de seguro relacionado con el poder que el miedo ejerce sobre las personas.

 

En la otra punta del continente americano también nos topamos con creencias semejantes. Por ejemplo, en los Estados Unidos se habla de un ser conocido como el Hombre-Chivo.[39] Este personaje no es más que una versión del famoso y universal “monstruo del callejón”, que ataca en sitios oscuros y tranquilos, tomando por sorpresa a parejas de amantes a punto de concretar.

 

Si bien entre el Hombre-Chivo y nuestro Hombre-Gato existen ciertas similitudes en sus objetivos (violar, robar y en última instancia matar), la gran diferencia está marcada por una cuestión biológica. En tanto que “El Gato” no es más que un ser humano disfrazado, “El Chivo” yanqui es un monstruo real (no sólo moral) con características semejantes a Pie Grande (peludo) o a los sátiros de la mitología clásica (Pan), con torso humano y piernas de chivo. Tal vez por este motivo el Hombre-Chivo esté generalmente citado en libros de criptozoología y no tanto en los de leyendas urbanas.[40]

 

Finalmente, habría que señalar a otro personaje anglosajón conocido como “Ojos Anaranjados”.[41] Una criatura alta, peluda y también resistente a las balas que intimida con sus enormes pupilas naranjas antes de cometer crímenes idénticos a los descriptos. Recordemos que en algunas apariciones mediáticas el Hombre-Gato tenía ojos rojos y que, de igual forma que esta criatura, estuvo asociado a un ermitaño loco o a un simple bromista.[42]

 

Una segunda versión de la leyenda del Hombre-Gato es aquella que parte de una creencia muy extendida ya en 1984 y convenientemente difundida por los medios de comunicación, tal como lo consignamos en la primera parte del trabajo.

 

La misma sostenía que, dada la ubicuidad del personaje, que parecía estar en dos sitios diferentes al mismo tiempo, se estaba ante la presencia no de uno, sino de varios Hombres-Gato. Una banda de estrafalarios sujetos capaces de actuar mancomunadamente en pos de una meta nunca del todo definida, ni clara.

 

Como es de prever, esta posibilidad elevó el miedo de la sociedad a niveles que los diarios no dudaron en definir como psicosis colectiva. A partir de entonces, los Hombres-Gato podían estar en todas partes, en todo momento, amenazando a la desprotegida comunidad con sus histéricos maullidos y sus garras.

 

No fueron pocos los que interpretaron esto como invasión de la que nadie podía estar ajeno. Los involucraba a todos. Tal vez ése haya sido el motivo por el cual se difundió la noticia de que “vecinos armados” defendían a la gente. ¿Pero con qué tipo de enemigo se lidiaba? ¿Quiénes conformaban esa pandilla de “Gatos”?

 

Al respecto, esta versión de los “hechos” tiene dos variantes: la de la consabida secta brasileña; y una segunda, menos conocida pero de fluida circulación oral, que hablaba de un macabro experimento genético realizado por los militares, durante la última dictadura.

 

La primera variante (la de la secta) no deja de reflejar un antiguo sentimiento de xenofobia hacia el Brasil. Por décadas, y hasta la concreción del MERCOSUR y la actual unidad latinoamericana, el vecino país (junto con Chile) fue visto como un potencial y peligroso enemigo, siempre dispuesto a expandir sus fronteras hacia el sur, en clara alusión a una supuesta vocación imperialista. Creemos que esta fantasía encuentra su justificación en las sendas guerras que las Provincias Unidas del Río de la Plata tuvieron con ese país durante el siglo XIX y a una ideología de derecha pro-yanqui siempre contraria la unidad de latinoamericana.

 

Pero eso no era todo.

 

Esos rumores no hacían alusión a brasileños comunes y corrientes, sino a miembros de una secta, con toda la connotación negativa y esotérica que ese término suele arrastrar.

 

¿De qué tipo de secta se trataba?

 

Los testimonios recogidos por los periódicos de la época no lo especifican de manera directa. Se limitaban a sugerir de que se estaba ante una secta claramente de origen religioso y no político. Claro que, hablar de ello en los medios, era una manifiesta alusión al umbandismo u otras prácticas de origen afroamericano (macunba, kimbamda). En pocas palabras: a los prejuicios nacionalistas extremos se les agregaban otros de neto corte racista y cultural. Aunque sorprende que no se haya hablado de Hombres-Gato- Negros (hubiera sido el colmo), la indumentaria oscura, que tenían de pies a cabeza, podría ser una sublimación elegante del prejuicio.

