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El Paititi
combates por su historia

por Fernando Jorge Soto Roland*

 

 
 
 
 
 

INTRODUCCIÓN

 

Hay veces en que es necesario escribir en caliente.

 

En otras, no tanto.

 

Pero en esta oportunidad opté por seguir el primero de los caminos, dejándome llevar por la indignación que me producen ciertos enfoques que se practican sobre temas a los que he dedicado una buena parte de mi vida.

 

Dicen que la tolerancia tiene un límite. En mi caso, ese límite es la idiotez. La imbecilidad masificada y mil veces divulgada por revistas, radios, internet y canales de televisión. Claro que tampoco faltan muchas editoriales que, guiadas por el mero afán de lucro, propagan delirios sin fundamentos, simulando divulgar “conocimientos comprobados”.

 

Cualquiera que tenga un amigo librero sabrá que el negocio de la venta de libros se sostiene, mayormente, vendiendo “novedades” orientadas al autoconocimiento y la mística marketinera de algunos gurúes de turno, generalmente con contactos extraterrestres.

 

Basura.

 

Lisa y llanamente, basura.

 

Pero vende. Entretiene.

 

Y si vende, se la hace circular hasta que la gente termine creyendo que la basura es sabrosa.

 

Haga usted la siguiente experiencia: suminístrele de comer a un grupo de personas excrementos por varios meses y verá que, al final, estarán consumiendo todos del pote sin darse cuenta, relamiéndose los labios.

 

Eso ocurre cuando el menú es limitado y se desconoce que existen otras recetas. Pero hay un problema: muchas de esas “otras” recetas son difíciles de entender con una mera lectura. Además, la correcta combinación de los condimentos que se usan en las mismas requieren mucho tiempo de entrenamiento y paciencia en la cocina. Es más sencillo comer lo que nos dan, que ponernos a cocinar. Y cuando ello sucede, nadie discute al cocinero; quien por lo general se presenta a sí mismo como un gran chef, o discípulo de grandes cocineros del pasado.

 

De esto quiero hablar en las siguientes líneas. Sobre estos temas quiero vomitar mi parecer, sin pelos en la lengua. Quiero hablar de los chantas, embaucadores, delirantes e inmorales intelectuales que siguen dándole de comer heces a la gente.

 

¿Mera catarsis?

 

Es muy probable que sí.

 

Estoy en mi derecho.

 

Por otro lado, ¿qué fuerza misteriosa y universal, de origen alienígena o intraterrestre, me lo puede impedir?

He aquí mi panfleto.

 

Buenos Aires, julio de 2012.


 

MISERIAS DE UNA PESQUISA

 

“La ironía es lo único que

me salva de la Iglesia.”

                           E.M. Cioran

 

“Cuando oigo a la distancia el sonido de

cascos sobre el terreno, pienso en caballos,

no en unicornios.”

Anónimo

 

En la temática del Paititi confluyen dos tipos de búsquedas. Una es incesante. La otra, insensata.

 

La primera podríamos calificarla como meticulosa y medida. Apoyada en el análisis crítico de fuentes históricas y una precavida interpretación de los restos arqueológicos que se van encontrando a lo largo del tiempo.

 

La segunda, sustentada en el delirio y la fantasía, que legiones de “iluminados” difunden en revistas “especializadas” y miles de sitios de internet. Son estos “propietarios de la verdad” los que profetizan la existencia de reinos antediluvianos, místicas presencias en la selva sudamericana y, como no podía faltar, el accionar de extraterrestres en el pasado de la humanidad.

 

Peregrinos del misterio”, los llama Jean Pierre Adam. Y no se equivoca. Porque si alguien es responsable de las tonterías que se leen por todas partes, respecto del Paititi, son estos “apóstoles de lo irracional”. Estos “husmeadores de tesoros” y “visionarios sin lógica” que, lamentablemente, mezclan todo hasta generar un producto ininteligible, pero con cierto porte científico y verosímil, que logra convencer a legiones de “creyentes” que acceden a lo escrito en las salas de espera, mientras aguardan ser atendidos por el dentista o el peluquero.

 

Es lamentable que esto ocurra. Lamentable que la historia y leyenda del Paititi aparezca mezclada con toda esta porquería. Porque si queremos desligar el tema (legítimamente interesante) de las tonterías que proponen los pseudo-sabios de la llamada “arqueo-astronáutica”, debemos volver a marcar las diferencias (abismales) que existen entre lo que hemos dado en llamar “Paititólogos” (incesantes estudiosos y exploradores de la búsqueda de la verdad) y “Paititeros” (insensatos mitómanos, despreciadores de la ciencia, a la que denominan “oficial” con el ánimo de resaltar su supuesta inmutabilidad).

