Huxley: ironía y más allá

 por Ignacio Solares

Hay escritores que alcanzan el rango del culto a partir de ciertos vislumbres, de intuiciones que irradian hacia el futuro. Tal es el caso de Aldous Huxley. Ignacio Solares aborda en esta nota la figura del gran escritor británico a partir de dos de sus etapas: la del irónico y la del explorador de los reinos ocultos de la percepción. Ambas perspectivas parecen haberse unido en los mensajes que envió desde ultratumba, plenos de ironía y de profundas meditaciones metafísicas. Hoy vemos a Aldous Huxley como un autor enclavado en su presente y con la aguda mirada en el futuro.

Aldous Huxley murió el 22 de noviembre de 1963, el mismo día en que fue asesinado el presidente John F. Kennedy. Recuerdo haber visto en el Excélsior una breve nota en páginas interiores, a dos columnas, medio perdida, que anunciaba: “Murió Aldous Huxley, escritor y profeta”. ¿Pero quién podía ese día prestar atención al escritor y profeta si habían asesinado al presidente de la nación más poderosa del planeta? La cruda realidad nos vuelve miopes y cualquier profecía, por certera que sea, sobre el futuro próximo, empalidece ante los hechos inmediatos. Lo cierto es que esas dos muertes coincidentes son también un símbolo: la de Huxley, privada, serena, esperada con resignación, contrasta notoriamente con la otra: pública, brutal, dramática. El mundo entero se estremeció con la muerte de Kennedy y sus posibles consecuencias políticas, y mientras los Estados Unidos se entregaban a innumerables pompas fúnebres, retóricos discursos y remordimientos con golpes de pecho, que ocupaban la mayor parte del tiempo de la televisión y de los diarios, el cuerpo de Huxley era incinerado en silencio, sin cortejo, sin ceremonia alguna. Su biógrafa, Doireann MacDermott, nos cuenta que tan sólo once personas, entre familiares y amigos íntimos, se reunieron para dar un breve paseo recordatorio a lo largo del sendero por donde, un poco más allá de su casa, solía pasear el propio Huxley. Una semana después, en Londres, un grupo de deudos organizó otro acto en que Yehudi Menuhin interpretó un fragmento de Bach en honor del amigo muerto. Dos despedidas sencillas, propias de quien se caracterizó siempre, precisamente, por la sencillez de su vida. “Un hombre es más rico conforme a más cosas es capaz de renunciar”, frase que se cita en Contrapunta

Sybille Bedford, por su parte, cuenta sobre los últimos momentos de Huxley, anécdota que parece definir al “último” Huxley. Unas horas antes de morir, cuando ya era incapaz de articular palabra, escribió en un block. “LSD. Pruébenlo. Intramuscular. 100 ml”.

Huxley no había tocado un sicodélico desde que terminara Las puertas de la percepción, en 1953, libro que dedicó al tema. Laura, su esposa, tuvo la certeza de que elegía libremente, a pesar de haber entrado en agonía, y accedió. Ella misma le puso la inyección. En Isla, su última novela, Huxley habla precisamente de un personaje que in extremis toma una droga expansora de la mente. Quizá de veras, como decía Henry Miller, todo escritor está condenado a vivir (o a desear vivir) lo que escribe. Sybille Bedford también cuenta sobre el día anterior a la muerte de Huxley:

El día 21 Aldous pidió que le releyeran un artículo que acababa de escribir sobre “Shakespeare y la Religión” y se distrajo al escucharlo, agregando un adjetivo o alguna coma. Cuando llegó el doctor Cutler volvió a hablar sobre cuán diferente era el universo del hombre enfermo del hombre sano. Y lo dijo, afirmó después Cutler, con esa voz de maravillosa persuasión. No había ninguna amargura en sus observaciones, sólo objetividad desapasionada. Hablaron un rato sobre la naturaleza del cáncer; una conversación entre dos científicos más que entre un médico y un paciente. Cutler dijo: “Aldous poseía un fondo inusitado de conocimiento médico; aunque yo era el doctor, era él quien verdaderamente sabía sobre el tema, además de que con su resignación levantaba mi moral y la de su propia esposa”.

Y de los últimos instantes:

Aldous se quedó muy quieto. Laura sintió que aún se hallaba lúcido, pero aliviado y en paz. Permaneció junto a él, sosteniendo su mano entre las suyas, hablándole, diciéndole que se soltara, que se dejara ir, que rompiera las amarras terrestres, ayudándolo como él ayudó a María (la primera esposa de Huxley). Veinte minutos después de las cinco de la tarde, muy tranquilamente, Aldous Huxley murió.