 

En el imaginario e ignorancia de muchos, umbandismo era/es sinónimo de satanismo, sacrificios humanos, sangre y violencia ritual. No es extraño entonces que nuestros temidos “Gatos” hayan quedado relacionados con esas ideas; muy probablemente influenciadas también por el famoso crimen de Oriel Briant, cometido en julio de 1984 y vinculado a ritos y sectas del mismo tipo.[43]

 

Pero la teoría sobre la pluralidad de Hombres-Gato tuvo otra interpretación cuya raíz resulta mucho más macabra que la anterior por estar relacionada con un contexto histórico real: el del autodenominado (y perverso) Proceso de Reorganización Nacional de 1976-1983.

 

Como todo momento traumático, la dictadura cívico-militar de los ’70 generó un significativo número de historias fantásticas y paranormales en torno a ella. No es un tema del que se hable demasiado y abiertamente. En probable que esto tenga que ver con el prurito que despierta una temática tan dolorosa; en especial el temor a banalizarla, estando muchas heridas aún abiertas. Pero no hay nada de banal en ellas cuando se las analiza en profundidad. Los rumores y leyendas urbanas en torno a fantasmas de desaparecidos o almas en pena en antiguos centros clandestinos de detención (donde se torturaban y asesinaban a centenares de personas impunemente) no dejan de ser duras denuncias y reclamos de justicia. Canales válidos por los que una sociedad critica un hecho o proceso histórico acudiendo a un lenguaje más alambicado, complejo e inconsciente.

 

Los Hombres-Gato no escapan a este fenómeno y, de acuerdo a la versión consignada por Guillermo Barrantes y Víctor Coviello en Buenos Aires es Leyenda 2, el barrio porteño de Agronomía (sede de la facultad del mismo nombre) es la cuna original de esta sugestiva lectura de los hechos.[44]

 

En pocas palabras, las gatunas criaturas no serían más que el resultado de experimentos secretos realizados por los militares en el Instituto de Genética de la facultad, mientras buscaban “fabricar” el soldado perfecto (ágil, con visión nocturna y resistente a las balas). Los Hombres-Gato serían un remante de esos experimentos; una versión novedosa de la “mano de obra desocupada” de aquellos días.[45]

 

Y no sólo eso. Los autores consignan que el cuento de la secta brasileña la inventaron los propios represores para desviar la atención de la prensa y de la gente. Como puede observarse, las teorías conspirativas no fueron ajenas a la cuestión de los Hombres-Gato. Ni aquí, ni en los Estados Unidos, ya que la mencionada leyenda del Hombre­-Chivo tiene también su versión referida a un experimento biológico hecho en laboratorios.[46]

 

Aun quedan dos breves explicaciones, en apariencia más racionales, que Barrantes y Coviello señalan en su interesante libro. Una, en nuestra opinión la menos atractiva, es la que sostiene que las andanzas del Hombre-Gato no son mas que un invento intencional y premeditado del escritor Julio Cortazar y un amigo suyo del barrio de Agronomía.[47] La otra, más al estilo de la moderna leyenda urbana, dice que toda la historia fue promocionada por las oficinas inmobiliarias del barrio, con el solo fin abaratar los costos de las viviendas y después adquirirlas a muy bajo precio.[48] Una mera pero maquiavélica operación comercial, para la que se habría contratado los servicios de un trapecista.

 

Finalmente nos queda una última explicación. Una que sintetizó en gran parte a muchas de las explicaciones anteriores. Que las usó, divulgó e instaló en la sociedad a partir de notas periodísticas inventadas, con el objeto de vender más diarios.

 

Científicos locos, verdugos, conspiraciones, superhombres entrenados para la guerra urbana, satanistas extranjeros, locos ermitaños y bromistas, inmorales compradores de casas y periodismo amarillista han desfilado por estas páginas. Así todo, después de 30 años, el misterio de los Hombres-Gato sigue tan vigente y activo como siempre.[49]

 

PARTE 3

 

MIEDO POR DOQUIER

 

 

Muchos de nosotros aceptamos rumores falsos,

ya sea por los temores o por las esperanzas que tenemos”.

