Balneario “El Marquesado”
Ruinas y Rumores
por Fernando Jorge Soto Roland
ã

sotopaikikin@hotmail.com

Prólogo

 

En marzo de 1979 visité con mis padres el por entonces famoso balneario “El Marquesado Country Club, Terrazas sobre el Mar”, levantado a un costado de la ruta interbalnearia, a 24 kilómetros de la ciudad de Mar del Plata y a menos de 5 kilómetros de Miramar. Por aquel entonces no imaginé que, más de tres décadas después, lo vería en las calamitosas condiciones en las que se encuentra hoy.

 

Hace treinta y tres años nada anunciaba su decadencia. Por el contrario, el novedoso proyecto (publicitado profusamente en diarios, revistas y televisión) exudaba fervor y optimismo; y no faltaron las esperanzadas profecías que lo convertían en el núcleo germinal de una nuevo barrio-parque, exclusivo y cerrado, lejos del “mundanal ruido” de los veranos marplatenses.

 

A pesar del tiempo transcurrido, todavía tengo vivas en mi memoria sus tres grandes terrazas linderas al océano Atlántico, cubiertas con arena apisonada y sembradas de sombrillas y reposeras, todo conectado por dos gruesas escaleras laterales que descendían desde el reluciente edificio de la administración, en el que se congregaban los baños, los vestuarios, una confitería y la oficina principal, desde donde se regenteaba todo el complejo.

 

No recuerdo haber visto mucha gente en el lugar. Era de tardecita y, seguramente, estaba fresco (Mar del Plata ya es fresco en el mes de marzo). Así todo, y analizando el emprendimiento con la distancia que me dan los años, todo el balneario semejaba un verdadero panóptico, perfectamente diseñado para visualizar y controlar los movimientos que desplegaban los turistas dentro del lugar. En este sentido, la edificación, abierta a fuerza de dinamita sobre los acantilados, era consecuente con la ideología oficial que la dictadura militar imponía en todo el país, desde marzo de 1976.

 

Pero por entonces, con mis recién cumplidos 14 años de edad, la última interpretación me resultaba ajena y El Marquesado se transformó en objeto de sorpresa, fascinándome  por su diseño novedoso y “moderno”. Claro que hacia fines de los ´70 era mucho más fácil sorprenderse que hoy en día y ese balneario parecía representar la punta del ovillo de un sueño, un pesadilla en realidad, que hoy reconocemos impregnada de una ideología que no comparto, y que en el ’79 desconocía.

 

BUENOS AIRES

SETIEMBRE 2012

PARTE 1

“Estas obras han sido realizadas con el esfuerzo y la bendición de obreros y empresarios argentinos.

Constituyen una muestra de las posibilidades del país cuando se armonizan la imaginación, la audacia y la responsabilidad, con el fervor y la capacidad puesta al servicio de la comunidad.

Expresamos nuestro profundo agradecimiento a los medios de información, instituciones, profesionales, trabajadores y a los que nos alentaron a confiar en nosotros.”

Plaqueta conmemorativa colocada en las instalaciones del balneario “El Marquesado” el día 27 de mayo de 1979.

“Nadie podrá imaginar las terribles dentelladas que el olvido le ha asestado a este triste cadáver insepulto.”

Julio Llamazares

La Lluvia Amarilla, 1988, pág. 12.

Hacia el sur de Mar del Plata, en los límites mismos del Partido de General Pueyrredón, colindante con el de General Alvarado, las ruinas del balneario “El Marquesado” marchan lentas hacia el más absoluto de los abandonos. Tal vez en treinta años más ya no quede nada de ellas y sean las máquinas demoledoras o la persistente acción del océano los responsables últimos de su desaparición. Cuando eso ocurra, todo el complejo será otra muestra  de la “arquitectura ausente” de la costa bonaerense; y futuros bañistas pasarán por el lugar ignorando que en ese reducto costero se levantara una edificación que, emulando inconcientemente a la Edad Media, pretendió ser “marca” fronteriza y reducto de “señores” privilegiados, entre dos partidos de la provincia de Buenos Aires.

Y no es del todo errada la metáfora.

Como en los marquesados del medioevo, que defendían las últimas fronteras de un reino, este deteriorado balneario se construyó en una época en la que se pretendía salvaguardar un supuesto “orden occidental y cristiano”, cuyos celosos y mesiánicos protectores resultaron ser los uniformados “cruzados” de los años ’70.

Espacio fronterizo y, por ende, de tensión. Zona aislada. Alejada de casi todo. Reducto exclusivo, fuera de la vista de los “otros” y escudado por enormes acantilados y murallas de ladrillos, que pretendían sostenerse para siempre.

Se ha dicho que sólo existen las interpretaciones. Que los hechos, en sí mismo, no cuentan. Que son vacíos; y que todo es una lectura móvil, cambiante. Por eso, resulta difícil despegar a “El Marquesado” de la dictadura argentina que sumió al país en su período más oscuro. Los años que aparecen grabados en dos placas de hierro, que aún permanecen en su sitio (aunque desgastadas por el salitre y el viento marino), así lo testimonian. 

