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Tres generaciones
Ana Solá

Solamente llegamos a comprender a nuestros padres cuando nos hacemos padres

 

Cuando era adolescente pensaba que mi madre quería que me quedara más en casa porque ella era "rompebolas y no me dejaba salir con mis amigos". Ahora sé que lo hacía porque necesitaba estar más tiempo conmigo y porque muchas veces se sentía sola.

 

Cuando era adolescente sentía que ella no me prestaba atención o, por lo menos, no toda la que yo necesitaba. Ahora sé que hacía lo que podía, imitando sin querer, lo que alguna vez ella había vivido como hija.

 

Cuando era adolescente decía que mi vieja no me comprendía y que todo lo hacía para que yo sufriera un poco más. Ahora me doy cuenta de que yo no era de las hijas más dóciles y obedientes y que me tenía bastante paciencia. Cuando era adolescente la desafiaba no cumpliendo con los horarios que ella imponía porque pensaba que me quitaba la libertad, que me oprimía y, hasta en ocasiones, le mentía acerca de dónde había estado. Ahora me doy cuenta de que sólo trataba de cuidarme porque moría si me llegaba a pasar algo.

 

Cuando era adolescente, criticaba sus defectos, adicciones y debilidades. y si ella los tenía, no tenía derecho a meterse en mi vida tratando de cambiar las mías. Ahora me doy cuenta de que ella también era un ser humano como todos y si trataba de corregirme era para que yo no sufriera ni pasara por lo que ella ya había pasado.

 

Cuando era adolescente y llegaba a casa algunas veces un poco alcoholizada y ella me reprendía de sobremanera, yo pensaba que era una "careta". Ahora sé que me cuidaba y que tenía terror de lo que pudiera pasarme en ese estado en la calle.

 

Si me demoraba o desaparecía sin avisar y ella armaba unos escándalos de aquellos, pensaba que era una exagerada y una desconfiada, porque yo me sabía cuidar sola. Ahora sé que no desconfiaba de mi, sino que se preocupaba por lo que pudieran hacerme los demás, "los extraños".

 

Cuando descubrió que tenía relaciones con mi novio, sentí que si había reaccionado mal era porque no dejaba que yo fuera feliz y que creciera. Ahora sé que todavía me veía como a una nena y que tenía terror de que quedara embarazada siendo tan joven y que se esfumara mi futuro.

 

Cuando intervenía en las peleas con mi novio, decía que era una metida, que quería dominar mi vida. Ahora sé que sólo quería que no sufriera lo mismo que ella cuando discutía con mi viejo y que mi amor también terminara en un fracaso.

 

Cuando ella me exigía que estudiara, que tuviera las mejores notas, yo creía que pretendía que fuera igual que ella, que tenía que ser la mejor, otra que no era yo. Ahora comprendo que sólo quería que no fracasara en la vida, que tuviera armas para defenderme sola.

 

Si me mandaba a ordenar y limpiar mi pieza, pensaba que era obsesiva con la limpieza, que ése lugar era mío y que lo podía tener sucio y desordenado porque ahí sólo entraba yo. Ahora sé que me estaba enseñando a tener un orden, a convivir en sociedad, a mantener un espacio donde sentirme a gusto, a tener una mínima responsabilidad para después enfrentarme a otras más grandes que me esperaban.

 

Y siempre le echaba la culpa de todo, hasta de mis fracasos y de cómo era yo. Ahora sé que muchas veces no tuve en cuenta sus consejos y que si me di la cabeza contra la pared fue por terca y por no haber querido escucharla cuando me hablaba.

 

Cuando era adolescente pensaba que cuando yo fuera madre iba a ser todo lo opuesto a ella. Ahora que soy madre, siento que nunca voy a poder tener con mis hijos la paciencia y la dedicación que mí mamá siempre me tuvo.

 

Y, definitivamente, cuando era adolescente algunas veces hasta llegué a pensar: "¡Ojalá te mueras!". Ahora lo que siento y deseo más que nada en el mundo es: "¡No te mueras nunca, vieja!".

Ana Solá
Ilustración Clara Celoria
Conjuros mágicos de la bruja madre
Suplemento especial de Puntal para ellas en su día
Edición y recopilación de textos: Daniel Devia
Diario Puntal - Río Cuarto, Córdoba
17 de octubre de 2010

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