 

Cualquiera que conozca medianamente el tema que nos convoca (y que, como verá el lector, no desarrollaremos en este artículo) sabe que en la infatigable búsqueda del Paititi (sea éste una ciudad abandonada, reino amazónico, cerro o lago, río o un conjunto de restos arquitectónicos de factura incaica o preinca) se entremezclan teorías, interpretaciones, intereses y visiones del mundo, algunas muy complejas, contrapuestas y, muchas veces, contradictorias. De igual forma que hace más de 400 años, cuando los conquistadores ibéricos se adentraron en la Amazonía en pos de su leyenda, empuñando “la espada y la cruz”, hoy (a principios del siglo XXI), el celo personal, la persecución de fama y una mediatizada egolatría, se entreveran con posturas anticientíficas, espiritualismo New Age, irracionalismo de baja estofa y un neo-romanticismo que, lejos de desentrañar las cuestiones medulares de la temática, sólo pretende imponer (e impone) una visión del viaje y de la exploración más cercana a la metáfora bíblica, de orden teleológico, que a la objetiva, honesta y seria búsqueda de ruinas en la selva.[1]

 

En estas condiciones, es muy común que los “paititeros” digan más cosas que las que pueden decirse, si se respeta cierta cuota de coherencia y prudencia científica. Pero, para ellos, la especulación desenfrenada es la norma. No tiene límites. Se vuelve infinita, y son los espacios en blanco que toda temática posee, los que abren las puertas a las más etílicas suposiciones “a priori” que, de tanto repetir, se las terminan creyendo (y haciendo creer).

 

Por todos estos motivos, no es extraño que el mundo académico (“oficial”, “encubridor” y “conspirativo”, como todos ya saben) haya, salvo honrosas excepciones, desatendido el tema Paititi; a no ser que éste sea encarado como un derivado de la historia del imaginario, de las mentalidades o de la rica perspectiva dada por los estudios del milenarismo andino.

 

Y no es para menos.

 

Cuando se analiza la bibliografía editada que trata la cuestión, lo primero que llama la atención es que, en un altísimo porcentaje, no es más que la recopilación de relatos de viajes en los predominan las descripciones de penurias y peligros protagonizados por sus osados protagonistas. Los trances difíciles, el exotismo y el misterio, se fagocitan la mayor parte del material escrito y no es raro que en un libro de 200 o 300 páginas, el tema Paititi (específicamente hablando) no ocupe más que una docena de carillas. Hace las veces de telón de fondo a una drama casi operístico.

 

Como bien escribiera Jean Pierre Adam:

 

“(…) la arqueología seduce a la gran mayoría, pero esa seducción se centra, de hecho, en algunas imágenes, o más bien en algunos clisés tales como: la civilización desaparecida, el exotismo, la tumba asociada al tesoro. Fórmulas que pueden resumirse en una sola: la aventura.”[2]

Es cierto.

En la bibliografía contemporánea del Paititi[3] la aventura es, justamente, un componente muy importante, axial, y del que hablaremos más

adelante, intentando darle el espacio de dignidad que, sin dudas, se merece.

 

De esta producción literaria se nutren los canales de televisión. Basta con encender la pantalla de plasma del living de casa y sintonizar Nat-Geo, History Channel, Discovery Channel o Infinito, para constatar que la “fascinación del descubrimiento” es la línea rectora que guía la trama de muchísimos de esos programas de divulgación, convirtiendo la pesquisa en un entramado de ficciones novelescas, por lo general presentadas por un anfitrión joven, bien parecido, que viste al estilo Indiana Jones y que hace suyas investigaciones previas, mientras trepa, salta, nada, se arrastra o navega por escenarios selváticos y montañosos.

 

Y tienen rating. Las gente los mira. Son ventanas que les permiten despegarse de la medianía en la que están inmersos. Rompen con la monotonía de sus vidas, al menos por 45 minutos. Disfrazan sus regularidades prefabricadas y sueñan con la existencia de un mundo inacabado en el que todavía es factible la aventura en el sentido más romántico del término. Un sentido casi decimonónico.