Ninguno de los que presenciaron la muerte apacible y lúcida de Huxley —quizá la mejor de sus profecías— sabía que, para esas horas, el mundo entero se convulsionaba con la muerte de Kennedy. ¿Por qué la coincidencia, palabrita sospechosa? Tal vez el futuro nos prive de las pesadillas de la política y de los asesinatos públicos, y nos permita acceder a esa “otra” dimensión de la muerte (lo que es decir de la vida), como nos lo demostró el gran escritor inglés.

En diciembre de 1960, Huxley le escribió al doctor Henry Osmond:

“ Parece un hecho indudable —como la hipnosis o la telepatía— el futuro posthumano, que la ciencia tarde o temprano terminará por confirmar”.

Quince meses después de su muerte, Huxley les mandó a su esposa y a algunos amigos una señal sobre ese futuro posthumano.

Un médium, Keith Milton Rhinehart, organizó una sesión espiritista en el estudio de Aldous en su casa en California, con siete participantes entre los cuales se encontraba el novelista Christopher Isherwood. En algún momento, el espíritu de Aldous lanzó una señal, por escrito:

Tercer estante.

Sexto libro a partir de la izquierda.

Página veintitrés.

Nos cuenta Laura, su esposa, en The timeless moment.

Hasta entonces no había oído hablar de lo que en parapsicología se conoce como “pruebas de libros”. Dos paredes estaban cubiertas con estantes para libros. Me dirigí hacia el que mencionaba el mensaje. A partir del suelo, conté hasta el tercer estante. Luego, empezando por el lado izquierdo, conté hasta el sexto libro y lo saqué. Se trataba de un libro en español: Coloquio literario de Buenos Aires, 1962. ¿ Qué mensaje podía contener un libro así, tan alejado del mundo en que vivíamos Aldous y yo? Lo abrí en la página veintitrés, y en seguida me saltó el nombre de Aldous Huxley en varios de sus párrafos. Decía, en uno de ellos: “El escritor inglés Aldous Huxley no nos sorprende, puesto que lo conocemos, con esta admirable comunicación espiritual que nos ha ofrecido, donde la paradoja y la erudición, en el sentido más científico, literario y, sobre todo, del humor, se entrelazan en forma tan eficaz”.

Lo del “humor”, por supuesto, obligó a todos a sonreír. Sin duda, era un guiño y parte medular del mensaje, junto con lo de “comunicación espiritual”. Desde el “más allá”, reaparecía el primer Huxley, el de Antic Hay,

Crome Yellowo Point Counter Point. Si tan irónico había sido con la “vida real” —y sus insólitos enjambres sociales y políticos—, ¿por qué no serlo también con “la vida después de la vida”? Como escribió en un pasaje de Those Barren Leaves, cuando un personaje asiste a un velorio: “Era de risa: todos lloraban”.

Pero Laura aún repitió la sesión espiritista días después, con los mismos asistentes, y entonces el mensaje de Aldous, a través de otro libro, fue más serio:

La parapsicología se debate todavía en su primera etapa... Por esta razón, el esfuerzo mayor de la investigación científica ha de ser demostrar y probar que, en ese terreno, se está trabajando con fenómenos reales y comprobables.

¿Fue también en esto Huxley un profeta? Porque en el terreno de la bioquímica, por ejemplo, vaticinó en una carta de noviembre de 1931 a Victoria Ocampo:

“Sospecho con tristeza que los productos químicos harán mucho más por el espíritu que las religiones, la psicología y los sistemas educativos”, anunciando ya el “soma” de El mundo feliz, sus propios experimentos con el LSD y, por supuesto, los ansiolíticos y los antidepresivos actuales.

Pero las experiencias espiritistas de Huxley no quedan en la anécdota referida, sino que tienen un importante antecedente en la muerte de su primera mujer, María.

Tres meses después de la muerte de María, Helen Garret, directora de la Parapsyuhology Foundation de California, y uno de los médiums de más fama en aquel entonces, le escribe a Huxley diciéndole que ha estado en comunicación con María, quien le ha dado dos nombres para que se los transmita: Bardo (vinculado con The Tibetan Book of the Dead, libro de cabecera de la pareja) y Egart (evidentemente, el Meister Eckhart, cuyos textos le repitió una y otra vez Aldous a María al final de su agonía). Aldous nunca le había mencionado a Garret que en los últimos días de la enfermedad de su mujer, se había reducido a releerle pasajes de esos dos libros. Cuenta Victoria Ocampo:

En cuanto a Eckhart, Aldous me dice al mes de morir ella (el 15 de marzo), la frase que él le repitió: “El ojo con el que vemos a Dios, es el mismo ojo con el que Él nos mira a nosotros”. O sea: todos somos Uno, no hay diferencia ni distancia con la Divinidad, avanza hacia esa Luz, que ella había conocido tan bien en sus trabajos a favor del prójimo, y que durante los últimos años le había dado tanto sentido a su vida. “Ella no podía hablarme, pero estoy seguro de que me oía”, dice Aldous. María murió apaciblemente.