Si bien sería un tanto exagerado incluir a “El Marquesado” dentro de las obras faraónicas que los militares levantaron durante su gestión de facto (autopistas, estadios de fútbol, puentes, etc.), no es menos cierto que el balneario comparte con ellas cierta estética (o “aire de familia”) que habilita al imaginario colectivo a establecer ciertas conexiones no del todo comprobadas hasta la fecha. Su época de construcción, función estacional (sólo abría en los meses de verano) y el aislamiento del que disfrutaba, alimentaron historias un tanto truculentas que aún circulan.

Toda obra debe, primero, ser contextuada en el tiempo. Él es el que le da sentido y significado. En este caso, “El Marquesado” es el producto de un decreto firmado por el Poder Ejecutivo de la Provincia de Buenos Aires (de quien dependía todo el litoral atlántico)[1]; por el cual se daba autorización a la realización del proyecto, en cuya financiación colaboró una institución bancaria muy relacionada con el Proceso Militar: el Banco de Crédito Rural Argentino (uno de los tantos que surgieron como hongos durante el período de la “plata dulce”).[2]

Con la “bendición” del gobernador militar, Ibérico Manuel Saint Jean, y aunando los esfuerzo de varios empresarios, las obras dieron inicio hacia fines de 1976 y se prolongaron a lo largo del año siguiente (incluso, probablemente durante el ’78).

Lo cierto es que con fecha 27-V-1979  una placa oficial, adosaba a la pared de un hoy ruinoso bar, daba por inaugurado el predio, cuya vida útil sería por demás corta (puesto que hacia fines de la década de 1980, “El Marquesado” había entrado en franca decadencia). 

Es extraño, pero no encontré ningún dato concreto sobre este emprendimiento costero por internet. Las informaciones son escuetas y se confunden con las del barrio del mismo nombre (Marquesado Country Club), que se levanta a varias cuadras, cruzando la ruta interbalnearia N°11 (barrio que nunca alcanzó el grado de desarrollo que se pretendía en un principio). De todos modos, sus años de construcción (1976-1978 circa) lo condenan. Como a tantas otras obras de la misma época.

Las especulaciones mezclan la fantasía con la realidad, generando en torno del balneario una serie de comentarios y rumores cuyo sustrato tiene como elemento principal el macabro procedimiento de la desaparición de personas. Y esto ya no es simpático en absoluto. Pero no es algo raro que estas cosas ocurran. Los terribles sucesos de la dictadura, y las innumerables fosas comunes que se encontraron y excavaron a lo largo y ancho del país, suelen estigmatizar a los edificios de aquellos días de plomo y botas. Basta con recordar las historias que circulan en torno al Estadio Mundialista de Mar del Plata (construido para el Mundial de Fútbol de 1978), en las que, según se sindica, sus gruesos cimientos de concreto guardan un número indeterminado de cadáveres NN. Son sólo rumores que circulan de boca en boca, y que como tales nunca se han comprobado con investigaciones efectivas; pero que revelan la vigencia de una memoria colectiva aún traumatizada por la violencia política y estatal de entonces.

Edificios “marcados”, “estigmatizados”, “malditos”, incluso “embrujados”, salpican la geografía de nuestro país y nos hablan de los temores y angustias de toda una época.[3] Treinta años más tarde, las densas sombras del autoritarismo se siguen mezclando, esta vez en un balneario abandonado y en ruinas.

Según refiriera el director de cine Pablo Reyero, autor del film titulado La cruz del Sur (2003): “En esa época, los milicos se mezclaron con policías, los chorros se hicieron informantes y se metieron en toda clase de negocios. Ese balneario, donde transcurre buena parte de la película, es una fosa común de desaparecidos nunca denunciada”.[4]

Y agregó: “Los milicos lo hicieron entre el ‘76 y el ‘77. Es un agujero abierto a fuerza de dinamita en la zona más alta de acantilados, a cinco kilómetros de Chapadmalal. La gente del lugar dice que dinamitaron cuerpos con las rocas, y después sellaron con hormigón armado. Y eso se siente cuando estás ahí. De hecho nos costó muchísimo habitar y salir de ese lugar. La muerte se respira”.[5]

Cuando ya la decadencia lo había alcanzado, entrados los años ’90 del siglo pasado, y el predio fuera alquilado esporádicamente para circunstanciales eventos, se comenta que sus terrazas, inútiles ya para albergar a turistas oreándose al sol, fueron usadas para hospedar a tiburones y rayas en periodo de adaptación, antes de ser enviados al acuario de Teimaken, en la localidad bonaerense de Pilar. Si esto es cierto, los últimos días útiles de “El Marquesado” deberían ubicarse hace casi 13 años, ya que el nombrado parque temático inauguró sus puertas en julio de 2001.

Irónico final para un complejo edificado en tiempo de tiburones.