 

La verdad sea dicha: nada de eso es reprochable. Todo lo contrario. Lo que criticamos es el contenido que algunos de esos programas transmiten. Y es muy difícil competir contra esa parafernalia que nos abruma con misterios, conspiraciones mundiales en las que se entremezclan “agencias negras” de las grandes potencias, científicos desalmados y encubridores, el Vaticano (con sus famosos y crípticos archivos secretos, “que cambiarían la manera de entender la historia toda”) y, naturalmente, los siempre bienaventurados seres de otras galaxias que, ya aburridos de sus decadentes planetas, deciden acercarse al nuestro para construir Paititis subterráneos, geoglifos en la Pampa Colorada de Nazca, petroglifos en las cuencas amazónicas, moais en la isla de Pascua, piedras pintadas en Ica, pirámides, templos megalíticos, computadoras y pilas prehistóricas (sic!), bibliotecas metálicas (re-sic!) y toda una serie de quimeras más, que sería muy largo de detallar en estas cortas líneas (tampoco es mi deseo hacerlo).

 

¿Quiénes son los responsables todo esto?

 

Muchos.

 

Pero el que más influencia y alcance tuvo en la década de 1970 (el pionero, el “Rey Midas Invertido” por excelencia), fue un hotelero suizo, devenido en “investigador de enigmas”, llamado Erich von Däniken. A este personaje nefasto y a otros tantos, es que le debemos la reescritura de la historia humana basada en tonterías sacadas de cuentos y novelas de ciencia ficción (como así también de su propia y calenturienta imaginación).[4]

 

Pero, ¿por qué ocurre esto?

 

¿Por qué el Paititi ha quedado enredado en medio de este berenjenal de absurdos?

 

¿Cuál es el motivo por el cual, libros y artículos rigurosos (como los publicados por Isabelle Combés, Vera Tyuleneva, Greg Deyermenjian, Roberto Levillier, Max Tafur, Juan Gil o Fernando Ainsa, entre otros) quedan eclipsados por un alud de textos esotéricos, carentes del más mínimo rigor en sus métodos de investigación?

 

Es que la gente quiere creer. Necesita creer en algo, máxime cuando los “grandes relatos” de la modernidad parecen haberse venido abajo (¿señal que ya inauguramos la posmodernidad?)

 

Siempre es más fácil creer que ponerse a pensar. Y mucho más  sencillo que acceder a trabajos que requieren de cierto entrenamiento intelectual, vocabulario y conocimientos previos sobre varios temas (historia, arqueología, sociología, psicología social, antropología, etcétera).

 

Además de paciencia.

 

Por ende, la pereza mental y el desconocimiento, el afán de misterios y enigmas, el deseo de vivir en carne propia un Expediente-X, son algunas de las causas que arrastran a miles de personas a consumir fantasías baratas, e incluso a contratar tours esotéricos que prometen “contactos”, “energías” y “conocimientos nunca develados al hombre” en el corazón mismo del Paititi.

 

Y pagan por ello.

 

Como ocurre con los modernos (¿posmodernos?) ghosts hunters (cazafantasmas) de la televisión (que desperdician tiempo y dinero en pos de sombras, ilusiones y pareidolias[5]), muchos de los escritos sobre el Paititi no pasan de ser un buen compilado de fotos (algunas de dudoso origen), poses estereotipadas (que pretenden rescatar la estampa del explorador victoriano), interpretaciones peregrinas y una enmascarada actitud paternalista (muy propia de la llamada “misión civilizadora de occidente”), tal como lo hicieron las novelas del género de aventura, desde fines del siglo XIX y principios del XX.[6]

 

En todas las profesiones el diletantismo hace acto de presencia. Se cuela. Se enmascara. Usurpa títulos y la mayor parte de la veces con una soberbia inusitada, muy propia de los fanáticos iluminados que no dudan y viven enmarcados en certezas o “revelaciones” absolutas.

La arqueología, y la historia (curiosamente junto con la astronomía) son las disciplinas que cuentan con el mayor número de “colaboradores aficionados”, “científicos de fin de semana” que, ignorantes de los estados de la cuestión en muchos de los temas que tratan, se dejan arrastrar por sus propias conjeturas delirantes (retroalimentadas con las de otros delirantes), recreando un universo mágico más propio de García Márquez que de un investigador social.

 

Las esotéricas y alambicadas conexiones que inventan no serían un problema (si uno quiere destornillarse de la risa ante tanta pavada) si no fuera porque arrastran al error a millones de lectores; quienes terminan creyendo que los verdaderos historiadores o arqueólogos dedican sus vidas a indagar sobre la influencia de los venusinos en la tribu de los dogones, la ayuda tecnológica de enanitos verdes en la construcción de Machupijchu o la colaboración de seres intraterrestres en la organización social del Paititi amazónico.

 

Por supuesto que hay excepciones. Y muy honrosas. No podemos negar que algunas personas, ajenas al quehacer profesional de las disciplinas antes nombradas, han realizado enormes aportes al avance del conocimiento. Investigadores honestos (especialmente con ellos mismos) que han dejado de lado los dogmas conspirativos y encaminaron sus pasos por las sendas del rigor que nos dan los métodos científicos de investigación (y el mero sentido común).