 

Cass R. Sunstein,

Rumores. Cómo se difunden las falsedades,

por qué nos las creemos y qué se puede hacer con ellas.

 

“La cobertura mediática del delito es

proporcional a su rareza y no a su frecuencia”.

 

                                                            Gabriel Kessler,

                                     El sentimiento de Inseguridad.

 

Todas las sociedades producen leyendas urbanas en función a sus necesidades, sean éstas concientes o inconcientes. A través de ellas expresan, metafóricamente, aquello que les resuelta problemático o les genera intranquilidad; sin importar lo objetivo (real) o subjetivo (inventando) que resulte la fuente que da origen al miedo.

 

Si el Hombre-Gato es, efectivamente, una metáfora cultural de ese tipo, lo importante será tratar de determinar qué se quiso manifestar o exorcizar con su inquietante irrupción.

 

Jorge Halperín es el que mejor resume lo antedicho al señalar que, en el fondo de toda esta historia, no hay otra cosa que un fuerte “clamor por un mundo más previsible y seguro”.[50] Pero si el Hombre-Gato no es más el símbolo de la inseguridad y de la vulnerabilidad de la vida urbana, estaríamos reduciendo al mínimo su significado. La seguridad a la que Halperín se refiere va más allá del mero cuidado a los bienes materiales (propiedades) o la inseguridad física (que las incluye, por supuesto). En realidad, atiende a cuestiones más profundas relacionadas con ciertos valores puestos en duda en contextos de transición y cambios culturales tan importantes como los experimentados desde fines del siglo XX a nuestros días.

 

Uno de los primeros aspectos a destacar es el temor a perder la cohesión grupal. En otra palabras, el miedo a la disgregación. Una preocupación latente ante el avance inexorable del individualismo asocial absoluto; que anunciaba, ya a mediados de los ’80, al modelo neoliberal por venir.

 

El hecho de que el Hombre-Gato pasara de uno a ser muchos podría ser visto como una expresión de adhesión al trabajo en equipo y a la cooperación (por más maligna que sea la empresa). Del mismo modo, las batidas de vecinos armados en pos de un objetivo común (terminar con el monstruo), simbolizarían la unión mancomunada de la población tras una meta compartida por todos. Ante el peligro, el grupo amenazado se cohesiona. Se une. Se recompone como comunidad y el vecino, antes anónimo, se transforma en un compañero conocido con el que se persigue lo mismo.

 

Otro de los miedos que se deja entrever detrás la leyenda es el temor a la desviación de las normas de comportamiento.

 

El Hombre-Gato rompe con la previsión y las reglas. Es incoherente en más de un sentido. Maúlla, trepa, salta, rasguña, en principio sin sentido alguno. Sus acciones son imprevisibles, incluso ridículas cuando se las analiza con frialdad. Así todo, son generadoras de un terror verdadero y profundo. Como todo monstruo, se desvía de las pautas convencionales y se convierte en un riesgo para todos. Por eso debe ser combatido. La defensa de los valores claros queda así en manos de los vecinos (y de la policía).

 

Por otro lado, el hecho de que las víctimas sean, en su mayor parte, menores de edad, jóvenes o mujeres, manifiesta una clara voluntad de obediencia y el consiguiente castigo por incumplir las advertencias de los mayores (“Si no hacés lo que te digo y mando te lleva el Hombre-Gato”). Las consecuencias de esa desobediencia a las pautas impuestas por los más grandes pueden ser terribles; y no es de extrañar que, en una sociedad machista, haya germinado la idea de que una mujer que ande sola por la calle, a horas inapropiadas, pueda transformarse en víctima de la criatura. Las señoritas de su casa y los nene buenos no hacen esas cosas.

 

Sin desearlo, el Hombre-Gato se convertía en un comisionado del orden establecido; especialmente en una sociedad que, tras una dictadura militar de años, seguía arrastrando consignas por demás conservadoras. Y así, en un contexto cultural de valores rígidos, tradicionales y coercitivos, el Hombre-Gato fue una prolongación de los días castrenses impuestos por los militares.