PARTE 2

 

 

“Como la arena, el silencio sepultará las casas. caerán poco a poco, sin ningún orden cierto, sin ninguna esperanza, arrastrando en su caída a todas las demás. Unas irán hundiéndose despacio, muy despacio, bajo el peso del musgo y la soledad. Otras caerán de bruces en el suelo de repente, violenta y torpemente, como animales abatidos por las balas de un paciente e inexorable cazador. Pero todas, más tarde o más temprano, más tiempo o menos tiempo resistiendo inútilmente, acabarán un día devolviéndole a la tierra lo que siempre fue suyo, lo que siempre ha esperado desde que el primer hombre (…) se lo arrebató.”                                

Julio Llamazares

 La Lluvia Amarilla, pág. 141.

 

 

“El vandalismo tiene más poder que el envejecimiento.”

Kevin Lynch

Echar a Perder.

Un Análisis del deterioro, pág.97

Ya no queda casi nada de playa frente a “El Marquesado”. El mar se la devoró hace tiempo. Tampoco hay muros de contención, ni terrazas con sombrillas y reposeras. El edificio principal, aquel que un día operaba como centro neurálgico de la administración, es una completa tapera; invadida por los graffiti, la mugre y la humedad todopoderosa que ha socavado cimientos, destruido cielorrasos, paredes y pisos.  

El abandono, la falta de mantenimiento y el vandalismo se cobraron una nueva víctima, que agoniza lentamente; exhibiendo apenas el otrora señorío que su nombre pretendió darle cuando fue inaugurada.

Es ahora un marquesado en decadencia. Franca e inexorable.

Tal vez, inevitablemente, su destino final sea volver a convertirse en el acantilado que le dio origen; y así, sus redondeces se pierdan para siempre, carcomidas por el persistente y paciente ir y venir del océano.

Proyecto fallido. Maldito. Impredecible.

Cual cadáver tumbado sobre la sabana, a merced de los animales carroñeros, su estructura, violada, saqueada, destartalada una y mil veces, se consume poco a poco bajo al desaprensiva mirada de los gobiernos de turno, que no hacen, ni han hecho nada, por detener su deterioro. Quizás no sea falta de interés, sino de cariño, lo que acelera su desmembramiento seguro.

Y allí está, tirado a la vera de la ruta 11. Pudriéndose. Siendo atravesado por el óxido, el salitre y la acción de los hongos que, dueños ya de todo el complejo, señorean el sitio convertidos en el imaginario marqués que sigue custodiando su “marca” fronteriza, sabiéndose inútil y vencido.

Un marqués sin fuerza. Sin la arrogancia ni la violencia de sus años mozos. Aristócrata venido a menos. Sombra de una supuesta nobleza que no dejó herederos. Que agotó su dinastía. Marqués de pacotilla que hasta las cañerías de plomo de su comarca ha perdido. 

Como sucede frente a cualquier lugar abandonado, recorrer los despojos descascarados de este balneario es suprimir la validez de toda certeza. Es ver muertos los dogmas y la pasión que éstos despertaron hace poco más de treinta años. Recorrer sus restos, silentes y casi olvidados, es aniquilar el fanatismo apoyado en la idea de Progreso, que ya era falsa cuando fue construido.

Hoy, convertida en una humorada de aquellos sueños mesiánicos de lo ’70 que lo vieron nacer, “El Marquesado” ya no tiene siquiera historia. Es indiferencia vuelta paisaje. Un paisaje no muy grato y, por supuesto, esporádico. Porque los paisajes también cambian. Se desvanecen y son suplantados por otros. 

El deseo adolescente de querer salvar al mundo choca violentamente con la realidad que estos despojos exhiben. La fatalidad parece ser lo único ineluctable. El vacío ha vencido. La decadencia se tragó a la voluntad de salvación y será el tiempo, ese caníbal insaciable, el que terminará devorándose lo que quede de “El Marquesado”. Y en ese proceso, también nos devorará a todos nosotros.

 

Estructura rota. Vacía. Meras paredes a merced de una memoria fragmentada, apenas reconstruida a partir de rumores y de chismes. Marqués anónimo. “Marca” inservible. Decepción hecha escombros.

Su corona carcomida, apenas identificable en lo alto de la torre del edificio, es todo un símbolo. Un catalizador  de misterios que, observándola detenidamente por varios minutos, nos habla de nosotros mismos. Y de pronto, nos vemos presidiendo un marquesado fantasma que, como tales, aparece  y desaparece a un velocidad mucho más rápida de lo que desearíamos. 

Los títulos de nobleza están abolidos. También sus espacios de antaño. Hoy hay otros. Más lujosos. Más tecnificados y cómodos; pero que, ala postre, terminarán como éste: deshechos por la carrera infinita de las horas.

FJSR

sotopaikikin@hotmail.com


Notas:

ã Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de  la UNMdP (Argentina).

[1] Decreto 092675 del 29-VIII-1976.

[2] Véase al respecto: www.lafogata.org

[3] Véase al respecto: Terrón de Bellomo, Herminia y Angulo Villán, Florencia (directoras), Fantasmas de Jujuy, Apóstrofe Ediciones, San Salvador de Jujuy, 2011.

por Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Buenos Aires, setiembre 2012

Email: sotopaikikin@hotmail.com

 

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