 

Pero son los menos.

 

Lamentablemente, “los otros” (los charlatanes) han captado numerosos medios de comunicación. Llegan más. Venden más. Desinforman mejor. Han venido, con sus amigos extraterrestres, a explicar lo inexplicable.

 

Alguien, en una oportunidad, y frente a mis críticas sobre el tema, me dijo con cierto aire de ironía. “¡Ja…, no sabía que en este tema había dos bandos!”.

 

Y sí, querido amigo. Siempre hay, por lo menos, dos bandos.

 

Claro que, a la hora de elegir, tu trinchera no será nunca la mía.

 

Ni la de muchos otros.


 

EXPLORADORES, COMPETENCIA Y AVENTURA

 

“Ocurre que las cosas se mistifican

y después se descubre que detrás del mito

hay una vulgaridad, un tipo en camiseta”.

                                        Alberto Breccia

                  La Aventura en América, p. 73

 

“La narrativa aventurera nace con el romanticismo,

con su repudio a las exigencias sociales que coartaban

la libertad del individuo, con su exaltación de la antigüedad

y las zonas remotas, el culto al heroísmo, de las inmensidades

oceánicas y la fascinación experimentada por los ámbitos exóticos”.

Germán Cáceres

La Aventura en América, p. 14.

 

 

El Paititi tiene mil caras. Es camaleónico. Muta con el tiempo. Cambia según el lugar desde donde se lo mire. Se metamorfosea con sus buscadores. Se esconde, se regenera y, como “El Dorado Fantasma”, vuelve aparecer. Se materializa en mil ruinas. Se vuelve piedra, aquí y allá. Y al segundo se esfuma de nuevo, estimulando con más fuerza su búsqueda. Una búsqueda en la que, como dice la vieja canción infantil “Al Don Pirulero”, “cada cual atiende su juego”. De manera por demás celosa.

 

Es que casi siempre, detrás de toda búsqueda en la que participan grupos o muchas personas, se anuncia una competencia, por momentos feroz. Una verdadera “guerra de egos” y vanidades disimuladas, en la que todos quieren y reclaman al Paititi para sí, creyendo que sus argumentos y explicaciones son únicos e irrebatibles.[7] Estamos, pues, frente a una carrera en la que el individualismo extremo habilita, incluso, actividades deshonestas, como la obtención indebida de la información (plagio), falsas acusaciones de huaquerismo (para quitarse del medio al competidor peligroso) o la lisa y llana amenaza de violencia. Hay historias para todos los gustos. Podrían escribirse docenas de novelas al respecto.

 

Pero no es una dato menor que el Paititi despierte semejantes sentimientos y actitudes. En el fondo lo que se dirime es la obtención “del bronce”, la fama, el reconocimiento y la fortuna (especialmente en aquellos que siguen creyendo que Paititi es una ciudad de oro).[8] De todos modos, por el momento, cada una de esas cosas son otorgadas esporádicamente por publicaciones periodísticas de corto aliento, o grandes blogs de internet, a través de los cuales se auto-ensalzan las dotes físicas e intelectuales del explorador-titular de turno.

 

En esta galería de tan singulares personajes, los hay de todo tipo. Están los “exploradores físicos”, que transpiran y gastan sus huesos recorriendo senderos por selvas y cerros, y los “exploradores de escritorio”, que analizan, critican o procesan el esfuerzo de los anteriores, sin cambiarse la camisa. Junto a ellos (y confundiendo los roles) toman forma otros exploradores: los que salen (o no) en pos de “verdades a priori” (y siempre creen descubrir lo que buscan), o los que se calzan las botas para verificar cuánto hay de realidad o de fantasía detrás del tema. Tampoco faltan los “dotados”, los médiums, aquellos que “canalizan” mensajes misteriosos procedentes de “mentes superiores” (que, como el lector deducirá, no son las suyas). Sin olvidar, por supuesto, a los modernos Sherlock Holmes para los cuales no existen enigmas que no puedan ser revelados a través de sus rebuscadas relaciones y cálculos. Verdaderos Columbos[9], capaces de solucionar los más intrincados secretos, descubriendo por todas partes antiguos mapas pétreos que conducen al Paititi, traduciendo lenguajes olvidados o interpretando inequívocamente pictogramas que marcan (en algunos casos con llamitas pintadas) el tan mentado camino. Puras especulaciones más o menos verosímiles, pero imposibles de ser confirmadas.[10]

 

Como puede verse, la búsqueda del Paititi es laberíntica. Repleta de senderos que parecen no conducir a ningún lado. De meandros que confunden. De huellas imaginarias que acentúan su misterio. Porque, a fuer de ser sinceros, hay tantos Paititis como buscadores. El de la leyenda no es algo concreto ni objetivo. Es una elaboración mental. Una metáfora de los sueños de grandeza que muchos llevan dentro y que, en contacto con la selva, parecerían materializarse y volverse posibles.