 

Un tercer aspecto de la leyenda se relaciona con el momento en que el personaje actúa. La noche es su reino. En ella señorea sin ser atrapado, aprovechando las horas en que todo se vuelve difuso y desdibujado. En sus sombras pretende ocultarse, camuflarse, como los hacían los grupos de tareas que secuestraban y desaparecían personas por órdenes de los dictadores de turno. La caída del sol marca un límite, no sólo horario, sino también moral. Una frontera que coloca todo lo malo, perverso, sanguinario e irracional más allá de la claridad diurna. Tal vez sea ese el motivo por el que unos pocos consideraron a la criatura como un espíritu merodeador o demonio.

 

Momento idóneo para la mitificación y la fantasía, la noche alimentó la leyenda urbana. Y cuanto mas cerca del ámbito habitacional “El Gato” circulaba, peor. Lo mismo ocurrió en las zonas rurales. Estos sentimientos llevaron a idealizar el hogar (home sweet home) como refugio y fortaleza. Como única trinchera segura, desde donde combatirlo (y al mismo tiempo agigantar sus presencia).[51]

 

Por otra parte, la leyenda alimenta también ciertos prejuicios.

 

Si “la bestia” merodea zonas poco populosas, mal iluminadas, barrios alejados, pobres y sumidos en la oscuridad, bordeados de bosques, baldíos y casas abandonadas, su decrepitud moral encuentra un correlato geográfico en esos sitios. Monstruos y pobreza se amalgaman resucitando viejos estigmas

 

Si el miedo es, como dice Zygmunt Bauman, “el nombre que le damos a nuestra incertidumbre[52], la multiforme figura del Hombre-Gato, con su errático deambular y sus nunca reconocibles móviles, se suma al período de cambios que se iniciaba en 1984; y en el cual la certeza respecto del futuro de la democracia, la libertad y la seguridad jurídica, aún estaban en pañales.

 

El contexto histórico/político/social de la Argentina de entonces ayudaba a que el imaginario del conurbano bonaerense (siempre pleno de necesidades insatisfechas) se desbocara y hallara en el singular personaje del rumor el cable a tierra para expresar temores que, de otro modo, hubieran resultado más difíciles de traducir.

 

Salir de la oscuridad siempre es difícil. No se erradica el miedo de un día para otro. Muchos son los factores e intereses que, aunados, insisten en mantenerlo vivo; y como bien lo muestra la historia occidental, la modernidad racionalista inaugurada en el siglo XVIII con la Ilustración, no siempre resultó efectiva a la hora de erradicar el temor de las supersticiones y creencias. Hoy seguimos inmersos en un mundo lleno de miedos. No han bastado los 400 años de avances intelectuales y tecnológicos (desigualmente distribuidos) para combatir el temor irracional. Por el contrario, éste se ha reciclado. Las amenazas (reales y ficticias) continúan llenándonos de incertidumbres. Igual que el Hombre-Gato lo hiciera durante una larga temporada.

 

No es extraño que una sociedad acosada de amenazas, sin confianza a las posibles defensas y constantemente alimentada por los medios (que compiten por ver quien asusta más y mejor) haya dado rienda suelta a su imaginación y, encarnando en el monstruo nocturno que nos ocupa, todas sus inseguridades y temores. Por un tiempo el Hombre-Gato representó la posibilidad de combatir en concreto la angustia que sentían. Fui inútil. Cuando la realidad inventada por los diarios mostró lo contrario, cambiaron de fantasma. Mataron de un día para otro al Hombre-Gato y le dieron un nombre distinto.

 

Bauman también nos habla de tres tipos de miedos.[53] Los que amenazan el cuerpo y las propiedades; los que lo hacen con el orden social y, finalmente, los que atentan contra las jerarquías de una comunidad. Como ya dijimos antes, el Hombre-Gato concentra ese interesante trío.

 

No sin demasiadas vueltas es claramente visible que sus garras y fuerza extraordinaria amenazaban a los cuerpos. Los testimonios nos hablan de ataques por sorpresa, violaciones, golpes, heridas y hasta una que otra muerte sospechosa (nunca confirmadas). Claro ejemplo de ese primer temor. Por otro lado, sus actos vandálicos, aseguran también el peligro que corrían todas las propiedades.

 

El orden social se vio afectado. Las batidas nocturnas, los grupos armados de vecinos recorriendo los barrios con el sólo fin de cazarlo o darle muerte, alteró por completo la vida social y la otrora tranquilidad de esos pueblos se vio invadida por turbas enceguecidas de odio y temor, semejantes a las escenas de los viejos Films ingleses clase B, en los las aldeas salían alzando palos y antorchas en pos de Drácula o el monstruo de Frankenstein.