Agrega Victoria Ocampo:

El sentido del mensaje dirigido a Aldous era claro. María le agradecía la ayuda que le había dado, las palabras que le pronunció durante el tremendo trance por el que ella había pasado durante su agonía. Las había oído, las había oído sin lugar a dudas.

Y concluye:

Seamos o no escépticos, éstas son palabras en las que quisiéramos creer todos. Estoy segura de que quisiéramos creer en ellas todos. Un muerto las ha dejado como testimonio del “otro mundo” para nosotros los vivos. Tratándose de quien se trataba —quizás el hombre más serio, riguroso y confiable que conocí en mi vida, como fue Huxley— no pueden sino ayudarnos a seguir viviendo —¿por cuánto tiempo?— en un mundo tan desolado.

-II-

Pero Huxley, como pocos escritores, supo transitar en forma admirable entre “el más allá” y el “más acá” (en especial el “primer” Huxley). En una carta del 21 de octubre de 1949 le escribe a George Orwell a raíz de la publicación de 1984, otra de sus profecías:

Dudo que las grandes tiranías políticas de la bota-en-la-cara, como las de la URSS, lleguen al final del siglo. En el curso de las próximas generaciones, me parece, los amos del mundo descubrirán que el condicionamiento a través de los medios de comunicación (crecientemente hipnóticos, como la televisión) y del consumo compulsivo (lo que supuestamente producirá sociedades más “felices”), son más eficaces como instrumentos de gobierno que los garrotes y los calabozos. La avidez de poder de esos gobernantes puede satisfacerse, me parece, si mediante la sugestión se logra que la gente ame su servidumbre, tanto como si a latigazos y puntapiés se les impone la obediencia. En otras palabras, en mi opinión la certera profecía de 1984 está destinada a atemperarse conforme avance el siglo, y llegará finalmente a ganar terreno la pesadilla de un mundo más cercano al que imaginé en El mundo feliz. ¡Qué espantoso suponerlo! Suena de lo más escéptico decirlo, pero el cambio de 1984 a ese supuesto Mundo feliz se producirá como resultado de una mayor degradación humana y una necesidad de mayor eficacia política.

En El mundo feliz revisitado, apenas nueve años después de la carta anterior, confirma sus puntos de vista y escribe que, quizá, sea la televisión el descubrimiento más importante del siglo XX para conseguir lo que él apenas entrevió en su Mundo feliz. Sentados ante sus televiso res —en donde cualquier historia o noticia, por dramática que sea, se “ablanda”, se “trivializa”, dice Huxley, adelantándose a McLuhan en la idea de que el medio es el mensaje—, sentados cómodamente ante su televisor, y con garantía de pan suficiente a la hora de comer, ¿quién tiene interés en gobernarse o confrontarse a sí mismo? ¿Quién, ya ahí, quiere ser libre? Termina el capítulo Huxley con una cita de El gran inquisidor de Dostoievski: “Al final pondrán su libertad a nuestros pies y nos dirán: ‘Hágannos sus esclavos pero aliméntennos’”. Aliméntennos con pan y /o con televisión.

El libro de ensayos que ahora publicamos, Do What You Will (Hagan lo que quieran), de 1928 —inédito en español hasta donde sabemos— es una de las grandes creaciones de ese “primer” Huxley, antes de El mundo feliz (1932) y de que se enfrascara de lleno en el misticismo (La filosofía perenne, 1945) y cuando aún veía al mundo más como una “permanente farsa”, que como un camino a la trascendencia. ¿Por qué nunca lo reeditó en vida e incluso impidió que se tradujera al español? La respuesta puede estar en una declaración que hizo a un periodista francés (en Francia sí se tradujo, con el título L'ange et la bete) en que parece arrepentido de haberlo escrito: “Aujourd’hui je ne l’écrirais pas tel qui est. C’est peut-etre une question de l’áge; car chaque age a sa propre weltanshhauung, sa pensée appropriée”. En efecto, es privilegio del artista evolucionar y cambiar. Ya en el prólogo de El mundo feliz nos advierte:

El remordimiento es un sentimiento sumamente indeseable. Si has obrado mal, arrepiéntete, enmienda tus yerros en lo posible y esfuérzate por comportarte mejor la próxima vez. Pero en ningún caso lleves a cabo una morosa recreación en tus faltas. Revolcarse en el fango no es la mejor manera de limpiarse... De ahí que este nuevo Mundo feliz sea exactamente igual al viejo. Sus defectos son considerables, mas para corregirlos debería haber vuelto a escribir el libro y al hacerlo, como un hombre mayor, como otra persona que soy, probablemente hubiera corregido algunas de sus fallas, pero probablemente también algunos de los méritos que poseyera originalmente. Así, resistiendo la tentación de revolcarme en los remordimientos artísticos, prefiero dejar tal como está lo bueno y lo malo del libro y pensar en otra cosa.