 

Cada participante, en esta carrera, cree tener el mapa adecuado, la crónica colonial más reveladora o el testimonio oral clave que lo conducirá a la meta. Y en este amasijo de nombres propios, lugares y dichos, pocas cosas son claras. La cartografía se vuelve ominosa, críptica, subjetiva. Las esperanzas y rumores se hacen mapas y las toponimias, rebuscadas y exóticas. Aún así, explotando esos misterios es como muchos consiguen apoyo financiero e institucional para seguir con la pesquisa.

 

Pero salir en búsqueda de lo que muchos creen es una ciudad incaica en plena selva, siempre implica algo más que encontrarla. En el fondo del asunto lo que se teje también es una trama de anhelos personales que mucho tiene que ver con la personalidad e imagen que el explorador posee, o pretende que los demás tengan de él.

 

Mostrarse distinto al resto. Recorrer territorios que muy pocos transitan y convertir al viaje en algo diferente del turismo aburguesado de nuestros días, es una manera de exaltar el valor de la aventura (rasgo que se repite una y mil veces en muchísimos libros sobre el Paititi). El explorador/protagonista satisface su ego saliéndose de los caminos normales, siguiendo itinerarios “anormales”, no establecidos, ajenos a toda seguridad, conjurando el peligro abriéndose paso por selvas lejanas y, al mismo tiempo, demostrando lo macho y valiente que es.[11]

 

Es la contrafigura del viajero. Nada más lejano a éste, naturalmente ligado a lo seguro y lo previsible. Quien sale en pos del Paititi exalta la moral del esfuerzo, la acción física (muchas veces por encima de la intelectual) y el riesgo individual. Tiene mucho del héroe clásico (de Odiseo), quien, separándose de su medio original (generalmente una gran ciudad) encara una verdadera prueba de iniciación en pos de conocimiento. Porque en el fondo se trata de ello.

 

Los buscadores del Paititi (en especial los que hemos dado en llamar “exploradores físicos”) son los catalizadores de una serie de ideas que quedan asociadas así con la “gran aventura del Paititi”:

¨       Alteridad

¨       Extrañeza

¨       Ruptura con todo marco de referencia

¨       Accidentalidad

¨       Oportunidad/apertura

¨       Desafío

¨       Peligros

¨       Incertidumbre

¨       Indeterminación

¨       Ambigüedad

¨       Azar

¨       Vivencias “fuertes”

¨       Confianza extrema

¨       Miedo y deseo

¨       Pasión

¨       Libertad plena

¨       Vulnerabilidad

¨       Muerte

 

Pero la aventura también se relaciona (como hemos visto) con:

¨       Codicia

¨       Huaquerismo

¨       Gloria personal

¨       Delirios

¨       Alucinaciones

¨       Espectáculo

¨       Espectacularidad

 

Las huellas que han dejado los exploradores del Paititi en decenas de libros, profundas y con ánimo de ser perennes, no son más que las improntas de su propia cultura y muchas veces el deseo de trascendencia que se persigue con cualquier descubrimiento. Hay en algunos de ellos un sentimiento de vanidosa superioridad, que se trasunta en sus textos y fotografías. Como bien dijo Blaise Pascal (1623-1662): “La curiosidad no es más que vanidad. La más de las veces sólo se quiere saber para hablar de ello; de lo contrario no viajaríamos para no decir una palabra al respecto y por el mero placer de ver, sin esperanza de comunicar jamás nada de lo visto”.[12]

 

Ver, mostrar y mostrarse. He aquí una cuestión importante y redundante en el universo de los exploradores.

 

Desde los días de la colonización griega del Mediterráneo el sentido de la vista mantuvo un sitial de privilegio a la hora de certificar la condición de realidad de algo. “Ver con los propios ojos”, “mostrarse junto al objeto del deseo”, pasó a ser el modo predilecto  de conocer.

 

Y lo sigue siendo, especialmente en el competitivo circuito de los buscadores del Paititi.

 

Pero hay que reconocer que, muchas veces, no basta con ver o mostrar.