 

Por último, el Hombre-Gato y sus incursiones atentó también contra las jerarquías y la autoridad. La policía quedó mal parada. Incapaz de traer tranquilidad a los pueblos, se convirtió en el hazmerreír de todos. Las hordas de vecinos armados (incluso con armas de fuego, según se dice) es un ejemplo de eso.

 

Inoperante ante el poder omnipresente de “El Gato”, la Policía Federal y la de la Provincia de Buenos Aires quedaron al margen de las soluciones populares que se pretendieron implementar. Justicia, sí, pero por mano propia. Pero al enemigo por antonomasia (el Hombre-Gato), ni justicia. ¿Qué tipo de piedad cabía esperar sobre ese personaje que, para muchos, llegó a personificar el Mal mismo?

 

Recordemos que no faltaron los vecinos que llegaron a creer que era el Diablo en persona. Los diarios también sugirieron cierto cariz sobrenatural al asunto. ¿Era solamente un hombre disfrazado o se escondía algo mucho más terrorífico detrás de la criatura? ¿Existía la posibilidad de estar tratando con un monstruo de verdad? ¿Era factible que un ser humano se convirtiera en un animal? ¿Acaso los informes de hombres-Lobo, hombres-chivo, hombres-polilla del folclore no nos informaban de eso?

 

Lo cierto es que se llegó a un punto en el que todo era posible. Absolutamente todo. Incluso, como hemos visto, que fueran muchos hombres-gato. Un ejército.

 

Por un momento muchos de los barrios afectados parecieron volverse inhabitables. Invadidos. Amenazados por algo que no podía ser nada bueno. Algo que no merecía piedad y menos que menos un juicio justo. Había que matarlo. Barrerlo. Aniquilarlo. Desaparecerlo. Las sutiles enseñanzas de la dictadura seguían más que presentes. Todos podíamos ser monstruos.

 

El miedo genera miedo y el miedo extremo impulsa conductas defensivas espasmódicas, desarticuladas, como la de los vecinos cuando perseguían por la noche al Hombre-Gato. Claro que esas medidas defensivas le daban a la amenaza una mayor inmediatez. La criatura se volvía más tangible y creíble. Era como si con ellas el fantasma cobrara una realidad mucho más concreta, alimentando más el miedo y cerrando así el círculo vicioso del terror. Con cada palo levantado; con cada cadena que se blandía al aire; con cada grito contra la bestia, el monstruo cobraba más y más realidad. La interacción de los vecinos en armas, sus comentarios, diálogos y opiniones vertidas bajo un contexto de temor generalizado, son, en definitiva, los responsables de la “bola de nieve” que aumentó de tamaño e importancia, dándole a un fantasma imaginario la cuota de realidad necesaria para que se mantuviera durante un tiempo. Fue así que los techos y ventanas de todos los barrios involucrados quedaron bajo la oscura soberanía del Hombre-Gato.

 

La influenciabilidad, la pérdida espíritu crítico y su “contagio”, son las tres notas características que advertimos en los brotes de terror en torno al gatuno personaje. No olvidemos, pues, que el miedo es una experiencia que se construye en sociedad y se comparte culturalmente.

 

El Hombre-Gato alimentó el sentimiento de inseguridad cuando nadie discutía el tema y la confianza en los medios de comunicación era un tanto más ingenua. Sus ataques, anunciados en grandes titulares e informes televisivos (mucho de ellos verdaderas piezas del amarillismo más bizarro) incrementaron el terror esencial que siempre giró en torno a la cuestión: el de la amenaza aleatoria que podía recaer sobre cualquier miembro de la población.

 

Esa era la emoción que los medios gráficos perseguían publicando día a día sus reportes sobre el escurridizo personaje. El temor subjetivo desplazó al objetivo (cuantificable, real) y con ello los reclamos de la gente al Estado, permanentemente burlado, se incrementó.

 

Es interesante observar cómo personajes emanados del imaginario colectivo encausan (aún hoy en día) la desconfianza y el temor a la policía, a las instituciones y, muy especialmente, a la supuesta incapacidad de la justicia.