Por lo visto, con Do What You Wstlel remordimiento fue mayor, y al pensar en otra cosa quiso, simplemente, olvidarse del libro, ya que ningún caso tenía intentar reescribirlo. Sin embargo, a pesar de su autor, su lectura es de lo más amena y reveladora. No sólo porque nos muestra al “primer” Huxley —el del agudo humor en la sesión espiritista— sino porque tiene un alto valor por sí mismo. George Steiner, por ejemplo, dijo que no conocía mejores estudios sobre Wordsworh y Pascal, como los que aquí se muestran. Huxley reflexiona también sobre otros personajes prominentes desde una perspectiva vitalista y lawrenciana, similar a la de Rampion en Point Counter Point. Por ejemplo, san Francisco de Asís es cuestionado en cuanto a su proverbial amor a la naturaleza y a su humildad. Para Huxley el “más pequeño de los hermanitos” era en realidad un hombre de lo más ambicioso y teatral, obsesionado por batir récord de ascetismo y santidad, dirigido todo ello al culto de su propia personalidad. Gran luchador por la fe, en realidad no sentía la menor simpatía por la naturaleza, por el llamado mundo de lo no humano. “San Francisco hablaba a los pájaros como si se tratara de respetables cristianos provistos de buena preparación teológica”. De aquí a afirmar que san Francisco era un “farsante” hay un paso. Se entiende que el Huxley místico se desdijera de su rigor psicológico juvenil. Ya en La filosofía perenne se cita en un par de ocasiones a san Francisco en un contexto muy distinto. (Por ese mismo rumbo iría la anécdota que cuenta Victoria Ocampo cuando, a finales de los años veinte, le preguntó su opinión sobre Gandhi, y Huxley respondió: “Ese asceta con taparrabo, que hace creer a los estúpidos en la mortificación de la carne, no me interesa para nada”. Cuando años después, Victoria Ocampo le recordó aquellas palabras, Huxley se llevó la mano a la frente y dijo, adolorido: “¡Cómo pude...!”).

El revés de la medalla del “más pequeño de los hermanitos” es Rasputín, igualmente teatral, físicamente majestuoso, practicante de la secta Khlysty, dentro de la cual la salvación sólo se alcanzaba a través de la degradación en todas sus formas, especialmente la sexual, y el consiguiente arrepentimient o. Vistos por separado, san Francisco y Rasputín representan los polos opuestos de dos vías extremas de trascendencia, pero las dos igualmente equivocadas, según Huxley: el ascetismo y el exceso, con su inadmisible desprecio a la verdadera vida. Otro tanto nos dice de Baudelaire: un puritano al revés, empeñado en buscar a Dios por el camino más retorcido posible. ¿ Puede haber algo más teatral que el exceso de maquillaje con que exigía que se disfrazaran las prostitutas con que se acostaba?

Pero sin lugar a dudas, el ensayo más brillante de esta colección lo dedica a Blaise Pascal, quien se aplicaba a un ascetismo severísimo, renunciando a todo placer, mortificando el cuerpo constantemente y apartándose incluso de nobles amigos que pudieran “distraerlo” de su obsesivo masoquismo. A todas horas afligido por la soledad, el dolor, la enfermedad y el insomnio, Pascal decía que “la enfermedad es el estado natural del cristiano”, y creó una filosofía basada en su propio estado de ánimo. Y lo hizo con un alto y brillantísimo estilo literario. Jamás fue presentada una lucha contra la vida con mayor sutileza y elegancia. El vitalista Huxley de ese entonces, no podía sino rechazar ese culto jansenista de la muerte: “una oculta invitación al suicidio”.