 

Muchas veces la foto, el testimonio, la confianza del testigo, es puesta en duda. Entonces es cuando estalla la discusión y la pulseada por imponer al otro la mayor cantidad de experiencias visuales que, en directo, se han tenido, ocupan el ring side.

 

Así todo, “mirar en directo” algo no es una prueba irrefutable de estar en lo cierto. Las malas interpretaciones, las tendenciosas, las delirantes, no faltan en el campo del Paititi. Cualquiera que tenga acceso a los diarios habrá notado que, periódicamente, los medios anuncian, con bombos y platillos, el descubrimiento de nuestra elusiva “ciudad”(?). Pero la mayor parte de las  veces, la noticia no se sostiene. Pasa  al olvido fácilmente y es desechada casi por completo. “El increíble descubrimiento” publicitado no es más que una bomba de humo y las pruebas concretas de semejante hallazgo suelen ser fotos de mala calidad o informes deficientes que muy poco aportan al conocimiento general del tema. Tampoco han faltado los fraudes o los errores de interpretación. Pero nada de eso es óbice para que el explorador estrella de turno tenga su cuarto de hora en radio y televisión (en programas “especializados en todo”, que buscan el sensacionalismo que suele encontrarse en la películas de aventuras).

 

El impacto de Machupijchu en el imaginario de los exploradores contemporáneos fue enorme. Todos soñaron con descubrir una ciudadela como esa y proyectaron sus deseos en cada nuevo sitio arqueológico que se les cruzaba en el camino. Cualquier aglomeración de piedras, medianamente regular, se transformaba en el Paititi de lo sueños, sin importar si esa “manifestación arquitectónica” era natural o artificial, inca o pre-inca. En más de una oportunidad los portales de internet estallan con rimbombantes descubrimientos que, a la postre, no resultan ser ni rimbombantes ni nada. Pero a mucha gente eso no le importa. Lo que se destaca es únicamente ese instante de fama efímera, la cual, alimentada por una dosis de exacerbado romanticismo y algunas fotos descontextualizadas, los posicionan como “aventureros y descubridores de ciudades perdidas”. Entonces, de inmediato, sobreviene el tradicional relato de las experiencias vividas, la exageración del peligro, el culto a los inconvenientes, el regodeo en torno al infortunio y la incomodidad. Tampoco faltan las constantes referencias a las alimañas de la selva (en especial insectos y serpientes, todo un clásico), las descripciones de la geografía trabada, difícil y amenazante y el intransferible valor de la experiencia directa que busca la admiración y la sorpresa del oyente (una especie de actualización de lo que llamo el “Síndrome Star Trek”: “Ir, audazmente, hasta donde ningún hombre ha llegado jamás”).

 

Asimismo existe una forma convencional de teatralizar la búsqueda/descubrimiento de misteriosas ruinas; y parte de esa teatralización se materializa (como en toda buena “puesta en escena”) a través de la indumentaria del investigador estrella.

 

No basta con ser un explorador. Hay que parecerlo.

 

Para ello se debe seguir la tradición impuesta por la literatura y los grabados del siglo XIX que, algo más tarde, Hollywood universalizó.

 

Ningún explorador que se digne de serlo puede carecer de sombrero. En lo posible bien estrafalario (casi rozando el ridículo); de copa alta y ala bien ancha, preferiblemente. El sombrero es casi su símbolo de poder, de igual modo que el chaleco repleto de bolsillos o el rostro adusto, seco, “comprometido”, de aquel que está más allá de los simples mortales. Interesantes son los contrastes que se marcan con sus guías locales, vestidos de paisanos y sin la estrambótica parafernalia mamada del cine de aventuras.

 

Pero todo eso es insuficiente a la hora de certificar el verdadero significado de un descubrimiento.

 

Sin excavaciones arqueológicas exhaustivas o estudios de campo detallado nadie puede, a priori, afirmar nada (por más pinta de explorador que tenga). Aunque comúnmente es lo se hace, fuera de los ámbitos de la academia.

 

Estamos acostumbrados a las “sentencias papales” de aventureros mediáticos que señalan en voz alta: “Vayan ustedes a comprobarlo y verán”.

 

No resulta tan sencillo, Sherlock. Quien debería haber hecho bien el trabajo para evitar cualquier duda, eres tú.

 

De cualquier manera, hay profesionales serios que toman el guante y se lanzan a la selva para comprobar la relevancia de esos “descubrimientos mediáticos”. Greg Deyermenjian es uno de ellos; y a lo largo de los últimos 25 años ha desenmascarado más de un “maravilloso descubrimiento del Paititi” y refutado otros tantos delirios interpretativos.