 

Es fácil reírse desde afuera – dicen mucho-. Hay que estar acá, en el barrio, de noche, para darse cuenta de que estamos solos. De que nadie nos ayuda, dejándonos a la buena de Dios”.

 

Reclamos y quejas como el transcripto son comunes en casos de histeria colectiva.

 

La gente siempre se siente sola frente a la amenaza, que crece con cada frase que articulan; al tiempo que alimentan (sin preverlo ni quererlo) la morbosa idea de vivir en “focos de peligro” que terminan por estigmatizarlos a ellos mismos. Es como si las denuncias, reclamos y truculentas descripciones que hacen del Hombre-Gato les corrieran en contra, asociándolos a la ignorancia y la superstición.

 

De ahí la burla a la que fueron sometidos. El temor estaba fundado en un ser representaba un miedo previo a la modernidad. Algo anacrónico. Más medieval que contemporáneo. Incomprensible a fines del siglo XX y enemigo de las promesas de seguridad que la joven democracia Argentina les daba a la gente. Pero los cambios siempre están atravesados por permanencias de muy larga data.

 

Una ausencia llama la atención en toda esta historia: la de la Iglesia. Aunque, como ya hemos dicho, el temor a las creencias y rituales foráneos está más que presente. A través de la famosa “secta brasileña” la comunidad expresó su conservadurismo en esta materia.

 Elevando una prejuiciosa sospecha sobre el otro (el sectario) se buscaba cuidar las normas y creencias consuetudinarias  que mantenían cohesionada a la comunidad.

 

Desearíamos decir algo sobre el rol de los medios de difusión con relación a la historia del Hombre-Gato.

Pocos dudan hoy que a través de los diarios y programas de televisión una comunidad descarga sus resentimientos y prejuicios, sus miedos y traumas, sin olvidar en ocasiones el sentido del humor y la ironía. Creemos que todo eso queda reflejado en las andanzas del personaje que nos ocupa.

 

Por otra parte, estamos inclinados a creer que todo fue, en gran medida, un aprovechamiento de los medios; quienes, basándose en mitos urbanos surgidos del trabajo inconciente y colectivo de muchas personas, los usaron no sólo para vender más ejemplares, sino para difundir (inconcientemente ellos también) los temores que destacamos más arriba.

 

Hacia 1984/85, la inseguridad como problemática y sección fija de los medios no existía.[54] Por entonces los crímenes que interesaban eran los ligados a la dictadura saliente. La maldita herencia, según el sociólogo Gabriel Kessler, encarnada en “la mano de obra desocupada, ex-represores y servicios, algunos en actividad, desestabilizando la democracia”.[55] Como ya dijimos antes, en este contexto es donde tenemos que entender la teoría de los super-hombres del barrio de Agronomía.

 

Sólo los diarios leídos por los sectores populares (Crónica, Diario Popular entre otros) eran los únicos que dedicaban gran espacio al delito. Pero no eran considerados del todo serios. Había hacia ellos un cierto dejo de sorna por parte de las clases cultas. Únicamente  partir de 1997/98 los crímenes morbosos pasaron a los diarios importantes.[56] Y nos acostumbramos a ello. Por eso no sorprende que hoy deambulen por sus páginas (tanto de papel como digitales) Payasos Asustadores y demás criminales monstruosos, descriptos y definidos con códigos de clase media.[57]

 

PALABRAS FINALES

 

El miedo es la gran constante que sobrevuela la temática del Hombre-Gato, como el tero que vigila su nido.

 

Es imposible no asociarlo al personaje.

 

Probablemente por eso, aquel “felino antropomórfico” de los ’80, siga siendo tan simbólico y representativo de nuestros días.

 

A pesar de haber sido relegado al arcón de los recuerdos bizarros de nuestra infancia, con otras denominaciones y máscaras, sigue presente.

 

Aparece a diario en cada mentira, en cada exageración o fantasía morbosa alimentada por los medios de comunicación. Porque detrás de los adustos rostros, tan llenos de estúpida importancia, de nuestros presentadores de noticieros, todavía podemos escuchar sus maullidos.

 

 

Fernando Jorge Soto Roland

Buenos Aires, octubre 2014

 

 

Referencias:

Û Profesor en Historia por la facultad de Humanidades de la UNMdP, Argentina.

[1] Véase: Diario Popular del 4 de agosto de 1984.

[2] Véase: Diario Crónica del 4 de agosto de 1984.