De pronto, en Huxley la ironía cedió terreno a una cierta “conversión” que intentaba extraer lo mejor de cada religión. El momento es fácilmente detectable y coincide, curiosamente, con su estancia definitiva en el desierto de Mojave en el suroeste de los Estados Unidos. Aquellas vastedades, apenas pobladas por arbustos y yerbas, con tan sólo algún promontorio sobre el horizonte y bajo la inmensidad de un cielo que obligaba a “intuir” lo infinito, acabaron con la ironía de Huxley, y despertaron al “otro” profeta. Paseando todas las mañanas por aquellos parajes (su casa estaba enclavada en pleno desierto), aspirando el aire diáfano en un medio de absoluto silencio, Huxley reconsideró su opinión de los místicos y religiosos. Desaparece de su literatura el estado de ánimo inspirador de Proper Studiesy Do What You Will. A los tres años de vivir en el desierto, Huxley empieza a hablar de una Divinidad, lo que provocó acres comentarios a su alrededor, como el de su propio editor: “Me temo que un hombre tan escéptico y humorista difícilmente pueda volverse creyente y corre el riesgo de confundir a sus lectores”. Sin embargo, en La filosofía perenne, de 1945, aparece, por primera vez en su literatura, un párrafo en que se refiere directamente a una Divinidad, un “Ser hacia el cual es posible sentir la más intensa devoción y con respecto al cual —si se quiere llegar al conocimiento Unitivo, que es la finalidad última del hombre— es necesario practicar una disciplina más ardua e inflexible que cualquiera de las impuestas por una autoridad eclesiástica”.

Muy distinta es la conversión de Huxley a la de otros autores del siglo pasado, que han enfilado su literatura hacia los supuestos caminos de Dios y de la fe, como Claudel, Mauriac, Bernanos o Graham Greene. Diríamos que en Huxley falta el golpe (certero y contundente) de la Gracia, y por eso él nos refiere a ese aprendizaje, a esa disciplina interior, “más ardua e inflexible que cualquiera de las impuestas por una autoridad eclesiástica”. Un personaje de Greene, por ejemplo, no requiere sino su fe, por muy fluctuante que sea, para salvarse: no necesita “hacer nada más”. Los personajes de Huxley de su etapa mística han de recorrer un camino mucho más tortuoso (los de Ciego en Gaza, los de Los demonios de Loudun, los de El tiempo debe detenerse o los de su última novela: Isla), a través de la autodisciplina, del control de la mente, de la parapsicología, de la intuición del misterio (Misterio), más que su plena estancia en él. Es el Huxley de la necesidad de medios externos, incluso de la experimentación con las drogas —en lo que también se adelantó al auge de las drogas en los años sesenta y setenta—, como en Las puertas de la percepción o Cielo e infierno. Quizá por esa necesidad de utilizar todos los medios exteriores a nuestro alcance, o de una feroz autodisciplina interior, fue que se acercó tanto al hinduismo, intentando combinarlo —y nadie antes que él lo había hecho en forma tan brillante— con las mejores prácticas del cristianismo. El resultado es deslumbrante y alentador: nos incita a la práctica más que a la teoría y los condicionamientos ceremoniales de las Iglesias.

Para entender lo anterior, hay que regresar al primer Huxley. Mejor dicho, al Huxley antes de Huxley, a su famoso abuelo Thomas Huxley, a su distinguida familia, a la época victoriana de la cual surgió. Hoy vemos a Aldous Huxley como un autor enclavado en su presente y con la aguda mirada en el futuro (¿quién ha profetizado mejor nuestra época, quién en 1945 podía prever el fin del imperio socialista ruso “antes de que termine el siglo”, y al igual que Jung, hablar del fin del “mito” del sexo?), porque también fue uno de los últimos grandes representantes de la tradición humanística del siglo XIX. Formado en aquella tradición, tan inglesa, caracterizada por una fuerte disciplina personal y rectitud moral, por una vasta cultura y curiosidad científica, Huxley poseía en forma preponderante el estilo y la flema aristocrática familiar. Quizá por ello su lucha tuvo que ser más denodada. Le faltaba la tendencia y la visión del “desorden”, de que hablaba Baudelaire, para acercarse a Dios. Pero la verdad es que pocos autores de este siglo se han adentrado en lo “otro” como él. En algún momento, al ingerir el LSD (el primero que lo hizo con un fin experimental y científico), habló de que no importaba el camino que eligiéramos mientras tuviéramos presente la leve claridad al final del oscuro túnel en el que transcurren nuestras pobres vidas. Para sus apasionados lectores esa claridad al final del túnel es más visible a partir de su prodigiosa obra.

Ensayo de Ignacio Solares

Prólogo del libro Hagan lo que quieran de Aldous Huxley en la colección Licenciado Vidriera de la unam, de próxima publicación.
 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  43 / artículos / Septiembre de 2007

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/77d01a0a-2142-448b-b778-1ce3a76cfef7/huxley-ironia-y-mas-alla
 

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