 

Cabe entonces preguntarnos, qué rol cumplen los embustes en el universo de la exploración.

 

Jonathan Swift solía decir que la mentira tiene una larga tradición en los libros de viajes.

 

Marco Polo fantaseó con leones donde nunca los hubo; el príncipe Alí Bey, no era ni príncipe ni musulmán y Stanley era tan compulsivo con la mentira que hasta la usaba en sus diarios íntimos.[13] Ni qué hablar de Percival H. Fawcett, un verdadero maestro en estas lides.[14]

El género literario inaugurado por los exploradores (como el mundo de los fanáticos de la pesca) está plagado de exageraciones y embustes. Claro que muchas de esas mentiras podrían ser analizados como piadosas técnicas para captar la atención del lector. Y seríamos indulgentes con esos texto, siempre y cuando no se pretenda estar haciendo ciencia.[15]

 

Mentiras, errores, exageraciones, fantasías, delirios, charlatanes, pseudo-especialistas, iluminados, “contactados”, falsos investigadores, crédulos, “voces autorizadas”, divulgadores de lo extraño, ufólogos, “chantas”, newagers, “adoradores del rey Midas invertido”, arqueómanos, radiestesistas, telépatas, ocultistas, buscadores de Grandes Ancianos, atlantómanos, rabdomantes, piramidólogos, cropófilos…

    

¡Cuán difícil resulta el camino hacia el Paititi cuando la guía es deficiente!


 

PALABRAS FINALES

 

 

“El historiador tiene que solucionar sus

problemas sin recurrir a ningún deux ex

machina. La historia es un juego que, por

así decirlo, se juega sin comodín en la baraja”.

                                                        E. H. Carr

                         ¿Qué es la historia? Pág. 101.

 

“Incluso cuando se aleja de la religión el hombre

permanece sujeto a ella: su necesidad de ficción,

de mitología, triunfa sobre la evidencia y el ridículo”.

E.M. Cioran

Adiós a la Filosofía, Pág. 7

 

“La farsa vestida de seda (científica),

 farsa se queda”.

                                Ricardo Campo

       Los Ovnis ¡Vaya timo!, Pág. 61

 

 

Como bien dijo José Pablo Feinmann, “El pensamiento es la lucha de las interpretaciones. Las verdades colisionan. No hay verdades inocentes. Las verdades representan intereses. La verdad es la cristalización de la interpretación. El hecho es mudo. No dice nada o dice apenas lo elemental. Es el mero punto de partida. Ahí empieza la tarea que llamamos hermenéutica. Ahí empieza la lucha de las interpretaciones”.[16]

 

Y de eso se trata, de luchar. De combatir contra un ejército numerosísimo de delirantes que copan plazas (o nichos intelectuales, si lo prefieren) muy dignos de estudio, serio y sistemático. Un ejército de charlatanes que, sin siquiera “hechos”, se lanzan al divague más fantasioso que uno pueda imaginar.[17]

 

Por eso, la búsqueda de las verdades parciales (todas lo son de alguna manera) es el producto de una batalla que, lamentablemente en el tema Paititi, por momentos siento que los paititólogos van perdiendo frente a la divulgación masiva de razonamientos incorrectos, los deseos autocumplidas de paititeros y una morbosa  curiosidad por lo misterioso y extraño. Todo esto sazonado, por supuesto, con una importante dosis de ignorancia.

 

Como dice una canción de Joan Manuel Serrat, “con estos tipos tengo algo personal”. Y el motivo es más que claro: han podrido con sus paparruchadas ya varias áreas (muy dignas) de la historia y del quehacer arqueológico. A Egipto, con sus pirámides extraterrestres y maldiciones postmortem; a la isla de Pascua, con sus moais voladores y escultores gigantes; a Tiahuanaco, con su influencia atlante…

 

Y ahora, desde hace un tiempo, vienen por el Paititi.

 

¿Qué hacer frente a este embate? ¿Ignorarlos? ¿Enfrentarlos? ¿Rebatirlos?

 

Creo que lo mejor es una combinación de todas esas cosas. Sería inútil “gastar pólvora en chimangos” ante cada imbecilidad que propagan. Aunque, de tanto en tanto, y cuando la paciencia se ve colmada, puede resultar divertido “atacarlos”[18] haciendo lo que todo verdadero estudioso debe hacer: refutar sus conclusiones exigiéndoles pruebas, revelando su fraudes, inconsistencias e, incluso, falsedades.