[3] Véase: Diario Crónica, del 4 de agosto de 1984.

[4] Véase: Diario Popular, El Gato llamó otra vez. Utilizando el teléfono de un docente anticipó a la policía sus andanzas, del día 5 de agosto de 1984.

[5] Recordar que la Bonaerense había estado involucrada en la tortura y desaparición de personas entre 1976 y 1983.

[6] Diario Popular del 6 de agosto de 1984.

[7] Diario Popular del 6 de agosto de 1984.

[8] Diario Popular del 6 de agosto de 1984.

[9] Diario Popular del 6 de agosto de 1984.

[10] Diario Popular del 10 de agosto de 1984.

[11] Diario Crónica del 14 de agosto de 1984.

[12] Diario Crónica del 14 de agosto de 1984.

[13] Diario Popular con fecha 16 de agosto de 1984 publicaba: “Escalofriante relato de un joven atacado por el Hombre-gato en Brandsen”. En el reportajes se consignaba el testimonio de un tal Marcelo Castillo, de 17 años, quien contó que: “A la altura de la calle Magdalena Fait y Alberti lo escuché. Lo había hecho hacía tres cuadras. De repente lo vi. Venía corriendo. Cuando se metió en un baldío lo seguí. Fui a buscarlo. Pensé era una broma. Lo vi fugazmente detrás de un árbol, ero cuando llegué ya no estaba. Ahí fue cuando se me apareció por atrás y peleamos. Zafé, pero me arañó el cuello, cara y cabeza. Me dio con el puño en la boca del estómago. Me caí y salió corriendo. Cuando se iba me dijo: “Marcelo, a vos te voy a matar”. Que me busque. Que me siga buscando que me va encontrar”.

[14] Diario Crónica del 18 de agosto de 1984.

[15] Con fecha 27 de setiembre de 1984

[16] Diario Crónica , también con fecha 27 de setiembre, anunciaba ataques de un Hombre-gato en la localidad de Cañuelas. Parece ser que ésta nueva versión prefería los lugares descampados y solitarios para atacar mujeres y niños (sic!). La inquietud que despertó la noticia fue inmensa. Describían al “ser” como muy escurridizo, hábil escalador de muros y violento. También allí no tardaron e surgir posibles explicaciones, siendo la más aceptada por los vecinos la que decía  que era “un desequilibrado mental con uñas y vestimenta negra”.

[17] Diario Popular del 27 de setiembre de 1984 publicaba: “Dramático testimonio de una joven mujer” en Tristán Suárez, Partido de Esteban Echeverría. Marta Silvia Martínez, ese era aparentemente su nombre. Vivía con su esposo cuando una noche sintió golpes suaves en la ventana de su dormitorio y otro en la puerta del comedor. Dijo que rondaban la casa. También que escuchó rasguños en las persianas. De repente, el Hombre-Gato levantó una de ellas. El marido reaccionó rápido y le pegó una comprada. A cortina le cayó encima al intruso. Gritaron y salieron pero ya no estaba. Lo describieron como un hombre alto, corpulento, todo de negro y con una capa metálica (¡). Al referirse al ataque, la mujer dijo “esos tipos”, dando a entender que eran varios.

[18] Barrios citados por los diarios: Santa Ángeles, Transradio, La Colorada. El jagüel y la estación ferroviaria de Monte Grande.

[19] Diario Popular del 27 de setiembre de 1984.

[20] Diario Crónica del 20 de noviembre de 1984.

[21] Véase: Barrantes, Guillermo y Covillo, Víctor, Buenos Aires es Leyenda 2, Booket, Buenos Aires, 2013. En este librito se hace referencia al miedo que despertaron los árboles, especialmente en el barrio porteño de Agronomía, que es donde los autores ubican la leyenda porteña del hombre-gato.

[22] Diario Crónica del 20 de noviembre de 1984.

[23] Crónica transcribía la supuesta misiva, que decía: “Si el viernes hay clases atacaré a las lauchas”, en clara alusión a las docentes. Fecha: 20 noviembre de 1984.

[24] Diario Crónica del 20 de noviembre de 1984.

[25] Diario Crónica del 20 de noviembre de 1984.

[26] Diario Popular del 29 de diciembre de 1984.

[27] Diario Popular del 29 de diciembre de 1984.

[28] Diario Popular del 30 de diciembre de 1984.

