Poema 5
De "El Cuerpo del Hijo"
Rocío Soria R.

Ya nadie quiere cuidar de esta mano

cuyos movimientos involuntarios han pretendido, dicen, ahorcarme.

La envuelvo

la cubro

le doy un beso en la cabecita

le arrullo

me amanezco meciéndola pero ella nunca duerme

está vigilante

pendiente

se sobresalta al menor ruido y

araña de desesperación mi pecho.

 

Quiere llamar mi atención porque sabe que ya está cerca.

Le digo que sea cautelosa pero ella es muy impulsiva.

Es peor cuando la máquina de los latidos empieza a bombear toda la noche

sin descanso

y no termina de morirse ese pitido en mis oídos

o se vuelve a una sola hebra

y el hombre de blanco viene con su abulia, masculla algún silencio olvidado y

dice algo que no entiendo.

Se acerca

se la lleva

le muele con sondas el cuello.

Él no entiende

que ella solo pretendía advertirme.

Se la lleva.

 

Estoy sola.

 

Miro por el estrecho agujero del parapeto común.

 

El hombre de la pieza seis se ha levantado

y camina descalzo hacia el fondo

agitando la pierna tal si quisiera lanzarla.

 

El hombre de las flores amarillas

golpea su cabeza contra la pared

repitiendo la misma frase.

El martes arañaba con la cuchara el plato vacío

en un ritual interminable de invocación.

 

Ya nadie quiere atar estos cordones blancos que me crecen cuando llueve,

nadie quiere cuidar de esta mano

cuyos movimientos involuntarios han pretendido, dicen, ahorcarme.

 

La envuelvo

la cubro.            Espero.

Rocío Soria R. 
De "El Cuerpo del Hijo"

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