 

La historia y la arqueología se han pasado la vida haciendo eso dentro de su ámbito (contrastando ideas, discutiendo hipótesis, criticando documentos y el propio trabajo de sus miembros). Contrariamente a lo que los “diabólicos” creen (o dicen creer), las ciencias discuten todo. Nada de eso hacen ellos, que retroalimentan sus juicios a priori y fantasías, haciendo más y más grande la bola de nieve del delirio.

 

¿Qué hay detrás del Paititi?

 

¿Seres de otros planetas? ¿Entidades intraterrestres? ¿Atlántes? ¿Difusionismo neo-nazi? ¿Vikingos en la Amazonía? ¿Hermanos Superiores? ¿Espíritu o númenes de la New Age? ¿Sabios Ancianos, constructores de petroglifos enigmáticos? ¿Misteriosas civilizaciones desaparecidas hace millones (re-sic!) de años? ¿Una ciudad de oro, como creyeron algunos conquistadores? ¿Un refugio de incas residuales (¡aún vivos!) en plena selva?...

 

Nada de todo eso.

 

Detrás del Paititi lo que hay un debate histórico y arqueológico, fundado en documentos y restos arqueológicos concretos, estudiados por verdaderos historiadores, arqueólogos, antropólogos, lingüistas y exploradores sinceros sin ambición de fama; personas serias y honestas que, como decía Edward Carr, “juegan sin comodines (esotéricos) en la baraja”.

 

Es muy posible que se me acuse de tener una mente cerrada.

 

Rechazo la acusación. Soy una persona con la mente abierta, aunque no tanto como para que se me caiga el cerebro.

 

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia

sotopaikikin@hotmail.com


Notas:

Û Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

[2] Adam, Jean Pierre, Recomponiendo el Pasado. Crónicas de arqueología fantasiosa, Editorial Losada, Buenos Aires, 1988, Pág. 15.

[3] No me animo a decir historiografía para no darle entidad a ciertos textos que deberían estar en el estante de “literatura infantil” de alguna delirante hermandad esotérica.

[4] Si tuviéramos que armar un seleccionado de “diabólicos” (como los llama con ironía Umberto Eco en El Péndulo de Foucault), éste estaría formado por los siguientes tergiversadores: Robert Charroux, Jacques Bergier, Louis Pauwels, Charles Berlitz, Erich von Däniken (obvio!), W. Raymond Drake, Fabio Zerpa, J.J. Benítez,  Remu Chauvin,J acques de Mahieu, Sixto Paz Wells, Martin Grove, el misterioso Brother Philip (autor de un bodrio titulado El secreto de los Andes), Ricardo González y todo un ejército de “contactados” que han conocido un Paititi espiritual gracias a sus actitudes “open mind” y aptitudes energéticas calificadas debidamente por los Hermanos Superiores. (Nota: ¿alguien en sus cabales puede creerse semejante infantilismo?)

[5]Las pareidolias ocurren en una proporción importante de la gente normal. Su aparición es más frecuente en los niños que en los adultos. Consisten en imágenes creadas por nuestra imaginación trabajando sobre elementos de la realidad, en cierto modo amorfos o imperfectos”.

Véase: http://psicoteca.blogspot.com.ar/2006/06/psicologa-de-los-fenmenos-paranormales.html

 

[7] Dejo de lado las afiebradas e insustanciales “teorías” (sic) esotéricas.

[8] Como se verá nada demasiado diferente a lo que perseguían los conquistadores de los siglos XVI y XVII,.

[9] Detective muy famoso de la televisión de los años ’70, protagonizado por Peter Falk.

[10] Inserto aquí, una vez más, una frase del siglo XVIII que siempre me ha resultado reveladora y sintética de muchas cosas: “El decir de las estrellas es un muy cierto decir, porque ninguno ha de ir a preguntárselo a ellas”.

[11] Hay que aclarar que en las documentales que dan por televisión esta aventura de la que hablamos está edulcorada, editada. Es falsa en sí misma. Es sólo un espectáculo de Hollywood más.

[12] Véase: Hartog, Francois, Memoria de Ulises. Relatos sobre la frontera en la antigua Grecia, FCE, Argentina, 1999, cap. I.

[13] Véase: Ovejero, José, “Viajeros embusteros” en Oferta de Viajes, mayo/junio 2004, ediciones Ecuador, pág. 52.

[16] Feinmann, José Pablo, Peronismo, tomo I, Editorial Planeta, Bs As, pp. 65-66.

[17] Perdón. Un error he cometido: difícilmente alguien medianamente cuerdo pueda imaginar las tonteras que dicen.

[18] Recuerde el lector que ellos son “víctimas” perseguidas por la ciencia “oficial”.

 

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Buenos Aires

Email: sotopaikikin@hotmail.com

 

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