[29] Diario Popular del 1 de enero de 1985.

[30] Diario Popular del 10 de enero de 1985.

[31] Diario Popular del 10 de enero de 1985.

[32] Diario Popular del 27 de febrero de 1985.

[33] Justiniano Ramón, un supuesto testigo presencial, declaró al Diario Popular que siendo la una de la mañana y habiendo encerrado al hombre-gato en una manzana, empezaron a buscarlo. A eso de las cinco apareció un Taurus blanco, que ya habían visto antes rondar la zona. En eso, el hombre-gato apareció y corrió hacia el vehiculo. Justiniano cuenta que todos salieron detrás del delincuente pero el que lo esperaba dentro del auto sacó una arma por la ventanilla y disparó al montón. Una de las balas le dio al testigo en el pecho. Escaparon. Justiniano se recuperó posteriormente en el hospital.

[34] Una de las últimas referencias al tema es del 11 de marzo de 1985. En esa ocasión Diario Crónica informaba sobre una accidente producto de una confusión. Tituló: BALEADO NO ERA HOMBRE-GATO. La noticia aludía a que, en San Antonio de Areco (provincia de Buenos Aires) un vecino había atacado a otro de un balazo en la cabeza al confundirlo con un hombre-gato. Un tal Periolli, tras escuchar maullidos y ruidos fuera de su casa, salió y disparó a la oscuridad.

[35] Por ejemplo “El Loco de los techos” que “asoló” por un corto tiempo a la ciudad de Santa Fe en el año 2005; o el actualmente renombrado “Payaso Asustador” de los pueblos de Alberti, Bragado y Junín, en octubre de 2014.

[36] Véase: Todorov, Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, Paidos, buenos Aires, 2006.

[37] Halperín Jorge, Mentiras Verdaderas. 100 historias de horror, lujuria y sexo que alimentan la mitologia urbana de los argentinos, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 2000, pág. 91.

[38] Ibídem, pág. 92.

[39] Véase: Cohen Daniel, Enciclopedia de los Monstruos, Edivision, Santiago de Chile, 1989.

[40] Véase: Soto Roland, Fernando Jorge, EL universo Onírico de la Criptozología. Disponible en Web: http://escepticos.es/repositorio/elesceptico/articulos_pdf/ee_28/ee_28_el_universo_onirico_de_la_criptozoologia.pdf

[41] Cohen, Daniel, op.cit. pág. 24.

[42] Para un detallado estudio sobre “Visitantes de Lugares extraños”, véase el completo y excelente compendio realizado por Daniel Cohen en la obra citada anteriormente, pp. 183-211.

[44] Barrantes, G. y Coviello, V., op.cit., pp. 79-90.

[45] Con la denominación “mano de obra desocupada” se aludía a todos aquellos miembros de los servicios secretos de la Marina, Ejército o Aeronáutica, dedicados secuestrar, torturar y asesinar ciudadanos, y que tras el regreso de la democracia (fines de 1983) se quedaron sin trabajo.

[46] Véase: Cohen, Daniel, op.cit. pág. 13.

[47] Barrantes, G. y Coviello, V., op.cit., pp. 85-86.

[48] Ibídem, pág. 90.

[49] Aunque adopte la forma de Payaso Asustador. Véase en Internet las noticias referidas a este renovado, aunque poco gatuno, Hombre-gato, de setiembre/octubre de 2014.

[50] Halperín, J., op.cit., pág. 93.

[51] Como pudo verse en la primear parte del trabajo, el Hombre-Gato circunda, rodea, acosa, la casa, pero rara vez penetra en ella (y si lo hace es en un galpón o depósito alejado del corazón de la vivienda).

[52] Bauman, Zygmunt, Miedo Líquido, La sociedad contemporánea y sus temores, Paidos, Bs As, 2007, pág. 10.

[53] Ibídem, pág. 12.

[54] Véase: Kessler, Gabriel, El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito, Editorial Siglo XXI, Argentina, 2009.

[55] Ibídem pág. 73.

[56] Ibídem pág.75.

[57] Véase: Vilker, Shila, Truculencia. La prensa policial entre el terrorismo de Estado y la inseguridad, Buenos Aires, Carrera de Ciencias de la Comunicación, Uba-Prometeo, 2006.

 

por Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata

octubre de 2014

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